Everybody sins
Respiró fuertemente al despertar. Yuya se agarró la cabeza mie tras se levantaba y gritó. No de susto por lo que recordó, sino por lo mucho que su cabeza dolía. Había pensamientos sobre puestos en su cabeza. Algunos confusos, gruñidos bestiales, rugidos, fuertes reparaciones, instintos animales, ganas de muerte, ganas de comida, ganas de muchas cosas al mismo tiempo. Necesitaba hacerle daño a algo, preferiblemente a sí mismo. No había tierra en sus manos, solo pelo que halar. No había cortezas a su alrededor, solo paredes con la que golpearse. Lo estaban volviendo loco.
Lo único que pudo hacer para salvarse de que Zarc se quedara en su cabeza, era lo que siempre hacía, pensar en las diferencias que tenía él de una bestia. Pensar que la única bestia que podría ser estaba muerta, quemada y sus cenizas estaban lejos de él. Kilómetros de distancia, mar adentro, si es que todavía existían. Y pensó también en lo mucho que lo querían si no era una bestia. Pensó en su madre y logró anteponerla ante todos los demás pensamientos. Y así, y solo así, Zarc salió disparado de su cuerpo, dejando su cabeza en paz.
—¿Qué ocurre? —dijo jadeante. No era la primera vez que lo hacía, cuando apenas se conocieron, el de ojos amarillos forzaba la mente del de ojos rojas hasta los límites, intentaba una y otra vez que se golpeara, que se enojara con muchas cosas. Trataba de manipular su mente y de hacerlo sentir una milésima parte de su dolor y poder. Al cabo de semanas se rindió. Yuya siempre lograba golpearse de cierto modo para caer en la inconciencia o de evadirlo de manera eficaz. Zarc vio rápidamente la inutilidad de esa acción (además que parecía tener cierto efecto en él), así que desde entonces había intentado hacer otras cosas para convencerlo. Ahora estaba desatado, parecía querer algo desesperadamente—¿Zarc? ¿Qué es lo que...?
Y lo vio. Una de las columnas de su hogar. Justo detrás del ser traslucido de Zarc. Allí, donde unos ojos carmesíes lo miraban con ira y alrededor de estos se podían ver las venas sobresalientes de su cuerpo. Estaba furioso. Verdaderamente furiosos.
—¡Pedazo de mierda! —gritó antes de volverse a su cabeza.
Los pensamientos arremolinados y confusos no vinieron solos. Sus piernas actuaron por sí mismas y caminaron directamente hacia la columna. A pesar de sus enormes esfuerzos, su mano derecha se volvió un puño. Se enterró sus uñas en sus palmas hasta sentirse a punto de sacarse sangre. Yuya negaba repetidamente, intentado que las cosas no fueran mal. Pero era menos que nada. Su puño se alzó a la altura de su ceja. Miró con cierto miedo hacia la columna.
Tembló.
Tembló mucho, mentiras su puño se mantenía alzado, no paró de temblar. No solo por sus pies, que dolían horrorosamente. Sino también por su mente y corazón. Ambos pedían atención al mismo tiempo. Ambos en direcciones opuestas. Lo estaban fracturando mientras le pedían que hiciera algo. Su cuerpo se estaba resistiendo, pero no por mucho tiempo. Jadeó de cansancio cuando pasó demasiado tiempo mirando al infinito.
Fue allí cuando su puño se dirigió con velocidad y fuerza, hacia la columna.
Su mano izquierda lo detuvo. Se hizo daño solo por sostenerse fuertemente la mano.
—¡Zarc! —gritó fuertemente mientras intentaba bajar su mano. Sus ganas irracionales de pegarle a la columna eran desbordantes. Pero no se podía dejar llevar. Sus uñas se clavaron en su palma. Su respiración se oyó cansada, estaba reteniéndose más de lo que debía—¡Basta! ¡Sea lo que sea que te tiene molesto tienes que dejarlo de lado! ¡Basta! ¡Tienes que parar!
Y los recuerdos los golpearon como un puñetazo. No suyos, ni siquiera estaba seguro de quienes eran. Ese sentimiento de rabia irracional hacia alguien que le daba la espalda. Ese miedo a lo desconoció le recorrió la espalda como un frio escalofrío. Y ese dolor en su pecho que haría a cualquiera romperse en mil pedazos. Todo al tiempo, todo combinado en su mente y cuerpo. Era un sin sentido demasiado grande. Lo atacó, de nuevo, recordando. Su madre vino a su mente sin la amargura de la nostalgia. Lo salvó hasta que, inevitablemente su mente se volvió a su padre.
Gritó y se agarró la cabeza. Zarc salió voluntariamente, haciendo que Yuya cayera de rodillas.
—No lo haré —gruñó aun con sus ojos carmesí—. ¡Vas a entender porque no debes abandonarme!
—¡¿Qué?! —gritó Yuya confundido, se cubrió la cabeza con las manos al ver a Zarc acercándose levemente—¡Yo no te he abandonado!
—Eso no es lo que pareció que hacías anoche —dijo crípticamente mientras volvía a la cabeza de Yuya.
—¡Anoche solo me acosté a dormir! —gritó con la cabeza agarrada. Pensamientos volvieron a su mente y lo golpearon. Unos con otros, totalmente desordenados. Había caos por todas partes. Tantos sentimientos al mismo tiempo, no solo de cosas que él había sentido, sino también de cosas que Zarc, Yuri, Yugo y Yuto habían sentido. El dolor de cada uno de ellos, como el sentimiento de no tener un lugar en el mundo había destruido a uno de ellos. La absorbente y desesperante impotencia de otro. Como el fallar en muchas cosas atormentaba a otro. La rabia contenida de otro. Todo al mismo tiempo. Quiso golpearse la cabeza hasta hacer que pararan. Porque le llenaban la cabeza de malos pensamientos. Cosas que no debería pensar. Cosas que podría hacer a personas que no estaban presentes. Eran intrusos en su mente. Todos venían desde Zarc. No podía identificarse en ninguno de ellos—¡Yo solo me acosté a dormir!
Zarc salió disparado de su mente. Yuya se puso a respirar fuertemente. El de ojos carmesí lo miró con odio.
—¡Eso es lo que haces con todos a los que les agradas, ¿no?! —gritó dándose la vuelta para ver a un Yuya algo cansado que miraba al suelo con horror—¡Tu madre, tus amigos, todos los que te muestran afecto los terminas abandonando! ¡¿Es que acaso crees que ellos serán como tú y tu padre?!
—¿D-Dónde...? —empezó con la voz temblorosa—Zarc, ¿dónde estamos? —el aludido de contuvo un momento de responder preso de la impotencia. Apretó sus dientes con fuerza.
—Oh, claro —bufó—. Tu solo actúa de nuevo. Sé el niño bueno, sé el inocente de nuevo —riñó—. Eso siempre te funciona de maravilla, ¿no crees? —Yuya seguía mirando al suelo de madera totalmente asombrado.
—Esto... Esto es como la madera del suelo de la casa de Yuri —lo sabía por algunas de las veces que lo había limpiado. Allí estaba. Miles de pensamientos, suyos, vinieron a su mente mientras se volteaba lentamente hacia otra dirección. Miró con bastante terror la puerta en la que estaba cerrada. Era todo tan igual—, nuestro hogar...
—Tú no eres muy diferente de tu padre, Yuya —bufó acercándose amenazantemente al chico—. Tú también abandonas a cualquiera que te quiere porque crees que hay una mejor razón para eso.
—¿Cómo llegamos aquí? —susurró para sí, sin escuchar a Zarc, eligieron olvidar e ignorar las palabras que le decía—Zarc, ¿Cómo llegamos aquí? —se volvió al otro que estaba justo en frente de sus narices—¿Qué es lo que pasa?
—¡Tu intentaste abandonarme Sakaki! —le gritó en la cara. Yuya se mordió los labios—¡Como digno descendiente de tu padre!
—Zarc —le dijo lo más calmado que pudo, pero sus manos temblaban y se alejaba del otro lentamente—, Zarc yo no he hecho tal cosa.
—¡Eso no me parece! —se le acercó más. Casi queriendo escupirle en la cara—Tú esperaste a que me fuera para que pudieras correr todo el camino hasta tu maldita casa —soltaba palabras justo como ocurrían en su mente, no meditaba nada, solo soltaba y suelta. Era una catarsis—, ¡me tendiste una trampa imbécil!
Yuya apenas parpadeó.
—Zarc, creo que te estás pasando conmigo —le dijo Yuya muy respetuoso—, creí que ya habíamos hablado sobre...
—¿¡Yo?! —le recalcó—¿¡Yó soy el que se está pasando Sakaki?!
—Yo... Yo no recuerdo nada de lo que me estás diciendo —dijo tratando de ser lo más tranquilo y civilizado posible. Zarc no estaba dentro de sus casillas, pero eso no significaba que él tuviera que ponerse de esa forma también. No podía combatir esa ira con aún más ira—. Yo solo me acosté anoche después de caminar durante horas —Zarc se alejó un poco de él y bufó—. Yo solo... —e intentó levantarse. Pero no pudo. Sus piernas estaban adoloridas. Sus plantas apenas soportaban algo de su pesa. Soltó un suave gemido de dolor.
—¡Mentiroso! —gritó antes de meterse en la cabeza del chico. Volvió a meterle pensamientos en la cabeza, pensamientos que él mismo había tenido tanto tiempo atrás. Yuya gritó y se tiró al suelo. Sentía que se iba a volver loco. La palabra de Zarc se volvió a una y otra vez a su mente y le atormentaba. También había repetidos pensamientos sobre seguir adelante, sobre cumplir con el objetivo. Estaba seguro de que el de ojos amarillos quería mostrarle lo que había pensado antes. Le quería convencer de que había cometido el peor pecado de todos.
Pero de la nada paró. Zarc salió casi que expulsado de su mente.
—Zarc... todo eso... —empezó a decir, sin saber exactamente como hablar. Necesitaba que el otro se calmara y le hablara—¡Yo no he pensado todo eso! —empezó a respirar un poco más fuerte. Zarc no se había volteado a verlo se había quedado mirando al infinito. Yuya Tosió suavemente, causa de lo poco abrigado que se encontraba y la noche que había pasado—Yo solo quería dormir anoche, quería venir aquí, sí, lo quería mucho —se tomó una pausa—, pero estaba demasiado cansado anoche... no sé como llegué aquí...
—No —parecía afligido, demasiado sorprendido por algo. Yuya siguió tosiendo—, no lo has pensado tu... Ni siquiera habías pensado en abandonarme.
—Yo no pensaría en abandonarte —dijo Yuya mientras intentaba abrigarse en sus pocas ropas. El frio de la mañana hacía de las suyas—, no lo haría. No nos llevamos perfectamente, pero no te dejaría solo. No es lo correcto.
—¿Así eres con todos los que buscan hacerte daño, Yuya? —preguntó mientras se volteaba a mirarlo—Porque con Yusho fue lo mismo, querías verlo, incluso si él los abandonó durante todos esos años y les causó todo ese dolor, a tu madre y a ti —Yuya seguía tosiendo, la garganta estaba seca y no ayudaba en nada—. Porque tu lo seguiste queriendo, todos los días de tu vida hasta que ocurrió lo de Academia.
—Él —tragó saliva y se contuvo de su seguir tosiendo—, él es distinto de ti. Cuando era niño quería aferrarme al pensamiento de que volvería —tosió un poco más—, nunca vi que realmente, si nos había dejado de esa manera, era porque quizá estaba huyendo de nosotros.
—¿Y eso me hace diferente de él por qué? —Zarc tenía los ojos clavados en Yuya y los brazos cruzados.
—Bueno, al menos tu no ocultas tus intensiones, ¿sabes? —le dijo mientras intentaba respirar más tranquilamente—Y sospecho que eres así porque no sabes tratar con personas. No estoy seguro, pero creo que no me haces recordar estas cosas porque realmente te guste que yo sufra con los recuerdos, sino porque no sabes de que otra forma reaccionar —sonrió tristemente—. Quiero creer eso.
—Eres muy crédulo para tu propio bien —dijo Zarc suspirando. Yuya miró hacia la puerta de la casa y tocó suavemente la columna que tenía cerca.
—Bueno, creer en los demás es lo que me ayudó con los otros —dijo mientras recordaba. Zarc se alejó de él para dirigirse al tejado a pensar. Yuya lo siguió con la mirada y susurró sus palabras antes de irse a otro lado—, ¿qué tan diferente podemos ser nosotros de ti?
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—¿Que ocurre? —Yuya le preguntó a Zarc cuando lo vio con cara de consternación. Este último, al llegar a su lado, abrió la boca un instante y después la cerró. Sin pronunciar palabra—¿Zarc?
Habían pasado un par de horas desde la mañana. Yuya aún no se sentía bien para caminar, se había arrastrado a su habitación compartida. Y se quedó en el marco de la puerta recordando cosas. De los otros. Recordó los labios de todos, el tacto, el cuidado, la manera en la que se relacionaban. Había llorado al menos dos veces mientras estaba allí. Había sido difícil. Pero al menos Zarc le respetó su momento de soledad y de tristeza.
—Creo que sé que es lo que pudo haber pasado —dijo tras meditar. Yuya parpadeó—. Pero necesito que me escuches y no te preguntes tanto. Como cuando Yuto te explicó lo de las cuatro dimensiones.
—¿Eh? —exclamó confundido. Había arrugado las cejas y miraba a Zarc sin entender media palabra.
—Es probablemente una de las mayores locuras que vayas a escuchar nunca, pero... —suspiró—Puede que sea lo que pasó anoche.
—¿Sigues pensando en eso? —preguntó Yuya—digo, no es poco importante. Solo que creo que seguirlo pensando no... no llevará a nada.
—No puedes ignorar tu entorno para siempre —le advirtió—, lo sabes bien —Yuya esperó a que lo cuestionara, a que le preguntara si estaba seguro de que lo sabía. Quería que lo hiciera, al menos sentiría que Zarc no lo conoce tan bien. Pero se quedó en una sola afirmación. Si lo conocía en varios aspectos—. Hacerlo no te llevará a nada.
—¿De qué querías hablarme? —preguntó disipando la atención. Zarc pasó de eso también. Le importaba poco.
—¿Cuándo estabas haciendo duelos tú sentías alguna conexión con tus bestias? —preguntó. Yuya arrugó sus cejas, sim embargo, también pensó en todas las veces en las que hizo duelos. Tragó saliva.
—Sí, bastante. Sentía que me hablaban, en especial con Odd-eyes —recordó. Zarc asintió—. Era como si pudiera entenderlos bien, como si ellos...
—La tienen —respondió y se sentó en frente del chico para mirarlo con sus ojos amarillos—. Ellos tienen un alma.
Yuya parpadeó.
—Ah... eso no me lo esperaba —soltó una risita nerviosa. Zarc lo miró profundamente—. Aunque, no me sorprende del todo.
—Todos ellos viven en otra dimensión al nacer —explicó—, una a la que no podríamos acceder tan fácilmente y a la que no creo que nunca accedamos de manera normal —toma algo de aire—. La cosa es, que las dimensiones se unen y forman de maneras muy extrañas. Entre ellas, bueno Duelo de Monstruos —Yuya alzó una de sus cejas—. No empieces.
—No he dicho nada —Yuya levantó sus manos en señal de inocencia—, solo me pregunto cómo pueden estar conectados ambas dimensiones por medio de un juego de cartas.
—No lo sé —dijo él—, pero siempre ha sido así, más tiempo del que algunos de ellos pueden recordar.
—Suena tan... —dijo un tanto lejano—extraño... Casi parece imposible.
—Deja de preguntarte tantas cosas —le riñó Zarc. Yuya arrugó sus cejas—, tengo otro par de cosas que decirte que no son ni lo mitad de increíbles.
—No estoy...
—Lo estás pensando —le refutó. Yuya intentó pensar en nada—. Como sea —le restó importancia—, solo no interrumpas —suspiró—. Volviendo, esta unión se hace con cada monstruo y su carta. Es como si fuera una expresión de su alma en esta dimensión. Hay otras formas en las que puede manifestarse, pero no son tan comunes —tomó aire—, cuando Leo Akaba creó la Visión Sólida, les dio un cuerpo a estas criaturas.
—Entonces ellas... ¿podían comunicarse con nosotros? —preguntó Yuya algo confundido.
Zarc se vio contrariado.
—No exactamente, digo, se podían comunicar conmigo, yo les entendía —Zarc se oía algo nostálgico ante eso—, pero no parecía ser el caso con nadie más —negó con la cabeza—, pero eso no es lo importante. Como sabes, terminé unido a cuatro dragones y con ellos formamos al Rey Supremo —tomó aire que no necesitaba—. Mi alma quedó unida a la de ellos, y me imagino que cuando... ella nos separó, siguió unida.
—Ósea, ¿qué cada uno de nosotros tiene una parte de Monstruo de duelo como parte de su alma? —dijo incrédulo—¿Sí quiera se puede hacer eso?
—Creo que sí, digo, la mayoría de ustedes se parece a uno de los dragones —cerró los ojos—, al menos en algo, en la actitud en el caso de Yugo —miró a Yuya y me quedó en el cabello del chico—. Así que creo que todos ustedes son en parte dragones también.
—Pero... eso que tiene que ver con que... —empezó Yuya intentando unir cabos. Zarc negó con la cabeza.
—Tenías los ojos amarillos anoche —declaró—, la mayoría de los dragones lo tiene, así que quizá la conciencia de ellos se manifestó para cumplir con tu objetivo. Lo que no entiendo es porque no tuviste los ojos como los de Odd-eyes Pendulum Dragon. Porque eran como los míos, amarillos... y brillaban Era muy raro.
—¿Los ojos del Rey supremo? —Yuya sugirió. Zarc sonrió y negó.
—No es mala idea —dijo él—, no creo que sepa de que color eran mis propios ojos cuando destruí todo en la dimensión única. Quizá si le preguntáramos a ella... —soltó una suave risa—. Claro, no creo que haya una ella más.
—¿Ella?
—Oh, si —Zarc miraba al infinito al decir eso—, la que técnicamente te creó. Era una chica, creo que tenía mi edad —se alzó de hombros—. Solo la vi una vez o dos. No la recuerdo mucho de antes de transformarme en el Rey Supremo.
—Pero, ella fue la que te separó —empezó a seguir el hilo—, ¿en nosotros? —se señaló a sí mismo.
—Aún me pregunto por quién es exactamente, digo, Leo parece tener cierta relación con él —empezó—, pero no sé cual es. Y la verdad, no me importa nada de lo que tenga que ver con ese hombre —Yuya infló un poco las mejillas. Tampoco le gustaba mucho ese hombre—. Pero como sea, nos desviamos. Lo importante, es que la parte tuya que pertenece a un monstruo de duelo puede manifestarse en tu cuerpo.
—Pero, siquiera tu puedes hacer eso con facilidad —señaló Yuya—. Y tu eres, bueno, yo.
—Pero nunca lo he intentado cuando estás cansado... quizá... —Yuya negó suavemente—. Mira, no creo que haya otra forma en la que lo haya podido hacer —dijo Zarc mientras miraba al otro. Yuya había cerrado los ojos y se había apoyado sobre la pared —. Anoche estabas demasiado cansado de caminar todo el día, pero también yo estaba muy lejos cuando eso ocurrió, quizá es eso también.
—¿Pero por qué venir aquí? —se preguntó mientras abría los ojos—Eso era algo que yo quería.
—Quizá es la combinación de ambas cosas —Yuya arrugó el rostro—- La fuerza del monstruo, con tus ganas de llegar aquí. Ambas se combinaron y te trajeron aquí. O al menos eso es lo que creo que ocurrió.
—Pero ¿eso no quiere decir que el monstruo no tiene como tal una conciencia? —Zarc negó—Porque si hace lo que yo quiero, entonces no tendría voluntad propia.
—No, no la tiene, no parece tenerla —Zarc ladeó su cabeza—, pero creo que debes tener cuidado con eso.
—¿De qué hablas?
—Bueno, según lo que me demostrado. A ti te importa mucho más lo que pase a tu alrededor que a mi —Zarc se alzó de hombros—. A mi no me importó que me funcionara con los dragones si eso me hacía tener lo que quería, pero tu no te pareces en eso a mí. Tú crees que puedes hacerlo todo del modo bueno —Zarc suspiró, Yuya se sintió algo incómodo—, pero yo conozco tu mente, se lo que quieres, más que cualquiera. Y si yo puedo verlo, no creo que sea muy diferente para el dragón que tienes. Y por mucho que quiera salir, no creo que pueda hacerlo si hay otro que te está controlando ni tampoco quiero ver los pensamientos que tendrás una vez hagas algo como lo que piensas.
—No sé... —Zarc lo chitó. Lo miró de reojo y se cruzó de brazos.
—Ahórrate las mentiras, sé que es lo que piensas, Yuya. Sé que clase de sentimientos tienes hacia Leo Akaba —Zarc sonrió con cierta malicia—. Sé que no son buenos, pero al menos tu puedes controlarlo y los dejas adentro. No sé como lo haces, pero si ese fuera mi cuerpo, bueno, creo que ya no quedaría nada de Leo en la faz de la tierra —Yuya se incomodó aún más. Sabía de que estaba hablando Zarc, sabía exactamente que clase de cosas eran de las que se estaba refiriendo. No le gustaba eso, no le gustaba la parte de él que pensaba así. En un principio intentó reprimirlos, que se quedaran dentro de un baúl, en los más profundo de su mente. Pero siempre salían a flote. De un tiempo hasta aquí, había decidido ignorarlos, siempre ponerse a hacer otra cosa. El de ojos amarillos también los escuchaba, a veces se reía de ellos, otras veces decía que era interesante lo que pensaba. Otras veces, como él, los ignoraba—. Y no creo que seguir pensando que nunca podrás hacer algo como eso sea una opción, ¿sabes? —susurró, el de ojos rojos afiló su mirada—Podrías cumplir con eso que piensas.
—No, vamos a rescatar a los demás, después... después veremos que hacer —Yuya disipó las cosas en su mente y Zarc solo sonrió un poco más. Le caía bien, aún si era su púnica barrera para ir al mundo, le caía bien. Le recordaba a sus buenos tiempos, a lo que solía ser. Por eso mismo, sabía que solo era cuestión de tiempo para que las cosas se tornaran en su dirección.
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La estancia en su casa fue prolongada. Zarc esperaba que se quedaran a lo mucho un día, pero terminaron quedándose tres. Yuya no quería irse, lo sabía, lo sabían ambos. Pero ir más de dos veces al pueblo era un riesgo, lo sabía. Fue una sola vez a pesar de su dolor de pies, porque tenía un hambre voraz y compró todo lo que se le ocurrió y todo lo que pudo cargar a su casa. Se controló para comer y se puso límites. Si Yuya no estaba comiendo o cocinando, estaba tirado en una de las habitaciones de la casa recordando y llenándose de nostalgia. En su mente repasó cada recuerdo feliz que tuvo con los chicos. Todos y cada uno de ellos. Zarc intentó levantarlo, porque se veía patético haciendo eso, más de una vez. Pero no hubo resultado alguno.
Cuando por fin Yuya dejó de llorar y de lamentarse en el suelo, ya estaba recuperado de sus pies totalmente. Sentía que podía correr por todas partes. No lo hizo, pero sí se fue a su antigua habitación a recoger una de las maletas que había guardadas, era de Yuto y olía a eso, a guardado. El de ojos rojos se encargó de llenarla de lo necesario, comida y un cambio de ropa. La capa de lluvia se la dejaría puesta y se llevó todos los alimentos que se podrían podrir. También alistó la bolsa de basura que dejaría por allí, donde viera más basura apilada.
—¡Por fin! —dijo Zarc cuando Yuya estuvo listo. El aludido arrugó su cara en confusión—Ya nos vamos, pensé por un momento que no irías a salir nunca mas de aquí.
—Bueno, me gustaría quedarme aquí —dijo con una sonrisa nostálgica—Hay muchos recuerdos que me gustan de aquí y este lugar es muy escondido, no creo que me vuelvan a encontrar por aquí, pero... —Zarc tenía los ojos entrecerrados—Pero no creo que sea lo correcto quedarme aquí. Los otros podrían estar preocupados por mí, tengo que sacarlos. O al menos intentarlo.
—Como quieras, vámonos —dijo él resoplando mientras se ponía a su lado—, no quiero que vuelvas a arreglar todo para al final decidir no ir.
—No creo que algo como esto no te haya pasado nunca —se río Yuya suavemente—, digo, tienes que entenderme al menos un poco, ¿no? —lo miró con curiosidad—Digo, el no querer irse de un lugar...
—No hagas tiempo —rodó los ojos—, vámonos.
—Oh, vamos —reclamó él mientras se agachaba a ponerse sus zapatos—, tu conoces todo de mí, ¿no puedo saber yo nada de ti?
—Yuya, vámonos que no quiero estar más aquí —le dijo con cierto cansancio. Yuya asintió y se levantó. Se limpió el polvo que cargaba y se puso la capucha. Estaba a punto de abrir la puerta cuando suspiró. Miró por última vez a su hogar y se mordió el interior de la mejilla—. No puedes estar pensando en serio.
—No voy a volverlo a ver en quien sabe cuánto tiempo —se volvió a enfrentarlo—. No creo que otro par de horas me haga daño...
—Lo va a hacer y me lo hará a mi también —se tomó del pelo—, ¿podríamos irnos de una buena vez?
—No puedes ser tan indiferente ante esto —le acusó—, vamos, estoy seguro de que hay algo en tu corazón que me entiende.
—No tengo corazón. No necesito bombear sangre.
—Eso no... es lo que significa tener corazón —Zarc se alzó de hombros. Pero antes de que pudiera decir cualquier cosa, la puerta de la casa de abrió repentinamente.
Y Yuya y Sora se quedaron viendo directamente, como hacía tanto tiempo que no lo hacían.
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