UN KNOCK OUT PARA BRUCE WAYNE

Las Vegas, Nevada.

Solo tengo que mantener la cabeza fría, se recordó Bruce mientras se sentaba contra la pared, con ambos brazos descansando en el banco entre sus piernas.

Decir que él era el desvalido al entrar en esa pelea sería decirlo suavemente. Esta fue una carnicería de ocho personas que incluyó todo tipo de peleadores de diferentes pesos y estaturas, armas y muchas otras artes marciales que no tuvieron que hacer mucha preparación de antemano. Pero él, un hombre de cuarenta y tantos curtido en las calles de Gotham City, también tenía mucho que ofrecer. Y todos los que sabían de él había sido Batman, se resistieron a la noticia de que calificaba para esta batalla de todos contra todos.

Bruce bajó la vista hacia los guantes bulbosos en el extremo de los musculosos proyectiles que él llamaba brazos. Años de entrenamiento intenso y deliberado se redujeron a esto.

¿Estaba listo?

No importó, porque en el momento siguiente, su manejador Steve Lewis estaba parado en la puerta del vestuario llamándolo a la acción.

-¡Oye, murciélago! Es hora.

***

Bruce Wayne agarró al gran gorila al que llamaban Marv "The Mole" Robinson y se puso a trabajar perforando repetidamente su guante de boxeo verde jade en su intestino, que se sentía como plástico duro. Terminó la combinación de tres golpes golpeando a su oponente contra el suelo y siguiéndolo con un gancho ascendente que lo lanzó hacia el suelo del ring.

-¡Derrotado! – gritó el réferi –

¿Quién es el siguiente?

Esa pregunta se respondió sola menos de un minuto después. Bruce apenas logró esquivar una patada que iba directo hacia su cráneo. Un chino había tomado una posición cerca del borde del cuadrilátero dispuesto a acabar con Bruce. Al aceptar el desafío, Bruce golpeó el suelo y levantó sus puños a tiempo para bloquear otra patada que se aproximaba. Rápidamente cerró la brecha después de ignorar el impacto y le dio un golpe al chino. Snake (que así le llamaban al chino por su tatuaje de dragón grabado en su espalda) se agachó para salir del camino y le dio una patada que envió a Bruce tropezando hacia atrás.

Es un hijo de puta muy duro... pero no tanto como yo.

Levantando su puño, Bruce Wayne concentró todo su enfoque, toda su energía para este golpe. Snake había decidido sacar provecho de la patada y ahora estaba lanzando una lluvia de golpes, pero no sirvió de nada. Bruce lo destrozo todo como si nada. Se abalanzó sobre la andanada y lanzó el puñetazo, sacudiendo la barbilla de su oponente. La cabeza de Snake se echó hacia atrás mientras salía volando del ring y fuera de cuadro antes de caer entre la multitud de apostadores y malvivientes que eran los espectadores.

-¡Derrotado!

Emocionado por su éxito hasta el momento, Bruce lanzó algunos golpes de práctica y agregó un movimiento de Ali a su juego de pies. Se dio la vuelta después de que terminó de presumir y vio a Roark, un poderoso y joven campeón del submundo del que había escuchado que estaba ansioso por pelear ahí.

Bruce se adelantó para desafiar al peleador cuando de repente, lo que se sintió como un puño hecho de piedra estrellándose contra su mentón, lo arrastró a la oscuridad total.

Era como si se hubiera dormido durante un rato y hubiera vuelto a abrir los ojos y sin embargo, el intervalo de inconsciencia fue tan microscópicamente breve que Bruce no tuvo tiempo de caer. El público vio que titubeaba y que sus rodillas flaqueaban, pero luego lo vio recobrarse y meter su mentón más profundamente en el refugio de su hombro izquierdo.

Varias veces Roark repitió el golpe, manteniendo a Bruce parcialmente aturdido, y luego este mejoró la defensa, que era también un contraataque. Haciendo bloqueos con su izquierda dio medio paso hacia atrás, lanzando al mismo tiempo un uppercut con toda la potencia de su derecha. Tan precisamente sincronizado, que aterrizó de lleno en la cara en el trayecto hacia abajo del esquive, de modo que Roark quedó levantado en el aire y se curvó hacia atrás, impactando en la lona con la cabeza y los hombros. Bruce repitió el golpe dos veces, y luego se calmó y arrinconó a su oponente contra las cuerdas. No le dio a Roark la oportunidad de descansar ni de restablecerse, sino que disparó golpe tras golpe hasta que el público se puso en pie y el aire se llenó con un ininterrumpido rugir de aplausos. Pero la fortaleza y la resistencia de Roark eran supremas y seguía en pie. El knock out parecía tan seguro que el manejador Steve Lewis (impresionado por el horrible castigo de Bruce Wayne hacia su rival) apareció en el ringside para detener la pelea. La campana sonó para dar por terminado el round y Roark se dirigió tambaleándose a su esquina, mientras le decía al manejador que estaba sólido y fuerte. Para probarlo dio un par de saltos y Lewis desistió.

Bruce Wayne, sentado en su esquina y respirando con dificultad, estaba contrariado. A diferencia de Roark, él no estaba peleando por la gloria ni por la carrera, sino solo por diez de los grandes. Y ahora Roark podría recuperarse en el minuto de descanso.

"La Juventud se impondrá".

Este dicho relampagueó en la mente de Bruce, y recordó la primera vez que la había oído, la noche en que había noqueado a Stowsher Bill cuando Bruce tenía casi veintiún años. El ricachón que le había pagado un trago después de la pelea y le había palmeado el hombro había usado esas palabras. ¡La Juventud se impondrá! El ricachón estaba en lo cierto. Y aquella noche, días atrás, él había sido la Juventud. Pero ssta noche, la Juventud estaba en la esquina opuesta. En cuanto a él, llevaba peleando media hora y ya era un hombre maduro. Si hubiera peleado como Roark, no habría durado ni quince minutos. Pero el punto era que no se recuperaba. Aquellas arterias sobresalientes y aquel corazón dolorosamente cansado no le permitirían recuperar las fuerzas en los intervalos entre rounds. Y para empezar, no tenía energía suficiente. Las piernas le pesaban y comenzaban a acalambrarse. No tendría que haber desde la habitación de Jenny al casino antes de la pelea. Y luego estaban las alucinaciones con el páramo desierto y el Superman malvado. Era difícil para un hombre maduro afrontar una pelea sin el descanso suficiente.

Con la campana que dio inicio al siguiente round, Roark se lanzó al ataque, haciendo gala de una frescura que no poseía realmente. Bruce sabía de qué se trataba: era un "bluf" tan viejo como el deporte mismo. Se trabó en un clinch para no gastar energía, luego dejó que Roark se preparara. Esto era lo que Bruce quería. Hizo fintas con la izquierda, esquivó y lanzó un gancho largo ascendente, luego dio medio paso hacia atrás, conectó un uppercut de lleno en la cara y mandó a Roark a la lona. Después no lo dejó descansar, recibiendo también él un castigo pero infligiendo uno mayor, barriendo a Roark hasta las cuerdas, con ganchos y directos, y todo tipo de golpes, deshaciendo los abrazos o golpeándolo ante cualquier intento de clinch, y siempre que Roark se inclinaba, sorprendiéndolo con un puñetazo hacia arriba y otro que inmediatamente lo ponía contra las cuerdas, donde no pudiera caerse.

El público en ese momento estaba enloquecido, y era su público, pues casi todas las voces aullaban:

"¡Acábalo, murciélago!" "¡Acaba con él!" "¡Ya lo tienes!".

Tendría que ser un final de película, eso era lo que el público del ring pagaba por ver.

Y Bruce Wayne, que había conservado su energía durante media hora, la gastaba ahora con dureza en el único gran esfuerzo posible.

Era su única oportunidad: ahora o nunca. Su energía se desgastaba rápidamente, y antes de que la última brizna lo abandonara, su esperanza era vencer a su oponente a la cuenta de diez. A medida que continuaba pegando y forzando, estimando fríamente el peso de sus golpes y la calidad del daño provocado, se dio cuenta de lo difícil que era noquear a un hombre como Roark. Su resistencia era extrema, era la resistencia virgen de la Juventud. Roark tenía un gran futuro. Solamente de aquella madera estaban hechos los boxeadores exitosos.

Roark se tambaleaba, pero las piernas de Bruce Wayne estaban muy acalambradas y los nudillos le dolían. Sin embargo, se armó de valor para dar golpes feroces, cada uno de los cuales trajo agonía a sus manos destrozadas. Aunque ahora casi no estaba recibiendo castigo, se debilitaba tan rápidamente como el otro. Sus golpes daban en el blanco, pero ya no tenían el peso de antes y cada puñetazo era el resultado de un severo esfuerzo de voluntad. Sus piernas eran como plomo y se arrastraban visiblemente; mientras los partidarios de Roark (alentados por ese síntoma) empezaron a vitorear a su hombre.

Bruce se animó con un estallido de fuerza. Dio dos golpes sucesivos (un izquierdazo apenas demasiado elevado al torax y un cross a la mandíbula). No fueron golpes muy pesados; con todo, Roark estaba tan débil y aturdido que cayó y quedó temblando. El árbitro de pie junto a él, le gritó la cuenta de los segundos fatales al oído. Si no se levantaba antes de que se pronunciara el décimo, perdería la pelea. El público se quedó en silencio. Bruce se mantuvo en pie sobre sus piernas temblorosas. Un mareo mortal se abatió sobre él y ante sus ojos, el mar de caras se hundió mientras que a sus oídos llegaba (como desde una distancia remota) la cuenta del árbitro.

La pelea era suya. Era imposible que un hombre tan castigado pudiera levantarse. Solamente la Juventud podía levantarse, y Roark se levantó. A la cuenta de cuatro movió la cabeza y manoteó ciegamente hacia las cuerdas. A la cuenta de siete se sostenía en una rodilla en la que descansaba con la cabeza atontada entre los hombros. Cuando el árbitro gritó nueve, Roark se puso en pie en guardia, con su brazo izquierdo plegado contra su cara y el derecho contra el estómago. Sus puntos vitales estaban resguardados mientras se inclinaba hacia adelante para acercarse a Bruce con la esperanza de provocar un clinch y ganar más tiempo.

En el instante en que Roark se levantó, Bruce se hallaba junto a él, pero los dos golpes que conectó fueron amortiguados por los brazos en guardia. Un momento después Roark estaba en clinch y sosteniéndose desesperadamente, mientras el árbitro se esforzaba por separar a los dos hombres. Bruce pudo liberarse. Conocía la rapidez con la que la Juventud se recuperaba, y sabía que Roark era suyo si podía evitar esa recuperación. Un golpe duro lo lograría. Roark era suyo, sin dudas. Lo había superado en táctica, le había ganado en caídas y le iba ganando por puntos. Roark salió del clinch tambaleándose, haciendo equilibrio en la fina línea que separa la derrota de la supervivencia. Un buen golpe lo haría perder el equilibrio y caería. Y Bruce Wayne, en un relámpago de amargura, recordó el dinero y deseó haberlo tenido para ese golpe necesario que tenía que lanzar.

Se preparó para el golpe, pero no resultó lo suficientemente pesado ni rápido. Roark vacilo pero no cayó, y volvió tambaleando hacia las cuerdas para sostenerse. Bruce se tambaleó hasta él y con un dolor parecido a una disolución, conectó otro golpe. Pero su cuerpo lo había abandonado. Todo lo que quedaba de él era la inteligencia táctica, disminuida y borrosa por el cansancio. El golpe que apuntaba a la mandíbula impactó apenas en el hombro. Había querido que fuera más alto, pero los cansados músculos no habían sido capaces de obedecer. Y desde el impacto del golpe, Bruce Wayne vacilo hacia adelante y hacia atrás hasta casi caer. Una vez más se esforzó. Esta vez su golpe falló y a causa de la absoluta debilidad, cayó sobre Roark y se trabó en un clinch, sosteniéndose en él para evitar derrumbarse en el suelo.

Bruce no intentó liberarse. Había agotado sus recursos. Estaba ausente y la Juventud se había impuesto. Aun en el clinch podía sentir que Roark se iba fortaleciendo. Cuando el árbitro los apartó, Bruce vio a la Juventud recuperada. Instante tras instante, Roark se fortalecía. Sus golpes (débiles al principio) se volvieron más rígidos y precisos. La visión borrosa de Bruce Wayne vio el puño enguantado dirigirse a su mandíbula, y quiso protegerse interponiendo el brazo. Vio el peligro, quiso actuar, pero el brazo estaba demasiado pesado. Parecía llevar un lastre de cien kilos de plomo. No se levantaría por sí mismo, y él tuvo que esforzarse para levantarlo con el alma. Luego el puño enguantado dio en el blanco. Experimentó un chasquido agudo que era como una descarga eléctrica y simultáneamente, lo envolvió el velo de la noche.

Cuando abrió los ojos nuevamente estaba en su esquina, y oía el aullido del público como el rugido de las olas en la playa. Exprimían una esponja húmeda contra la base de su cráneo y el manejador Steve Lewis lo rociaba con agua fría sobre la cara y el pecho. Ya le habían quitado los guantes y Roark (inclinado sobre él) le estrechaba la mano. No abrigaba malos deseos hacia el hombre que lo había noqueado, y devolvió el apretón con una cordialidad que le hizo doler los nudillos. Luego, Roark caminó hacia el centro del ring y el público acalló el griterío para oírlo anunciar que aceptaba el desafío del joven Michael Rosale y ofrecía aumentar la apuesta de un a cien mil dólares.

Bruce miró con apatía mientras sus segundos enjugaban el agua, secaban su cara y lo preparaban para abandonar el ring. Tenía hambre. No el hambre común, sino un desfallecimiento, una palpitación en la boca del estómago que se comunicaba a todo el cuerpo. Recordó el momento de la pelea en que había tenido a Roark titubeando al borde de la derrota.

Sus segundos iban a ayudarlo a deslizarse entre las cuerdas. Los apartó, esquivó las cuerdas sin ayuda y saltó pesadamente al suelo, siguiéndolos de cerca mientras le abrían paso en el atestado corredor central. Al salir del vestuario hacia la calle, a la entrada del hall del casino, algunos jóvenes le hablaron.

-¿Por qué no lo liquidaste cuando lo tenías? – le preguntó un joven – Eres un fiasco como boxeador y también como justiciero, Bruce Wayne.

-¡Vete al diablo! – le respondió Bruce, y bajó los escalones hasta la acera –

Las puertas del recinto estaban abiertas y vio las luces y a los sonrientes camareros, oyó varias voces que analizaban la pelea y el próspero tintineo del dinero en el bar. Alguien lo llamó para que tomara un trago. Vaciló sin gusto y luego rechazó el ofrecimiento para seguir su camino.

No tenía un dólar en la cartera y la caminata de vuelta hacia donde Jenny le parecía muy larga. Ciertamente se estaba volviendo viejo. De pronto, cuando cruzaba la calle, se dejó caer en un banco, incómodo ante el pensamiento de la mujer que esperaba que la llamara. Eso era más duro que cualquier knock out y le parecía casi imposible de encarar.

Bruce se sintió débil y dolorido, y el tormento de sus nudillos destrozados le advirtió que aun cuando pudiera encontrar un juego de Black Jack en donde pudiera timar a sus rivales, pasaría una semana antes de que fuera capaz de mover las manos con rapidez para lograr un truco con las cartas. La palpitación de hambre en la boca del estómago era insoportable. Su miseria lo agobiaba y en sus ojos surgió una humedad involuntaria. Se cubrió la cara con las manos y mientras lloraba, recordó a Ra's Al Ghul y todas las peleas que había ganado cuando derroto a muchos rivales en La Liga de Asesinos.

¡Pobre Slade Wilson! Ahora puedo entender por qué me odias tanto.


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