INTERLUDIO: CAEMOS PARA APRENDER
Muchos años atrás.
Themyscira, la isla de las Amazonas.
Diana se despertó antes del amanecer; su cuerpo estaba tan tenso como la cuerda de un arco esperando lanzar una flecha hacia el horizonte. Lo intentó, pero no pudo dormir hasta que el cielo se iluminó, sabiendo que debería descansar pero encontrándose al cien para su entrenamiento. Cuando por fin se dio por vencida, se apresuró a realizar sus preparativos matutinos y casi corrió al lugar de reunión designado en el borde del bosque. Había estado esperando este día desde que podía recordar.
Antíope llegó mucho más tarde, subiendo por el camino desde el pueblo a un ritmo casual aparentemente diseñado para enfurecer a Diana. Incapaz de quedarse quieta, la joven corrió para encontrarse con su tía a mitad de camino y caminar junto a ella, aunque igualar el paso firme y el trote de Antíope fue más un paso lento para las piernas cortas de Diana.
-Buenos días – dijo Diana con una sonrisa –
-Buenos días – respondió Antíope, mirando a Diana con los ojos entrecerrados – Pareces muy ansiosa, pequeña.
-¡Lo estoy! ¿Por qué no debería estarlo? ¡Mi madre finalmente me ha permitido entrenar como una guerrera amazona!
-Ciertamente lo ha hecho. Pero, ¿por qué tienes que tener tanta prisa? Hoy solo es el primer día de tu entrenamiento. Habrá muchos más.
Diana suspiró. Antíope no lo entendió. Ya había esperado tanto tiempo para comenzar su viaje que dudaba que pudiera soportar esperar un segundo más. Peor aún, cuando llegaron al claro donde se llevaría a cabo la primera lección, Diana se dio cuenta de que Antíope había dejado el pueblo con las manos vacías. No llevaba espadas ni escudos, ni arcos ni carcajs; nada más que un lazo gastado que colgaba de su cinturón.
-¿No olvidaste algo? – preguntó Diana. Antíope parecía desconcertada – ¡Nuestras armas!
Antíope se rió y negó con la cabeza.
-De verdad... ¿pensaste que te haría pelear sin enseñarte algo en tu primer día? Eso no parece prudente. Tienes muchas otras cosas que aprender primero, princesa.
Diana se incorporó en toda su estatura de un metro y cuarenta centímetros.
-¿Cómo qué?
Antíope señaló un árbol caído cerca; su grueso tronco estaba cubierto de musgo y hongos.
-¿Puedes saltar sobre eso?
-Por supuesto – Diana se burló. Con un solo movimiento elegante, saltó fácilmente sobre el tronco y aterrizó suavemente en el suelo blando del otro lado –
-Muy bien – dijo Antíope. Se adentró en la maleza del bosque y encontró otro tronco en descomposición. Sin esfuerzo, lo tiró de punta a punta de una patada hasta que se detuvo junto al otro árbol – ¿Qué pasa con este?
Diana asintió. Ella entendió la prueba. Saltar dos troncos era un poco más difícil y requería empezar a correr, pero lo hizo sin dificultad. Esta vez, Antíope hizo rodar una roca junto a los dos troncos antes de decir: "Otra vez".
Diana cumplió sin discutir. Cuanto más rápido demostrara su habilidad para saltar, más pronto vería Antíope que estaba lista para más.
Así siguió, una y otra vez; el ancho del obstáculo aumentando poco a poco. Cuando finalmente se volvió demasiado ancho para que Diana pudiera saltarlo, Antíope se detuvo para corregir su postura, mostrándole cómo usar los músculos de sus piernas para impulsarse explosivamente desde el suelo y aumentar su distancia. Diana no tardó mucho en dominar la técnica. Antíope cambió la prueba de distancia a prueba de altitud, volviendo a apilar los troncos y las rocas en una pila creciente, desafiando a Diana a saltar lo más alto que pudiera desde un punto muerto.
Cuando Antíope estuvo satisfecha con el progreso de Diana, no hubo pausas para descansar ni elogios extravagantes, solo un breve asentimiento y otra directiva.
-Ahora trata de seguirme el ritmo – le ordeno Antíope al mismo tiempo que se adentró en el bosque, siguiendo un camino desconocido que obligó a Diana a sortear rocas, arbustos y pequeños arroyos para no perderla de vista –
-Antíope... –Diana la llamó mientras seguía la línea sinuosa de un profundo desfiladero a través del bosque – ¿Qué tiene esto que ver con convertirse en una guerrera?
Antíope miró por encima de su hombro momentáneamente y preguntó:
-Cuando te enfrentes a un enemigo... ¿vas a esperar a que permanezca inmóvil y espere a que lo golpees?
-No. Espero que sigan moviéndose.
-Efectivamente. Dime por qué.
-Porque... ¿si sigues moviéndote eres más difícil de golpear? – le contesto Diana, aunque no tan segura de su respuesta –
-Muy bien – Antíope se detuvo para agacharse bajo una rama baja; Diana todavía era lo suficientemente baja como para correr debajo de ella – El movimiento es la base de la batalla. Debes conocer el terreno y ser capaz de viajar rápida y fácilmente a través de él. Tu enemigo también sabrá estas cosas. Si no entiendes cómo se puede mover tu cuerpo, ¿cómo puedes entender un arma?
-Eso tiene sentido – dijo Diana pensativa –
Antes, se había preguntado si Antíope la estaba castigando con tareas sin sentido, pero ahora lo entendió. Cuanto antes demostrara que podía moverse con poder y gracia, antes Antíope le daría un arma. Y Diana supo cómo demostrar su dominio.
Diana miró el cañón del desfiladero a su lado. Se hizo más estrecho a medida que se extendía hacia el centro de Themyscira. No parecía mucho más ancho que la colección final de troncos y piedras que había saltado fácilmente en el claro. Antes de que pudiera perder los nervios, alteró su trayectoria y corrió hacia el borde del desfiladero.
-¡Antíope! – ella grito – ¡Mírame! – luego, con un poderoso impulso, se arrojó a través de la brecha en la tierra –
Las nubes y los árboles pasaron rápidamente mientras Diana volaba por el aire. Nunca antes había saltado tan alto ni tan lejos. Se sentía como si estuviera flotando para siempre, liberada de la gravedad. Cometió el error de mirar hacia abajo y se mareó por el río brillante que corría muy abajo. Así que se obligó a mirar hacia el lado opuesto del desfiladero al que se acercaba rápidamente. Se dio cuenta demasiado tarde de que había calculado mal la distancia. Iba a quedarse corta. En un instante, el suelo se apartó de ella. Un grito salió de su garganta mientras caía en picado hacia las aguas llenas de rocas debajo de ella.
Una presión repentina y firme rodeó la cintura de Diana. Se detuvo bruscamente en el aire y comenzó a balancearse perezosamente de un lado a otro, chocando suavemente contra las paredes del cañón. Una delgada cuerda dorada envuelta alrededor de su torso había detenido su caída.
El lazo de Antíope.
La mirada de Diana siguió la cuerda hacia arriba y se posó en Antíope, arrastrándola con naturalidad fuera del desfiladero, luciendo preocupada y un poco divertida pero no tan enfadada como Diana había temido que estaría. Una vez que los pies de Diana estuvieron firmemente plantados en el suelo, Antíope solo dijo:
-No volverás a cometer ese error, ¿verdad?
-No – dijo Diana con seriedad – No lo haré.
Antíope asintió satisfecha y saltó despreocupadamente por el desfiladero.
-Hazlo de nuevo – dijo la guerrera – Y por el amor de Zeus, mantén tus ojos en tu aterrizaje en lugar de mirar al cielo.
Esta vez, cuando Diana saltó, llegó al otro lado con más de un pie de sobra.
***
Años más tarde, al pie de la gran torre de piedra de Themyscira, Diana recordó a Antíope y sus lecciones. No brotaron nuevas lágrimas de sus ojos; sólo sentía el calor de un recuerdo afectuoso y una profunda gratitud por todo lo que su tía había compartido con ella. Lo más importante, Antíope le había enseñado a hacer siempre lo correcto desde el principio. Sin una base sólida, ¿cómo podría esperar mantenerse en pie una gran obra?
Miró hacia la pared de ladrillos; la diminuta ventana en lo alto, la tenue luz dorada que la invitaba a entrar. La distancia de allí a aquí parecía imposible de cruzar. Diana sintió un escalofrío de duda. ¿Cómo podía estar segura de que era digna de empuñar las armas que ahora buscaba? Tal vez una parte de ella seguía siendo la misma chica impetuosa que casi se había caído y muerto en un desfiladero en su primer día de entrenamiento. Pero si Antíope había creído en esa niña tonta, Diana necesitaba creer en ella también.
Algunas de las otras amazonas no creían que valiera la pena defender el mundo fuera de Themyscira. Diana no podía estar de acuerdo, no hasta que lo hubiera visto por sí misma. Si no luchaba ahora por la libertad de los inocentes, aunque eso significara arriesgarlo todo, ¿cómo podría seguir llamándose amazona?
Ella había tomado una decisión. Plantó sus pies, comenzó a correr y saltó a todo lo que le depararía el futuro.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top