9. No somos tus putas
Regina:
Había cambiado mi apariencia en un baño público, mis cosas estaban en casa, bien escondidas. Le había dicho a mi madre que iría a tomar algo con mis compañeros, aceptó siempre que no llegara muy tarde.
Entro con desesperación a la casa, había ido dos veces, así que la conocía bien. Encuentro a Adrián riendo con sus amigos, lo abrazo por la espalda logrando que se vuelva a mirarme feliz, aunque era muy capaz de ver sus intenciones, las de los ahí presentes para ser más precisos.
- ¿Tienes lo mío, bebé? –muerdo mi labio impaciente, él tira de mi labio con algo de fuerza haciéndome chillar; me muestra una bolsita, sonrío tomándola, la abro con desesperación y me las tomo, o eso les hago ver. Cierro los ojos, la música suena y comienzo a bailar, o más bien, a girar mientras río como loca, en un punto ya no siento el suelo, lo siguiente que sé es que alguien me lleva en brazos, que maniobra con una puerta antes de entrar. Me arroja con fuerza a una cama, siento el colchón duro, huele a cigarro y comida rancia.
- He gastado mucho en ti putita, es hora de que me pagues –dice con satisfacción, lo siento encima de mí, sus manos moviéndose por todos lados.
- Elena, Ana, Matilde, Eva, Lizzy y yo, creemos que no somos putas, mucho menos, las tuyas –digo con varias voces, las siluetas de todas ellas aparecen por todos lados, lo abrazan llorando, tiran de su ropa con desesperación, con necesidad de que les dé más drogas, que les de aquello que las llevó a morir.
- Están muertas –susurra aterrorizado, cuando intenta escapar, aquellas manos fantasmales lo sujetan con fuerza, de manos, pies, cadera, cuello. Los gritos eran amortiguados por la música a todo volumen, no sólo él vería los fantasmas de su pasado, los demás pagarían muy caro todo lo que habían hecho.
- Que esto sea su condena hasta que decidan hablar, dándoles así paz y tranquilidad –digo en voz alta, río al escuchar los gritos, las maldiciones. Sonrío dejando el caos, aparezco en un callejón no muy lejos de mi casa, tengo mi uniforme y mi mochila. Camino sonriendo, sólo debía esperar a ver las noticias sobre esos bastardos, quien lo hubiera dicho, fui buscando cobre y encontré oro.
Me coloco los audífonos mientras suena Bury a friend de Billie Eilish, gesticulo mientras canto hasta llegar a casa, sé que me espera una cena caliente, un baño tibio y una acogedora cama.
Edgar:
Estaba por enviar un whats cuando noté que Luz creó un grupo, ahí me daba la bienvenida, y tras pedirle a Gina que colocará su dirección, esta se había despedido.
Me: Entonces, ¿necesitan que lleve algo? –presiono enviar.
Sigo buscando reportes de extrañas apariciones, no era más que esa bruja corrupta intentando alimentarse del miedo, y suponía que los de aquellos que habían cometido cualquier acto atroz en contra de un ser humano, eran los peores.
Gina: Nada, todo está cubierto –dice de manera escueta.
No puedo entender porque no le agrado, ¿creerá que soy como los idiotas de sus compañeros? Podría ser, pero era injusto culpar a todos por unos cuantos.
Me: Avísenme si necesitan algo –bloqueo mi teléfono, era bastante claro que no iba a obtener una respuesta diferente de parte de ella.
- Mira –entra él desesperado, toma la computadora y comienza a buscar, un vídeo en vivo salta tras unos segundos, en el reportaban un gran disturbio en casa de narcomenudistas, cuatro sujetos no paraban de gritar que los dejarán en paz, mientras eran sometidos por elementos de la policía, gritaban que alejarán a esas malditas mujeres muertas.
- ¿Me estás jodiendo? –lo miró con escepticismo–, ¡por el ángel!, ¡casi lo hizo en nuestras narices! –golpeo la mesa molesto.
- No habríamos imaginado esto, ninguna de las víctimas anteriores tenían relación, salvo el sacerdote y ese hombre del bar –se frota el rostro frustrado.
- No tiene que ver con su profesión, tiene que ver con el abuso, cada noticia dice que esos hombres confesaron haber abusado de manera sexual de una o varias mujeres, incluso algunos mataron a la víctima, en ese caso, esos narcomenudistas no irán presos por drogas, sino por abuso sexual –miro atento la pantalla, una noticia llama mi atención–. Aunque siendo sincero, tipos como esta escoria, merecen ser torturados hasta la muerte –le muestro la foto de un hombre, en la noticia se podía leer que había abusado de su pequeña hija de tan sólo ocho años, esos asquerosos seres sin duda, no irían al cielo, por más que se arrepintieran, él se encargaría de colocarles una etiqueta para que eso no pasara.
- En eso tengo que darte la razón, algunos seres humanos están enfermos, se han desviado mucho del camino que Dios les impuso –dice bajo, con asco, asiento en respuesta.
- Mucho de ello tiene que ver con él, el libre albedrio que les regalo no sirve más que para el caos, la destrucción y estos actos aberrantes, Dios creo a la mujer como complemento del hombre, y este a suvez debe proveerla, cuidarla y protegerla, no destruirla como estos bárbaros –escupe con asco, sin duda alguna, cuando el juicio final llegue, estaría más que encantado de cortar algunas cabezas, claro, siempre con órdenes de Rafael.
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