#sospechoso3| ksj
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No había vuelto a ver al muchacho. Ya no rondaba la escuela buscando clientes con ofertas de píldoras para combatir el estrés de los exámenes o para simplemente divertirse un rato en alguna fiesta. Sonrió con sorna, sin que él hubiera intervenido, solito habría llegado a la conclusión de que el Instituto de Formación- Hankunk no era como otros del distrito. Aquí los padres eran en extremos preocupados e interesados por el futuro de sus hijos. Por no decir que la sobreprotección era la principal razón por la que había un guardia patrullando todo el día y el sistema de vigilancia estaba actualizado y supervisado de cerca por una guardia que él mismo recomendó.
Kim Seokjin dirigía el Instituto de Formación- Hankunk, la única escuela media de modalidad especial de la ciudad, desde hace siete años. Había dado el correspondiente examen y cuando obtuvo la calificación más alta, pudo elegir la institución que quiso. No tuvo que pensarlo, la postulación a director la rellenó con este colegio en mente. Muchos alabaron su compromiso, pues dirigir una institución de estudiantes con distintas adaptaciones curriculares requería dedicar el mayor tiempo a pensar estrategias de enseñanza y aprendizaje y a invertir en recursos aptos y adecuados para optimizar las clases. Por no mencionar el equipo de especialistas en adecuaciones curriculares, psicopedagogos y el gabinete interdisciplinario con los que lidiar, sumado al consejo escolar conformado por los padres de los estudiantes y graduados. No obstante, el reciente traslado de gestión del ámbito público al privado —que debió defender de las inquietudes de los involucrados— facilitó mucho el camino.
Para apenas cumplir los treinta y nueve años no sentía que estuviera usurpando un puesto, sino que ganó su sitio con honestidad. Lastima que esta honestidad se acabó ni bien firmó el contrato de dirección.
—Director Kim —dijo por el intercomunicador su secretario—, alguien quiere verlo.
Buscó calmar sus nervios, pero estos estaban enroscándosele como cuerdas que lo asfixian. Respiró hondo, concentrado en ejercicios prácticos para dejar ir la tensión. Seguido, exhaló hasta el máximo que pudo y sonrió. En el reflejo de la ventana no halló sino a un hombre de buen vestir, si bien un tanto ostentoso, que podría resolver cualquier problema que se le presentara. Es lo que le salía bien. Por esto destacó en su puesto. Recordó la última vez que intervino en el armado de la currícula para añadir un temario más orientado a problemas reales. Se plantó firme en su postura aun cuando el gabinete rezongó porque no querían excederse y agotar a los estudiantes.
—Es eso por lo que han venido a esta institución. —Su sonrisa podría haber embelesado a cualquiera, digna de un comercial de candidatura política, pero sus ojos cafés, calculadores, escondieron con maestría lo que perseguía con este implemento en los planes de estudio—. Sobra decir que estamos aquí para ofrecer las herramientas necesarias para que nuestros graduados puedan aspirar a mejores ofertas laborales, e incluso quienes lamentablemente no concluyen sus estudios... aunque —añadió con picardía—, no estamos mal en números según la revista Educación y Pedagogía Actual.
Y no tardó más que un par de comentarios lisonjeros para salir de esa oficina con un voto unánime a favor de su idea. Esa noche, recuerda ahora con algo de ternura, compró para su bebé la mejor cuna que pudo venderle un jovencito al que llevó a la cama dos días después. Su esposa había sido debidamente compensada, por supuesto. El collar que presumía a sus amigas del club de Pesca, donde era miembro asociado, generó envidia sin saber, o tal vez conscientes, del gesto de disculpa silencioso. Pero despejó de su mente de estas memorias triviales y se preparó para lo que vendría:
—Hágalo pasar, por favor. —Presionó nuevamente el botón—. Gracias, Beom, ¿podrías cancelar la cita al departamento de deportes?
—Ya cancelé esa cita, también la reunión con los agentes presupuestarios, ¿hice bien?
—Perfecto, puedes tomarte un descanso en lo que hablo con...
La puerta se abrió. No se molestó en continuar la conversación con su secretario cuando vio el rostro sonriente de su visitante. Ni siquiera protestó por la falta de cortesía social, como el golpear y esperar autorización para entrar. Sabía que no podía esperar demasiado de alguien como Min Yoongi, aun así, se enderezó las solapas del traje, cuadró los hombros y se acercó a este con la mano extendida para saludarlo como si no deseara otra cosa que patearlo en las pelotas. Paciencia, rezó como mantra.
—Un gusto volvernos a ver —dijo Min, y la voz era de tal calidez que desmintió la rabia que mostraban sus ojos—. Espero no importunar demasiado.
—En absoluto, siempre hay tiempo para los amigos, ¿no?
—¿Eso somos ahora?
Le indicó dónde sentarse, aunque de todos modos Min Yoongi había tomado camino hacia detrás de su escritorio, donde se lanzó a su silla hasta hacerla rodar y golpear el librero detrás. Los tomos impecablemente ordenados de acuerdo al alfabeto resintieron el choque, pero no cayeron. Apretó los labios para no reprochar nada, sabiendo que estaba, de momento, en desventaja.
—¿A qué has venido? —preguntó, sin querer extender la visita—. Creí que quedó acordado que te daría información del dealer a cambio de que mantuvieras silencio. ¿O el monto que acompañó aquella información no bastó para que me dejes en paz? Mira que me costó conseguirlo en el ridículo plazo que marcaste.
Yoongi comenzó a girar en su silla, sonriendo como un chiquillo. A Seokjin le exasperó, pero debió mantenerse callado y soportar la incordiosa personalidad de este. Había detectado de inmediato, durante la primera reunión, que así como lucía casi adorable, Min Yoongi era de temer. Cuando este abrió la boca, soltándole a detalle cada una de sus jugadas secretas lo confirmó. ¿Cómo había accedido a tal documentación? Era irrelevante, aunque sí que lo impulsó a cuidarse mejor la espalda. No pensó que alguien lo descubriría y ese fue su error. Se descuidó, confiado de que si en los primeros tres años de gestión nadie vino a enfrentarlo por ciertas irregularidades presupuestarias, no lo harían luego.
Además, Kim Seokjin era un director amado y respetado por la comunidad seules. No había quejas sobre su mandato en el instituto y era tan presto a compartir actividades con los estudiantes, reuniones con padres y tutores, así como asistente infaltable en las juntas de gestión, que solo oía elogios a su trabajo y a su carisma. Sin dudas, no solo sobresalía con su intelecto, su mirada progresista y activismo social, también tenía esta faceta humorística que cosechaba risas. Incluso si algunas eran de incomodidad por no comprender sus bromas, todavía no restaban que intentara ganar —siendo exitoso— el cariño de todos. Así también, este amor se contagió al resto de la ciudad cuando comenzó a promover proyectos sociocomunitarios que mejorasen la calidad de vida de los habitantes de Seúl, así como a integrar a la población estudiantil que lucha contra la discriminación.
Y es que las personas tendían a rechazar al distinto, eso lo sabía bien. Daba igual que se oyeran discursos de inclusión, a la hora de la verdad todos apartaban la mirada o se hacían de la vista gorda cuando graduados de Hankunk iban a entrevistas de trabajo, si es que lograban alguna. El hecho de que su instituto no solo adecuara su programa para obtener resultados académicos equivalentes a cualquier otro colegio, sino también que dispusiera de orientaciones como Economía y Administración, Lenguas, Arte, Turismo, Comunicación, Informática con bastas salidas laborales en la ciudad no garantizaba que una vez insertos en la vida laboral se pudieran hallar en puestos seguros.
—El dinero fue recibido en tiempo y forma, Seokjin-nim. —Imitó el saludo militar, torciendo los labios cuando se golpeó la frente—. ¡Mierda!
—¿Podrías cuidar tu lenguaje?
—¿Para qué? Estamos entre amigos, ¿no fue lo que dijo, director?
—¿A qué has venido? A riesgo de no ser un buen anfitrión.
Por fin, Yoongi dejó de jugar con su silla y se acercó hasta el escritorio, aplastando con los codos unas carpetas. Le fastidió más que el muchacho lo hiciera adrede que el que los nuevos requerimientos pedagógicos se estropeen.
—Verás...
Y Kim Seokjin lo supo, esto no iba a detenerse a menos que se ocupara él mismo. Lo sospechó desde el inicio. En su primer encuentro todo había sido extraño. O más bien, para él. Para el mocoso en su escritorio parecía una rutina, algo del diario. Llegaba hasta alguien, invadía sus espacios sabiéndose impune y cuando por fin tenía su total atención, confesaba la intención de su visita.
Eso sucedió exactamente un mes atrás.
+
La junta escolar esa vez estuvo tan aburrida como siempre, pero nadie notó el brillo somnoliento en los ojos del director de Hankunk cuando dio por terminada la reunión y despidió a todos con una sonrisa enorme. Tal parecía que conocía a cada uno de esos padres como si se tratase de amigos o hasta de miembros de su familia. Mas no le parecían sino unos pusilánimes que depositaban toda la confianza en él para orientar y educar a sus hijos. Un modo discreto de lavarse las manos. Ah, ¿pero cuando algo no resultaba según sus idealistas planes? Toda simpatía acababa y eran talentosos para la queja. Aun así, no solo eran buenos depositando confianza, también eran generosos en sus contribuciones y donaciones. De no serlo, sus hijos no tendrían un prometedor futuro y Seokjin no tendría ese hermoso reloj envuelto en papel para obsequio.
Lo sostuvo con ambas manos, inspeccionando que los bordes del empapelado no estén chuecos. Le irritaba no dar buena impresión. Aun cuando el destinatario del regalo fuese su amante de turno, todavía quería ser esmerado. Sobre todo, porque este resentía sus cada vez más escaso tiempo juntos. El joven no entendía, y él no estaba en plan de hacerlo razonar, que Daehyun había entrado en su último mes de embarazo y debía estar ahí para ella.
—Pero también debes estar para mí. —Le reprochó Im Jaebeom, mientras lo atraía para besarlo con tanta urgencia que le contagió la calentura de inmediato—. Te extraño cuando no estás y pienso en ti a cada rato, ¿por qué no...?
—Shhh... —Calló lo que sería puntapié para otra discusión—. Solo aprovechemos este descanso, ¿sí? Volveré al trabajo y tú podrás tomarte el resto del día, ¿qué te parece?
—¿Por qué no vienes conmigo? No me gusta estar aquí —dijo, hundiendo la cabeza en su pecho mientras lo abrazaba con fuerzas; una mano escurridiza serpenteó por su muslo hasta llegar a su entrepierna, la cual estaba ya despierta por tanto beso y toqueteo.
No cuestionó, sin embargo, el reclamo por el sitio de encuentro. El estacionamiento de una vieja aceitera en venta era deprimente. Para nada propicio para la pasión. Aun así, era mediodía, ¿dónde más irían? Un hotel estaba descartado, desde ya. A Seokjin lo conocía mucha gente, por desgracia. Una vez viajó hasta los límites de la ciudad, llevando a otro de sus amantes —de esos a los que no le pregunta su edad porque quiere fingir que son legales— y fue reconocido por la madre de un estudiante. Si esta sospechó que no era solo un café con algún sobrino, pues no mencionó nada. Y, por si acaso, no volvió a arriesgarse a estar en público con nadie. Mucho menos lo haría con Jaebeom, a quien el resentimiento no tardaría en volverlo peligroso. Y quizá esto era lo que le gustaba, porque se estaba quemando de tanto jugar con fuego, ¿pero qué era la vida sin un poco de aventura?
Lástima que ese día alguien aparecería para hacer que su dicha, su vida de tramposo, se viera como un chiste. Y es que Min Yoongi, tan pálido como una hoja de papel, esperó a que regresaran a la escuela para enfrentarlo.
Despachó a su secretario antes de que Yoongi tuviera oportunidad de hablar.
—Ha sido un gran show, director. —Silbó, aplaudiendo como si en verdad hubiera visto una obra de teatro y no a un hombre casado con su secretario dentro del coche familiar—. No pensaba que los viejos pudieran ser tan buenos, pero a juzgar por los sonidos que me llegaban desde el auto ha sido toda una proeza, ¿eh?
La lividez que lo invadió debió emparejarlos a los dos en palidez, pero se recompuso enseguida cuando un sonrojo furioso le estalló en el rostro. Solo que era mejor que eso, no iba a reaccionar por impulso. Él era un pensador. Un intelectual. Sin olvidar mencionar que poseía una dote de paciencia y temple con la que lograba soportar a todo un colegio —alumnos, padres y personal docente y no docente— a diario. Lidiaría con este escuálido hombrecito sin armar alboroto.
—Por lo que me has comentado, creo advertir el por qué me acechaste hasta el trabajo. —Buscó en su bolso, extrayendo su billetera—. ¿Cuánto quieres?
Para espanto de Seokjin, el otro comenzó a sollozar. Aunque su llanto era falso, pero el escándalo atraería la mirada de curiosos y era lo último que deseaba.
—¡Todo es dinero para usted! ¿Pero qué tonto he sido confiando en que sería diferente?
A estos lamentos le siguieron aspavientos que hubieran sido graciosos en cualquier otra circunstancia.
—¡Silencio! —Y fue obedecido—. ¿Qué pretendes?
—Vaya, tiene su voz autoritaria, director. ¿Así mangonea en el sexo? Ha de ser una de esas personas que juegan a dominar, ¿no? Tiene el porte con esos trajes caros y el despilfarro con que vive.
—No voy a dignificar tu pregunta con una respuesta y no permitiré que especules sobre mi vida financiera tampoco, ¿puedes ya decirme una cifra y acabamos con este asunto? No eres el primero, creeme. Sé cómo funciona el chantaje.
Min Yoongi se movió hasta apoyarse en el coche. Seokjin temió que rayara la pintura, pero no iba a presionar al otro sin saber aun de lo que era capaz. De todas formas, tendría un auto nuevo pronto. El modelo que pidió, como un regalo propio para Navidad, tardaría un par de meses en llegar al país. Sí, no le daría la razón a este desconocido sobre el despilfarro, pero le concede que a veces se permitía caprichos un tanto suntuosos.
Pero volviendo al punto, no mintió con lo que dijo anteriormente. No era la primera vez que alguien quería extorsionarlo por sus amantes. Y muchas de esas ocasiones eran los mismos desconsolados jóvenes con que se entretenía hasta que pasaba a otro que lo cautivó. Nunca salió con mujeres, porque ya bastante toleraba a una en casa. Prefería a los muchachitos ágiles, de cuerpos briosos y con un entusiasmo malsano por complacer a sus mayores. ¡Cómo lo disfrutaba! Al punto de ser casi pillado, pero no escarmentando. Era su espacio de libertad, ahí, enredado en algún febril niñato que adquiere habilidades compatibles a sus propias preferencias porque nunca es capaz de dejar a un lado su rol educador. Ni siquiera en la cama.
—No dudo que tenga experiencia en esto, es usted un maldito infeliz. —Sonrió Yoongi, como si lo aprobara, solo que enseguida perdió toda sonrisa cuando siguió hablando—. Pero no me importan sus putos amoríos.
El desconcierto debió manifestarse en su expresión, porque Yoongi rodó los ojos y se enderezó. Con la cabeza indicó que lo siga y Seokjin no tuvo el valor para negarse. En su mente se tropezaron razones para que este pequeño bribón tuviera la osadía de enfrentarlo. Nunca imaginó que lo sabía todo.
—¿Señor Director?
La guardia de la casucha de vigilancia fue a su encuentro cuando comenzaron a caminar a la salida. Seokjin tranquilizó a la mujer, diciéndole que era una visita personal y que saldrían un momento a una cafetería.
—¿Va a invitarme un café? —El huesudo codo de Min Yoongi le asestó justo en sus costillas y se dobló por el dolor—. ¡Ups! Es que me ponen nervioso las citas. Aunque no se crea, ¿eh? Yo no soy de su tipo ni usted del mío.
Ignoró la cháchara del otro hasta que pudieron ocupar una mesa apartada en la cafetería más cercana. Él pidió un café negro, al que agregó tanta azucar que podría haberlo empalagado si estuviera enterado del sabor. Todo le sabía igual. No como al muchacho que se zampó un licuado de banana, que acompañó con dos porciones de pastel. Brevemente se distrajo por el disfrute genuino del muchacho ante el postre.
— ¡Esto es una delicia! Cierto. Aquí, tenga, director.
Le extendió unos documentos y antes de leerlo Seokjin llegó a la conclusión de que estaba jodido.
—¿Cómo? —Balbuceó, con las manos temblando y a duras penas sosteniendo las evidencias de fraude fiscal, tributario y...—. ¿Quién te dio esto?
—Nadie. —Parecía un pequeño travieso, con la boca sucia de pastel y los ojitos brillantes—. Solito puedo conseguir mis cosas, ¿eh? No soy un jodido niño, debería darse cuenta de eso. Y si no me toma en serio, vamos a empezar mal esta negociación, director.
Nadie podía enterarse de lo que lleva haciendo por años en el Instituto, ¿qué iba a negociar? Levantó la vista de los papeles. Tal vez el miedo lo hizo alucinar que los números se tornaron gusanos rojos, dejando un rastro como de sangre detrás mientras escapaban del papel y reptaban por sus manos, subiendo por sus brazos. Los soltó, no orgulloso del grito que dio, pero no importaba. De todas formas, Min Yoongi no rio. El rostro que lo encaró entonces era tal vacío emocional que no podía adivinar qué pasaba por la cabeza de este.
Entonces, odiando repetirse, y sintiéndose derrotado, dijo:
—¿Cuánto quieres?
Y aquella máscara desprovista de expresión se rompió en una sonrisa malévola. Seokjin tuvo una pulsión oscura de ira, una que jamás sintió antes. Pero creyó que era esperado cuando alguien venía con tanta audacia a amenazar su vida. La vida que tanto le costó moldear para obtener todo lo que siempre quiso.
No permitiría que nadie se lo arrebatase. La protegería a como dé lugar y hasta las últimas consecuencias.
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De vuelta al presente, el discurso de Min Yoongi no tuvo cambios. Extrajo de no sabe dónde ni cómo —no se lo confesaría, dijo risueño, no era un tonto— más archivos comprometedores y los recopiló para presentárselos.
—¿Cuándo acaba esto? —preguntó con tono cansino.
—No lo sé, es difícil de decir.
—No vas a salirte con la tuya para siempre —dijo cuando extendió la chequera, permitiéndole al otro escribir el monto que deseaba y que Seokjin no dudaba sería absurdamente alto.
—¿Cómo se le ocurrió? —Min Yoongi ignoró lo que le dijo, aunque sí que le dirigió una mirada ceñuda—. Digo, es un negocio perfecto porque nadie esperaría que robe a unos pobres estudiantes discapacitados.
—Personas con discapacidad. —Corrigió, ya una costumbre.
—Lo que sea, es simplemente cruel. ¿Quién podría imaginarlo? Una maldita porquería, si me lo preguntan.
—No hay diferencia en que el alumnado sea conformado por estudiantes con adaptaciones. —No sabe por qué se molestaba en explicar—. Y no es algo que haya inventado yo, muchos alteran las cifras a conveniencia. En mi caso, obtuve un blanco fácil por lo mismo que has mencionado, es impensado.
Min Yoongi debió notar que se ufanó de lo que hacía, porque le arrojó la chequera a la cara. Seokjin la atrapó antes de que cayera al suelo. A Seokjin por poco se le escapa una carcajada ante la caricaturesca escena. Solo que era su vida la que estaba en manos de un desgraciado que vaya a saber de qué mugral había salido. Bastaba ver lo que traía puesto o el maltratado cabello rizado. Le asqueó y sintió una urgencia tonta de pedirle que se levante para limpiar toda superficie que haya tocado. Fue así que marcó las distancias entre uno y otro, si bien ahora se observaban a los ojos como iguales. Solo que no lo serían, en ningún aspecto.
—Estoy dividido entre sentir asco por usted o respeto. —Se levantó, estirándose cual gato—. Debería irme antes de que me alcance su mierda, ¿eh? Espero el pago para el viernes.
Y entonces se marchó. Seokjin se quedó viendo la puerta sin ver realmente. Pensó en lo conversado, haciendo a un lado el aguijonazo de culpa que la charla moral quiso clavar en su consciencia. Suficiente tenía con él mismo. En cambio, se dedicó a soñar con deshacerse del problema que tenía encima. Sí, no permitiría que lo traten como idiota. Mucho menos un don nadie como Min Yoongi. Solo tendría que ejecutar una jugada perfecta, en el momento justo.
Paciencia, regresó a su mantra seguro.
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