Summertime (Brallon)
Aún puedo recordar la noche en la que conocí a Brendon.
Aquel cuatro de julio del 95, mis amigos del colegio y yo quedamos en encontrarnos en la feria del pueblo para disfrutar de las festividades juntos. Desde que supe que la feria llegaría nuevamente a Verona, lo primero que quise hacer fue comer de ese algodón de azúcar que llevaba pedacitos de caramelo que explotaban en tu boca cuando los masticabas. ¡No saben lo mucho que deseaba comerme tres algodones de azúcar al mismo jodido tiempo! Por eso fui el primero en llegar a la feria y ver lo increíblemente lleno de gente que estaba ese lugar... por un momento quise regresarme, pero desgraciadamente no había una cabina telefónica en todo el lugar para así haber podido llamar a alguno de mis amigos y decirles que era mejor abortar la misión y regresar a casa... Después de todo, quedarse encerrado en casa mientras tenía la Play 1 junto con palomitas y refresco no sonaba un mal plan... Pero no pude llamarlos y no saben lo mal que la pasé hasta que ellos llegaron, ¡inclusive olvidé el algodón de azúcar que quería comer en ese momento porque la ansiedad que me estaba dando por estar rodeado de demasiada gente me hizo sentir terrible!
Ellos llegaron después de media hora, Ryan —mi mejor amigo en ese momento— corrió hasta mí y me dio uno de sus característicos golpes en el brazo, Dios... quise ahorcarlo, mi pobre brazo estaba lleno de moretones por su culpa, sin embargo no hice nada porque estaba maquinando un plan para vengarme de él.
Entonces fue cuando ellos también dejaron la emoción de lado y sus caras largas me hicieron saber que de la misma manera que yo, ninguno estaba contento con la masa de personas que estaban a nuestro alrededor. Las discusiones acerca de cuál de nuestras casas sería el destino final de nuestra noche comenzaron, todos quisieron ir a mi casa porque como mencioné con anterioridad, tenía la consola de videojuegos que seguía en boga. No pude decirles que no, yo también deseaba probar algunos juegos que mi abuela me regaló en la navidad anterior.
Ahí fue cuando acepté y comencé a caminar hasta la parada de autobuses, pero... no compré mi algodón de azúcar.
Sí, era una tontería en lo absoluto porque sabía que podía regresar al día siguiente para solo comprar el maldito dulce y complacer a mi estómago, pero yo necesitaba comerlo ya. No me importaba nada más que eso, zacear mi pequeño gran capricho de niño de cinco años... ¡Y yo con quince! Que mierda...
Por supuesto que mis amigos se enojaron, ellos estaban deseosos por ir a mi casa y perder el tiempo allá... no esperándome mientras yo obtenía lo que quería. Pero en ese instante no me interesó nada... porque cuando llegué al carrito donde aquel señor de bigote vendía aquella golosina lo vi. Él esperaba a que las niñas con las que andaba terminasen de comprar, mientras que él disfrutaba de esos hilos azucarados con emoción. Sus grandes ojos cafés brillaron bajo las luces de la feria y su sonrisa apareció de repente cuando me cachó observando su bonito rostro. Pude notar los brackets adornando sus dientes que poco a poco se fueron escondiendo, dejándome ver sus labios gruesos y rosados torcerse hacia un lado.
Salí del trance que me produjo verlo, él cuchicheaba con una niña rubia que al parecer me conocía de la escuela porque dijo "Hola, Dallon" a la par que reía con ese muchacho que me había hipnotizado en ese instante. Claro que no respondí, cuando caí en cuenta ellos iban a muchos metros de distancia de mí, perdiéndose entre la gente. Juro que no había existido momento más absurdo en mi vida.
Y todo lo había provocado ese niño... ese lindo niño que llegaría para quedarse en mi vida por mucho tiempo.
* * * * *
Brendon pasó de ser el niño que me embobó en el parque de diversiones aquel verano del 95, a ser mi mejor amigo y amor de mi vida.
Cuando volvimos a la escuela ese año, luego de vacaciones, me topé a ese mismo grupo que se rió de mí aquel cuatro de julio. Al parecer aquellas niñas ya no recordaban de lo que sucedió, pero Brendon sí que reconoció... o eso fue lo que supuse pues cuando nos topamos de frente en el patio de la escuela, sus bellos ojos color chocolate se abrieron sorprendidos de verme. Aprecié nuevamente sus dientes con esos aparatos de metal, cuando me sonrió. Claro que no me habló y claro que no le hablé, ¡estaba avergonzado! Estaba muy seguro que si me hubiese acercado, le hubiese vomitado encima o alguna cerdada de esas.
Después de algunos recreos compartiendo miradas vergonzosas y juguetonas, me acerqué. Sí, yo lo hice. Un día cuando vi que estaba solo, me lancé como un león a su presa y fue lo mejor que hice en mi vida. Ahí supe que era primo de la niña rubia que me saludó en la feria, que llegaba de San George, Utah para vivir indefinidamente en Verona. Él era menor que yo por dos años y por ende, iba dos cursos más abajo.
También supe que amaba tocar la guitarra y el piano; que cantaba como un jodido Dios, que amaba el teatro y quería pertenecer a Broadway algún día... y que le gustaban mis ojos azules y mis "manos elegantemente huesudas" como él las llamó. Ah, Brendon me estaba gustando demasiado para solo haberlo visto a lo lejos y haberle hablado una sola vez. Y estoy muy seguro que cualquier persona que lo hubiera conocido diría lo mismo, porque él era único. La manera en la que me hacía sentir cómodo cuando hablábamos a solas, su humor algo desfasado y un poco negro; lo amable, servicial, humilde, solidario, empático, vibrante, brillante que era. Juro que no pensé que encontraría a alguien como él para mí. Era perfecto, por supuesto que lo era.
Pero nada era un cuento de hadas...
La vida nos golpeó duro a ambos cuando nuestros padres se enteraron que éramos novios. Y mierda que fue una irresponsabilidad de ambos. Aún me culpo por haberle seguido el juego a Brendon, por haberme dejado engatusar por él. No, no se debe malinterpretar esto, porque aunque yo amase a Beebo —como le empecé a decir de cariño—, era consciente que detrás de todo lo bueno que mencioné, se escondía una parte bastante turbia de él. Esa parte manipuladora, egoísta, ególatra, irresponsable, lujuriosa y obsesiva que solo dejaba salir con ciertas personas, yo una de ellas. Él era perfecto ante mis ojos, pero detrás de ese "perfección", había cosas que no quería que nadie más viese.
Aquel día me llamó temprano en la mañana, dijo que por la tarde por fin le sacarían los brackets y que quería que fuera el primero en ver sus dientes sin aquella tortura de metal que lo llegaba agobiando desde que tenía ocho. No dudé en acompañarlo y además le pedí prestado el auto a mi papá para pasar por él después de sus clases de actuación. Yo ya tenía diecisiete y él quince para ese entonces, gracias a la aparición de las malditas hormonas de la adolescencia, habíamos tenido nuestra primera vez en su casa, una tarde en la que su mamá salió a hacer unas diligencias al hospital donde trabajaba de enfermera. Él y yo volvíamos de la escuela cuando Grace —su madre— salía corriendo directo al auto, le lanzó las llaves a Beebo y le indicó que había comida en el horno. Todo pasó cuando estuvimos totalmente solos, nos besamos y no sé por qué algo me decía que él y yo lo haríamos en ese momento. Obviamente el miedo estuvo presente, ninguno de los dos sabía qué demonios hacer, cómo movernos o si nos dolería a ambos. Spoiler: nos dolió a los dos. Después de todo, fue increíble y fue donde supe que realmente quería estar con Brendon para el jodido resto de mi maldita existencia.
Total. Aquel día después de recogerlo de sus clases, conduje hasta el centro de la ciudad. Íbamos cantando algunas canciones de Red Hot Chili Peppers cuando vi a Brendon reír, no le presté atención durante un par de calles... solo que al verlo que no paraba de apretar sus labios para no soltarse a reír, tuve que preguntarle qué demonios le pasaba.
"Estaba pensando que cuando me saquen los brackets... lo primero que quiero hacer es utilizar mi boca para hacerte un regalito, Dall".
Me quedé congelado, lo escuché reír de nuevo y temblé del miedo. Sabía que no debí hacerle caso. Pero cuando volvíamos a casa, él iba tan feliz que no supe cómo detenerlo. Me besó, comenzó a hurgar entre mis pantalones y mierda, odié continuar siendo un niño hormonal. Le seguí el juego y cuando me di cuenta, Brendon ya estaba dando pequeños besos en la punta de mi pene.
Dios, fue lo peor. No supe detenerlo, simplemente dejé que siguiera dándome placer con su sensual boca. Sus labios carnosos se deslizaban por toda mi extensión despacio, saboreando cada parte de mí con pasión. Ojalá hubiera sido en otra situación donde a Brendon se le hubiera ocurrido llevar a cabo su fantasías sexuales conmigo y no frente a la casa de sus padres en la noche, sabiendo que en cualquier momento nos podrían ver o algo... y ojalá yo hubiera puesto un alto, pero simplemente no pude y no tengo otra excusa para ello, Beebo me volvía loco por completo y apagaba mi parte racional.
Si algo bueno se podía rescatar de esto, fue que su papá —quien fue que nos descubrió— no vio a su hijo con la cabeza hundida entre mis piernas chupándomela, sino que nos vio comiéndonos la boca desmedidamente.
Su grito al vernos aun retumba en mis oídos. La forma en que comenzó a golpear a Brendon frente a mí sigue dando vueltas en mi jodida cabeza. Los vecinos chismosos y entrometidos rodeándonos, gritando una sarta de estupideces innecesarias que hicieron enojar mucho más al padre de Brendon, haciendo que volviera a golpearlo frente a mí. Grace deteniéndome y amenazando con que llamaría a la policía si no me iba en ese momento...
Tuve que hacerlo, con el dolor de ver a Brendon llorando y sin poder hacer nada... me marché de ahí jurando que volvería a buscarlo. Sus padres volvieron a amenazarme, me meterían a la cárcel si lo hacía... Brendon me pedía que me marchara y que no regresara porque conocía lo que podía llegar a hacer su familia, no me importaba nada más que él, mi novio, la persona que comencé a querer ese verano del 95... el amor de mi vida.
A mí me fue casi similar que a Brendon, mi papá me golpeó de una manera desmedida después de hablar con los padres de mi novio por teléfono esa misma noche. Juro que me dolió tanto todo lo que él me dijo que... que con solo recordarlo, mis ojos se cristalizan y... no puedo continuar.
Me castigaron. Estuve encerrado en mi habitación, sin ir a la escuela en mi último año, matándome de hambre hasta que "se me quite lo maricón" e incomunicándome con el mundo exterior. No me importaba no comer o la escuela, yo solo quería saber cómo estaba Brendon, necesitaba saber de él con desesperación. Mi amor estaba solo, seguramente cautivo en su habitación de la misma manera que yo, siendo agredido por amar a alguien de su mismo sexo, alguien igual que él. Necesitaba verlo, estar con él. Besar su rostro y hacerle saber que no iba a dejarlo solo sin importar lo que dijera la maldita gente, porque ellos no conocían lo maravilloso que era estar enamorado de verdad, estar al lado del amor de tu vida, de verlo a los ojos y ver el cielo reflejado ahí. Definitivamente no lo sabían.
Una tarde después de recibir un par de bofetadas por parte de mi madre cuando la mandé al diablo por decirme que tenía que ir a la iglesia para confesarme con el Padre, decidí que había sido suficiente. Me largaba de esa casa de mierda e iba a por mi novio, le gustara a quien le gustara, así terminara directo en una celda. Eso sonaba mejor que estar prisionero en mi casa recibiendo el maltrato de mis propios padres.
Solo que Brendon se me adelantó.
La casa de mis padres era de una sola planta y mi habitación daba al patio trasero. La noche que estaba planeando cómo huir junto a él, escuché golpes en mi ventana, algo asustado fui a ver qué era lo que estaba pasando y al abrir las cortinas, ahí estaba él. Un ojo morado y varios golpes en su bonita cara me daban a saber que los golpes siguieron durante ese par de semanas que estuvimos alejados. Quise romper a llorar ahí mismo cuando lo vi pero él me indicó que no hiciera ruido. Mis padres dormían para ese momento y no era plan despertarlos.
Abrí la ventana despacio y lo abracé como nunca. Sentí sus brazos alrededor de mi torso y su cabeza pegada a mi pecho, buscando refugio en mí, de la misma manera en que yo buscaba sentirme protegido en él. Nos separamos y nos besamos castamente, no podíamos centrarnos en devorar nuestros labios sabiendo que estábamos en peligro de ser descubiertos.
—Tienes quince minutos para llenar una maleta con ropa y cosas que necesites si quieres irte conmigo. El bus directo a Des Moines sale a las doce y ese es el último de hoy. Tenemos que irnos antes que se den cuenta que no estoy en casa, Dall... —susurró antes de darme otro corto beso.
—No vamos a tener que tomar un bus para irnos de este lugar, mi amor —corrí a mi velador y tomé las llaves de repuesto del auto de mi papá que siempre guardaba por si pasaba alguna emergencia en casa y no había quien condujera. Brendon frunció el ceño.
—No vas a robar el auto de tu papá, Dall... Nos vamos a ir en bus y ya. Es mucho mejor que llevarnos ese auto y meternos en más problemas.
—Escúchame, cuando lleguemos a Des Moines, vendemos el auto y con el dinero compramos otro o yo que sé. Mientras podamos ahorrar dinero mucho mejor para nuestra supervivencia, cariño —él suspiró y me miró como un cachorrito castigado intentado hacerme desistir, pero eso era totalmente inútil porque no iba a dar un paso atrás.
Volví a darle otro beso y me alejé de él para comenzar a empacar. Creo que era bastante obvio que las preguntas llegarían después porque la verdad es que me intrigaba saber por qué Iowa y qué haríamos ahí... así que solo comencé a llenar la maleta con ropa, zapatos y algunas otras cosas que necesitaba. Busqué en el fondo de mi armario el cochinito donde tenía el dinero que llevaba ahorrando desde que tenía quince y con el cual según iba a comprarme un bajo para mi cumple número dieciocho. En ese momento necesitaba el dinero para otro asunto mucho más importante.
Tomé todo lo que necesitaba y dando un último vistazo a mi habitación, salí por la ventana y corrí hasta el estacionamiento. Abrí el auto, las maletas la tiramos a la cajuela y entramos. Antes de encenderlo y darle marcha, Brendon volvió a besarme con muchísima más pasión, mierda... no nos habíamos visto en dos semanas y extrañaba su boca tan sensual y sus deliciosos besos que me hacían sentir seguro de irme con él.
Huimos...
Huimos lejos de todo y todos lo que nos odiaban por amarnos, por ser felices juntos, por no regirnos a lo que decía la sociedad. Queríamos ser libres, amarnos libres y dejarle ver a la gente que no había nada de malo en amar a alguien de tu mismo sexo. Las maravillas de la vida que me esperaba al lado de Brendon, mi amor, apenas empezaban... o eso creí yo.
Por supuesto que no fue nada color rosa, tal vez los tres primeros meses de haber huido, pero luego... fue a peor.
Los padres de Brendon lo buscaron como locos, pero jamás dieron con él. Anuncios en cartones de leche con la leyenda "¿Lo ha visto? Se ofrece recompensa" y fotos de su bonita cara comenzaron a circular por la ciudad, pero no obtuvo el resultado que quisieron. Mis padres ni se tomaron la molestia de buscarme y aunque me dolió saber que les importé una mierda, fue lo mejor porque nos evitamos muchos más problemas.
Comenzamos a dormir en el auto, abrazados para darnos algo de calor en las noches frías de Des Moines, con miedo que nos roben lo poco que teníamos. A veces no comíamos, o si Brendon comía, yo no podía hacerlo y viceversa. Nadie quería contratar a un chico de dieciocho años que no tenía experiencia en nada y aún menos a un chico de dieciséis, gracias a las malditas leyes del Estado. Estábamos desamparados, no teníamos dónde ir o a quién acudir.
Vender el auto siempre fue una opción, pero... ¿dónde dormiríamos mientras conseguíamos otro o encontrábamos otro lugar para estar? Estuve a punto de venderlo, pero Brendon me detenía, tenía miedo de quedarse sin nada y yo muy en el fondo también temía. Así que simplemente rechazábamos el dinero y nos quedábamos con él.
Cuando las necesidades se hicieron enormes e incontrolables, no nos quedó de otra... empezamos a robar. Primero fue la gasolina para el auto. Por las madrugadas, vaciábamos los tanques de gasolina de los vehículos que encontrábamos parqueados en las calles porque no teníamos como llenar el nuestro. Luego comida en los supermercados. Brendon tenía una habilidad extraordinaria para sacar paquetes de galletas y bebidas en su chaqueta sin que nadie se diera cuenta y yo por otro lado intentaba sacarles dinero de los bolsillos a los señores mayores que me encontraba por los pasillos.
Yo me sentía avergonzado por hacer eso y aunque no quería hacerlo más, entendía que no quedaba otra opción más que esa. La necesidad era mayor. Aunque yo sabía que no quería estar toda mi vida robando, esto sería pasajero y cuando tuviéramos nuestra estabilidad, dejaríamos ese mundillo y nos enorgulleceríamos de ser dos chicos que se ganaban la vida humildemente... pero... ¿recuerdan cuando dije que Brendon tenía un lado oscuro que no le mostraba a nadie más que a las personas en las que verdaderamente confiaba?
Pues lo dejó salir conmigo. Él no quiso parar, quiso más... mucho más.
Primero fueron las pequeñas tiendas de abastos que estaban en las gasolineras de las carreteras. Algunas veces tuvimos que correr porque nos descubrían y los guardias de los locales nos perseguían como era obvio. Y eso solo era el inicio de esa locura sin fin en la que me metí solo por seguirlo, por estar con él en cada paso que daba. Ya no era la necesidad porque pude encontrar trabajo en algunas ocasiones pero por Brendon tenía que renunciar y huir de nuevo ya que nos metía en problemas. Era inútil enojarme con él, con solo sus palabras bonitas, besos y sexo en la parte trasera del auto me convencía de nuevo para seguir a su lado, apoyándolo en su locura.
Para su cumpleaños número diecisiete, desapareció mientras yo dormía y cuando regresó, me mostró algunas de las cosas que había comprado en ese momento. Eran dos pasamontañas y dos pistolas de juguete que lucían como unas de verdad. Me dijo que había estado chequeando la seguridad de una estación de servicio en la carretera con dirección a Kansas City. Dijo que un par de amigos le habían dicho que esa estación de servicio casi no tenía ningún tipo de seguridad y que saldríamos forrados de ahí.
¿Amigos? ¿Qué amigos? No conocíamos a nadie en Des Moines y no sabía quiénes eran los "amigos" de Brendon. A pesar de sus pedidos, me negué, juro que me negué... pero supo convencerme de asaltar ese lugar. Mi vida cambió por completo desde ese entonces.
Todo pasó muy rápido desde ese día. De la nada pasamos de ser dos chiquillos que no tenían dónde caerse muertos a robar en los comercios de las carreteras solitarias del país... y sí, nos forramos, a tal punto que ya no necesitábamos dedicarnos a robar con todo el dinero que teníamos. Pudimos vender el auto que nos acompañó cerca de tres años y pasamos a tener uno mucho mejor, más rápido y muy eficiente para cuando necesitábamos huir de la policía. Dejamos de dormir en el auto y pasamos a tener un pequeño departamento en Rocky Ford, en Colorado. Departamento en el cual sentí que podía llamarlo mi hogar, porque el lugar era hermoso, la ciudad tranquila y estaba con el amor de mi vida.
Era increíble que siguiera considerando a Brendon como el amor de mi vida, porque por él había hecho cosas de las cuales no me sentía orgulloso, fui contra mis principios solo para que él estuviera contento, feliz... Yo quería hacerlo feliz a mi manera, dándole mi amor, demostrándole que él y yo teníamos un futuro juntos donde no teníamos por qué continuar ensuciándonos las manos por algunos dólares.
Había momentos en los que pensé que era mejor simplemente dejarlo y desaparecer. Aunque me doliese un montón, pero mi salud mental estaba viéndose afectada por todas estas situación en las que me estaba involucrando, solo por no dejarlo solo. Pero ese era el punto, yo no quería dejarlo, él no estaba bien mentalmente hablando. Todas las cosas que había hecho arriesgándonos, la gente con la que se juntaba que estaba metida en cosas peores que nosotros y las ganas que tenía de continuar en el negocio e incursionar en delitos mayores sin miramientos, me demostraban que Brendon había perdido la razón.
Estuvimos dos semanas sin asaltar ningún negocio o sin meternos en problemas y en ese tiempo lo noté muy ansioso. Sabía que él necesitaba tener algún subidón de adrenalina para sentirse mejor y por eso ni siquiera me sorprendí cuando un día llegó a las dos de la mañana a nuestro departamento sudado, acelerado y nervioso. Tomó un fajo de billetes del bolso donde guardábamos nuestro botín y volvió a salir. Tampoco me fijé a qué hora regresó, únicamente sé que su cara estaba golpeada y su ropa manchada de sangre... sangre que claramente no era suya.
Tomó una ducha larga mientras yo me preparaba para salir a buscar algún sitio donde estuviesen ofreciendo algún empleo y cuando salió de la ducha me detuvo, casi saltándome encima para que no me fuese y para que escuchase sus excusas absurdas. Creí todo lo que dijo, me tragué cada una de sus palabras sin dudar ningún segundo. Estaba tan ciegamente enamorado de él y era tan estúpido para no darme cuenta que me engañaba y que me estaba utilizando para llevar a cabo sus negocios sucios.
Luego de eso, todo cambió. El final llegó a nosotros tan rápido y yo estaba tan cegado que no me percaté en todos los presagios que la vida se dedicó a poner en mi camino mientras seguía con Brendon. Cuando las cosas se tornaron mucho más turbias y lo que motivaba a Beebo a delinquir ya no fue la necesidad sino la satisfacción, fue el momento adecuado para detenernos. Ja... si solo lo hubiera sabido... lo que pasó después no hubiera arruinado nuestras vidas en un solo segundo.
Llegué de trabajar cerca de las ocho de la noche, él estaba sentado en el sofá mirando la TV y comiendo palomitas con caramelo. No lo saludé de una vez sino que caminé a la habitación para tomar una ducha porque me moría del cansancio. Cargar cajas en una fábrica de repuestos automovilísticos era jodidamente agotador y necesitaba quitarme el olor a ciervo muerto que llevaba encima.
Al regresar al salón, lo encontré de la misma manera en la que lo encontré cuando llegué, solo que esta vez estaba recostado sobre un par de cojines apoyados en el reposabrazos del sofá. Me miró con esos ojos enormes y brillantes como el sol que tanto me encantaba, me sonrió y dejó a un lado la bandeja con palomitas para hacer espacio entre sus piernas y hacerme recostar en el hueco que quedaba. Apoyé mi cabeza en su pecho, cerca de su hombro izquierdo y él me besó la frente un montón de veces. Cerré mis ojos, quería relajarme con el sonido del corazón de mi hermoso novio y descansar luego de una largo día de ser parte del proletariado, pero mi hermoso novio comenzó a ponerse más cariñoso de lo usual y... mierda. Cuando se trataba de él yo no podía decir que no, o sea... era perfectamente perfecto y era todo mío. Tenía que aprovechar la oportunidad de hacerle sentir mío en cualquier momento, en cualquier lugar.
Al tocar mi pecho por debajo de la camiseta de dormir que ese día traía, supe que era el momento de sumarme al juego. Me levanté del sofá para posicionarme de una manera mucho más cómoda sobre él y poder besarlo apasionadamente. En nuestros oídos se escuchaba la voz de Conan O'Brien mientras nos desnudábamos poco a poco, resultaba nada romántico escucharlo hacer un maldito chiste sin puta gracia y sin mencionar lo incómodas que eran las risas embotelladas del programa. A Brendon le causó tal asco que terminó buscando el control remoto del televisor para apagarlo y así continuar mucho más a gusto nuestro encuentro.
El silencio fue mi mejor amigo cuando pude escuchar a la perfección esos pequeños suspiros y gemidos provenir la boca de Brendon cuando empecé a penetrarlo. La atmosfera cambiaba y el lugar se tornaba más romántico a la luz de aquella bombilla incandescente de la lámpara de la mesita del salón... la bonita piel de mi novio se vio cubierta por una pequeña capa de sudor, su cuello se llenó de mis besos y chupones exagerados, sus labios fueron mordidos por mi ansiosa boca que deseaba sentirlo más mío de lo que ya era. Él era la puta gloria y yo quería regocijarme en sus brazos hasta que el mundo se acabe.
Me cansé de estar en la misma posición y Brendon se fijó de eso cuando empecé a moverme descoordinadamente. Me quité de encima y se levantó, únicamente para darme la espalda y apoyarse en el reposabrazos del sofá, dejando elevado su bonito trasero a mi completa y absoluta disposición. Me mordí los labios y reí levemente, él coreó mi risa y llevó una de mis manos a su glúteo para que lo acariciase. Yo lo nalgueé un par de veces, pareció gustarle porque rió y me pidió que lo hiciera de nuevo. Besé su espalda y bajé mis besos hasta su trasero, mi lengua fue a masajear su entrada con tortuosa lentitud. Sus gemidos eran lo más precioso que había escuchado hasta ese momento y me subía el ego saber que era yo quien lo hacía gemir tan alto y estruendoso. Pidió que no me detenga en lo que él llevaba su mano a su miembro para satisfacerse poco a poco, solo que no lo dejé que continuara. Quité su mano y la remplacé con la mía mientras continuaba dándole placer con mi boca, pero pronto sentí la necesidad de volver a estar dentro de él, así que me detuve y lo penetré de inmediato. Fui yo quien comenzó a gemir en alto, su interior caliente, apretado y húmedo se sentía tan jodidamente bien con cada embestida. Su espalda apegada a mi pecho y sus manos presionando poco a poco mi cuello, cortándome la respiración por momentos, incrementaban muchísimo más la velocidad de mis embestidas.
Terminé corriéndome dentro de él después de varios minutos, él no se movió una vez terminamos, sino que se detuvo a recobrar un poco el aliento para luego, tomarme de la mano y llevarme a nuestra habitación. Se acostó en mi lado de la cama y yo terminé sobre él nuevamente. Volvimos a besarnos como si nuestra historia fuera a acabar y no nos veríamos más después de eso. Coló su lengua dentro de mi boca y sus manos recorrieron mi espalda, acariciándome despacio, con mucha delicadeza. Susurró sobre mis labios lo mucho que me amaba. Sus palabras fueron tan sinceras como siempre lo habían sido y... mierda... mierda, aquellos pequeños detalles me daban a saber que mi Brendon, el Brendon que llevaba conociendo ocho años seguía por ahí, en algún lugar, escondido intentando sobrevivir al cambio que el actual Brendon había dado en todo ese tiempo.
Me recosté a su lado y él se sentó en la cama. Tomó mi mano y me dio un par de besos en el dorso. Yo sonreí con los ojos cerrados a causa de sus caricias pero cuando abrí los ojos y miré la expresión de su cara. Tengo que ser muy sincero, nunca en mi vida sentí más miedo que cuando pude observar sus comisuras abajo y expresiones serias.
—Tengo que contarte algo, mi amor —comenzó. Enseguida me senté en la cama a su lado para estar mucho más cómodo.
—Dime, ¿qué pasa? —me miró directamente a los ojos. Sentí un escalofrío recorrer mi espalda.
—Escucha, voy a decirte algo que... suena mal, yo lo sé, soy consciente de ello... pero tengo que decírtelo.
—¿Qué es, Beebo? Me asustas...
—Hace unas semanas... —suspiró—... conocí a alguien... —inmediatamente fruncí el ceño pero no quise explotar de una vez, sino que esperé a que terminara de hablar— y he estado saliendo con él —suspiré. O sea, ¿Brendon me estaba engañando y lo estaba confesando en ese preciso momento? ¿Después de haber hecho el amor? Debía ser una puta broma.
—Pues... no sé qué esperas que piense si me dices en mi putísima cara que me estás siendo infiel, Brendon —contesté ofuscado, él chasqueó la lengua.
—¡Sabía que ibas a decir algo así! Ya sé que suena horrible decir eso y es totalmente inevitable que pienses que te soy infiel, ¡pero no! Mi amor, no te soy infiel —contestó con voz tenue, mientras se subía a mi regazo. Inmediatamente me alejé de él.
—¿Cómo quieres que reaccione, Brendon Urie? ¡Me estás siendo infiel y me lo dices cómo si nada!
—¡No te estoy siendo infiel, mierda! —después de eso se sentó en la cama y tomó mi mano. Intenté alejarme de nuevo pero no me soltó—. Dall, mi vida... escúchame.
Mis ojos se mojaron de inmediato, quise romper a llorar en ese momento y Brendon lo notó. Se levantó de la cama y tomó mi rostro suavemente, me acercó a él y juntó nuestras frentes despacio. Me acarició las mejillas sin dejar de mirarme a los ojos y eso me brindó algo de seguridad y un poco de confianza que terminaría brindándole a él.
—No te soy infiel, lo juro. No sabes por qué he tenido que juntarme con esta persona y claro que te lo voy a contar. Solo quiero que te calmes primero, ¿sí? —yo asentí involuntariamente mientras mis ojos retenían mis lágrimas.
—¿Qué tienes que decir? —pregunté con un tono de voz más tenue.
—Ese tipo puede ser nuestro boleto de salida de este mundo asqueroso en el que estamos hundidos, Dall —diablos... él sonó tan convencido cuando dijo aquello. Yo solo esperé a que siguiera hablando antes de decir algo—. Conocí a ese tipo en un bar aquella noche cuando tú y yo discutimos muy fuerte, ¿lo recuerdas? —sí, por supuesto que lo recordaba.
Él se quejó porque yo no le estaba prestando la suficiente atención por estar trabajando, en vez de seguirle el juego y continuar con los asaltos. Ambos nos dijimos un montón de cosas sin sentido y para que no sigamos discutiendo, Brendon tomó las llaves del departamento y se fue. Desapareció esa noche y a la mañana siguiente llegó cerca de las diez.
—Me habló y como yo estaba muy enojado contigo le hice caso, ¡pero no pasó nada! Lo puedo jurar —se adelantó, yo seguía sin decir una sola palabra—. Él quiso que le dijera dónde vivía pero no le hice caso. Solo le seguí el juego y bueno... hemos quedado mucho durante estos días. Nos vemos, hablamos, él intenta sobrepasarse pero yo lo freno y no ha ocurrido nada. Ni siquiera un puñetero beso le he dado —yo tragué en seco. La sola imagen de ese tipo tratando de tocar a mi novio, de poner sus sucias manos sobre él... mierda, ¡mierda!—. ¿M-me crees?
Otra vez me miró con sus ojos de cachorro inocente castigado injustamente y yo otra vez le creí.
—S-sí... —musité, él suspiró aliviado y me dio un beso en los labios.
—El caso aquí es que... en una de las salidas que tuvimos, él me regaló esto —se separó de mí y buscó en el velador al lado de la cama, debajo de unos papeles. Después de unos segundos sacó un anillo de oro rodeado de diamantes celestes. Yo abrí mis ojos enormemente al ver aquella joya y volví a mirar a Brendon que estaba demasiado emocionado por lo que me estaba enseñando—. Mi amor, este tipo es un traficante de joyas y sé dónde y cuándo va a hacer la entrega de un botín en el cual ahí cosas mucho más preciosas que esas y que te juro, van a sacarnos de este mundo asqueroso en el cual vivimos —me sonrió con esa maldita inocencia falsa que yo ya conocía... y la cual me hizo saber lo que venía.
Creo que no es necesario que aclare que sí, que le seguí el juego porque realmente quería salir de ese mundo, retirarme del negocio junto con Brendon e irnos puto lejos de ese país de mierda. Además el plan sonaba sencillo, jodidamente sencillo. Él se encontraría con Brendon y unos tipos los cuales eran los compradores, pero antes que ese tipo se encuentre sus clientes, ellos estarían solos... entonces en ese momento Brendon aprovecharía para robarle el maletín que tenía con las joyas y yo lo esperaría en la calle con el auto encendido listo para huir apenas regresara.
Yo sé que él ahora se arrepiente de haber sido tan codicioso y tan descuidado. De no haberse fijado de pequeños detallitos como... quizás... que si era un traficante de joyas, ¿lo más obvio era que llevara seguridad con él a la hora de hacer un negocio tan grande e importante como el que harían? ¿O no?
Pero tampoco puedo culparlo por completo, yo también debí fijarme de esos detalles porque se suponía que sería nuestro golpe maestro, el cual nos catapultaría a las ligas mayores, las cuales no entraríamos porque nos retiraríamos triunfales, millonarios y poderosos. Ja, claro que sí, maldición.
Ese día estuvimos en la discoteca donde se encontrarían cerca de las doce de la noche, ambos estábamos en el auto esperando a que el hombre ese llegara. Apenas Brendon lo viera, correría a acercarse para comenzar con el plan. Él llegaba doce treinta y estaría con Beebo hasta la una. Luego, a la una y treinta, Brendon bajaría corriendo, con el botín en las manos y yo ya tendría el auto en la entrada para recogerlo y huir. Me sentía muy nervioso y mi novio estaba más tranquilo, yo no dije nada porque confiaba en que todo saldría de perlas y porque no quería contagiarle mis nervios. Debí hacerle caso a eso que me decía que no lo dejase ir, que mi empleo de ocho horas como un sueldo aceptable era mejor que arriesgarse a que el plan no funcionara. Yo podía vivir con ello y si Brendon no quería trabajar, no me importaba, lo mantendría toda la vida si era posible... solo no quise que le pasara nada malo.
Ese hombre llegó a aquella discoteca y fue cuando Brendon y yo nos miramos. Él tampoco estaba seguro de si estaba preparado para cometer el robo y me sorprendí que me lo hiciera saber en la expresión de su rostro. Fue como un: "Dallon, no estoy seguro de esto", pero ambos lo ignoramos y aun no sé por qué yo lo ignoré, tal vez porque me cegué de nuevo con la idea de que dejaríamos de delinquir o no sé. Solo sé que me besó los labios tan apasionadamente, juro que nunca me había besado de esa manera...
Y se fue... se fue de mí...
No quiero recordar mucho de eso, aún me duele en el alma lo que pasó y la culpa me invade de nuevo y no me deja respirar.
A la una y treinta, acerqué el coche a la entrada de la discoteca, esperé paciente a que bajara pero después de cinco minutos de no aparecer, empecé a preocuparme. Él era muy exacto con los tiempos y habíamos aprendido a manejarnos con un sistema bastante bueno que nunca nos había fallado. Bueno, siempre hay una primera vez para todo, ¿no?
A la una y cuarenta decidí irlo a buscar, pero desgraciadamente los gorilas estúpidos que tenían por guardias no me dejaron subir porque según la discoteca estaba llena y ya no había espacio. Maldije mil veces, rogué otras mil pero ellos no me dejaron entrar hasta las dos y veinte de la mañana. Estuve casi una hora rogándoles para que me dejaran entrar y cuando logré acceder, comencé a buscarlo por todos los sitios, por la barra, los baños, las salas VIP... no lo encontré. Fue cuando rompí a llorar en media discoteca gracias a la desesperación que estaba sufriendo en ese momento.
Con los ojos llorosos, mirando para todos lados, pude divisar al hombre que se encontraría con Brendon. Estaba saliendo de una puerta cerca de las salas VIP de la planta superior. Mi cuerpo tembló cuando lo vio bajar las escaleras rodeado de tres tipos que igual eran tan grandes como los guardias de la discoteca. Entonces esperé a que ellos se fueran de ese lugar y corrí hasta la planta de arriba. La puerta de donde habían salido estaba abierta pero no me atrevía a abrirla por completo porque sabía que lo que encontraría haría que me rompa de inmediato. Pero tuve que hacerlo... tuve que enfrentarme a la dura realidad.
Al momento que abrí la puerta, la luz del interior estaba apagada y la del exterior se proyectó, mostrándome una silla caída y cristales rotos. Encendí la luz y no encontré a nadie ahí dentro más que un enorme desorden. Pues yo pensé eso... solo que cuando me fijé que detrás de uno de los sofás algo se movía con dificultad.
Caminé hasta allá y lo vi, desnudo, amarrado y lleno de golpes y sangre.
Brendon se quejaba muy bajito y tiritaba por el frío de ese lugar. Me quité la chaqueta rápido y envolví su cuerpo de inmediato. No había tiempo de llorar ni nada de eso, tenía que salvarle la vida a como diese lugar. Le quité las sogas de las manos y pies, tomé su cuerpo del suelo en mis brazos, él volvió a quejarse del dolor y simplemente le dije que estaría bien para tratar de calmarlo de alguna manera. A ese punto ni siquiera sabía si realmente iba a estar bien. Solo bajé esas escaleras rápido, la gente nos miraba extrañados y los guardias sorprendidos por lo que habían visto. Malditos...
El trayecto al hospital es de esas cosas que mi cerebro omite, solo recuerdo que luego que se llevaran a Brendon para revisarlo, un par de policías me interrogaron para saber qué había pasado y yo estuve tan nervioso que me inventé una historia rara donde dije que él era mi amigo y que estuvimos en la discoteca pero que desapareció de repente y que cuando lo encontré, ya estaba golpeado. No me fijé si había alguna contradicción en mi declaración, en mi cabeza rondaba Brendon, mi Brendon...
A las siete de la mañana, el doctor que lo atendió se acercó a mí a darme los detalles de lo ocurrido. Fractura en las costillas, pómulo, muñeca derecha, mandíbula desencajada y graves golpes en su cabeza. Lo más duro fue cuando me dijo que... Brendon había sido violado tan salvajemente que tenía un desgarro severo. Rompí a llorar como un desgraciado en ese momento... le habían jodido la vida para siempre esos hijos de la gran puta. La impotencia que sentía en mi pecho era bastante grande, las ganas de buscarlos y matarlos a cada uno de ellos incrementaban con solo asimilar que el amor de mi vida estaba destruido a causa de esta gente.
Supe desde un primer momento que las cosas serían distintas desde el momento en que lo viera descansando en la habitación de hotel y estaba de más decir que en ese momento, más que nunca, me quedaría a su lado porque él me necesitaba y yo quería venganza por lo que ellos le hicieron. Por primera vez en mi vida sentía unas grandes ganas de hacer sufrir a alguien, de torturarlo hasta que llorase implorando piedad y luego tomar un revolver y dispararlo en la sien del tipo ese varias veces, hasta que sus sesos se estuvieran desbordado por las heridas de bala. Quería matarlo con mis propias manos, cortarle la polla y las bolas y hacer que se las tragase poco a poco, estrujar su corazón en su cara y ver como su vida se apaga... estaba seguro que ni así se quitaría aquel sentimiento de culpa que me invadía a cada minuto, porque pude salvarlo pero decidí ignorar las señales que había y que indicaban que nada estaba bien.
Mi subconsciente guarda muy bien la primera vez que vi a Brendon luego del ataque. No recuerdo que pasó en ese momento o que hice. Tampoco cómo fue que lo llevé a casa y situaciones en las que obligadamente teníamos que interactuar entre nosotros. Pero lo que sí recuerdo era su cara inexpresiva y aquellos hermosos ojos color café vacíos, sin brillo... apagados. Parecía un total muerto en vida, no hablaba, no se movía y simplemente se quedaba observando a un punto fijo casi sin pestañear. Me ponía tan mal verlo así, sin poder acércame y darle un abrazo porque inmediatamente se alteraba y gritaba pidiendo que me alejara, que no lo tocara. Lloraba asustado como un niño perdido, temía que yo le hiciera algo y me evitaba a todo momento. Por supuesto que no iba a hacerle nada más que brindarle seguridad en mis brazos e intentar ayudarlo a superar ese trago amargo con mi amor... aunque sabía que eso no era suficiente para que él empiece desde cero pero era lo poco que yo podía hacer.
Para mi sorpresa, Brendon quiso iniciar de cero por cuenta propia... y de eso me di cuenta cuando una tarde cuando regresé de trabajar. Él había tomado sus cosas, la mitad del dinero que teníamos guardado y se había marchado sin decir una sola palabra. Huyó buscando algo distinto, tratando de dejar atrás su pasado en el cual yo estaba incluido. Se marchó de mi lado y sentí tantísimo miedo de estar completamente solo, pero no solo eso, sentí tanto miedo por él, porque no estaba mentalmente estable y no sabía a dónde demonios iría. Siempre fuimos los dos en esos seis años, dónde yo estaba, él estaba a mi lado y viceversa... siempre juntos...
¿Lo busqué?
Lo busqué como si fuera el tesoro más preciado de Universo y tal que un tesoro tan valioso, no pude encontrarlo.
Han pasado dos años desde que se marchó y aún no sé nada de él. Quizás está en Broadway siendo la estrella principal de una obra de teatro, siendo famoso, viviendo su gran sueño que tuvo que ser aplazado por irse conmigo y vivir un infierno posteriormente. O tal vez continuó en el negocio y es parte de una mafia poderosa donde encontró su lugar... no sé. Lo único que deseo es que haya vuelto a encontrarle un sentido a seguir vivo, espero que esté bien y feliz. Porque a pesar que me hizo cometer estupideces y errores garrafales, él merece toda la felicidad que este mundo asqueroso le podría dar... y más.
Por mi lado, regresé a Verona la primavera pasada, volví a casa de mis padres y me enteré que mi papá murió un par de años después que desaparecí. Mi mamá me recibió con los brazos abiertos, rogando perdón, dispuesta a aceptarme y apoyarme después de haberse equivocado, siguiendo los pensamientos erróneos de mi papá. Ella era lo único que me quedaba y la verdad tampoco quería perderla. Ya había perdido demasiado.
Decidí terminar el colegio y estuve yendo a la escuela nocturna para culminar con ese ciclo de mi vida. Luego estuve tentado en entrar a la Universidad, pero terminé declinando esa opción en mi vida y comencé a trabajar en el negocio familiar. Le cogí cierto cariño al negocio y la verdad no me arrepiento de haber tomado esa decisión en mi vida. Lo único que quería era ganarme la vida honestamente.
Me reencontré con Ryan y mis demás amigos, quienes estuvieron tan sorprendidos de verme de regreso en el pueblo. Todos me preguntaron sobre mi vida esos años y la verdad no era algo de lo que quería hablar pero terminé relatándoles ciertos detalles que no eran muy importantes solo para que dejaran de fastidiar... era tan bueno estar junto a ellos de nuevo después de todo. Digo, ese año tuve una verdadera fiesta de cumpleaños después de ocho años en los cuales pasé ignorando esa fecha porque consideraba que no era nada relevante y la pasé tan jodidamente bien con ellos y mi mamá. Siempre recordaré mis veinticinco como el día en el que volví a nacer, porque fue así como los sentí... y me alegraba que estuvieran conmigo.
El verano llegó otra vez y yo empecé a entablar una relación de amor-odio con esa fecha. Mis recuerdos más dolorosos y los más hermosos estaban su mayoría relacionados con aquella estación del año. Fue el verano del 95 cuando lo conocí, el verano del 96 cuando empecé a amarlo, el del 97 cuando huimos por primera vez... el verano del 2003 cuando desapareció de mi vida y aquel verano del 2005 fue cuando decidí concluir con esa etapa de mi vida. Dejar de lamentarme, de llorar y de pensar en él... no porque no lo quisiera, sino porque aunque quería continuar y estaba haciendo un esfuerzo enorme por enterrar mi pasado, estaba estancado en sus recuerdos y no podía avanzar.
La vida es una mierda, una mierda enorme y yo un estúpido desafortunado.
La feria del cuatro de julio llegó a la ciudad de nuevo, mis amigos insistieron un montón en que yo debía darme una vuelta por ahí, quizás subirme a alguna atracción, tratar de conseguir algún oso de peluche en aquellos puestos donde te timas y terminas con los bolsillos vacíos o tal vez traer a mi cabeza recuerdos bonitos de mi infancia al comer uno de esos algodones de azúcar con pedacitos de caramelo que hacían explosión en la boca cuando los mordían. Dios, con eso último lograron convencerme. Estaba pasando por unos días bastante tristes y pensé que saliendo a divertirme con ellos, podría dejar atrás esa basura... pero cuando llegué al puesto de algodón de azúcar me di cuenta que esos ojos color café que recobraron su brillo natural y esa sonrisa descarada que siempre me hizo pecar eran de esas cosas que jamás iba a poder dejar atrás.
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