Fase 3
Somebody to love
No es un monstruo ni un fenómeno, ni siquiera una rareza, pero como duele ser diferente.
Siempre fue así, siempre ha sido así, en algún momento marginada, excluida, un ser extraño; mientras en la actualidad se exaspera con la aceptación desmedida, con las sonrisas comprensivas y las miradas perdidas por parte de quienes conocen su historia, por parte de los que cotillean entre pasillos en voz baja, repartiendo y repartiendo secretos robados.
No fue fácil, nunca ha sido. Reconoce que probablemente tuvo suerte, (aunque odie esa palabra), a diferencia de muchas otras personas que tuvieron que lidiar con la exclusión de la sociedad solos, sin ningún apoyo familiar o alguna amistad sincera. Ella siempre tuvo a su hermana, a sus padres y un puñado de amigos que se negaron a apartarla, que la miraron con ojos tristes, pero jamás se esfumaron.
Se acostumbró y se adaptó a la situación una vez que entendió que la diferenciación no la convertía en un fenómeno y que no la volvía menos a comparación de nadie supuestamente normal. Por supuesto, no fue sencillo llegar hasta donde se encuentra ahora, no fue fácil lidiar con sus demonios y definitivamente no fue fácil tener que lidiar con cada pequeño ignorante que osaba con intentar intimidarla con palabras duras y amenazas huecas.
La terapia fue el primer paso, posteriormente la defensa personal y, en algún momento entre sus 16-20 años, la creación de un movimiento universal que criticaba la normalización de las almas gemelas obligatorias y la estereotipación de sus afectos hacía ellas. Fue entonces que miles de personas alrededor del mundo salieron de sus escondites, rebelando su falta de marca del alma o su deseo a ignorar los regimientos que la sociedad establecía ante lo que un alma gemela representaba.
Comparado al resto del mundo los aparentes manifestantes y afectados eran pocos; los estudios revelaban un único porcentaje del 0.12% de la población sin marcas del alma y un porcentaje aproximado del 25% de aquellas personas que se negaban a amar a sus almas gemelas como la sociedad dictaba. A pesar de los bajos números, una tercera parte de la población pareció abrazar la nueva era y la discriminación hacia estas personas disminuyó considerablemente.
Por lo tanto, Elsa sabía que no era un fenómeno, nunca lo había sido, pero seguía siendo diferente al resto del mundo, seguía siendo parte de ese 0.12%, una cifra casi invisible de personas que no tenían una marca del alma y, en conclusión, nadie destinado a amarlos por la eternidad.
Elsa estaba bien con eso ahora, después de años y años pensando a cada segundo que su falta de marca del alma era una representación de su propia alma dañada y una declaración franca de que el universo no la consideraba lo suficientemente digna para tener una pareja. Había conseguido escapar de ese agujero y, aunque la aceptación ciega de la sociedad no eliminaba el sentimiento, admitía que ya se sentía mucho mas cómoda en su propia piel.
Su vida era normal, sencilla y cómoda de la mejor manera, con un buen trabajo, una buena casa y unos amigos que ella consideraba familia. La vida era buena, aun cuando el universo había sido cruel.
Arrojando las llaves sobre la mesa, Elsa cayó sobre el sofá de su cómoda con un estruendo, llamando la atención de su hermana quien, muy agradablemente, le dedicó una larga mirada de molestia desde el comedor.
—¿Largo día en el trabajo?
—Más de lo que podrías imaginar. ¿Lavaste los platos y llevaste la ropa a la lavandería como te lo pedí?
Una sonrisa apenada fue su única respuesta.
—Anna...
—¡Lo sé, lo sé! ¡Lo siento! Quede atrapada en este libro que ¡Dios, Elsa, es tan increíble!
—¿Tan increíble como hacer las tareas del hogar? ¡Debes estar bromeando conmigo!
Pese a su disgusto, Elsa se levantó del sofá para caminar hacía la silla posterior a la de Anna, analizando con desgana la portada del libro rojo y grueso cuyo titulo se leía Almas.
Anna llevaba meses trabajando en su tesis sobre las marcas del alma y su aparente origen, tema que Elsa se esforzaba en evitar cada que podía, rehuyendo de las conversaciones y encerrándose en su habitación cada vez que Anna programaba entrevistas con distinto sujetos de investigación.
Ella misma era un sujeto y la razón del enfoque de Anna hacía la investigación, (no porque Elsa estuviera encantada con la idea), pero su hermana estaba apunto de graduarse y, aun con su amargura, quería ser el mejor apoyo que Anna podría desear.
Había algunos manuscritos en la mesa que afirmaban que las marcas del alma eran un distintivo con el que nacíamos, no una aparente aparición a determinada edad. La mayoría de las marcas del alma aparecían entre los 4 y 5 años de edad, invisibles para el resto del mundo, pero visibles para el portador y, una vez que tocaras a tu pareja destinada, esta se volvería evidente para que el resto de la población la apreciara. Sin embargo, la investigación afirmaba que las almas gemelas eran de hecho una marca que portábamos desde el nacimiento, pero sin la capacidad necesaria de entendimiento a ella hasta las 4 o 5 años. Había algunos argumentos de personas que no habían sido afectadas por la amnesia infantil que afirmaban que recordaban su marca del alma desde que se encontraban dentro del vientre materno.
Era un poco inquietante si Elsa se dedicaba a pensarlo durante demasiado tiempo, así que prefirió desviar la mirada hacía su hermana: Anna se encontraba recogiendo otro de los libros en el suelo, inclinándose hacía un lado sin moverse de su posición y provocando que la manga de la enorme sudadera cayera de su hombro, revelando la marca distintiva de una silueta de un reno manchando su piel donde el hombro se unía con el antebrazo.
—Es una historia asombrosa, Elsa, habla de dos deidades que fueron obligadas a enfrentarse por la eternidad, aun cuando se amaban y eran dos mitades de una misma alma: el quinto espíritu y el guardián de la oscuridad.
Elsa frunció el ceño, esa historia sonaba familiar.
—¿Hablas de la leyenda del hombre de la luna? Anna, esos solo son cuentos para poner a dormir a los niños.
Anna azoto el libro, descontenta. —¡No son cuentos, Elsa! Y, en todo caso, es un mito, no una leyenda ¿no se supone que eras la mas inteligente de tu grado en la escuela secundaria?
Elsa rodó los ojos con una sonrisa divertida en los labios. Recordaba el mito de cuando se obsesionó con las almas gemelas a los 12 años, en ese entonces recién comenzaba a creerse un fenómeno y el rechazo del mundo quemaba más que el fuego en sus venas.
—Sigue siendo falso, Anna, una vieja historia que contaban los abuelos de nuestros abuelos y los abuelos de estos.
—¡Elsa, no seas tan aguafiestas! Es una narración maravillosa llena de tragedia, romance e injusticia. ¿Imaginas que fuese real? ¡No puedo ni siquiera empezar a imaginar el dolor de estas dos personas! Ambos con los mismos dotes, pero mientras uno representaba la oscuridad, el otro representaba la luz. Eran el balance perfecto del mundo, destinados a enfrentarse, odiarse e incluso asesinarse y, sin embargo, amándose infinitamente.
Anna estaba conteniendo las lágrimas en ese momento, abrazando el libro en su pecho como si su vida dependiera de ello.
Elsa suspiró mientras se levantaba de la silla, su reloj marcaba las 10:00 pm en este momento, había trabajado mas de lo que se suponía y ahora estaba demasiado agotada para continuar con la conversación. Besó la cabeza de Anna y se dirigió a las escaleras.
—No quiero ver los mismos platos sucios por la mañana y trata de no desvelarte, han pasado muchas noches y tus ojeras siguen creciendo. Además, recuerda que tenemos que madrugar si queremos llegar a Carbondale para ver el eclipse.
—¡Dulces sueños para ti también, Elsa!
Elsa sonrió mientras negaba con la cabeza, divertida. Había sido un día demasiado largo y su único deseo era poder dormir un par de horas antes de que el amanecer tocara sus puertas.
La calidez de su habitación arrojó el resto de la tensión de Elsa por la ventana, liberando su cerebro de su aprehensión habitual. Sabía que tenía que tomar un baño antes de que el agua se congelara y aun necesitaba enviar algunos correos electrónicos a sus superiores antes de medianoche. La ropa cayó en un charco en la alfombra e hizo una nota mental para recoger el desorden antes de irse a la cama. El espejo en su baño le dio una mirada completa de la desnudez de su cuerpo y Elsa se permitió un momento para arrastrar su mirada sobre su blanquecina piel. Su blanca y vacía piel.
Conteniendo el suspiro en su garganta abrió la llave del agua y gracias al cielo sus pensamientos no desafiaron la barrera del agua helada durante el resto de la noche.
(***)
Ante sus mayores temores, la mañana llegó demasiado pronto y la alarma se disparo sin precedentes. Elsa se levantó enfurruñada de su cálida cama y se dirigió a despertar a Anna para poder comenzar el día.
El café consiguió aligerar su malhumor, bendición que no funcionaba en lo absoluto con su hermana, quien en este momento se encontraba dando vuelta tras vuelta en la acera, maldiciendo cada ser viviente en la faz del universo.
—¡Despertarse a esta hora tan impía de la mañana debería ser ilegal! Simplemente observa, únicamente los pájaros se despiertan de buen humor a estas horas, ¡Y quizás ni siquiera ellos!
Elsa suspiró. —Vamos, Anna, debes admitir que es una hermosa mañana.
—¿Hermosa? ¡Me estoy congelando, Elsa! Y ni siquiera digas una palabra porque todo es culpa tuya.
—¿Mi culpa?
Anna asintió vigorosamente, su cabello ya enmarañado esparciéndose fuera de su bufanda morada. —¡Fuiste tu quien convirtió tu cita en un viaje grupal! Sabes bien que Jack únicamente tenía la intención de invitarte a ti a ver el eclipse en Illinois, ¡pero tenías que hacer de eso un viaje por la carretera con todos nosotros siendo puestos en el medio!
Elsa se sonrojo, intentando evitar el puchero en sus labios. Desvió la mirada hacía el suelo, intentando ocultar lo avergonzada que se sentía en ese momento.
—Deja de gritar, vas a despertar a todos nuestros vecinos.
—¡Oh, no! ¡No intentes escapar de esto ahora! Además, nuestros vecinos probablemente también están interesados en saber porque continuas dándole calabazas al pobre chico.
La expresión de Anna era pura determinación e irritación, probablemente cansada de que Elsa intentara eludir el tema cada vez que este se colaba en una conversación. Definitivamente no iba a tener escape de esta, pero era demasiado temprano para tener que estar hablando de ello.
Rindiéndose, tomó un gran sorbo de café antes de dirigir su completa atención a Anna.
—Sabes perfectamente porqué, Anna. Jack tiene un alma gemela y yo no tengo ninguna.
Su hermana se desinfló, la pelea escurriéndose de sus rasgos. Le dedicó una mirada de pura simpatía y Elsa se obligó a no soltar un gruñido descontento en respuesta.
—Elsa, sabes perfectamente que a Jack no le interesa nada de eso.
—No puedo quitarle eso a él, Anna, no puedo.
—Esa es decisión de Jack, Elsa, no tuya.
Elsa se estremeció, una ráfaga de aire frío pareció introducirse en su chaqueta y se abrazó a sí misma en un intento vano de mantener el calor.
—Anna, simplemente no puedo ¿entiendes? No puedo. No me pidas que sea así de egoísta.
Y era egoísta, privar a una persona de su alma gemela, su persona destinada. Elsa simplemente no podía imaginarse así misma quitándole esa dicha a Jack, apartándolo de la persona que lo completaría mejor en cualquiera de los aspectos, que lo acompañaría hasta el final, que lo amaría mejor de lo que ella nunca podría.
Anna no dijo nada por varios segundos y, afortunadamente, antes de que pudiera pensar en decir cualquier otra cosa, una van de aspecto viejo y destrozado se orilló justo frente a ellas.
Hablando del diablo. Pensó Elsa.
Un bocinazo agudo y melódico rompió el aire, con Jack asomándose desde el asiento del piloto con una mueca divertida en su rostro, Elsa no pudo evitar la sonrisa propia.
Kristoff descendió del asiento trasero, abriendo los brazos a Anna, quien gustosa acepto el ofrecimiento.
En un parpadeo Jack se encontraba justo a su lado, su sonrisa característica adornando su rostro y una mirada de pura adoración arrastrándose por sus rasgos antes de desaparecer al siguiente parpadeo. Elsa tragó, incapaz de procesar ningún pensamiento hasta que Jack pareció desviar la mirada hacía el suelo, donde la maleta colgaba de su brazo.
—Su carroza ha llegado, my lady.
Su maleta fue arrebatada de su brazo antes de que pudiera procesar alguna frase ingeniosa en respuesta y Jack desapareció en la parte trasera del automóvil.
—Hey, Elsa ¿el frío te ha matado las neuronas o es que te has convertido en una estatua de hielo para hacer juego con la decoración?
Merida sonreía burlona desde dentro del auto y Elsa luchó contra el impulso de arrojarle el café en el rostro.
—Buenos días para ti también, roja.
—Mm, creo que yo no he tenido tan buenos días como tu.
Elsa gruñó esta vez, provocando una carcajada en Merida. Se introdujo a la van antes de que el frío le atenazara los nervios y terminara haciendo algo de lo que se arrepentiría luego.
Dentro del auto fue recibida por una sonriente Rapunzel e Hiccup, un ronquido de Eugene y una sonrisa aún mas traviesa de Merida.
Sería un viaje largo.
En el asiento del piloto ya se encontraba Jack, esperando pacientemente a que Kristoff y Anna terminaran su efusivo saludo para poder marcharse. Le dedicó una sonrisa de bienvenida al verla y palmeo el asiento del copiloto para hacerle saber que tenía reservado ese asiento para ella.
Sin opción, Elsa se dejo caer a un lado del Jack, observando con detenimiento los controles del viejo automóvil que se supone los llevaría sanos y salvos a Carbondale.
—¿Dónde conseguiste este dinosaurio?
Jack soltó un bufido en respuesta, dedicándole una mirada malhumorada. —Su nombre es Bertha y es la legendaria van de mi tío Norte, no te preocupes, llegaremos a ver el eclipse en una pieza.
—Jack, esto ni siquiera tiene GPS. Nos perderemos antes de llegar si quiera a Illinois.
—Es por eso que tenemos esto—. Un papel arrugado fue lanzado a su regazo. —Nadie mejor que tu para leer mapas y descifrar garabatos.
De nuevo, iba a ser un viaje muy largo.
La mañana pasó rápidamente y antes de que se diera cuenta se encontraban a mitad del recorrido. Con Jack parloteando felizmente con Punzie, Merida y Anna los minutos parecieron pasar con velocidad y Elsa no se daba permiso de aburrirse o distraerse ni un segundo por miedo a que perdieran el camino o se retrasaran, aunque habían conseguido acortar parte del trayecto gracias a su habilidad para descifrar el mapa y el ingenio de Jack.
Jack y ella siempre habían hecho un buen equipo, aun con sus interminables discusiones y argumentos bobalicones, siempre habían encontrado una manera de coexistir y complementarse mutuamente. Una amistad fuerte, un vinculo diferente, Elsa no tenía nada parecido con alguien más. Y viendo a Jack ahora, cantando al ritmo de las canciones que pasaban en la radio, Elsa se dio cuenta que no deseaba tener nada parecido con alguien más.
—Deberíamos detenernos a estirar las piernas y comer algo—. Soltó Jack al finalizar la canción.
—¡Por favor! Me estoy muriendo de hambre aquí atrás.
—¡Cierra el pico Eugene, si has dormido la mitad del camino!—. Se enfureció Merida, el hambre siempre había conseguido irritarle los nervios.
—¡Eso no significa que no pueda darme hambre!
—Bueno, técnicamente...
—¡Oh!—. Interrumpió Anna. —Hay una atracción a la que nos dirigimos que me encantaría visitar, sería asombroso para recabar información para mi tesis y estoy segura que debe tener un restaurante integrado.
—¡Cualquier lugar que tenga comida es aceptable!—. Apoyo Kristoff, probablemente igual de hambriento que los demás.
—¿Podemos, Elsa? ¿Por favor?
Elsa miró el mapa, sus ojos rápidamente rastreando el camino y encontrando la atracción de la que Anna hablaba. El museo de las almas gemelas, típico. Se desviaba un poco del camino principal, pero era poco probable que representara algún problema con el buen tiempo que traían entre manos.
La cabeza de Jack se posicionó cerca de la suya, enviando una calidez confusa que estremeció sus dedos de los pies. No pareció tardar mucho en encontrar la atracción y su rostro se giro hacía ella, su ceja derecha levantada en una pregunta silenciosa. Sus narices casi se rozaban por la cercanía y Elsa se sintió tan endulzada que no encontró motivo para molestarse por la preocupación evidente de Jack. Si bien no era fanática de que le recordaran continuamente su aparente aversión a las almas gemelas, no pudo evitar enternecerse un poco por la búsqueda de aprobación que la mirada de Jack buscaba en su rostro; sabía que si ella decidiera negar su petición, Jack encontraría una manera de convencer a los demás de que era una mala idea alejarse del camino.
En cambio, asintió en respuesta, dedicándole una mirada dulce a Jack que le afirmaba que ella estaba bien con detenerse en la atracción. Jack asintió también volviendo sus ojos a la carretera y apartándose ligeramente de su espacio.
—Claro, suena bien—. Contestó distraídamente a Anna.
Los demás vitorearon en respuesta y Elsa se dedicó a indicarle a Jack el camino.
Al final, sucedió que para poder ingresar al restaurante del museo necesitaban comprar las entradas y hacer todo el recorrido. Merida y Eugene parecían impacientes, pero ninguno tuvo el corazón para negarle nada a Anna.
A pesar de ser una atracción de bajo costo, el museo resultó ser bello e interesante, había distintas pinturas en las paredes que representaban a las almas gemelas en sus distintas y representativas versiones: el ying y el yang, el sol y la luna, las medias naranjas, entre otras figurillas. Los artistas no debieron ser muy reconocidos, pero el trabajo seguía siendo espectacular.
El hombre que daba el recorrido parecía muy orgulloso de cada una de las obras y explicaba cada una de ellas. Elsa se desconectó de la mayor parte de la explicación, decidiendo mejor enfocarse en los preciosos lienzos. El tema de las almas gemelas no era una temática que le molestara más, acostumbrada como estaba a que iba a ser algo que le perseguiría toda su vida; eso no significaba que no doliera un poco en noches oscuras y solitarias, pero nadie tenía porque saberlo de primera mano. Teniendo este tema tan presente, Elsa no pudo evitar enfocarse en el resto de sus amigos.
Jack se encontraba caminando a su lado en apoyo silencioso, pero parecía tan enfocado en las pinturas que Elsa no pudo reprocharlo por preocuparse tan abiertamente de ella. Jack no había encontrado a su alma gemela todavía, por lo que su marca del alma continuaba siendo invisible para todos excepto él. Rapunzel y Eugene caminaban frente a ellos y con el cabello de Punzie tan corto como estaba, ambos lucían orgullosamente sus marcas del alma, (en forma de sol), en sus nucas. Adelante de ellos, Merida e Hiccup caminaban de la mano, Hiccup supuestamente intentando distraer a Merida de su hambre con las pinturas y pequeños besos robados. Hiccup y Merida no eran un par emparejado, eran parte de ese 25% que habían decidido ignorar el supuesto amor obligado que representaban las almas gemelas y decidieron seguir su propio camino y corazón. Merida tenía una preciosa marca del alma en forma de arco en su muñeca izquierda, mientras Hiccup tenía una pequeña espada en su tobillo derecho, ambas visibles puesto que ya habían conocido a sus almas gemelas, pero decidiendo dejarlas como simples almas gemelas platónicas, donde la amistad encajaba mucho mejor que el amor.
Anna y Kristoff eran una pareja nueva, encontrándose a finales del octubre pasado. Las capas de ropa ocultaban sus distintivas marcas del alma, pero Elsa todavía podía recordar perfectamente el pequeño reno manchando la piel pecosa de Anna.
—Elsa, ¿estas bien?
Jack la miraba ahora, con sus preciosos ojos azules perfectamente enfocados en ella, buscado cualquier rasgo de angustia en su rostro.
—Estoy bien.
—¿Estas segura? Puedo sacarnos de aquí si es lo que quieres, solo necesito convencer a Eugene de tomar una foto de ese letrero que dice "No tomar fotos" y todo se volverá un completo caos, créeme.
Elsa, sin poder evitarlo, sonrió un poco. —No hay necesidad, estoy bien, de verdad.
Sabiendo que tenía que soltar el tema por la paz, Jack asintió.
Elsa se permitió entristecerse un momento cuando Jack centró su atención en la pintura del otro pasillo. La mayoría de las personas encontraban su pareja destinada entre los 20 y 30 años, era cuestión de tiempo para que Jack encontrara la suya. No sabía si podría soportarlo, tendría que, pero ¿podría? Sería demasiado doloroso, sin embargo, era un destino inevitable.
Nunca se preocupó mucho por encontrar pareja luego de superar su crisis de identidad. Sabía que sus probabilidades siempre habían sido escasas, dejando como sus únicas opciones otras personas en blanco o personas que hayan decidido rechazar a su alma gemela en favor de quedarse con ella. Tampoco tenía la intención de tomar el lugar de alguien, por lo que simplemente no espero enamorarse. Jack fue un inconveniente absoluto a todos sus planes, con su bella sonrisa, su bondad infinita y sus ojos traviesos, destruyendo todo el plan de vida que Elsa se había enfocado en seguir al pie de la letra.
Una parte de ella, la parte egoísta y necesitada, le rogaba corresponder el afecto de Jack, aceptar sus intentos de cita y permitirse tener su final feliz. Pero no podría, nunca podría, nunca privaría a Jack de su alma gemela y jamás podría ponerlo en esa situación, donde tendría que elegir entre ella y su persona destinada.
Una elección que también sabía que no ganaría.
Entonces, ¿soportar el dolor cuando Jack encontrara a su pareja? Valdría la pena. Si él era feliz, valdría la pena.
—¡Elsa! ¡Mira, mira! ¡Es el mito del hombre de la luna!
Frente a ellos, en lo que era una inmensa y bellísima pintura, se encontraban pintadas en el lienzo dos figuras, una mujer de vestido blanco y brillante con manos resplandecientes y un hombre encapuchado que sostenía una vara de madera que relucía en su punta. Un eclipse centellaba en el cielo nocturno y ambas figuras irradiaban poder puro.
—¿Cuál es el mito del hombre de la luna?
—¡Hiccup!
—Oh vamos, Merida, tu también estas interesada.
—¡Estoy mas interesada en una hamburguesa en este momento!
—¡Yo quiero escuchar la historia!
—¡Punzie!
—Ya estamos aquí, Eugene, no perdemos nada.
Ignorando a una Merida y Eugene enfurruñados, el jefe del recorrido se acercó al cuadro para comenzar a contar el relato.
—La figura de aquí es llamada el quinto espíritu, una mujer de indomable poder que había sido elegida por una fuerza divina para proteger al mundo; pero el mismo universo le jugó una mala pasada y el mismo don destinado a salvar al mundo dañó a las personas que amaba. Ante la inimaginable fuerza del quinto espíritu, el hombre de la luna decidió dividir el poder y por lo tanto el alma de la chica en dos mitades: oscuridad y luz. Y en consecuencia a esta fragmentación nace el guardián del invierno, la otra figura.
»En un principio este espíritu vagó como un alma sin propósito por la tierra, hasta que conoció al quinto espíritu y estos inevitablemente se enamoraron en el camino. Sin embargo, el desbalance del mundo provocó que la parte oscura del quinto espíritu tomara completa posesión del alma del guardián del invierno, quien se transformaría en el guardián de la oscuridad y la contraparte de la mujer.
»En el enfrentamiento final entre ambas deidades aconteció un eclipse solar total y fue ahí, en la negrura infinita, donde el quinto espíritu decidió acabar con su vida, con el único propósito de detener el enfrentamiento eterno que la llevaría a destruir a su amado. La sangre del quinto espíritu y las lagrimas del guardián se mezclaron en la tierra, y el hombre de la luna, aprisionado en su dolor, decidió darle a cada ser humano un alma gemela, la cual les amaría por la eternidad y el dolor desgarrador del guardián de la oscuridad jamás volvería a repetirse.
—Shakespeare hubiera amado esto—. Repuso Elsa en voz baja, no sin amargura.
—¿Un eclipse solar como el que pasará esta tarde?—. Preguntó Kristoff.
—Exactamente igual. Estos eclipses suceden una vez cada 300 años y, según cuenta el mito, es el único momento en el que el quinto espíritu y el guardián de la oscuridad vuelven a encontrarse.
Luego de la historia el recorrido no tardo en finalizar, dejando a Elsa con un extraño sabor de boca. La comida ayudo un poco a reducir su disgusto y antes de lo previsto estaban de vuelta en la carretera con el estomago lleno.
Jack repuso que el almuerzo y la caminata le había provocado sueño, por lo que ambos fueron relevados por Rapunzel y Eugene para seguir el camino. Eugene era un buen conductor y Punzie sabía leer un mapa, así que trato de no preocuparse demasiado.
Jack la siguió hasta los anteriores asientos de Rapunzel y Eugene y, para la sorpresa de Elsa, terminó recostándose cómodamente en su regazo sin solicitar permiso. Ante la mirada de asombro en sus rasgos, Jack se limitó a guiñarle un ojo descarado y cerró los ojos para poder comenzar su siesta.
Cabe aclarar que Elsa pasó el resto del trayecto tratando de disminuir sus temblores y luchando contra el hormigueo y la calidez que acalambraba sus palmas. Todos sus amigos le dedicaron miradas graciosas, pero ninguno se atrevió a soltar palabra.
Llegaron a Carbondale una media hora antes de que comenzara el eclipse y parecía que no habían sido los únicos con esa gran idea, encontrando una docena de otros autos y familias que ya comenzaban a acomodarse en el pasto para esperar.
Eugene consiguió encontrar un buen lugar para aparcar y todos se apresuraron a bajar sus maletas para empezar a ubicarse en una parte apartada del terreno antes de que mas familias aparecieran. Con cada uno de sus amigos viniendo en pareja, Elsa se encontró así misma siendo guiada por Jack, quien la llevo a un área mas alta del terreno donde pudieran ver de forma mas cercana el cielo.
Colocaron sus mantas en el suelo, dejando sus lentes especiales al alcance la mano y se recostaron juntos.
—¿Ya habías venido aquí alguna vez?—. Preguntó Elsa.
—Una vez cuando tenía 14 años, mi hermana, mis padres y yo vinimos juntos para presenciar la lluvia de meteoritos, fue una experiencia increíble—. Jack se levantó un poco, alcanzando la canasta de alimentos que había traído. —¿Una fresa?
Elsa sonrió, animada. —Ni siquiera te gustan las fresas.
Jack le miró, la adoración presente en sus ojos una vez más.
—No, pero tu lo haces.
Se le seco la boca y desvió la mirada, incapaz de continuar viendo los ojos de Jack.
La canasta de Jack probablemente había sido preparada para la cita y después del rechazo/desviación de Elsa, él había decidido traerla de cualquier manera con él sabiendo que tenía muchas cosas que ella disfrutaría.
Quizás necesitaba disculparse.
—Jack...
—Elsa...
Interrumpiéndose a la vez, ambos sonrieron.
—Tu primero—. Cedió Jack.
Elsa se recordó una vez más porque no podía tener lo que deseaba.
—Solo... solo quería disculparme por haber invitado a todos nuestros amigos a lo que sea que querías que fuera esto—. Salió tan despectivo que Elsa no pudo evitar estremecerse.
Jack entrecerró los ojos, observándola sospechosamente.
—Quería que fuera una cita, Elsa.
No parecía muy molesto, simplemente confundido.
—En mi defensa, cuando me invitaste nunca dijiste la palabra cita. Simplemente me preguntaste si quería venir a ver el eclipse a Illinois contigo.
Jack sonrió, divertido. —¿Y qué parte de eso no te suena a una cita?
—Bueno, no leo la mente, Jack. ¿Qué esperabas que hiciera?
Jack se enderezó, sentándose completamente para poder enfrentarla.
—Honestamente, creí que mis afectos hacía ti habían sido lo suficientemente claros para que entendieras que esto era una cita.
El cerebro de Elsa se apagó. Oh no, abortar, ¡abortar!
—Yo... ¿Tus afectos?
Jack no vaciló un segundo, sus ojos brillaban, los rayos del sol golpeaban su cabello y Elsa sabía que ya era demasiado tarde para retroceder en esta conversación.
—Estoy enamorado de ti, Elsa. Lo he estado, probablemente desde siempre—. Se encogió de hombros, una sonrisa apenada pegada a su rostro.
Esto no podía estar pasando. Quizás estaba soñando o todo era una alucinación por parte de su enloquecido su cerebro. Pero Jack... simplemente no podía amarla, ¿cierto? Era una tontería, ¡Jack tenía un alma gemela! Y si, puede que se haya sentido atraído hacía ella, pero ¿amarla? No era posible.
Elsa negó, enloquecidamente, moviendo las manos de un lado al otro mientras su mirada se dirigía a todas partes menos a Jack.
—Sé que es una sorpresa pero yo...
—¡No puedes amarme! ¡Jack, no puedes!
Jack frunció el ceño esta vez, su boca deteniéndose a mitad de la oración. Una mueca surco sus labios y parecía realmente disgustado.
—¿Y por qué no puedo? Elsa, no puedes decirme a quien amar.
Elsa negó fuertemente otra vez, confundida. ¿No era algo lógico?
—¡Yo no soy tu alma gemela, Jack! T-tienes otra alma gemela, esperando ahí afuera. No tengo un alma gemela. No puedes... no puedes amarme.
La convicción de Jack no pareció desmoronarse, en cambio su mirada se volvió mas suave, pero la determinación no dejo de marcar las líneas de su rostro.
A su alrededor el conteo regresivo comenzaba. Elsa se inclinó a tomar sus lentes y Jack hizo lo mismo. Elsa pensó en escabullirse, alejarse de esta conversación. La luna se acercaba al sol en el cielo, pronto todo sería pura oscuridad.
5...
La mano de Jack se apresuró a tomar su muñeca antes de que pudiera escapar. La miraba seriamente, el azul todavía resplandeciente incluso a través de los lentes oscuros.
4...
—Elsa, no los quiero si no son tu.
3...
—Ni siquiera los conoces todavía, Jack.
Por favor. Rogó Elsa. No me prometas cosas que no vas a cumplir.
2...
—No los quiero si no son tu. Eres lo único que quiero, Elsa.
1...
El mundo se oscureció, las personas gritaron. Elsa cerró los ojos cuando Jack chocó sus frentes y, en el fondo de su alma, Elsa sintió como algo se abría y se liberaba.
Si esto no era la conexión entre almas gemelas, no podía pensar nada mejor.
—Elsa...
El suspiro asombrado de Jack la devolvió a la realidad. Abriendo los ojos, Elsa esperaba ser sucumbida en la inmensa negrura del mundo, sin embargo, solo había brillo.
—¿Qué...?
Ahí, en el centro de su palma derecha, un copo de nieve resplandecía, brillando y brillando tan intensamente como la luna en su estado puro. Jack le soltó la muñeca con sorpresa y el copo de nieve se apagó. Elsa alcanzó a Jack rápidamente, colocando su palma izquierda en la mejilla de Jack para mantenerlos conectados.
Súbitamente, el copo de nieve en su palma volvió a resplandecer, pero esta vez, con la palma derecha de Jack liberada, encontraron otro copo de nieve centellando al compás del suyo, ambos idénticos, bellísimos, reluciendo la misma luz a la misma intensidad, iluminando el pequeño espacio entre ellos.
Una marca del alma.
Eran almas gemelas.
Elsa sintió que se le llenaban los ojos de lagrimas y permitió que se liberaran una por una, la incredulidad presente en cada poro de su piel. Tenía que estar soñando, ella no tenía una marca del alma y por supuesto que no tenía una alma gemela. Y Jack... no podía ser.
—Elsa...
Al levantar la vista se encontró con la mirada de Jack, aún cubierta con los lentes oscuros, pero tan íntimamente tierna a pesar de ello. Sus mejillas también estaban cubiertas con lágrimas y tenía la sonrisa mas inmensa que Elsa alguna vez había visto.
—Nosotros...
—Somos almas gemelas, Elsa. ¡Somos almas gemelas!
Las manos de Jack se aferraron a su cintura y ella movió sus manos para posicionarse alrededor de su cuello cuando sintió que la levantaba. Jack reía, alegre, enloquecido, girándola de un lado al otro mientras ella reía a su vez, igualmente feliz.
—Te amo, Elsa, te amo tanto.
Elsa sonrió, mas eufórica de lo que se había sentido nunca. Sus palmas todavía brillaban, pero ocupadas como estaban alcanzando al otro, la luz apenas podía escapar.
Cuando Jack la depositó en el suelo, Elsa se apresuró a tomar su rostro entre sus palmas. Le sonrió con una ternura y amor enloquecido, incrédula todavía con lo que estaba pasando.
—Yo también te amo Jack, demasiado, demasiado.
Jack la atrajo hacía él, soltando un torbellino de besos en todo su rostro que la hizo reír. Al final fue Elsa quien sello el contacto entre sus labios, recibiendo a Jack con suavidad y adoración indudable. No hubo mariposas, ni fuegos artificiales, solo un mar de calidez que le debilito los huesos, que le hizo bailar el corazón y temblar las piernas.
Paz, infinita paz y tanto amor.
El complemento perfecto.
Cuando se separaron, el eclipse había terminado, la luna se separaba finalmente del sol, dejando a su rastro luz reluciente.
Elsa miró sus palmas y el copo de nieve ya no resplandecía, pero permanecía, como si siempre hubiera estado postrado en su piel. Al juntar su palma con la de Jack el mundo vibró, los dos copos encajando perfectamente, destinados a estar juntos para la eternidad.
En algún lugar, el hombre de la luna sonrío.
Créditos de la imagen a @neimykanani en Instagram.
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