19. Hijo de la Luna


Con todo el corazón y para que no hagan conjeturas sobre el final, les diré que como siempre, lo modifiqué un poquito. Sé que aman los finales felices.

Realmente es muy linda la historia (corta) yo espero que la lean y la disfruten tanto como yo lo hice.

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Se dice que en el Edén originario, debajo del Árbol del Bien y del Mal, floreció un rosal. Allí, junto a la primera rosa, nació un ave de bello plumaje y un canto incomparable.

Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso cayó sobre el nido una chispa de la espada de fuego del ángel que los desterró y el nido del Fénix en ese instante ardió. Por ser el único, que se negó a probar el fruto prohibido, se le concedieron varios dones como el poder del fuego, la luz y la inmortalidad, teniendo a través de estas, la capacidad de renacer de sus cenizas después de expirar.

Cuando le llegaba la hora de morir, hacía un nido y entonaba las más bellas melodías mientras se quemaba completamente, para luego resurgir.

Triste y solo, sin embargo, vivía su inmortalidad, pero su amiga y única compañera, pronto eso cambiara. Su único hijo, nacido para amar, será la alegría que lo acompañara.

Off y Gun se amarán tanto que ya no existirá la soledad. 

Ha perdido ya la cuenta de los días y las noches, de las veces que ha renacido, de las mañanas a las que les ha cantado y las horas que ha pasado hablando con Selene, su única compañía, siempre a su lado cuando Helios se esconde tras las montañas en el horizonte.

No tiene nada que conocer puesto que ya lo ha visto todo, ha volado sobre cada montaña y dormido bajo la sombra de cada árbol. No puede saber más nada, porque tiene el conocimiento que le fue obsequiado, infinito como su inmortalidad.

Ha conocido a tantos hombres buenos y malos al pie de su árbol, les ha mostrado el camino del bien y la sabiduría, ha escuchado a cada uno de ellos: científicos, artistas, historiadores, hombres de fe y hombres que la han perdido.

Pero está cansado: de la monotonía, de la inmortalidad, de la sabiduría. Completamente solo llora al pie de su nido, sus lágrimas que sanan caen al suelo sin reparo, el Fénix se apaga, se siente morir y Selene le observa, alimentando uno de sus corceles blancos con gajos de manzana, sentada al filo de un árbol.

—¿Eres feliz? —Hace la pregunta como un susurro acongojado, porque sabe la respuesta pero aun así las palabras salieron de su boca—. Pero solo obtiene una mirada...

El Fénix no sabe la respuesta.

Selene cabalgó un día entero sin descanso, para ella ni sus corceles que tiraron con devoción y fuerza del carruaje blanco hasta el Olimpo donde Zeus recibiría a la Luna.

Su único deseo era poder ayudar al ave que jamás pidió nada y siempre entregó su sabiduría y consejo a cualquier hombre que le cuestionara. Entregarle —de alguna manera— la felicidad que tanto anhelaba, aquella que le hacía falta en cada una de sus lágrimas curativas que caían de sus ojos al anochecer.

Selene, su único testigo.

Zeus, tan sabio y justo como era, se negó a otorgarle la humanidad al Fénix —con la negativa de exponerlo al mundo y su maldad— de que pudiera ser corrompida su alma y pensamiento con los placeres mundanos.

—¡Pero podría encontrar la felicidad en otro ser!

Sin embargo, había un costo...

—A cambio de la humanidad para el Fénix, cada quinientos años cuando llegue el momento de expirar, habría de olvidar a aquel que amara con todas sus fuerzas y en su renacer, la razón de su humanidad, la felicidad prometida, fruto inmaculado de tu vientre: tu primer hijo, quien habría de llevar de por vida, el costo de su existir, sufrirá por no poder amarlo. —Pronunció el dios del Olimpo.

El amanecer encontró su camino sin la guía del canto del Fénix.

Helios, preocupado por este hecho, encargó el amanecer a Eos, su hermana, mientras bajaba en busca del ave. Extendiendo la aurora ,Eos, en su esplendor y creando el amanecer más largo jamás existido. El cielo se pintó de rosado, naranja y amarillo mientras el astro Rey buscaba en el árbol del Bien y el Mal al poderoso Fénix.

Cuando llegó al recinto lo que encontró fue un joven hombre desnudo, de pecho, cubierto por una manta tejida de Cielo y dormido en brazos de Selene.

El vientre de su hermana ya era notable, embarazada desde su regreso del Olimpo y negada a dar explicaciones. La Luna acariciaba los cabellos rojos del hombre, velando su sueño con mirada preocupada.

—¿Quién es ese hombre?

—El Fénix.

Helios le recriminó con la mirada a Selene la humanidad del ave más hermosa, la falta de su canto al alba y la aurora eterna sobre el cielo.

—Sufrirá, Selene, sufrirá por tu culpa.

Y la Luna acunó al Fénix entre sus brazos de plata, pidiéndole en susurros que despertara, porque debía conocer a su hijo...

Cuando despierta, ya es de noche.

Le pesa el cuerpo, siente frío, el miedo se alberga en su corazón y la incertidumbre nubla su razón. El manto que lo cubre es suave, ligero y tejido del cielo, no está en su nido, tampoco en el árbol.

El Fénix parpadea, acostumbrando sus ojos a la luz cegadora y blanca que hay alrededor de su ser.

Se mira las manos, son grandes, de nudillos fuertes. Su piel, ligeramente morena, suave al tacto y tan ardiente como lo fue su plumaje. Siente sus alas, contraídas a la espalda y el calor que de ellas emerge.

—Bienvenido. —le saluda Selene, acunando su ser en cuarto menguante.

—¿Selene? —el Fénix se aferra a la punta de la luna bajo sus pies. —¿Qué es esto?

—Humanidad. —la Luna se mece, tranquilizando al muchacho de alas de fuego.

—Quiero verme. —El Fénix se cubre con las alas, solamente su cabello visible a Selene. —Quiero saber cómo soy.

Y la Luna le permite bajar del cielo, en vuelo rapaz sobre un estanque tan claro como calmo.

Las estrellas asoman, curiosas de la flama en el cielo, admirando el reflejo de un hombre sobre el estanque. Sus rasgos, fuertes y definidos, ojos marrones y profundos, labios gruesos y nariz recta. Su cabello del rojo más brillante jamás visto, un cuerpo humano perfectamente definido y las majestuosas alas del Fénix a su espalda.

Cuando alza la vista, maravillado del reflejo y su nueva apariencia, la Luna le sonríe orgullosa.

—Off. —Lo nombra Selene desde el cielo—. Tu nombre es Off.

Nació en la noche más larga del año, cuando las estrellas decidieron cubrir a la Luna en parto, cuando el Sol y la Aurora dormían en espera del nacimiento del hijo de Selene.

Off observa, revestido de la manta blanca de nube que cubre su desnudez desde la copa del Árbol. El cielo brilla y la Luna está llena, imponente en el cielo en su belleza de plata.

Selene le dijo que ese día, en Mayo, nacería su primogénito, enviado de Zeus al mundo para otorgarle felicidad al desdichado ser que tanto la anhelaba. Un hijo de la Luna, nacido de Zeus, destinado a ser la luz eterna del Fénix.

Cuando oscurece el cielo y las estrellas se apagan y Off se aferra con fuerza a las ramas, pues se le advirtió no subir bajo ninguna circunstancia.

El Fénix observa preocupado y cuenta los segundos en que todo es penumbra y miedo...

—¡Selene! —Off grita con todas sus fuerzas, en esa voz ronca que le fue otorgada. —¡Selene!

Pero en el cielo la Luna no responde.

Su respuesta llega en forma del llanto de un recién nacido.

El cielo se ilumina en resplandor blanco, las estrellas brillan encantadas del nacimiento del hijo de la Luna, los lobos aúllan a su madre en el cielo y los grillos le cantan la bienvenida al pequeño vástago de Selene.

El cielo se regocijó de la alegría del nacimiento y Off durmió bajo la preciosa luz de la Luna, esperando conocer al hijo de aquella que tanto cuidó de él, cuando fuera de día y Selene pudiera bajar con su niño en brazos.

Off abre los ojos —interrumpido su sueño por el toque de la Luna en su cabello y el gimotear de un bebé—. El Fénix despierta sobresaltado y Selene le sonríe tranquilizando a Off.

En sus brazos —cubierto por una manta de hilos de plata— descansa su recién nacido.

—Off, quiero presentarte a Gun.

—Puro, blanco...

—Digno. —Completa la madre, con su mano en la mejilla del Fénix—. Promete cuidar de mi hijo Off, él ha nacido para ti.

Off asiente, sus lágrimas cayendo sobre la mano de Selene que le limpia y susurra un gracias, depositando al bebé en brazos de Fénix.

Cuando Off descubre el rostro del niño, la imagen del mismo cielo hecho hombre se plasma ante sus ojos.

De piel tan blanca como la luz de luna, labios rosados, nariz pequeña y ojos hundidos —cerrados— su frente cubierta de los mechones blancos que nacen de su cabeza.

—Gun... —Off acerca un dedo a los puños cerrados del recién nacido y el bebé lo sujeta con fuerza, mientras abre los ojos y esboza una hermosa sonrisa—. Bienvenido al mundo hermoso Gun...

Selene ha regresado al cielo a cubrir su lugar iluminando la noche cuando su hijo abre los ojos por primera vez frente al Fénix y el cielo llora y cubre de su llanto al Fénix.

Selene le pide perdón en silencio por pagar en el inocente, la cuota de su existir...

Porque el Hijo de la Luna, es ciego, Zeus lo quiso así.

Gun creció para ser la estrella más brillante del cielo, en sus ojos azules se reflejaba de la forma más hermosa el brillo de su madre, en su sonrisa existía la cura del miedo y la tristeza del Fénix.

El niño de apenas diez años —inquieto y travieso— le sacaba las risas más sinceras al Fénix cuando se escondía detrás de las montañas y el brillo de su ser lo delataba.

Seguía durmiendo en cuna de su madre, menguando Selene para arrullar a su hijo, volaba en la espalda del Fénix y se bañaba en el estanque que vio por primera vez el rostro del Off.

Off le cantaba al alba, sin falta ni prisa, despertando al pequeño de cabellos blancos que asomaba detrás de su madre, despertando siempre con el cálido cantar del Fénix, guiado por el sonido de su voz.

Gun era ciego al mundo superficial, incapaz de ver el rostro de las personas, de su madre o el propio. Pero su entorno, la luna, las estrellas y el brillo en ellas era perfectamente visible al niño, el alma y sentimientos puros de su madre, el cálido resplandor del Fénix que lo cuidaba en el estanque, desde lo lejos, que lo llevaba a hablar con las flores en los montes, su sentir, el amor que le profesaba sin palabras.

Jamás pudo ver el rostro de aquel que contó en secreto a su madre, amaba con todas sus fuerzas. Tenía quince años cuando aquella confesión fue guardada en brazos de la luna, en la promesa de las estrellas de no contarle a nadie.

Y la noche por fin llegó, su madre brillaba llena en el cielo y Gun pudo bajar a dormir por primera vez fuera del arrullo de la Luna, en el árbol, en brazos de Off.

—¿Cómo puedes decir eso pequeño si nunca me has visto? —le pregunta entre sonrisas de tristeza el Fénix, acunando al muchacho vestido de cielo entre sus brazos.

Gun toca con sus manos el rostro del Fénix y percibe en sus ojos azules, el aura que rodea su humanidad, percibe su tristeza y le duele en el pecho. Delinea la mandíbula y la nariz y se crea un retrato mental del rostro de su amado. Solo comprueba, como dijo momentos antes, que el Fénix es precioso y en secreto silencio, en su corazón enamorado, desea y suplica que su padre le permita mirarlo de frente a los ojos y los deje amarse antes del segundo perecer.

—Porque veo lo que sientes... —Gun coloca sus manos en el pecho ardiente del Fénix, las alas de Off abrazando su cuerpo—. Y para mi eres precioso.

—Si tú supieras lo hermoso que eres, no dirías semejante locura... —Off le acaricia los mechones de plata y delinea sus mejillas—. Gun se esconde ruborizado en el pecho del Fénix, donde aspira su aroma pensando en recordarlo después, cubierto del cálido abrazo de su amado.

—Sé que vas a morir pronto... —Gun susurra mientras sus dedos van jugando en las clavículas del Fénix—. Sé que vas a olvidarme...

Off abraza más fuerte a su Luz y su Brillo, sujetando su pecho contra el propio.

—Mañana, mañana debemos preocuparnos por eso, hoy no Gun...

—Mañana es demasiado pronto. —El chico solloza sobre el pecho de Off sus palabras firmes—. No sabrás quien soy ni lo que siento por ti. No recordaras que Te Amo.

—Si me lo dices tú, no podría olvidarlo, con el renacer yo te recordaré porque también Te Amo.

Gun no conoce el mundo, criado en el cielo y las montañas, bañándose en el estanque y corriendo tras los rayos de Helios, despertando en el brillo de Eos y el canto de Off, durmiendo en la cuna de su madre. No conoce otro amor que el de Off y Selene, no sabe cómo expresar lo que sus ojos no perciben en los ajenos pero se inclina, tocando con sus labios de palabras mudas a los del Fénix, transmitiendo en un roce lo que no es capaz de articular en palabras y transmitir en miradas.

El amor de Off es blanco, le besa los pómulos, los párpados, lo abraza en sus alas y aún desnudo no tiene frío.

Le susurra que lo ama, le promete que dejará de doler, le toma las manos y se ve rojo, se ve rosa, se ve blanco cuando se unen sus cuerpos, él dentro de su ser y estallan juntos y Gun brilla más fuerte que nunca, en total éxtasis —más bello que nunca— y Off el Fénix arde de amor con el hijo de la Luna entre sus brazos, cuando ha hecho suyo su cuerpo.

Cuando el Fénix ve llegar su final, construye un nido especial con ramas de roble y lo rellena con canela, nardos y mirra, en lo alto de una palmera. Allí se sitúa y entonando la más sublime de sus melodías, expira... y Pasados tres días —de sus propias cenizas— surge un nuevo Fénix y un nuevo ciclo de inspiración comienza.

Quinientos años más prometió Zeus, antes de que llegara un nuevo momento de expirar.

Gun cuidó el nido fúnebre de quien le jurara amarlo eternamente en cuerpo y alma, bajo el brillo de su madre. Día tras día y noche tras noche, sin dormir ni correr, ni comer los jugosos frutos del bosque. Solamente velaba por el partir en paz de Off y tres días después del nacimiento del nuevo Fénix.

Lo primero que hace es tomarlo en brazos, apenas un polluelo de plumas rojas y ardientes que le canta al apenas abrir los ojos y Gun llora, porque puede ver a Off en ese polluelo y no solo puede ver el rojo de su alma, el rosa de su corazón y el blanco de sus sentimientos. Los destellos son iguales a los que vio aquella noche en brazos de Off —cuando mientras lo abrazaba, sus lágrimas derramó— y no había dicho nada, esperando la ocasión.

Y claramente con sus hermosos ojos azules ve que no se ha perdido nada —Off no se ha ido— sigue siendo el mismo, porque ni siquiera Zeus puede hacer que olvide lo mucho que lo ama.

Y recuerda lo que su amado le dijo "Si me lo dices tú, no podría olvidarlo, con el renacer yo te recordaré, porque también te amo".

Porque tan hermosa vio su creación el dios del olimpo y comprobó el inmenso amor que el Fénix le profesó a su hijo, decidió cambiar con una de sus lágrimas curativas el destino de los dos.

Por quinientos años se mantendrían juntos y en cada renacer Gun debía recordarle a su corazón, la promesa de amor que los unió, dando así inicio a una nueva historia de amor, porque Off recordaría que lo ama, pero no lo que cuando expiró olvido.

Empezarían una nueva historia de amor, lejos del mundo y su maldad, con un alma pura y cantos de felicidad.

Podría su hijo procrear y la luna no volvería a llorar.

—Bienvenido, Off, le dice con esperanza, sabiendo que el tiempo pasará y volverá a estar entre sus alas sintiéndose cálido y esta vez podrá mirarlo a los ojos cuando le diga Te Amo.

Al menos por quinientos años más.


🌙

Y las noches que haya luna llena

Será porque el niño esté de buenasY si el niño llora, menguará la luna Para hacerle una cuna y arrullarlo hasta la mañana.

Y Gun lo cuidara en el día después que su hijo despertara al alba, guiado por el sonido de la voz de su padre.

Porque el cálido cantar de Off cada mañana es la mejor manera de despertar a quienes más ama.

𝕰𝖛𝖎𝖎𝕭𝖑𝖚𝖊 ʚĭɞ




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