───capítulo único❞


No hay nada más horrible en el mundo que extrañar a alguien. Eso lo sabía. Y puede que no sea así, que haya cosas peores como la hambruna, la pobreza y la corrupción. Pero ahora mismo a sus terribles veinticinco lo peor para aquella joven de cabello rubio era extrañar a su primer amor, Eros Vitteli.

Rezaba, lloraba, imploraba, gemía de dolor por tan solo ver de nuevo a aquel joven que le dejó sintiendo mariposas en su dieciséis, que entregó su corazón tan solo para que sea ella misma quien tuviera el privilegio de apuñalarlo una y otra vez hasta que ambos cumplieron veintiuno.

Y ella desafiaría al mismo cielo con tal de reencontrarse una sola vez más.

Aunque suene un poco hipócrita decirlo.

Porque no podía entender como alguien tan incomprensible y callado como Eros, simplemente se volvía tan decidido y sin miedos con ella. No, no quería que la soltara, ni que la dejara caer en esa desesperación por sentir que lo estaba perdiendo.

Pero fue ella quien seguía empujándolo a voluntad cada vez mas lejos. 

—¡Es que no entiendes! Me lastimas porque siento que no valgo para ti.

Ella realmente no quería herirlo, mucho menos haciéndolo sentir menos importante cuando en realidad lo era todo para ella, tal vez debió haberlo dicho antes, haber sido más valiente pero así como Eros no sabía si creer que las palabras de ella eran reales, Daniela no podía cortar el hilo que amarraba la verdad de su corazón. 

—No te odio, porque ¿cómo podría odiar a la única persona que he amado por cinco años? —dijo el peli gris.

No sabía cómo más pedirle perdón, perdón por no estar, por hacer de sí un castigo mortal para él. Su paraíso le fue negado, las puertas del cielo fueron cerradas para el mundo que los unía, sentía las llamas del infierno ardiendo en su ser cada que pasaban los días, y Dios, aún pudiese habitar en aquel hermoso lugar a su lado si tan solo no hubiera sido una cobarde, si tan solo no se hubiese soltado aquellas déspotas palabras, si tan solo hubiese mirado el brillo en lo ojos de Eros un poco más, solo quizás seguiría en el reino celestial de los brazos que un dolido corazón aún le brindaba.

─Yo jamás dejé de dártelo todo, Daniela.

─Nunca estuviste ahí como para decir eso.

Era una mentirosa completa. Una farsante total. Cada palabra falsa tejida con habilidad la había llevado a un laberinto de engaños del cual ahora no podía escapar. Se sentía sucia, como si esa mentira acabada de pronunciar, ya hubiera dejado una mancha imborrable en su alma. Su necedad y egoísmo la habían cegado ante las consecuencias de ver su amor romperse, y ahora, estaba al borde de perderlo todo, víctima de sus propio ciegues y engaños.

─Siempre estuve aquí y mientras tu mirabas otros ojos, yo no podía quitar los míos de tu hermosa sonrisa. 

─Mis ojos siempre te miraron a ti

─¡Mierda, para ya! Deja de mentirme ─gritó, raspándose la garganta y doliéndole al instante.

Era como un pozo sin fondo, incapaz de detenerse incluso cuando se trataba de él, del amor que tanto valoraba, del amor que jamás logró sentir nunca antes. Cada mentira era como un eslabón más en una cadena que ella misma había forjado, y aunque intentaba desesperadamente salvar lo que más amaba, sus palabras seguían siendo herramientas de traición. Era una batalla perdida entre la verdad que sentía y la mentira que la consumía, sin poder vislumbrar un camino claro hacia la redención ni hacia la recuperación del amor que ahora se desvanecía entre engaños y desconfianza.

─En tus sueños y en mis sueños no hubo más que un nosotros, aún si en nuestra realidad nos sentíamos en desnivel nada pudo lograr que dejara de verte con aprecio, aún si el banco de aquel parque nuestro era poco estable y descuidado. 

Oh, aquel pedazo de madera desgastada escondida en un rincón lejano de un parque poco habitable de Catania. Aunque fuese de no creer, estaba solo a la vista de aquellos quienes realmente necesitaban sentarse. Aquel banco que era poco seguro fue testigo de los momentos mas puros entre ellos. Esas tardes que pasaron manchándolo de helado y migajas de galletas, ese banco que era tan inestable como su amor.

─No quiero decirlo, porque te estaría dando mi corazón en tus manos.

─¿Entonces de eso va todo? ¿Por eso me has mentido?

─No hay mentiras, no siento nada por ti.

Las palabras de Daniela resonaron en su pecho como dagas afiladas, cada una cortando profundamente su corazón ya magullado. Aunque sabía que ella a menudo mentía, también entendía que detrás de las falsedades y la confusión, latía un amor genuino hacia él. Cada mentira era como un tormento, pero en lo más profundo de su ser, no podía negar la verdad que escondían sus palabras: ella lo amaba, a pesar de todo. Esa certeza era su única brújula en medio del dolor y la incertidumbre que las palabras de ella habían sembrado.

─Dímelo, Daniela ─pidió ─Demuéstrame que me amas aún si no puedes decírmelo.

─No te amo, Eros.

Cada mentira era un puñal que cortaba su confianza en pedazos, dejando su corazón en ruinas. A pesar del dolor profundo y la creciente desilusión, se aferraba a la frágil esperanza de que, entre las sombras de engaño, aún brillaba un amor verdadero por él. Anhelaba desesperadamente que las mentiras finalmente se desvanecieran, que su amor pudiera al fin florecer en la claridad y la honestidad que tanto ansiaba.

Pero no era más que eso, un anhelo.

Sus ojos se apagaron, dio un último suspiro que hizo eco en esas cuatro paredes y sin mirarla ni una sola vez más, tomó su chaqueta y salió de la habitación. O eso le hubiese gustado hacer. Porque a pesar de todo, él se detuvo en el marco, sosteniéndose de el para intentar mantenerse en pie y con una última gota de esperanza se giró a mirarla.

Pero Daniela ya se había ido de la sala.

Y pasaron días, semanas, meses inclusive años y Daniela nunca más volvió a ver a Eros.

─No puedo pensarlo más, solo quería que estuvieras de vuelta, que tomarás mi mano de nuevo, que sujetaras mi cintura un poco más, que me abrazaras y me hicieras sentir como si viviera en una mañana de ensueño. Porque ¿De qué servía encadenarte diciéndote cuánto te amaba? Sé que siempre añoraste la libertad, ser un alma libre vagando en el paraíso que causaba mi presencia. Aún si ahora estás empeñado en no verme, sé valiente, acércate porque yo aún estoy aquí y aunque suene egoísta pedirte esto, no puedo seguir adelante sin haberle puesto un cierre real a nuestra pequeña efímera historia.

Pero sus palabras, así como aquel último suspiro que dio el peli gris esa vez, se escucharon como eco en su mente, y ahí permanecerían porque Eros jamás las escucharía, y Daniela jamás tendría el valor de decírselas.

Ni una sola vez.

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───esta obra es de mi autoría única y total.

───no pdf. no plagio. no reproducciones digitales o físicas. puedes recibir una pena legal, o ir a la cárcel por hacerlo.

───obra abierta a adaptaciones: para solicitar una adaptación, te invito a ir al libro de euphoria ubicado en mi perfil ♡

───obra autoconclusiva con hilos de conexión a un maravilloso universo creado por mi.

───este segundo extra pertenece al vancouver universe, y es el número catorce en su orden correcto de lectura.

Charlotte

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