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Paloma pone los ojos en blanco, bufa y se va. Sus amigas la siguen, excepto Melca.
Nico está mirando a Leia con una gran sonrisa, quien sigue entre sus brazos. Le brillan los ojos. Sabes que se le han humedecido de la emoción porque Leia no suele decir lo que siente.
En este caso, lo ha hecho para defenderse y defenderle a él; pero si no tiene un objetivo, no lo hace.
–¿Te he dicho ya alguna vez que eres adorable?
La levanta del suelo abrazándola y la besa. Leia cierra los ojos y arruga la nariz, haciendo una mueca, sobreactuando.
–Vuelve a decirme "adorable" y te pego.
Él se ríe.
–Es que eres adorable.
–No, se llama "sinceridad". Aprende a hablar correctamente.
Nico sonríe y la besa. Esta vez, Leia cierra los ojos y le corresponde, rodeándole el cuello con los brazos.
–Te quiero, pequeña.
–Yo también me quiero –replica ella, abrazándose a su cintura y apoyando la cabeza en su torso.
Nico sonríe aún así y le pasa una mano por el pelo.
–Leia... ¿Puedo preguntarte qué es para ti que te roben el corazón? –pregunta Melca.
Todos entendéis por qué lo dice, ya que todos os habéis quedado igual de sorprendidos: ver a Leia hablar de sentimientos es una cosa que sólo se puede ver una vez en la vida, y eso con suerte.
Ella sonríe de medio lado, sabiendo que la está tentando.
Mira a Nico, quien le devuelve la mirada a los ojos.
Leia abre la boca para contestar, pero algo se cruza por su mente haciendo que se calle y esconda el rostro en la camiseta de Nico.
–Mmm... Dejadme.
Carlos se ríe.
–Menuda psicóloga que no puede hablar de sentimientos –la molesta.
Leia lo mira entrecerrando los ojos.
¿Alguna vez te he dicho que Leia no puede decir que no a los retos? Supongo que sí...
–Te roban el corazón cuando no puede pasar un día sin que pienses en esa persona, cuando te afecta lo que siente como si lo sintieras tú, cuando con verle te da felicidad, cuando te acelera el corazón, cuando te sientes segura entre sus brazos, cuando deseas besarle y tocarle a cada momento, cuando temes perderle... Y olvidas cuál fue el momento en el que dejaste de soñar con un futuro tuyo para pasar a soñar con un futuro de dos. Cuando te mueres de miedo cada vez que ves todo lo que es capaz de influir en ti... pero no eres capaz de alejarle porque sientes que te romperías si lo hicieras, como si lo único que mantuviera tu corazón dentro de ti... Fuera él. Entonces sabes que te han robado el corazón –Se apoya en el torso de Nico de nuevo. Él besa su cabeza–. Y tú, ni se te ocurra volver a llamarme adorable o te pegaré –le advierte levantando un dedo.
Nico sonríe y se agacha para besarla.
–Te am... –Leia le besa impidiendo que siga hablando.
Melca sonríe y te mira.
–Oye, Kike dice que se va el jueves, y que le gustaría volver a vernos donde ayer el miércoles para despedirse... ¿Te apetece?
Asientes.
–Allí estaré.
Ella besa tu mejilla.
–Hasta luego.
Es miércoles. Vas a la misma cafetería. Te encuentras allí con Ali y Enrique y los abrazas.
–Así que ya te vas.
–Sí. Pero no te me vayas a poner triste, mira el lado bueno: te dejo vía libre para Melca –bromea él.
Pones los ojos en blanco.
–Melca no saldría conmigo ni en mil millones de años.
–¿Tú crees?
Te encoges de hombros y tomas asiento.
–Soy mujer.
Ellos se sientan en los puestos de enfrente.
–No sé, a mí me gustaría que saliera contigo.
Frunces el ceño.
–¿Por qué?
–Ya que no puede salir conmigo... Prefiero que salga con alguien que la vaya a cuidar bien. Y sé que tú la cuidarías.
–Bueno... –Suspiras– De todas formas, eso no ocurrirá.
–Posiblemente. Melca es muy...
–Santa.
–Sí...
–Además, nadie nos dice que le gusten las chicas.
–Bueno... ¿No sabría yo qué decirte, eh? Más de una vez la vi mordiéndose el labio inconscientemente mientras veíamos una película cuando salía una tía que estuviera bien o quedarse mirando a alguna chica guapa por la calle... No creo que ella si quiera se dé cuenta, pero lo hace. Incluso me dijo que le ponía nerviosa cambiarse con las demás en el vestuario cuando teníais gimnasio en el instituto y que por eso solía intentar tardar en ir... Sé que no tiene por qué significar nada, pero... No sé. A veces demostraba una admiración hacia algunas chicas que me pondría celoso de haber sido hacia un chico... Y tú eras una de esas chicas. Claro que... Nunca hubiera caído en esa posibilidad de no haberme dicho Alicia que tú estabas enamorada de ella.
Suspiras y juegas con un mechón de tu pelo.
–Mira, Kike... Dejemos el tema. Estoy intentando olvidarla, no quiero que me vuelvas a dar esperanzas para nada. Melca no saldría con una persona que sabe que podría poner a toda su familia en su contra. Además, ni si quiera es como si pudieras saber su orientación sexual por detalles como esos sin que ella te afirme nada.
–Lo haría... Si creyera que le vale la pena. Si sintiera que ama a esa persona de verdad. Si pensara que esa persona va a seguir apoyándole pase lo que pase.
Las puertas se abren y Ali, que las vigilaba, os dice con un gesto que os calléis. Melca se acerca con una sonrisa.
–¡Hola, chicos! Lo siento por el retraso.
Os da dos besos a cada uno y se sienta a tu lado, en el sitio libre. Te nota tensa y pasa una mano por tu hombro.
–Hey... ¿Estás bien?
Asientes con la cabeza.
–Sí. Perfectamente, perdona.
Ella te sonríe. Un mechón de tu pelo se cae sobre tu cara tapándote. Le soplas, pero vuelve a caer ahí. Melca se ríe y te lo coloca detrás de la oreja. Después coge la carta y la mira.
Kike te mira alzando las cejas varias veces. Te aguantas la risa y le sacas la lengua.
Melca es así con todas sus amigas.
Hacéis vuestro pedido.
Veis entrar a tres chicas en la cafetería y pasar por vuestro lado. Una de ellas, viste con blusa y falda, otra con vestido, y la del medio tiene una gorra que le cubre su pelo corto, unos pantalones anchos y una sudadera blanca y negra.
Su flequillo rubio rizado saliendo por debajo de su gorra, encima de sus gafas de sol, te recuerda a alguien.
Entonces caes.
–¡Azuleima!
Te mira. La saludas con una mano, sonriendo. Ella parece quedarse un momento pensando.
–¡Anda, hola!
Se acerca a ti y te saluda dándote la mano, con una sonrisa.
–¿Qué tal?
–Bien, ¿y tú?
–Tan perfectamente como siempre.
–¿Sabes? Quería decirte que he seguido con tu cadena de sonrisas.
Ella sonríe y te da en el hombro.
–Así me gusta.
Alguien la levanta por la cintura. Te giras y ves que han entrado tres chicos vestidos con sudadera y pantalones anchos. Uno muy alto y fuerte, que la sujeta, otro bajo y regordete, y otro delgaducho y de estatura media.
–¡Súeltame, cabrón! –se queja ella, aunque sonríe.
–Me parece muy bonito que te vayas de mesa a conocer gente nueva en vez de venirte con nosotros, Azuleima... –bromea él, llevándola a la mesa de antes.
Los otros dos los siguen.
Ella ríe y, cuando la dejan en la mesa, se queda allí hablando con ellos. Tú la miras, y tus acompañantes te miran a ti.
–¿Quién es? –pregunta Kike.
–Es la chica de la que os hablé el otro día, la de la cadena de sonrisas.
–Es guapa –comenta él.
Te encoges de hombros.
–Lo normal.
Mientras estáis allí, hablando de todo y de nada, te has dado cuenta de que más gente ha saludado a Azuleima al entrar en la cafetería. Ella parece no acordarse de la gente en la mayoría de los casos, pero les contesta con una sonrisa igual.
Supones que hablará con tanta gente por medio de su cadena de sonrisas que luego ni se acordará.
Posiblemente ni se acuerde de tu nombre.
Incluso la jefa sale de la cocina para saludarla, aunque a ella sí parece recordarla.
–Encarni... ¿Me vais a dar una cerveza de esas que guardáis para después de la jornada, verdad?
–Azuleima, te tengo dicho que aquí no vendemos alcohol.
–Porfi...
–Que no. Si quieres después te vienes, te invito a una cerveza y hablamos un rato.
Ella sonríe.
–Bueno, gracias, Encarni. Tenía que intentarlo.
La mujer le sonríe y se despide de ella, volviendo a la cocina.
Más tade, una de las chicas que la saluda se sienta al lado de ella, y le habla. Azuleima parece cansada.
–¡Pero dale una oportunidad, chiquilla! –le pica uno de sus amigos– Que la tía es guapa.
Esa frase es la que te llama la atención y hace que te voltees hacia ellos, ya que el joven ha hablado muy fuerte.
Azu pone los ojos en blanco, mira a su amigo y hace como que le dispara.
–Venga... Aunque sea vente a andar un rato conmigo... A dar una vuelta. Sólo una oportunidad –le pide la chica.
Azuleima suspira.
–¿Chicos, os acordáis de mi canción?
Ellos se aguantan la risa.
–Sí –contesta uno de ellos.
–Mira, te voy a cantar una cosa sólo porque Encarni me deja cantar aquí mientras que no le rompa los tímpanos a sus clientes, y espero que entiendas que lo hago por no ser borde y que seas lo suficientemente ágil como para entenderlo y guardarlo en tu mente para siempre, ¿vale?
Entonces, Azu se aclaró la garganta y empezó a rapear, o más bien recitar, haciendo ritmo con su pie.
–Yo no ando, por nadie, ni con nadie.
Yo voy haciendo, piruetas, por la calle.
Y si me caigo, que nadie, me levante.
Que sola puedo, con to'a, mi arte.
Y si un día me caigo, no vas a levantarme.
Me da igual estar sola, no quiero atarme.
Ya lo probé, ya... me... sentí culpable.
No sé estar en pareja, no vayas a intentar liarme.
Yo sola, con mi arte –Se señala– y con mi arte –Señala a un cuadro del local.
Así es como de verdad, yo soy cantante
de mi vida y de mis sueños, no quiero acompañante.
Sé lo que es estar en pareja, no quiero ningunamante.
Continuó rapeando más grave:
Mis amigos, mis colegas,
mis dibujos, mis escenas,
voy hablando con cualquiera,
y si bien mi sonrisa es traicionera,
yo te aviso: que el que avisa, no es traidor.
No voy a enamorarme.
Y sin amor...
No pienso salir con nadie.
Azuleima alza las cejas como diciendo "¿lo has pillado?" y la chica suspira.
Algunos a su al rededor aplauden. La mayoría del local se calló para escucharla, pero a ella parece darle igual, hasta que sonríe y dice en voz más alta:
–Oye, si os ha gustado, podéis buscarme en Youtube como Blue Smiling.
–Propaganda fácil –dice uno de sus amigos antes de reír.
–Oye, Valeria, ¿nos estás escuchando?
Vuelves a mirar a tus acompañantes.
–¿Qué? Ah... Perdona. Me quedé escuchándola.
–Decía que podíamos utilizar de verdad el Skype para continuar en contacto esta vez –dice Kike.
–Ah, claro –respondes, aunque sabes que no lo harás.
Tras un rato hablando, Melca saca el móvil de su bolso para ver sus mensajes. No tarda apenas unos segundos en quedarse con la cara en blanco. Las lágrimas comienzan a inundar su cara de shock, y se levanta como si fuera un robot, dando la vuelta hacia la puerta.
Kike es el primero en reaccionar, mientras Ali y tú os habéis quedado en shock.
El joven se pone delante de ella tras llamarla.
–Espérate, Melca. –Ella intenta esquivarle– No puedes irte así –replica parándola y colocándose en frente–. ¿Qué te pasa?
La rubia sólo llora e intenta pasar, sin conseguirlo. Termina por golpear a Enrique en el pecho con sus puños, frustrada porque le corte el camino. Tú te has acercado a ellos por si pudieras ayudar, pero no sabes qué hacer. Kike la deja pegarle.
–Alicia, su móvil –dices a la chica, que sigue en la mesa–. ¿Qué pone?
Ella lo coge, le da a encender y os lo enseña. Está la contraseña.
–Veinticinco once –dice Kike.
Ella lo escribe, y se enciende. Te quedas pensando y caes en que es la fecha de nacimiento de la chica. El rostro de Alicia también decae al leer.
–Es su abuela. Dicen que la han tenido que llevar al quirófano de urgencia.
Kike y tú sentís que se os cae el alma a los pies.
–Tenemos que sacarla de aquí –dices al hombre, todos os están mirando.
Él asiente y Alicia saca su monedero para dejar el dinero en la mesa, guarda el móvil de Melca y se levanta.
Azuleima, que os miraba como el resto del mundo, se acerca a vosotros deslizándose por los pasillos con esa manera suya de andar: estirando mucho las piernas y moviendo los hombros.
Mientras tanto, la rubia ha apoyado la frente en el pecho de Kike y lo sigue golpeando, ya sin fuerzas.
–Hey, ¿qué pasa?–os pregunta.
–Es... Complicado.
–Si necesitáis un sitio al que llevarla mientras que se tranquilice... Mi casa está cerca.
Tú asientes y ella sale por la puerta. Kike se te queda mirando. Te encoges de hombros.
–Es nuestra mejor opción.
Salen detrás de ti, Enrique cogiendo a la chica en brazos. Azuleima os guía unas calles más allá, abre un portal y os introduce hasta un ascensor. Paráis en la planta más alta, la séptima.
Ella saca unas llaves de su bolsillo y abre la puerta con el letrero H. Melca no para de llorar, y de cuando en cuando golpea a Kike para sacar su rabia. Él la sigue llevando en brazos, tiene cara de desesperación, pero no se queja por sus golpes.
Azuleima os deja pasar y cierra la puerta. Os lleva al salón.
Enrique deja a Melca en el sofá, sentada, y le habla dulcemente, intentando tranquilizarla, mientras coge sus manos.
Alicia se sienta al otro lado del sofá, mirándolos preocupada.
Tú decides dejar a Enrique, ya que parece que está consiguiendo calmarla, y no quieres estropearlo.
Miras a tu al rededor y te das cuenta de que Azuleima no está con vosotros. Sales del salón para buscarla y te fijas en un cuadro en su pasillo, de los muchos que hay colgados por todas partes. Este, tiene un barco en el mar, y, dibujado encima de manera tránslucida de forma que no tape los detalles del barco, una chica sonriendo que parece ser un autorretrato de Azuleima. Está firmado en su esquina inferior derecha, en celeste, como Blue Smiling.
Sigues caminando por el pasillo y encuentras a Azuleima en su cocina. Ella se gira para mirarte, se ha quitado la chaqueta y lleva una camiseta de tirantes blanca que deja ver sus brazos definidos por el baile.
–He pensado que le vendría bien una tila –te informa enseñándote un vaso de esta.
Asientes. Ella camina hacia el salón, contigo detrás, y deja el vaso sobre la mesita. Ahora, Melca sólo gimotea, y Enrique sigue agachado en frente de ella, mirándola a los ojos.
El joven se sienta a su lado, cogiendo el vaso, y la abraza con su brazo libre. Ella se acurruca contra él y coge el vaso con ambas manos.
Kike da las gracias a Azuleima, lo que Melca no hace porque no consigue dejar de llorar. La chica le contesta llevándose dos dedos hacia la frente y moviéndolas levemente hacia delante y os deja a solas.
Te parece bastante sorprendente que deje a solas a alguien que no conoce en su propia casa, aunque supones que no habrá nada en aquella habitación que temiera perder, por lo poco que ves en ella. Alicia observa a su primo y Melca nerviosa, y tú giras la vista hacia ellos. No quieres entrometerte, ya que Enrique está sabiendo cómo manejar la situación muy bien.
Sales de allí, sintiéndote un tanto incómoda, como si estuvieras de más, y con impotencia por no saber cómo ayudarle. Terminas intentando alejar esos pensamientos de tu mente observando los cuadros de pinturas y fotografías que encuentras a tu paso: algunos firmados por Blue Smiling, otros por Shark o Camila. Sin darte cuenta, vas recorriendo el pasillo que lleva al interior al admirar cada uno de los cuadros. El departamento es más bien pequeño. Llegas a una habitación en la que hay un lienzo grande, donde alguien está retratando a una mujer desnuda que sonríe acomodándose su pelo detrás de la oreja. Sonríes sin darte cuenta al ver su sonrisa, es muy real.
Escuchas un ruido y te giras asustada. Azuleima te observa seriamente, pero acaba dándote una leve sonrisa torcida.
–¿No te han enseñado a no fisgonear en habitaciones ajenas?
–Sí... Eh... Lo siento... Es que fui mirando los cuadros y apenas me di cuenta de donde entraba...
Apartas la mirada de ella, intimidada. Entonces te das cuenta de que hay una guitarra apoyada en la pared y un escritorio con varios papeles muy organizados y tres lapiceros: uno con lápices de distintos tipos, otro con pinceles de diferentes tamaños, y uno con lápices, rotuladores y ceras de colores. Su cama, pequeña, está detrás de ella, con un cuadro colgado en su cabecera, al lado del cual hay una percha con distintas gorras de colores, donde queda un espacio libre. El armario también es pequeño, al igual que la estantería a su lado: repleta de libros y con una cámara de buena calidad. Delante de la estantería, ordena sus zapatillas.
–Bueno... Te lo perdonaré por esta vez. Pero, si hay próxima, recuerda que odio que miren mis obras cuando no están acabadas.
Ella echa una sábana por encima del cuadro para taparlo. La imagen es a tamaño real, por lo que sería más grande que ella de no ser porque la mujer del cuadro se sienta sobre sus piernas dobladas.
–Es muy... Bonito. ¿Quién es la modelo?
Preguntas llevada por la curiosidad de si realmente sólo dijera que no así a la chica de la cafetería porque tiene novia, y esta sea la mujer de su retrato.
Azu se da dos golpecitos en la frente.
Se la ha imaginado.
–Entiendo. Y... Oye... ¿Puedo preguntar por qué le contestaste así a la chica de la cafetería? Quiero decir... No sé, quizá es muy borde o exagerado... Pudiendo decirle que no y ya está.
–Justamente intentaba no ser borde, porque ya estoy harta. ¿Y tampoco te han enseñado a no escuchar conversaciones ajenas?
Te rascas la cabeza sonrojándote.
–Lo siento.
Una chica morena, de pelo negro largo, con shorts y camiseta de tirantes, se asoma a la puerta.
–Azuleima, ¿cuántas veces tengo que decirte que no me metas puta gente desconocida en nuestra puta casa?
Lo dice sin levantar la voz, pero con gesto de cansancio y mirándola seriamente a los ojos.
–Necesitaban ayuda, y si los dejaba tirados en la calle posiblemente la chica se pusiera más nerviosa de que todo el mundo la viera llorar. ¡No iba a dejarlos así teniendo la casa aquí al lado!
–Mira, me cago en ti y en tu puta cadena de sonrisas.
La chica desaparece y miras a Azuleima, incómoda por molestar a la dueña del departamento.
–Es mi compañera de piso, Shark. ¿Simpática, verdad?
Miras al suelo frunciendo los labios.
–Oye... Yo...
–No te preocupes, se le pasará. No os traería a casa si no supiera que no va a ayudaros más de lo que le importune a ella.
–Muchas gracias por ayudar a Melca.
–De nada.
Ella se enrolla y desenrolla uno de los mechones de su corto pelo, pensativa, mientras mira al techo.
–¿Qué pasa?
–Me suena ese nombre, y mira que es raro.
–Es... La chica de la que te hablé.
–Oh. –Azu te mira a los ojos, recapitulando qué ocurría con ella– ¿Y qué le ha pasado?
–Su abuela... Está en un quirófano.
–Pff...
Tú asientes.
–Oye, chica... Si realmente quieres enamorar a alguien, sé la persona que la escuche y apoye cuando llore y la que siempre le sonría sin ningún motivo... No te alejes de ella en los malos momentos, porque son en los que más se demuestra lo que te importa alguien... Y en los que más abrimos nuestro corazón hacia los demás.
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