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Llegas a la facultad y te extrañas al ver al grupo de Melca con el de Leia, rodeando algo. Se ven sobresalir las cabezas de Nico, Kike, Sam y Marco. Corres hacia allí. Aquello no es normal.

Cuando llegas, Nico se aparta para que puedas pasar, y Silvia hace lo propio. Ves en el centro del círculo a Melca. Está llorando abrazada a Kike, mientras Paloma le pasa la mano por el pelo.

Se te cae el alma al suelo al oír su llanto.

–¿Qué...? –consigues articular.

Ella gira la cabeza hacia ti y te mira a través de su cortina de lágrimas. Se separa de Kike y te abraza, escondiendo la cabeza en tu hombro. Sientes un nudo en el estómago, y la abrazas sin entender nada.

–¿Qué...? –repites.

–Mi... abu... –lloriquea ella– Está... hospital.

Abres mucho los ojos. Tragas saliva.

–¡¿Concha?!

Melca asiente con la cabeza. Tú la abrazas con fuerza y sientes ganas de llorar. Conoces a esa mujer desde hace años. Cierras los ojos y respiras hondo. No quieres llorar, con tal de no hacer sentir peor a Melca, a pesar de que el simple hecho de verla así ya te de ganas.

–La operan esta tarde... –te explica Kike– Se lo acaban de decir...

Asientes haciendo un mohín y la besas en la cabeza.

–Hey... ¿Quieres que vaya a acompañarte a verla antes? –le preguntas con dulzura.

Melca asiente con la cabeza. Está intentando dejar de llorar, pero lo único que consigue es hipar más. Mantiene los ojos cerrados, los labios apretados y la cara contra tu hombro. Empieza a molestarte por lo fuerte que te abraza, pero no le dices nada.

–Ya vamos nosotras... –dice Paloma– No te preocupes.

Melca niega con la cabeza.

–No... creo... que... le venga... bien... abuela... tanta... gente.

Kike asiente.

–Melca tiene razón, no podéis ir tantas a un hospital.

–Bueno... Pues la acompaño yo, que para eso soy su mejor amiga.

–Abu... conoce... Valeri... Gustará... verla.

Paloma hace una mueca de fastidio. Kike mira con pena a Melca. Se le nota preocupado.

–Melca... Si necesitas algo, dímelo.

Ella asiente.

–Pero no... vayas... abuela. No... ilusiones.

Él asiente comprendiendo que no quiere que su abuela piensen que vuelven a estar juntos. Tu reloj, junto al de tus amigas, pitan al únisono.

–Empiezan las clases –explica Fabiola al ver que se os quedan mirando.

–¿Quieres que me quede fuera contigo, Melca? Te vendría bien relajarte antes de que vayas a ver a... A verla.

Ella asiente.

–Gra... –Hipa quedándose con la palabra en la boca.

–No las des.

–Valeri, no te preocupes, ya me quedo yo con ella –dice Paloma.

Niegas.

–Paloma, no quiero meterme en tu vida, pero hace nada que estuviste faltando por dos semanas cuando te pusiste mala... No debes faltar más. Yo no he faltado en todo el curso.

Y sí, por una vez, lo dices con toda la sinceridad del mundo para que Paloma no suspenda, y no por quedarte con Melca. De hecho, ya ni si quiera quieres estar con Melca a solas, con tal de poder olvidarla. Pero si ella te necesita... No puedes negárselo.

¿Hay que seguir la cadena de sonrisas de Azu, no?

Melca asiente.

–Tiene... razón...

Kike te mira y abre la boca para decir algo. Pero rápidamente la vuelve a cerrar y se calla.

–Si necesitáis algo... Llamadme. Y vendré lo más rápido que pueda.

Asientes. Sus amigas se despiden de ella y van a clase, como las tuyas, y los de Leia. Kike se va en dirección contraria, ya que no tiene que ir a clase.

Leia se acerca a vosotras, con Nico.

–Hey... Lo siento mucho, Melca. Pero ya verás como todo sale bien.

Le da un apretón en el hombro para darle ánimos y te mira a los ojos. Tú haces un gesto con los labios. A ambas os da mucha lástima. Pero Leia también se preocupa por ti: sabe que conoces a su abuela y que has estado varias veces en su casa.

–Melca... –dice Nico– Sé que no nos conocemos mucho, pero de verdad que lo siento... Sé que es muy duro pasar por algo así. Pero ten esperanzas, seguro que tu abuela se recupera. Y si necesitáis algo, no dudéis en llamarnos que estamos allí en unos segundos con la moto, ¿vale?

Asentís y ellos se van después de que Leia te pida que la mantengas informada.

–¿Quieres dar un paseo por el jardín?

Ella asiente, se seca las lágrimas y te coge de la mano. Pronto su cara vuelve a estar empapada de agua salada. Su cara está completamente roja.

Andáis un poco en silencio y os sentáis en los jardines, por donde no pasa nadie. Te acomodas con las piernas estiradas y ella se acerca a ti para apoyar la cara entre tu cuello y tu pecho. Pasas tu mano por su espalda y suspiras.

Melca sigue llorando.

–Cielo... Para, por favor –le dices con voz dulce–. Vas a terminar desecándote y tendré que llevarte a cuestas hasta una fuente para que bebas –bromeas con una sonrisa, intentando que se ría–. Y ambas sabemos que no tengo tanta fuerza. ¿Te imaginas? Terminaría yendo reptando, arrastrándome por el suelo, y tú encima de mí hasta que encontráramos una gota de agua.

Ella suelta una risita.

–Loca...

Pasas tu mano por su pelo.

–Ahora en serio, por favor, para de llorar... Tu abuela estará bien, seguro. Y le gustará verte sonreír cuando vayamos a verla...

–Entonces déjame acabar con todas mis lágrimas ahora... Quiero llorar...

Tú asientes, entendiendo que quiera soltar toda la rabia, el miedo y la tristeza que tiene por dentro. Te tumbas llevándola contigo y la abrazas. Ella llora dejándote la blusa empapada, pero a ti no te importa. Sigues abrazándola y pasando tu mano por su pelo, intentando reconfortarla al menos con tu presencia.

Sabes que nada de lo que le digas le va a ayudar hasta que vea a su abuela sana y salva fuera del hospital.



Le compras un helado de camino al hospital, a pesar de que ella te haya repetido que no hacía falta. Es de vainilla y fresa, sabes que es su preferido. Se lo das y ella te mira con una mezcla de reproche y agradecimiento.

–Te lo pagaré.

–Ni se te ocurra.

Ella pone los ojos en blanco, con una leve sonrisa. La besas en la mejilla aprovechando que no mira. Melca te mira poniendo una cara demasiado sexi, aunque en realidad sea su cara de "te pillé" y sonríe.

–Melca, son sólo dos euros, y ha sido un regalo.

Caminas a su lado mientras ella come. Sabes que le ha gustado. Cuando termina, la miras y te ríes.

–¿Qué pasa?

–Tienes los labios amarillos y rosas.

Ella se sonroja un poco. Tú ríes y sacas un pañuelo de tu bolsillo, se lo das y se limpia.

Llegáis al hospital. Melca respira hondo y suspira.

–Gracias por acompañarme, Valeri.

–Ya sabes que no hay de qué.

–No tenías por qué hacerlo.

–Ay, que te calles.

Ella sonríe levemente.

–¿Me prometes una cosa?

–¿Qué?

–Si me pongo a llorar, sólo abrázame y recuérdame sin que la abuela lo escuche que no quiero que esa sea la última imagen que tenga de mí si algo sale mal.

Haces un mohín y asientes. Melca te coge de la mano y entráis. Le sudan las manos, y está muy nerviosa.

Preguntáis en recepción y subís a su habitación.

En ella hay dos camas: una ocupada por Concha y otra por otra mujer. Allí están dos de sus tíos, sentados a los pies de la cama.

–Ey... Cariño... –saluda la abuela. Su voz es débil.

Sabes que Melca está a punto de llorar por sus ojos, pero se contiene y se acerca a ella. Se agacha a su lado y coge sus manos.

–Hola, abuela...

–¿No me vas a dar un beso?

Melca sonríe y le da un beso en la mejilla. La abuela tiene los mismos ojos celestes que ella.

–Gracias por venir, pequeña...

–No las des...

Ella le sonríe.

–Cariño, ¿puedes prometerme que cuidarás de toda tu familia si a mí me ocurre algo?

Los ojos de Melca se humedecen, y el cielo celeste que encierra en ellos parece querer nublarse de nubes grises, pero ella consigue espantarlas parpadeando.

–Claro que sí, abuela... Pero no te preocupes: todo irá bien.

–Eso espero. –Sonríe– De todas formas, no te preocupes: si todo sale bien, volveré a estar contigo, y quién sabe si hasta conozca a tus hijos... Y si no, estaré en paz con Dios. Y desde el Cielo os veré y conoceré de igual forma a mis biznietos, porque aunque vosotros no me veáis, yo siempre estaré cuidándoos.

Ella asiente, y ambas sabéis que si habla rompera a llorar.

Mientras Concha hablaba, los padres de Melca han entrado y han substituido a sus tíos, pero no han querido decir nada con tal de no interrumpirlas.

Concha le acaricia la mejilla y seca una pequeña lágrima que rueda por ella.

–No te preocupes, hija. Eres una mujer fabulosa. Seguro que encontrarás un buen hombre que te cuide, ¿eh? Y tendréis unos hijos preciosos... A ver si consigues heredar mis ojos celestes –le sonríe al decirlo guiñándole un ojo y Melca le devuelve la sonrisa, aunque las lágrimas silenciosas empiecen a mojar su cara.

Ahora entiendes por qué Melca te dijo una vez que no sabías lo que le estabas pidiendo. Porque aceptarte no sólo significaría que ella te quisiera de vuelta y se arriesgara a perderte por romper contigo o a equivocarse y no poder enamorarse realmente. No, todo eso iba mucho más allá. Significaría decepcionar a su familia, porque ellos creían en que un hombre debía de cuidarla –como si no pudiera hacerlo ella sola–. Significaría no darles los nietos –de sangre y fruto del matrimonio– que ellos esperaban de ella. No darles el yerno o familiar que pretendían. No seguir sus creencias, rebelarse contra ellas. Si saliera con una mujer, Melca estaría rompiendo con todo lo que estaría esperando de ella su familia. Con el camino que le tenían marcado desde el mismo día en que nació.

En ese momento, entiendes que Melca ni si quiera ha debido plantearse su sexualidad. No es para ella algo importante. Lo importante es que su familia esté feliz con ella y darles un motivo para que estén orgullosos. Nada más.

–Claro, abuela. Y tú estarás aquí para conocerlo. Te lo prometo.

Melca besa sus manos.

Alguien más entra en la habitación y se pone a tu lado. Te da la mano. Entonces la miras. Sus ojos, que son de un color verde claro en el centro y verde marino en el resto, te miran con complicidad. Tú casi sabrías definir perfectamente cada línea de una tonalidad distinta en esas esferas, pues los has visto de cerca muchas veces, demasiadas, más de las que les gustaría a sus padres. Su pelo es negro, y su tez no es ni muy clara ni muy morena.

–Kike me pidió que subiera a ver cómo iba todo –te susurra–, se muere de los nervios ahí abajo.

Asientes.

Enlazas tus dedos con los suyos. Ahora mismo hasta tú necesitas apoyo. Es una escena muy triste.

Alicia sabe que tenías cariño a Concha. Por eso ha ido directamente a darte la mano. Ambas miráis a las dos mujeres: abuela y nieta. La escucháis hablar en silencio hasta que Concha te mira.

–Valeri... Ven aquí... –te pide la anciana.

Tú asientes, sueltas la mano de Ali y te acercas, agachándote para quedar a su altura. Melca va a refugiarse a los brazos de su padre.

–Vosotras dos siempre habéis sido muy amigas... ¿Me prometes que me la cuidarás?

Tú sonríes.

–Aunque me cueste la vida en ello, Concha. Te prometo que nunca dejaré que tu nieta se quede sola.


Se han llevado a Concha para operarla, y los padres de Melca os dicen que vayáis a tomaros algo mientras tanto para distraerla, que ellos tienen cosas que hacer.

Te duele en el alma que ni si quiera en ese momento se queden para apoyar a su hija, para apoyarse entre ellos.

Vosotras asentís y salís de la habitación. Melca lo primero que hace es sacar la cruz de debajo de su camiseta, cogerla entre sus manos, cerrar los ojos y rezar en silencio, moviendo los labios. Alicia y tú os miráis y la esperáis.

Se te hace raro volver a respirar el mismo aire que ella.

Pero entiendes que haya venido: también conoce a su familia, y Kike no querría meter a otro intruso allí dentro, pero tampoco importunar a Melca subiendo él. Alicia le ha estado mandado mensajes de cuando en cuando para mantenerle informado y que no se preocupara tanto.

Mientras Melca reza, vosotras os miráis a los ojos. Jurarías que ambas tenéis un nudo en la garganta. Es una situación muy complicada acompañar a Melca así... La miras de reojo y ella vuelve a llorar en silencio, con los ojos cerrados y la cruz en sus manos, moviendo los labios al rezar. Sientes una punzada en el pecho y vuelves tu mirada a Ali. Claro, que la otra cosa que lo hace complicado es el reencuentro con tu ex en esa situación.

Aún sientes esa culpabilidad al mirarla. Sus ojos aún se conectan con los tuyos con cariño. Y parece tan frágil...

Melca termina de rezar, se sorbe la nariz y se seca los ojos guardando la cruz bajo su camiseta. La abrazas cambiando el peso de un pie a otro y ella se abraza a tu cuello y esconde el rostro en tu hombro. Vuelve a llorar.

Malditos abrazos desata llantos.

La besas en la mejilla.

–Ey... Tranquila, pequeña... –le susurras dulcemente– Ya verás como todo sale bien...

Ella asiente y traga saliva.

–Dios la cuidará... –gimotea.

Tú asientes y te separas de ella, pasándole el brazo por la cintura, para andar hacia la salida. Alicia le da la mano y salís juntas del hospital.

Fuera os encontráis con un Kike muerto de nervios que anda en círculos en frente del hospital, con los brazos cogidos en la espalda y la vista clavada en el suelo. No podéis evitar reír.

Él os mira y camina rápidamente hacia donde estáis. Abraza a Melca por la cintura, levantándola del suelo, y vosotras la soltáis. Enrique la deja tras unos segundos abrazándola y la mira, le recoloca el pelo con cariño.

–¿Estás... bien?

Ella ladea la cabeza.

–Mi abuela acaba de entrar en el quirófano...

–Ya... Me lo ha dicho Ali. ¿Qué tal os parece si vamos a tomar algo a una cafetería de aquí cerca? Te vendrá bien tomar algo dulce... Y distraerte.

Ella asiente.

–Me vais a cebar...

Suelta una pequeña risita. Enrique frunce el ceño sin entender.

–La invité a helado viniendo para acá –le explicas.

Él asiente y hace un leve movimiento con la cabeza, señalándola, que sólo tú ves. Vuelves a darle la mano.

Enrique se pone en marcha encabezando el grupo.

–Oye, Kike... –lo llama Alicia, con esa voz que hace que todos sepáis que le va a pedir algo.

–¿Qué...? –pregunta él prudente.

–Me has hecho venir corriendo hasta aquí desde la otra punta de la ciudad... ¿Sabes? Estoy cansada...

El hombre bufa poniendo los ojos en blanco, pero se acerca a Alicia agachándose y ella se le sube a caballito. Ali sonríe como una niña pequeña.

–Cómo me gusta tener un primo mayor fuertote.

–Porque no te puedo ver siempre, que si no... No te llevaba.

–Sabes que lo harías... Si eres demasiado bueno –replica ella tirándole de los mofletes.

Él hace una mueca y mueve rápidamente la cabeza hacia los lados. Os reís.

Alicia tiene 20 años, siempre ha sido la menor del grupo. De hecho, no la conocerías si no te la hubiera presentado Kike. Él, tiene 23, mientras que vosotras 21. ¿Que cómo lo conoció Melca? Fácil: en las reuniones de jóvenes cristianos o como se llame eso.

Tú miras a Melca, que tiene su mirada triste clavada en el suelo. La besas en la mejilla sin dejar de andar a su lado.

–No te preocupes, cielo... Lo logrará. Tu abuela es fuerte. Y está en manos de profesionales.

Ella asiente levemente con la cabeza. Entiendes que es normal que esté preocupada. Pero también que eso no le ayuda en nada.

Llegáis a la cafetería y os sentáis. Ahora que recuerdas, no es la primera vez que vienes aquí con ellos.

Una camarera bastante sensual se acerca a tomaros nota. Alicia te intenta pegar una patada por debajo de la mesa cuando se da cuenta de que le estás mirando las tetas, aunque ésta da en la pata de tu mesa. Te aguantas la risa. La camarera os mira por el ruido de su zapato contra el metal y tu risa sorda.

–Yo... Quiero un capuccino, por favor –pides.

–Un cortado –pide Kike.

–Un batido de vainilla –dice Ali.

–Yo... Creo que necesito mucho chocolate –responde Melca dejando caer su frente sobre sus manos.

Os reís con pena. Tú estás mirando la carta y le señalas a Melca una pequeña tarta de chocolate con chocolate. Ella asiente.

–Eso mismo.

Se lo indicas a la camarera y ella se va.

–¿Qué os pasaba ahí? –pregunta Kike mirándoos a Ali y a ti.

–Nada, que esa camarera tenía unos pechos bastante prominentes y Alicia parece no querer que se los desgaste con la mirada.

Enrique te mira sorprendido y se golpea la frente con la mano abierta. Ali y Melca ríen. Melca ha pasado demasiado tiempo con Leia y contigo como para no esperárselo... Alicia estuvo saliendo contigo, así que también conoce cómo eres cuando no intentas guardar las apariencias.

–Y yo que creía que la salida era Leia... –comenta Melca.

–Sí... Pero últimamente me estoy dando cuenta de que me ha infectado de tal manera que cuando no está ella la substituyo...

Se ríen.

–Oye, no tiene gracia, que es una enfermedad muy seria –bromeas.

–Pues Leia no parece pensar eso –bromea Ali.

Te quedas pensando en qué responder.

–Eso es porque Leia creó esta enfermedad para poder meterse conmigo.

Os reís.

–Pobre Leia... No os metáis con ella cuando no está presente–dice Kike.

–Oídos que no escuchan corazón que no siente –bromea Alicia encogiéndose de hombros.

Volvéis a reír.

–Además, si está salida no es nuestra culpa.

–No lo estará tanto –responde Enrique.

Recuerdas a Azuleima.

–Oh... Sí que lo está.

–De hecho en el instituto cambiaba casi más de novio que de peinado... Y cuando no tenía novio iba de tío en tío simplemente–replica Melca.

Te quedas pensando. El instituto también fue la época en la que Leia probó todos los peinados posibles hasta dar con el suyo.

–En realidad, cambiaba más de novio que de peinado. De hecho creo que hubo un año que llegó a cinco.

Enrique abre mucho los ojos.

–¿Cómo se pueden tener cinco novios en un año?

Te encoges de hombros.

–Lo máximo que le duraba un novio eran dos meses.

–¿Y eso?

–Digamos... Que Leia no es propicia a estar en pareja.

–¿Y Nico?

Te quedas pensando, tocándote el labio, mientras la camarera deja vuestros pedidos en la mesa.

–Con Nico verdaderamente lo está intentando para que dure. Pero ella dice que no cree que sea el último... Que lo acabará hartando antes de que acaben la carrera o, como mucho, cuando salgan de esta y dejen de verse a diario por ello.

–¿Y por qué le cuesta tanto? –sigue preguntando Enrique.

Te encoges de hombros.

–No lo sé. Leia es como... muy independiente. Es incapaz de atarse, o de recordar si quiera que han quedado, de hacer un detalle... Va tanto a su bola que a veces parece que se le olvide que tiene novio. Supongo que está tan acostumbrada a estar con gente sólo cuando es la otra persona la que la busca que se olvida de hacerlo ella de vez en cuando... Y ve tan inservibles los detalles que no los hace. Cuando Nico se enfada con ella, siempre es porque dice que parece que no le importa.

Normalmente, no le contarías a alguien más los asuntos de Leia, pero te mueres de curiosidad por saber su opinión, ya que más de una vez Leia y tú os quedáis sin saber cómo lidiar su personalidad con una relación de pareja.

–¿Y... por qué sale con tantos? –te pregunta Alicia– Quiero decir, ¿realmente siente algo por ellos? ¿O simplemente teme quedarse sola?

Tienes que pensarlo un momento, mientras das un sorbo a tu capuchino.

–No creo que tema quedarse sola. Leia no es así, es muy independiente, y ella misma me ha dicho que la vida de soltera le gusta, y que le quita de muchos problemas. Al principio, sé que era más por juego que otra cosa. En fin, ya sabes, empezó a salir con tíos a los doce años... Y a los catorce ya hacía de todo. –Ves sus caras de "iugh", sabes que en esa mesa todos son tan modositos como Melca para hablar de esos temas, como si el sexo fuera algo tabú. Claro que cuando se trata de una niña de catorce años lo entiendes... Pero sabes que pondrían casi la misma cara si hablas de alguien de veinte– En ese entonces era más que nada pasarlo bien y tal. De hecho, Leia me llegó a confesar que le daba miedo querer a alguien que no fuera yo o su familia... Que temía que la hirieran. Y no me extrañaba, porque el mundo nunca la ha tratado demasiado bien. Ya sobre los dieciséis empezó a meter sentimientos. La mitad de las veces, los novios terminaban por ser unos capullos y los dejaba: lo que tiene que saliera con cualquiera que se lo pidiera sin llegar a conocerlo antes. Los que eran buena gente, normalmente terminaban hartándose de ella, o a veces a Leia simplemente le daba pereza salir. Con los tres últimos antes de Nico sí que sintió algo fuerte, pero... En fin. No salió nada bien. Con Nico ni siquiera quería salir.

Alicia frunce el ceño.

–¿Y por qué no?

–Porque temía hacerle daño. Dijo que veía que era un buen chico, que ella le gustaba mucho y a ella él le importaba. Que lo veía demasiado bueno, inocente, blando, como para no terminar cargándoselo. Quería decirle que no con tal de no hacerle daño, aunque al final la acabé convenciendo porque veía que ambos se morían por estar juntos, y que quizá ahora que Leia era más madura y se preocupaba de verdad por la otra persona no se lo cargara.

–¿Pero...?

–Pero Leia tenía razón en cierto modo. Siempre que se pelean, es por algo que ella ha hecho sin darse cuenta.

Todos hacen una mueca, eso tiene que ser jodido.

–Y entonces Leia se sentirá fatal por hacer daño al hombre a quien quiere simplemente porque su forma de ser es así de pasota... –aventura Enrique.

–Así es. Aún así, ya llevan más de un año. Pero... Ella le dejó plantado en su aniversario, por estar conmigo, porque yo me sentía mal. Eso a Nico no se le olvida.

Todos hacen una mueca.

–¿Y qué te pasaba? –pregunta Ali preocupada.

Ves a Melca al lado de ti y niegas con la cabeza.

–Nada. Mmm... ¿Vosotros qué haríais si fuérais Leia?

Enrique se acaricia la barba pensativo. Baja la mano al hablar y acaricia la cruz de madera que pende de su cuello, es un gesto que hace mucho al pensar, una costumbre suya.

–Es que... No sé, porque yo nunca tuve ese problema. No sé, yo corté con mi primera novia porque ella era demasiado celosa y controladora, la segunda me dejó porque le gustó otro tío, y la tercera... Bueno, me mudé. Pero nunca he tenido ese problema, no sé, mis peleas eran sólo por celos, porque siempre he sido muy detallista; pero si mi novia me dice que no puedo hacer tal o cuál cosa por sus paranoias, me enfado.

Melca se encoge de hombros.

–A mí eso sólo me pasó con Juanma, el novio que tuve antes de Kike... Pero era en el caso contrario: a él le importaba una mierda, o eso me parecía a mí. Claro que Leia... Es Leia. No es como si tratara de manera distinta a la gente cuando realmente le importan.

–Lo hace... Pero no de la manera que lo hace el resto del mundo –respondes.

Miras a Alicia. Ella se está acariciando la barbilla pensativa.

–A ver, yo antes de ti sólo salí con tres tíos, ¡y ahí ni siquiera había feeling por mucho que yo lo intentara! –Te ríes– No sé, la verdad. Yo creo que si fuera Leia intentaría acordarme de las fechas importantes y, aunque sea, decirle "te quiero" de vez en cuando. A todo el mundo le gusta recibir un mensaje de buenas noches o de buenos días de esa persona y que sea lo primero o lo último que vea cada día, pero, si Leia no es capaz de hacer eso, al menos que tenga el detalle de hacerlo de cuando en cuando. No sé.

Haces una mueca.

–El problema es que a Leia le cuesta mucho decir "te quiero"... Incluso aunque tú se lo digas, nunca responde "y yo a ti" ni nada... A mí me parece, aunque no sé si estaré en lo cierto, que a Leia le da tanto miedo que le rompan el corazón y desconfía tanto de todo el mundo, que teme amar de verdad a alguien, porque es como que cuanto más se encariñe más le dolerá si pasa algo... Y entonces es como que si no lo admite en voz alta, no es tan real, se lo esconde hasta a sí misma.

Los primos hacen una mueca.

–Jodido.

Melca juega con su cuchara en su trozo de tarta, con la vista perdida.

–¿Y para qué quieres estar con una persona... si temes quererle? –termina preguntando.

–Porque lo teme y lo desea a la vez –dice Kike–, supongo. Ella sabrá que lo quiere para seguir intentándolo, pero temerá hacerlo más de lo que ya lo hace si suelta sus sentimientos.

–Algo así –asientes–. También es verdad que, una vez que Nico se enfadó porque no le respondiera al decirle que la quería, ella le persiguió y le dijo "nunca olvides que te quiero más de lo que he querido nunca a un chico que no sea Luke, ¿vale?". Y Leia también dice que si sabes que alguien te quiere, no hace falta que esa persona te lo recuerde con palabras.

–Pero eso no es así... –replica Enrique.

–Lo sé. Aunque Leia también dice que ella demuestra si quiere a alguien o no con las cosas que hace, no con las que dice. Sólo que claro, es tan suya que aún así es difícil de saber, y entiendo que Nico a veces se sienta falto de ese amor.

–A mí lo que me llama la atención es su frase... "más que a ningún chico que no sea Luke"... –comenta Ali– Es... Extraño...

–Ya... Es su manera de decirle que le quiere más que a nadie excluyendo a su familia y a mí pero sin decirle que él va por debajo de su familia y yo... Aunque eso él ya lo sabe.

–Creo que si fuera Nico, te tendría envidia –comenta Kike.

Sonríes levemente y te encoges de hombros.

–Nico ya nos conoció así, sabría a lo que se enfrentaba. Y entre eso, y que no es celoso... En realidad me tiene mucho cariño. Pero bueno... Dejemos el tema. Me da a mí que no es algo que se pueda solucionar fácilmente.

–Si Leia se adaptara sí –dice Ali–, pero todos sabemos que Leia es inmutable.

–Le da miedo perderse por cambiar por alguien más –respondes–. Leia es una persona muy valiente, pero cuando tiene un miedo lo tiene grande.

–Estudiar Psicología pero no poder superar tus propios traumas... –comenta Kike.

Sonríes levemente.

–Los psicólogos pueden solucionar los problemas mentales de todos salvo de sí mismos. Es lo primero que les dicen cuando entran en la carrera. Y quizá Nico pudiera ayudarla a solucionarlo, pero supongo que él también teme que cambie o perderla porque se sienta forzada o algo. Podría hacerlo, pero no creo que lo haga.

Hacen una mueca.

–En fin... Cambiando de tema, –Miras a Ali–¿y a ti, cómo te va la vida?

Ella se encoge de hombros.

–Bien, como siempre.

–Hace casi dos años que apenas nos vemos, ¿y todo lo que tienes que decir es "bien, como siempre"?

Alicia vuelve a encogerse de hombros.

–Además, primero define "bien"–replica Kike.

–Agh, que me dejéis en paz.

Tú la miras ladeando la cabeza, a los ojos, levantando las cejas. Ella aparta la mirada.

–¿Y tú qué, estás siguiendo la táctica de Leia de saltar de pareja en pareja a ver qué encuentras? –pregunta ella con tal de que la dejéis en paz.

Sabe que esa es una "táctica" que ni Kike ni Melca toleran ni a vosotras os gusta.

Te acomodas en el respaldo, mirandola. Ella sigue mirando al suelo, uno de sus largos mechones le tapa parte de la cara, y tú sientes la tentación de colocarlo detrás de su oreja para que no te tape esos preciosos ojos que tiene. Pero no lo haces.

–Sólo he tenido rollos. En fin, ya sabes: liarse un día y no volverlas a ver.

Todos te miran sorprendidos.

–Pues sí que te lo está pegando Leia... –dice Ali.

Sonríes de medio lado, algo pícara.

–No te creas, han sido pocos. Y nunca llegando más allá. –Piensas en cómo cambiar de tema–¿Sabéis? El otro día conocí a una chica muy curiosa... Decía algo de una cadena de sonrisas. Era algo así como que si ves a alguien mal, aunque no le conozcas, le haces sonreír y así esa persona estará más feliz y hará sonreír también a otra persona. Me resultó bastante impactante que alguien dedique sus días en pensar en estas cosas e ir por la calle hablando con la gente a la que ve con mala cara en lugar de lamentarse por seguir soltero o hablar con la gente casi siempre con dobles intenciones. No sé, fue curioso.

Alicia te mira pícara.

–¿Te gustó esa chica, no?

Niegas con la cabeza, tranquila. Aunque preferirías que se centrara en la interesante teoría que le has contado y no en que te la dijera una chica.

–¿Recuerdas la regla número uno?

–Claro.

–Pues a mí parece que me gusta romperla. Y la conocí en un pub de ambiente.

Ella se ríe, mientras que Melca te mira extrañada.

–¿Cuál es esa regla y qué un pub de ambiente?

–Nada.

–Un pub de ambiente es un pub gay –le explica Enrique– Y la regla número uno... Supongo que será eso de no enamorarse de una persona a la que únicamente le atraiga el sexo opuesto.

–¿Cómo lo sabes? –le preguntas.

Él se encoge de hombros.

–Es lógico. Además, comparto departamento con un chico que lo primero que hizo fue preguntarme si me gustaba la carne o el pescado y lamentarse porque tendría que verme como a una chica para no saltarse la regla de oro conmigo... Fue algo raro.

Os reís, salvo Melca que tiene cara de no haber entendido nada; pero esta vez no pregunta.

Siempre te ha llamado la atención el comportamiento de Kike con toda la comunidad LGBT+, porque es muy católico, hasta el punto de no saltarse una misa en domingo ni estando enfermo; pero siempre ha sido muy liberal y os ha apoyado mucho. Realmente, no sabes si es por su prima o si él siempre ha sido así, aunque te da la impresión de que siempre ha pensado así ¿por qué si no ya hablaba de transexualidad u homosexualidad sin tapujos antes de que Alicia dijera que le gustaban las mujeres? Aunque tampoco sabes si a él ya se lo habría contado...

El punto, es que mientras que Melca se horrorizaba cada vez que escuchaba algo del tema, Enrique iba al día del Orgullo para mostrar su apoyo y soltaba una buena charla a todo aquel que soltara un comentario homofóbico o transfóbico: y ambos ponían como motivo su religión. Melca, porque es pecado, Kike, porque todos los humanos son hijos de Dios y deben ser ayudados, porque el amor es bueno en todos los sentidos y porque si alguien se siente hombre o mujer no eres quien para impedírselo, ya que Él ha decidido que sienta así.

Kike es, básicamente, el único motivo por el que crees que la religión no es mala en sí, como pensabas antes. De hecho él ha ayudado a más personas de la comunidad que casi cualquier ateo, y niega rotundamente que pueda ser pecado por muy beato que sea.

–O sea, que tú vas a un bar de ambiente y no te llama la atención nadie, ¿no? –bromea Ali.

Te encoges de hombros con cara de "qué se le va a hacer".

–El problema de que te guste alguien, es que siempre tiene novia, está enamorada o está en una acera que no te conviene. O sendas cosas a la vez.

Los primos se ríen.

–Pues sí.

–¿Y tú, seguro que no has conocido a nadie?

Ella se encoge de hombros, de nuevo parece apenada.

–Qué va.

Alicia mira a Melca.

–¿Y tú, rubita?

Ella niega con la cabeza.

Lo cierto es que todos sabéis que vuestros sentimientos no han cambiado mucho: Melca y Kike se siguen gustando, si bien ya no se aman tanto como antes, a Ali le gustas tú y a ti te gusta Melca. Pero Kike y Melca no quieren salir porque él se tiene que ir, Melca no quiere nada contigo, tú no quieres nada con Ali porque no quieres hacerle daño al no poder sentir lo mismo (porque Ali te gusta, y tuvisteis una relación bastante perfecta, pero si no puedes apartar a la rubia de tu cabeza... No te parece justo), y Ali... Ella simplemente se jode.

–Bueno, y a parte de eso, ¿qué has hecho tú con tu vida desde que me fui, Valeri?

Frunces los labios y te encoges de hombros.

–No mucho, la verdad. Ir de mi casa a la facultad, de la facu a casa de Sam o Leia y así otra vez. Hablar con las chicas, estudiar... –Te encoges de hombros– Nada interesante. Mi padre sigue trabajando fuera, y mi madre casi parece que lo haga también, y poco más.

–Sam y tú parecéis hacer una buena pareja... –comenta Melca, y no parece gustarle la idea.

Te ríes. De hecho, ni siquiera sabes si Melca piensa que Sam es una chica, un chico o qué. Melca nunca se ha juntado mucho con tu grupo, a pesar de que los conozca.

–Qué va... Tenemos una bonita amistad, ya está. Algo más es imposible... Sam es como... Pues como Jesús para ti: esa persona que te quiere y te cuida porque os une la fraternidad. Nada más. Al menos, así lo siento yo.

–Oye, ¿y al resto de las chicas, cómo les va? –pregunta Ali.

–Bueno... Sam, no sé si lo sabrás, pero ahora vive en un piso propio... –Al final decides callarte la pelea con su familia– Zahara sigue como siempre: muriéndose de ganas por salir con alguien pero sin atreverse ni a decirle a sus padres que una actriz le parece guapa. Leonor lo dejó con su novio, y ahora está enfocada en sus estudios. Fabiola ha tenido un primito, y está que se muere de amor con él. Y poco más, todas bien.

Oís el sonido de un móvil y Melca saca el suyo rápidamente.

Lo desbloquea y lee.

–Son mis padres. Dicen que la abuela ya ha salido, pero que no subamos porque necesita dormir. Que todo parece haber salido bien, pero necesita seguir en revisión.

Llega otro mensaje y Melca suspira.

–No volverán esta noche a casa... Supongo que me iré a dormir con Paloma.

–¿Quieres que te lleve? –pregunta Enrique.

–Claro. Gracias.

Ella escribe en su móvil y después pagáis la cuenta. Os despedís de ellos con un abrazo fuera de la cafetería y se van.

–Bueno... Yo me voy a casa también.

Te sientes incómoda estando sola con Alicia. De hecho, normalmente la evitas hasta estando en grupo, y la echas, pero hoy entendías que había que hacer una excepción con ella y Kike por Melca.

Tienes que admitir que lo has pasado bien, y que no sabrías como distraer a Melca si no fuera por ellos; ya que Melca apenas ha hablado.

Alicia asiente.

–Sí, yo también... Me alegro de volver a verte, Valeri.

–Lo mismo digo.

Ali te da un abrazo para despedirse, más largo de lo habitual.

–Hey, ¿seguro que estás bien?

Ella asiente con la cabeza.

–Estar bien es relativo, Valeri. Hay niños en este mundo que se están muriendo de hambre, gente que sufre de prostitución o de enfermedades letales, que temen que borbarden sus casas... Si tienes eso en cuenta, yo siempre voy a estar bien.

Alicia se da la vuelta para irse.

No la detienes. No sabrías qué decirle.

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