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"La Rubia <3: Bueno... Mira, la verdad es que no necesito que me ayudes con nada, ni hablar de nada. Sólo quería que me perdonaras. ¿OK? Te veo mañana en clase, cielo. Duerme bien."
Es lo primero que ves cuando te despiertas. Suspiras, lo copias, envías el mensaje a Leia y bloqueas el móvil. Te vistes con una camiseta blanca con dibujos rosas y unos pantalones vaqueros, además de tus botines marrones. Dejas tu pelo largo sin recoger y bajas a la cocina a desayunar.
Ya has bajado del autobús y caminas hacia la facultad, donde el grupo te estará esperando: Leia y sus amigos siempre van antes a clase para poder verse un rato y hablar. Curiosamente, siempre consiguen tener un tema del que conversar. Y a ti te gusta ver a Leia por las mañanas antes de entrar a la rutina, así que sueles unirte a ellos.
Para ir a clase tienes que pasar por un camino rodeado de jardines y bancos que te conoces de memoria. Hoy ya hay un grupo sentado allí: muchachos que dejaron la carrera atrás después de repetir varias veces el primer año y que ahora viven del cuento y de sus padres mientras fingen estar buscando trabajo. Los lunes suelen estar por allí, pues pasan el fin de semana entero de fiesta y duermen en los bancos.
Los miras de reojo sin querer fijarte: tienen las caras demacradas, botellas a su alrededor, e incluso distingues alguna aguja. Su imagen te revuelve las tripas al pensar lo mucho que están desperdiciando sus vidas al dedicarse sólo a machacar su cuerpo con sustancias tóxicas, intentar ligar y reírse de la gente.
Tú queriendo mejorar el mundo y ellos preocupándose sólo por no aburrirse a costa de quien sea (incluso si es de su propia salud).
-¡Eeeeh! ¡Bollera! ¡¿Por qué no le comes el coño a mi amiga?! ¡Está muy amargada!
-¡Cállate, gilipollas, qué asco!
Tú pasas de ellos. Realmente te da igual. Es para ti como para un inglés oír el agua llover: algo que podía parecer molesto, pero a lo que acabas acostúmbrate hasta saber que no te afecta en nada.
-¡¿Me quieres hacer caso, puta tortillera?!
-¡Oye, tú! ¡Pecadora! ¡Que nos escuches, joder!
-Lesbiana y sorda...
Esos chicos no saben ni tu nombre, simplemente saben que te gustan las mujeres porque una vez, cuando estabas con tu ex, te empezaron a molestar. Esa vez sí te molestó, porque os agobiaron mucho y tu ex acabó llorando a mares.
Parece que no recuerdan que por ello mismo se ganaron una buena paliza.
O quizá piensan que sin Alicia no tienes a nadie que te defienda. Como si hubieran sido sólo sus amigos los que les estuvieron molestando durante una semana.
-¡Come-coños! ¡¿Quieres dejar de respirar el mismo aire que yo?!
Ellos, borrachos, reían. Tú, sólo escuchabas la música en tus auriculares, sin ni si quiera dignarte a subir el volumen para tapar sus gritos, ya que sus "insultos" te daban igual. Te estaban diciendo que te gustaban las mujeres, como si lo supieran mejor que tú, como si eso fuera algo de lo cual arrepentirse o avergonzarse.
No, tú estabas muy orgullosa de haberte enamorado de Melca.
Saliste de tu adormilamiento cuando te diste cuenta de que la figura que se acercaba desde el otro lado del camino era Leia, con los puños cerrados, la mandíbula apretada y los ojos iracundos.
-¡Pedazo de gilipollas! ¡¿Queréis dejar de insultar y meteros en vuestros propios asuntos?!
-Hey, hey, Leia, déjalos.
La sujetaste de los brazos y tiraste de ella para que se diera la vuelta.
-¡¿Te vas a meter tú con nosotros, puta marimacho?! ¡Iros a follar! -gritó una chica que se tambaleaba.
-¡Perdona, pero yo me follo más pollas de las que verás tú en tu vida, gilipollas! -le respondió- ¡Y...!
Le tapaste la boca y tiraste de ella, que se dejó llevar y resopló.
-¿Pero tú eres tonta? ¿Por qué no me dejas gritarles si ellos te han estado gritando desde que te han visto aquí?
-Porque me da igual, Leia, y no ganamos nada con que los insultes. No tienen cerebro, ya está. Y no debería molestarte que atribuyan el que no vistas de manera femenina a que te gusten las tías, tú sabes que no es así y que ni si quiera es malo. Además, ¿cómo quieres que me duela que me digan que me gustan las tías? Eso ya lo sé yo, y estoy muy orgullosa de ello porque si no nunca me hubiera enamorado de Melca, y aunque ella me tenga en la friendzone, me gusta sentir lo que siento. Me tendrán envidia porque a mí no me huyen las tías nada más verme, o qué sé yo, pero vamos, que me da igual lo que me digan.
Tu amiga asintió con un suspiro.
-Vale. Pero a mí sí me jode.
-¿Por qué?
-Porque quieren divertirse a costa de mi hermana. Y sólo yo me divierto a costa de mi hermana.
Te ríes.
-Además, ¿qué pasa si los escucha alguna persona que no haya aceptado su orientación? ¿O alguien que vista como yo porque le de la puta gana de hacerlo y le hagan sentir mal?
Haces una mueca.
-Sí... Eso sí que podría ser jodido.
-Ojalá se buscaran una vida y dejaran de dar por culo.
Llegáis con el grupo: Nico, Silvia, Marco y Carlos.
Cuando llegas, miras primero a Nico al saludar, siempre te pasa. En realidad, a todos les pasa: es tan grande que siempre es al primero al que se ve. Nico es alto, tiene las espaldas anchas y el pelo negro y largo. Es muy pálido, suele sombrearse el contorno de los ojos de negro y vestir de este mismo color, como mucho con algunos toques de blanco. Tiene dos pinsirs bajo el labio, bolas negras. Sus ojos son marrones, muy normales, pero él en sí es muy guapo. No es el típico guapo porque es rubio con ojos claros, músculos y una sonrisa brillante; pero es guapo a su manera, llama la atención. Lleva un colgante con una calavera y varias pulseras con pinchos.
A su lado, está Silvia, que lleva su pelo rubio paja en varias rastas, y el resto del pelo despeinado, bastante largo. Tiene los ojos grises, es morena y tiene una dilatación blanca en su oreja derecha. Suele llevar muchos colgantes, pulseras, y ropa de colores, estrafalaria, normalmente del estilo de Desigual.
Marco es un chico que está siempre sonriendo, es castaño oscuro, pero se suele tintar de rubio, por lo que su pelo es una mezcla de ambos colores, dependiendo del tiempo que haya pasado de su última visita a la peluquería. A veces Leia se mete con él por gastar su tiempo en depilarse las cejas, arreglarse las pestañas o depilarse las piernas, en lugar de en algo más útil, cosas que ella no hace y que también te reprocha a ti. "El tiempo es oro, y el oro no pienso perderlo en estupideces", suele decir ella. Hoy, Marco lleva unos pantalones muy ajustados y una camisa rosa.
Por último, está Carlos, que fue a sí mismo el último en entrar en el grupo porque es el que más chocaba con Leia. Al fin y al cabo, todos allí se unieron por el mismo motivo: Leia. Él es más bien bajo, de pelo negro y gafas de pasta. Tiene el pelo estratégicamente peinado para que parezca despeinado y los ojos celestes. Lleva sus cascos colgados al cuello, como casi siempre, y una chaqueta vaquera sobre una camiseta de Mario Bros. Cuando os ve, os sonríe con su típica cara de ligón que a Leia le da ganas de golpearle. Pero nunca lo hace. Porque es su amigo. Si no lo haría.
Tú simplemente le devuelves la sonrisa y le saludas con una mano, mientras ella lo ignora para acercarse a Nico y apoyar la espalda en él, quien pone sus manos sobre sus hombros.
-¿Quién debería dejar de dar por culo? -pregunta Nico.
-Nada, unos idiotas -le respondes.
-Los borrachos del parque, que son gilipollas y se meten con mi Vale -dice, como siempre, acentuando el "mi".
-¿Te das cuenta deque siempre te molesta más a ti que a mí? -le preguntas tranquila, sonriendo.
-Por supuesto. Porque una princesa sabe defender lo que es suyo.
Sueltas una carcajada al no esperártelo, y Nico se aguanta la risa. Carlos pone los ojos en blanco, Silvia se mira las uñas y Marco te mira con atención, con esa sonrisita suya de "¿en serio estás bien o necesitas un abrazo?".
-Oye, yo no soy tuya. No soy posesión de nadie.
-Ya... Claro... Seguro que a cierta personita no te importaría dejarle que te hiciera suya.
Sientes que se te calientan las mejillas y te quedas un momento callada mirándola con los ojos muy abiertos antes de quejarte:
-¡LEIA!
-¿Qué? Es verdad.
Silvia ha levantado automáticamente su mirada de sus uñas y te mira queriendo cotillear.
-¿Qué? ¿Quién es?
-Seguro que soy yo -replica Carlos llevándose la mano al pecho.
Leia pone los ojos en blanco y lo mira con reproche.
-Carlos, ¿cuándo demonios piensas aceptar que no tienes coño?
Silvia se aguanta la risa y Marco ríe flojito, tú sonríes divertida.
-Ni lo tengo ni lo quiero tener, bonita. Mi amiguito y yo nos llevamos muy bien.
-Sí, y él y tu novia -Se señaló la mano derecha- también, pero recuerda que a Valeria le gustan las tías.
Carlos hizo una mueca.
-Por Dios, que yo no hago eso. Qué poco me conoces.
-Carlos, a ninguno nos interesa que no tengas relaciones sexuales ni con tu mano, yo quiero saber de quién está coladita Valeria -le corta Silvia.
Todos soltáis una carcajada y Carlos se queda mirando a Silvia, como pensando qué decir. Tú esperas a que diga algo para no tener que contestarle tú.
-Como si tú lo hicieras -replica, parece molesto.
Realmente todos sabéis que le debe dar exactamente igual: Carlos es completamente feliz sin sentir ningún tipo de apetito sexual. Lo que sí le molesta, es que se lo reprochen.
Silvia se encoje de hombros.
-A veces.
Carlos frunce el ceño.
-¿Pero tú no eras asexual?
-Que seas asexual no significa que todos seamos como tú, no siento atracción sexual por otras personas, pero eso no significa que no pueda sentir curiosidad o placer por masturbarme. Además, te he dicho un millón de veces que prefiero "heterorromántica", que yo sí puedo enamorarme... -refunfuña.
-¡¿Queréis dejarde poneros etiquetas?! -les pides tú, exasperada.
El hecho de que la gente tienda a definirse con una etiqueta, te da coraje. Preferirías que se limitaran a vivir conforme piensan y sienten y ya. Porque al etiquetarse se clasifican, y al clasificarse pasa justamente lo que ha hecho discutir a Carlos y Silvia: que se creen que son iguales cuando no.
-Tú cállate, lesbina, que estoy hablando con Carlos -te molesta ella.
-No seas así, Sivia... -se mete Marco, con su carita de cachorrito y esa voz acalamerada que siempre tiene.
-No me llames así -replicas golpeándole el hombro suavemente.
-¿Por qué?
-Porque tengo nombre. Y porque no soy lesbiana, soy una persona y ya. Yo no te llamo rastera porque te gusten las rastas. Ni hippie.
-Qué exquisita eres, hija mía.
-Valeria tiene razón -se mete Nico-, si empezáramos a llamar a la gente así tendríamos que llamar a Leia "heterosalida" y no es cuestión.
La aludida cierra los ojos asintiendo, con gesto de darle toda la razón.
-Eso no sería bonito. Hasta prefiero Galaxia.
-Sabes que el nombre que te tengo en Whatsapp te encanta -replicas.
-Pues yo te tengo puesto "puta" -contesta Carlos.
Leia le da un pisotón. El chico se queja y salta a la pata coja sujetándose el pie. Se le han saltado las lágrimas.
-Deja a las prostitutas felices con su oficio que es muy digno -dice ella, calmada-. Pero a mí no me rebajes a él: yo no soy puta, soy la Diosa Afrodita.
Os reís.
Ves que Leia mira por encima de ti y, antes de que te gires, notas unas manos en tus hombros. Sigues su dirección con la mirada y te encuentras con unos ojos esmeralda bajo los que hay unas pecas muy monas. Su pelo corto, pelirrojo, está algo despeinado. Porta una camisa blanca con el bolsillo y las cortas mangas con dibujos y un pantalón negro simple. Inconfundiblemente, es Sam.
-¡Hola! -saludas sonriendo.
Te giras y abrazas a Sam, que te corresponde levantándote un poco del suelo, siempre te ha superado en altura. No es muy fuerte, pero su cuerpo es esbelto. Además, su cara es muy tierna.
-¡Hoooliiwiiiisss! -saluda Marco.
No se ven mucho, perosiempre se han caído bien. Los demás saludan con la mano y tú te giras para quedar de cara a ellos. Sam pasa sus manos por tu cintura y tú apoyas las tuyas sobre ellas. Es una de las personas más cariñosas que conoces, y eso siempre te ha encantado.
-¿De qué hablabais? -pregunta.
-De nada importante -respondes.
-De las etiquetas -replica Carlos.
Por tu cara se puede saber que te preguntas por qué siempre que dices que no tiene importancia alguien saca el tema por ti.
-¿De las de la ropa?
Carlos pone los ojos en blanco.
-No, gilipollas.
-No te metas con Sam -respondéis Leia y tú a la vez, con voz amenazante.
-¡Pero es que es muy inocente!
-¡Deja que sea feliz! -replica Silvia.
-¿Pero por qué todos os ponéis de su parte? -se queja él.
-Te odiamos. Acéptalo -contesta Nico con sencillez.
Él hace un puchero y Marco lo abraza.
-Yo sí te quiero.
-Quita, bicho -replica él apartándolo de su lado.
Te ríes y miras a Sam girando el cuello, acariciándole las manos. Te extraña que esté allí tan temprano. Sam ama dormir. Entonces, te fijas en que mueve el pie con nerviosismo y se lo señalas con la cabeza.
-Tengo examen a primera.
-Oh. ¿Y lo llevas bien?
-Eso espero.
-No te preocupes, seguro que lo sacas -la anima Leia.
Pero Sam ya no atiende a esa conversación, mira más allá. Sigues su mirada y ves a Melca, que se acercaba a vosotros y se frena en seco al verte. Cruzáis una mirada. Sam separa sus brazos de ti y da un paso atrás.
-¡Melca!
Levantas la mano para saludarla como si no te hubieras fijado en que se ha parado de golpe y sonríes, ella termina de acercarte a ti y te abraza.
-¿Qué tal?
-Bien. ¿Tú?
-Bien. Hola... chicos.
Nico la saluda levantando la cara, con una mueca que casi parece la de un lobo y hace que se vean más sus pinsirs y esos colmillos tan afilados que tiene. Melca se pega más a ti por impulso y mira a Sam, como excusa para no verle.
Ves que Nico se aguanta la risa y Leia lo mira divertida, aunque en cierto sentido le diga con la mirada que no sea malo. Tú lo miras con reproche, aunque en realidad te alegras de tener a Melca tan pegada a ti.
Nico alza las cejas para señalarla y hace un gesto como "no te puedes quejar".
Consigues no soltar una risa nerviosa de milagro.
-¿Qué tal? -pregunta Melca a Sam.
-Muriendo de los nervios por un examen que tengo dentro de nada.
-No te preocupes, seguro que te sale bien.
Melca se separa de ti intentando obviar al hombretón que tiene detrás y te mira a los ojos. Sabes que te está pidiendo con la mirada que vayas con ella, así que haces un gesto con el cuello y andáis unos pasos. Melca te coge de ambas manos y te pregunta en un susurro:
-¿Segura que estamos bien?
-Claro que sí -contestas tú en el mismo tono.
-¿De verdad?
-Sí.
-¿Me lo prometes?
Pones los ojos en blanco.
-Melca... No seas plasta. Sí.
-¿No estás ni un poquito enfadada conmigo? -La miras dejándole claro que no piensas volver a responder a lo mismo otra vez- En serio, Valeri, si hay algo que aún te moleste, yo... Pídeme lo que quieras. Lo he hecho muy mal.
No puedes evitar sonreír pícara. Y Melca parece reconocer esa mirada.
-¡Valeria! -Te pega un suave empujón en los hombros- ¡No seas malpensada!
No estáis lo suficientemente lejos como para que su grito no se escuche y, como era de esperar, Leia estaba pendiente de la conversación, por lo que se ríe haciendo que sus amigos se queden mirándola como siestuviera loca.
-¡Valeria! -alza la voz para que la escuchéis- ¡Que así no se liga!
Incomprensiblemente, las mejillas de Melca están aún más rojas que las tuyas. Pero tú simplemente le respondes:
-¡Gilipollas!
Y Leia vuelve a su conversación con sus amigos como si nada de esto hubiera pasado. Devuelves tu mirada a Melca, e intentas comprender el por qué de esa mueca en su rostro, hasta que lo haces.
-Leia no se lo dirá a nadie... -susurras- Sólo bromeaba. Y yo necesitaba hablarlo con alguien.
Ella te mira aterrorizada, a pesar de que ya sabía que algo le habrías contado.
-¿Hasta que... punto sabe?
Suspiras.
-Todo. -Melca te mira descompuesta y sus hombros caen hacia delante- Pero Melca, te prometo que de su boca no saldrá para que lo escuche nadie.
-¿Me prometes que sólo ella lo sabe?
Tú suspiras y agachas la cabeza. No puedes mentirle.
-No. Bueno... Que me gustas... Lo sabe mi grupo. Lo que pasó... sólo ella, y... mi madre.
-¡¿Tu madre?! -increpa ella, aún susurrando.
-Sí, pero me dijo que no se lo contaría a nadie y que me anduviera con cuidado si no quería hacerte daño.
-Tu madre tiene razón -responde separándose un poco de ti.
Tú suspiras.
-Me has prometido que esto no va a hacer que vuelvas a alejarte de mí... ¿Verdad?
-Sí.
-¡Melca!
Ambas os volvéis hacia la voz y veis a Paloma, alias por Leia: "la guarra", "lavíbora", o "esa". Está rodeada por su grupito de amigas.
-¿Qué haces con los raritos? ¡Anda, ven! -le dice haciéndole una seña con la mano.
Melca intercambia una mirada contigo por un segundo y vuelve a mirarla.
-¡Rara tu madre, caraculo! -le grita a Leia.
Y tú mientras te preguntas: ¿por qué tu amiga tiene que meterse siempre en todo?
Sam le hace un gesto a Leia para que se calle, siempre es muy prudente. Los demás, simplemente la ignoran porque les da igual. A Leia también le da igual. Pero le gusta darle guerra a Paloma.
-Tú cállate, machorro endiablado, que nadie te ha dirigido la palabra.
-¿Sabes que aunque siempre vaya en pantalones tengo más coño que tú, verdad?
La miras. Lo único que realmente molesta a Leia, es que la llamen marimacho, tío o similares. Aunque también le disgusta que la relacionen con el Diablo. Y Paloma parece saberlo muy bien.
-Claro que sí, así de grande que lo debes de tener -replica ella separando las manos.
Se le nota impaciente y no deja de mirar a Melca, como esperando a que siga sus órdenes y las acompañe para salir de allí y dejar de vernos las caras. De hecho, ni si quiera se han acercado lo suficiente como para poder hablar sin tener que alzar la voz.
Leia se encoge de hombros.
-Y a mucha honra.
Se gira hacia el grupo y cambia de tema ignorándola, Paloma la mira con asco y devuelve la mirada a Melca.
-Venga, cariño, que no tenemos todo el día.
-Ahora voy... Quiero hablar con Valeria... -replica ella con un hilito de voz.
Paloma hace una mueca.
-¿Antes que con nosotras? ¡Venga ya! Ven para acá antes de que te pegue su enfermedad...
-Que te gusten las mujeres no es una enfermedad -replicas con seguridad y seriedad.
No te importa lo que te diga esa mujer, pero sí que Melca acabe pensando así también.
La rubia os mira a ambas varias veces.
-Espera... Un momento. Ahora voy, cielo.
Paloma hace una cara de asco y se gira exclamando un "¡cuidado con lo que pillas!". Su séquito la sigue sin mediar palabra.
-Lo siento... -te dice Melca agachando la mirada.
-No te preocupes, no me importa -le dices con dulzura. Haces que levante la cara cogiéndola por la barbilla-. Me importa lo que pienses tú, no ella.
Melca te mira a los ojos y parece extrañada.
-¿Por qué?
-Porque a ti te quiero, a ella no. Me importa lo que piensen mis seres queridos. Las opiniones de los demás me parecen irrelevantes.
-Entiendo. -Melca se queda callada, pero tú sabes que quiere decir algo, así que mantienes la mirada en sus ojos esperando- ¿Y nunca te duele?
-Me dolía -respondes-. Ya no.
-¿Por qué?
-Porque comprendí que es mi vida, y que si no entienden que me haya enamorado de una chica el problema es suyo porque el cerebro no les rinde, no mío.
Melca se sonroja levemente al saber por tu mirada que esa chica es ella.
-¿Puedo hacerte una pregunta muy personal?
-Di.
-¿Cómo te diste realmente cuenta?
-¿De que me gustaban las chicas?
-Sí. Dices que no te hacen sentir lo mismo, pero no sé, de alguna manera debiste darte cuenta de que eso era atracción y no lo que sentías por los chicos. Porque digas lo que digas, estoy segura de que de pequeña pensarías que te gustaban los hombres.
-Y tienes razón.
-¿Entonces?
-Siempre tuve una duda. Pero luego me llegó la confirmación.
-¿Cuál?
-Me enamoré.
-¿De Ali?
-No.
Ella te mira pidiendo una respuesta, y acaba consiguiendo que cedas con su simple mirada.
-De ti.
Ella se queda parada, mirándote a los ojos, y termina por bajar la vista al suelo. Traga saliva.
-¿Y...? ¿Por qué saliste con ella?
-Quería asegurarme, señorita beata. Sabía que tú pasarías de mí.
-Ufff.
Sabías que en ese momento sentía pena por ti, pero también por Alicia.
-¿Y Ali...?
-Ella lo sabe.
-¿Y qué opina?
-Le da pena que no llegara a enamorarme de ella. Aunque cuando empezamos... ella no lo estaba tampoco. La dejé por eso. Terminé haciéndome a la idea de que ella no podía enamorarme. -Melca traga saliva y tú respiras hondo para cargarte de fuerza y proseguir, quizá no deberías, pero estás harta de no ser sincera con ella- Leia dice que estaba demasiado cegada por lo que sentía por ti como para enamorarme, y que además ni si quiera parecía querer hacerlo. Querer olvidarte.
-¿Por... ¿Por qué? -pregunta ella en un hilillo de voz.
-No sé. Me pareces especial -contestas encogiéndote de hombros.
-No soy especial...
-Pero lo eres para mí, Meca, y ahora vete antes de que tu amiguita se enfade y piense que te hemos pegado el síndrome de la rareza atroz.
No quieres que se vaya, pero aún menos que tenga problemas con Paloma y acabe por volver a separarse de ti por ello.
-¡Que no me llames Meca!
Tú sonríes juguetona y le sacas la lengua.
-¿Por qué no? Si es tu nombre.
-Que no. Es Melca.
-Anda, no seas quejica y vete a la Meca -replica Leia acercándose y pasándote un brazo por los hombros.
La chica la mira molesta.
A ti te gusta llamarla Meca, pero a ella le molesta porque cambia completamente su signifacado al de su nombre. A ti simplemente te parece tierno.
-¿Puedo hablar contigo?
Asientes y Melca hace ademán de irse.
-No, contigo -replica Leia.
Melca se le queda mirando.
-Su... Supongo.
Las miras alejarse preguntándote qué querrá decirte Leia. No te fías ni un pelo de ella.
Nico.
Silvia.
Marco.
Carlos.
Sam.
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