S.

Notas algo haciéndote cosquillas en la cara. Le das con la mano y te giras. Lo notas otra vez. Es una ardilla dándote con su cola, los pelos te hacen cosquillas. Pero con lo a gusto que estás tú tumbada en el bosque... La apartas y vuelves a darte la vuelta. La ardilla vuelve otra vez.

No hay ninguna ardilla. Está oscuro. Claro, tienes los ojos cerrados. Ya no escuchas el viento pasando entre las hojas de los árboles.

No, no era el viento. Es una canción, susurrada. ¿Será una ninfa cantando, que ha hecho que se muevan las hojas de los árboles a su ritmo y ha atraído a la ardilla?

Ahí vuelven otra vez las cosquillas. La canción no cesa.

Just close your eyes, the sun is going down. You'll be all right, no one can hurt you now. Come morning light, you and I'll be safe and sound...

Abres los ojos. Te cuesta unos segundos acostumbrarte a la luz y enfocar la vista. Ves unos pelos rubios pasando por encima de tu cara, acariciándote. Estornudas. Los pelos se apartan y ves a Melca sonriendo, que canta.

Ahora la reconoces, es la canción Safe and sound de Taylor Swift. Sanos y salvos. Melca parece haberse obsesionado con esa canción últimamente.

–Buenos días, cielo.

–Buenos... días... mi amor... –contestas con la voz ronca.

Melca se ríe. Tú abres los brazos, pero ella no hace nada.

–Vente... Sólo un poquito...

La miras haciendo un puchero. Ella termina sonriendo y cediendo. Se tumba a tu lado y tú la abrazas. Aspiras su aroma y cierras los ojos de nuevo. Al poco, la besas en el cabello. Una ardillita... Tiene su gracia. Es un animal parecido a ella: adorable y que huye del peligro preocupándose por tener comida para el invierno.

Te tumbas bocarriba llevándotela contigo. Melca se deja hacer como un peluche. Está tranquila. Sueles verla tranquila en tu casa, allí donde no hay ojos curiosos, donde está a salvo del peligro. Allí sólo sois ella y tú, puesto que confía en tu madre y, además, ella no suele estar en casa. Allí es donde te ha dado los "te quiero" más sinceros, donde te ha galardonado con más besos y abrazos, donde se apoya sobre ti para estudiar o para dormir y no le importa el tiempo que pase.

Si no fuera porque quieres vivir una vida de pareja lo más normal posible, nunca saldrías de allí. Te gusta más la Melca que es allí dentro, donde se siente segura.

Ella se incorpora un poco para mirarte.

–¿Te has dormido?

–No... Sólo que tengo sueño.

Melca sonríe y te da un beso corto y tierno. Levantas el cuello cuando se aparta para volver a atrapar sus labios entre los tuyos. Son dulces. Tanto como ella. Tanto como lo que te hace sentir.

Sigues rodeándola con los brazos, y empujas un poco hacia ti. Melca se tumba de nuevo apoyando la cabeza en tu hombro. Pasas la mano por su pelo. Ella hace líneas alternas en tu otro hombro con su dedo.

–Es un bonito despertar.

Sonríe.

–Me alegro de que te haya gustado.

–Lo que me extraña es que hayas venido tan pronto.

–Me desperté, no me conseguía dormir y vine para acá. Me encontré a tu madre en la calle y me dejó entrar.

–Gracias.

–Nada, si no me hubiera abierto te hubiera despertado a timbrazos.

Te ríes. Pasas tu pulgar por su mejilla, tiernamente, como quien acaricia un objeto de porcelana, o un bebé. Ella te mira. Sus ojos están más oscuros ya que, como todos los años, la Semana Santa está siendo nublada. Pero siguen siendo tan preciosos como siempre.

–¿Vamos? –te pregunta.

–¿No podemos quedarnos aquí eternamente?

Melca sonríe y se levanta. Baja de la cama, se quita los zapatos y levanta las sábanas, para poder tumbarse bajo ellas. Pone las manos en tu hombro y apoya la cabeza sobre ellas, observando tu rostro con detenimiento. Te gusta cuando hace eso. Te hace sentirte guapa. Y te sonrojas. Porque Melca está mirando cada milímetro de tu cara, tus detalles y tus imperfecciones. Pasas un brazo por su cintura para acercarla más a ti y metes tu pie entre los suyos. Están fríos de venir de la calle. Apoyas tu pie en el suyo calentándola. Melca sonríe.

Saca una de sus manos de debajo de su cabeza y la pasa por tu cintura. Tú la coges para jugar con sus dedos.

–Nena, estás helada.

–Lo sé, fuera hace frío.

–Voy a tener que calentarte mejor.

La coges por la cintura con ambos brazos y la abrazas pegando tu cuerpo al suyo. Ella se ríe y te corresponde.

Es irónico, porque sabes que si tu novia fuera otra persona la besarías y la calentarías a base de jugar con caricias subidas de tono y besos en el cuello. Pero estás con Melca, y con ella, te parece perfecto así.

Pegas tu frente a la suya, de modo que vuestras narices se rozan. También está fría. Mueves la nariz dándole un beso de esquimal y te ríes.

–Ahora entiendo por qué los esquimales se dan los besos así... Para calentarse las narices.

Melca se ríe.

–¿Tú crees?

–Seguro que sí.

La rubia te da un beso en la comisura del labio y vuelve a acomodarse sobre tu hombro. Ambas tenéis aproximadamente la misma altura, pero suele ser ella la que se apoya sobre ti, sea sentándose o tumbándose. Recuerdas que con Alicia no era así, os intercambiábais de lugar sin daros cuenta.

Apartas ese pensamiento antes de perderte en ese mar de colores que siempre te vienen a la mente cuando piensas en ella.

Te rugen las tripas. Melca se ríe.

–Creo que ya sí vamos a tener que bajar: tienes hambre.

Bromearías con desayunarla a ella; pero como es Melca, te callas. Sonríes y asientes. La besas en la nariz. Melca se levanta y vuelve a ponerse las zapatillas. Tú te incorporas y te estiras con un bostezo.

–¿Quieres que vaya calentándote un tazón de leche?

–Vale, gracias, amor.

La rubia baja mientras tú te cambias. Tras ir al servicio, coges la cajita. Se te olvidó comprar papel de regalo, así que la has envuelto simplemente guardándola en una bolsa bien doblada.

Bajas a la cocina. Melca está sacando el tazón del microondas. Dejas la bolsa en la mesa y sacas la caja de cereales y una cuchara. Te sientas a desayunar. La rubia se sienta enfrente de ti para acompañarte.

Le acercas la bolsa.

–Toma.

Ella parpadea sin entender.

–¿Y eso?

–Es un regalo, para ti.

Melca se queda parada pensando un segundo. Se sonroja levemente y sonríe.

–Feliz mesniversario.

Se levanta y te da un beso pasando por encima de la mesa.

–Feliz mesniversario, amor.

–Pero no hacía falta que...

–Lo sé, pero quería hacerlo. ¿Sabes? Últimamente te noto un tanto enfadada por cosas que hago sin darme cuenta. Algo celosa. Y no quiero que estés mal, menos por mí. Quiero que sepas que sólo pienso en ti. Y que te quiero. No me gusta verte mal.

Ella mira hacia la mesa, parece avergonzada.

–Ya... Lo siento... Son tonterías mías.

–No son tonterías si a ti te molestan de verdad. Pero sí que me gustaría que lo solucionásemos.

–Claro.

Melca mira la bolsa con curiosidad y la acerca así. Parece dubitativa a la hora de abrirlo. Supones que está imaginando qué será, como te contó que hacía cuando erais pequeñas. Melca no ha cambiado demasiado en todos estos años. A veces, notas que es más madura, que es toda una mujer. A veces, te das cuenta de que sigue siendo una cría en algunos aspectos. Pero sabes que aún sois jóvenes, que sus padres no le han dado mucha libertad, que aún hay tiempo.

La rubia abre la bolsa y sonríe al ver el corazón rojo de cartón corrugado. Saca la caja con mucho cuidado y la coloca sobre la mesa, apartando la bolsa. Te mira con una sonrisa y los ojos brillantes, como una niña en Navidad.

–¿Qué será, qué será...? –bromeas meneando tu leche.

Melca baja de nuevo la mirada y coge la tapa. Se queda quieta por unos momentos y luego la abre lentamente. La deja a un lado.

–¡Chocolate!

Sonríes al ver su sonrisa. Tu chica no tarda nada en coger un bombón, desenvolverlo y metérselo en la boca.

–Mmmm... Está muy rico...

–Me alegro de que te guste preciosa. Hay más.

–¿Más?

Le brillan los ojos con curiosidad. Coge la bolsa y mira en su interior, dándose cuenta de que no hay nada. Levanta la caja para ver si hubieras pegado algo debajo, pero no. La vuelca dejando caer su contenido sobre la mesa con cuidado. Al volverla a girar, ve el papel, que se ha quedado enganchado.

–Oh, D... Valeri...

Lo saca con cuidado para poder verlo mejor a la luz y ve el papel doblado debajo, que coge con su otra mano. Examina el dibujo de Azuleima con detenimiento.

–¿Cómo... ¿Cómo lo has hecho?

–Me lo regaló Azuleima. Ayer estuvo aquí. Ya sabes que no se me dan muy bien las manualidades, no conseguía hacerte la caja, y por eso...

–Oh, entiendo. Lo siento por haber reaccionado así.

–No te preocupes. La cosa es que, cuando terminamos, se puso a pintar y... No sé, es precioso.

–Mucho. ¿Es del paso al que me acompañaste, verdad?

Te consta que Melca habrá estado visitando muchos estos días.

–Sí. Azu llevaba una cámara, nos encontró allí dentro, no sé si te acuerdas. Y pareció gustarle la mirada de devoción con la que admirabas a la Virgen.

–Es asombroso. Lo colgaré en mi cuarto en cuanto llegue a casa. Seguro que a mis padres les gustará.

Sonríes y asientes. Sigues comiendo mientras la ves abrir el otro papel. Tu carta. La observas mientras lee.

"Hola, rubita, mi Meca, mi vida.

Van dos meses ya. No sé si a ti; pero a mí... Me parece como si lleváramos a la vez dos días que toda una vida. Y sí, sé que no es la mejor manera de empezar una carta, pero tú sabes que esto nunca fue lo mío. A ti se te da mejor. ¿Recuerdas las notitas que nos pasábamos en primero de ESO? No te imaginas la de sonrisitas tontas que me sacabas... La de veces que las leía y releía en mi dormitorio. Algunas, todavía las guardo.

No te voy a decir que recuerde la primera vez que te vi o que hablé contigo, porque la verdad, no lo hago. Pero sí recuerdo la primera vez que me hiciste fijarme en ti. Tú estabas hablando con Paloma en el pasillo, y yo con Leia. Ellas habían caído en la misma clase, y tú, conmigo. Afortunadamente conmigo. Leia y yo escuchamos cómo Paloma se metía con ella. Decía que era un machorro, que llevaba unas pintas de loca, que le daba miedo y no sé qué cosas más. En fin... Lo que siempre le decían a Leia. Tú le dijiste que era una chica más como ella o como tú, una hija de Dios, y que se merecía que la respetaran. Fuiste la primera persona que defendió a Leia después de Luke y yo. Ella no te lo reconocerá; pero al escucharte, me preguntó si estabas en mi clase y me recomendó que me juntara contigo, que no perdiera la oportunidad de conversar con alguien con más de dos neuronas en la cabeza. Seguí su consejo... Y no pienso romperlo. No querría perderte. Recuerdo los días en secundaria mirando esa sonrisita tímida que escondías bajo tus cabellos rubios... y me veo ahora en la facultad intentando encontrarme con tus ojos a través de esa melena. Hay cosas que nunca cambian... y que espero que nunca cambien.

Lo que más me sorprende de todo es que, después de todos estos años, todavía sigo conociendo cosas nuevas de ti. Todavía sigo fascinándome, y enamorándome con cada nuevo gesto, con cada nueva sonrisa. Tú has sido el motor que ha movido mi corazón por todos estos años... Y no sabes lo feliz que estoy de que ahora yo haga lo mismo con el tuyo. Quiero ser feliz, pero quiero serlo a tu lado. Tú y yo... A través del tiempo y de las dificultades, siempre. Sacándote una sonrisa nueva cada día. Porque un día sin una sonrisa, es un día perdido, y yo no quiero que pierdas ni uno solo.

Al fin de cuentas, no hay mucho más que decir. No hay nada que no te haya dicho ya. Tú sabes que te quiero. Y que estoy aquí para todo aquello que necesites, aunque tenga que salir de mi casa en plena tormenta a las cinco de la mañana (y te recuerdo que ya lo hice una vez... Cuando temías por los truenos y tus padres no estaban en casa. Mis padres casi me matan aquel día). Quiero que sigas contando así conmigo, siempre. Y que recuerdes que te quiero, que me muero de ganas de ver esa carita tuya a cada día, de escuchar tu voz, de abrazarte, de verte sonreír, de robarte un beso, de dejármelo robar...

En fin, rubita,

Te quiero.

Valeria."

Melca deja la carta en la mesa. Se levanta. Bordea la mesa corriendo y te abraza, casi tirándote de la silla. Te ríes y te giras hacia ella. Melca se sienta sobre tus piernas, rodea tu cuello con sus brazos y te llena la cara de besos. Tú no dejas de sonreír. Y ella llena de pequeños besos esa sonrisa.

–¿Se puede ser más mona?

–Sí, siendo tú.

Melca se ríe.

–Tonta. Te quiero.

–Y yo a ti.

Melca sonríe y se levanta para dejarte terminar de desayunar. Guarda el dibujo y los dulces en la caja, que vuelve a meter en su bolsa. Tu carta, la dobla de nuevo y la mete en su cartera.

Terminas de desayunar y decidís dar una vuelta. Vais por la calle, como siempre, con unos centímetros entre vosotras. A lo largo del día, acompañas a Melca a ver dos procesiones, hacéis de comer entre risas en tu casa y veis una película tumbadas en el sofá. Abrazadas.

Porque cuando Melca dice de ver una película con su pareja, ES ver una película.

Mira que sois raras...

Desvías la mirada de la pantalla para observar su rostro. Melca está entre tus brazos, mirando la pantalla absorta.

En ese momento, sabes que estás rodeando con tus brazos a una de las personas que más te importan en tu vida. Porque, aunque no tengáis una relación más común como siempre habías soñado, no la cambiarías por nada, porque sino no sería Melca la que estuviera allí a tu lado. Aunque te haga ver procesiones y tengas que esperar a que rece antes de almorzar, aunque le de vergüenza darte la mano en la calle y pocas veces te dé más de un pico o besos por la cara, aunque te recuerde de cuando en cuando que tiene miedo o le den rabietas que no entiendas ni sepas afrontar. Aún sobre todo... Ella sigue siendo la chica con la que sueñas tu futuro, la que te hace sonreír y hace que tus ojos brillen, la que hace que tu corazón sienta al 150%, aunque no todo lo que sienta sea bueno...

Es ella. Esa chica que, de una manera o de otra, siempre ha estado ahí. Velando por ti y por los suyos. Queriéndote. Haciendo lo mejor que ha sabido hacer en cada momento.




Leia en su adolescencia.

Y ya que estamos...

Melca adolescente.

Valeria adolescente.

Y Paloma adolescente.

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