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Tus padres han salido a dar una vuelta y tú invitas a Melca a casa. La rubia llama a la puerta mirando a ambos lados de la carretera. Sabe que ya no tiene excusa para ir a verte.

Abres con una gran sonrisa y la dejas pasar. En cuanto cierras la puerta, ella te abraza y te besa.

–¿Cómo estás? –le preguntas.

–Genial, ¿y tú?

La abrazas levantando sus pies del suelo.

–De maravilla.

Ella suelta una risita y te besa.

–¿Qué tal te fue ayer?

–Genial. Estuvimos en la piscina de Paloma. Tendrías que haber visto a Purificación y Candela intentando ligar con un chico mientras Teresa le hacía gestos para que huyera. Te hubieras echado unas risas.

Te aguantas la risa. Menudos elementos.

–¿Y Paloma y tú? ¿No le ayudásteis a escapar?

–Estábamos haciendo la barbacoa.

–Pero qué bien os lo montáis.

–¿Y tú? ¿Cómo te fue en la exposición?

–Pues los cuadros estaban geniales, aunque nos llovió y tuvimos que recoger todo corriendo e ir a cambiarnos a casa de Azuleima.

–Sí, nosotras también tuvimos que entrar corriendo a casa. Acabamos jugando al Party&Co con los primos de Paloma.

–¿Con el que conocí en el campamento?

–¡Sí! Guille, el mismo. Me sorprende que todavía te acuerdes.

–Me acuerdo de todo lo que tenga que ver contigo.

Melca sonríe y te mira coqueta.

–¿Vamos arriba? –preguntas.

–Vale.

Llegáis a tu habitación y Melca se tira en la cama.

–¿Sabes? Creo que voy a querer casarme aquí. Al final es donde más cómoda y feliz me siento.

Sonríes.

–Cuando nos casemos, todos los lugares serán tan cómodos y felices mientras estés a mi lado.

Te tumbas a su lado. Ella boca arriba, tú boca abajo. Acaricias su mejilla. Melca gira la cara hacia ti sonriendo.

–No te haces una idea de las ganas que tengo de ello.

–Me la hago, porque yo también las tengo.

La besas. Ella te corresponde, moviendo sus labios con dulzura.

–Mmm... ¿Alguna vez has pensado cómo te gustaría llamar a tus hijos, Valeria?

–No mucho. Pero después de conocer a Sam, decidí que lo mejor sería ponerles un nombre unisex, por si acaso.

–Cierto... A mí siempre me ha gustado Daniela.

–Dani es unisex.

–Por eso lo decía. Mi favorito es Magdalena.

–¿Magdalena?

–María Magdalena. Una discípula de Jesús que estuvo a su lado hasta el final.

–No llamaré a mi hija Magdalena. Seguro que se pasaría todo el día llorando.

Melca se ríe y acaricia tu mejilla.

–Tontita...

–Llamémoslo Judas.

–¡Valeria!

Te ríes.

–Es un bonito nombre. Pues Satán.

–Que no estoy de broma...

–Lo sé, lo sé. Mmm... ¿Qué tal Han Solo? Haría juego con Luke y Leia.

–No lo podríamos bautizar.

–¿Ah, no?

–No. Tiene que tener un santo con el mismo nombre. O bautizarlo con un nombre e incluirlo en la lista civil con otro, pero eso es más lío.

–¿Y en qué otro nombre habías pensado?

–Pedro.

–Me gusta.

Pones tu brazo al otro lado de ella para acercarte más y la besas. La rubia sonríe, te corresponde. Tus labios bailan entre los suyos. Melca acaricia tu mejilla. Te dejas llevar un poco más y tu lengua le pide permiso para hacerle una visita. Esta vez, no se niega, y vuestras lenguas empiezan a jugar, a entrelazarse. Sientes el corazón latiendo en tu pecho, el calor del momento, la felicidad de estar allí. Con ella. Llevas la mano a su cintura, introduciéndola debajo de su camiseta. Melca pone su mano sobre la tuya en cuanto tus dedos rozan su piel, deteniéndote. Se separa de ti para coger aire y coge tus labios entre los suyos, rozándote suavemente. Os miráis a los ojos. Melca vuelve a besarte. Tú alejas la mano de su cintura para llevarla a su mejilla.

Tras unos besos más, pasas tu brazo por debajo de su cintura para girar dejándola a ella encima de ti. Melca sonríe y te acaricia ambas mejillas, mirándote a los ojos con dulzura.

–Te quiero.

Sonríes.

–Yo también te quiero.

Tu novia te besa en la mejilla y empieza a subir por ella con pequeños y tiernos besos hasta la frente. Sigue bajando por tu nariz y vuelve a tus labios, que ya la estaban esperando. Pasas las manos por su cabello dorado con cuidado de no quedarte atrancada y tirarle de algún enredo. Ahora mismo te mueres de ganas de llegar a más, pero resistes la tentación y sigues dándole tiernos besos, con suavidad, con cuidado. Con más amor que pasión.

Cuando Melca se separa de ti, ves la sonrisa más bella del mundo pintada en su rostro. Grande, reluce. Sus ojos brillan mirándote. Te recorre un escalofrío al verla así. Melca es feliz. Es feliz a tu lado. Es feliz por ti.

–¿No puedo tocarte debajo de la ropa? ¿Aunque sea un poquito?

Melca te mira ladeando la cabeza y alzando las cejas.

–¿Qué? Te prometo que respetaré las partes íntimas.

–Claro, hasta que te descontroles.

–Jooo... ¿Qué hay de malo en que te toque la espalda?

–Que te conozco y se te va la mano al culo.

Melca se acomoda sobre ti y empieza a darte pequeños besos por la oreja. Así sí que se te va a ir la mano.

–Bueno... ¿Y la barriga? De pequeñas me dejabas hacerte pedorretas.

Ella se ríe.

–¡No te dejaba! Tú me torturabas.

–Bueno... Nunca me denunciaste, así que es lo mismo.

La rubia se ríe y baja por tu cuerpo. Tienes que recordarte que entre tú y Melca no va a pasar nada hasta después del matrimonio. Tienes que respetar sus creencias.

Ella levanta tu camiseta, dejándola de modo que tape tu sujetador y te da besos por la barriga, pasando sus manos por ella. Tú cierras los ojos y te muerdes el labio. Te recorren escalofríos, electricidad, tus nervios se han preparado para captar cada movimiento que haga tu novia sobre tu piel. Melca te llena de besos mientras dibuja un corazón consecutivamente, tan cerca de la franja que separa lo permitido de lo prohibido que sientes cómo tus nervios se comprimen cada vez que sus dedos pasan sobre ellos, mandando corrientes de placer por el resto de tu cuerpo.

Es un misterio como un gesto tan inocente, un contacto tan liviano, puede hacerte sentir tanto. Melca sonríe volviendo a tus labios, dejando una mano sobre tu barriga. Tú metes la tuya bajo su camiseta, con cuidado de no tocar nada que no debas. Correspondes su beso. Te impulsas hacia abajo en la cama, ya que ella está incorporada encima de ti, sin tocarte. Como si fuera un puente. Apartas su camiseta y estiras el cuello para besarla en la barriga, acariciando su cintura. Ella deja salir un ruidito por su garganta y se tumba bocarriba en la cama. Es la primera vez que te deja tocarla tanto, y no piensas desperdiciarlo. Recorres su barriga con besos, acariciando su cintura con ambas manos. Su piel es suave, clara. Tiene algún que otro lunar. Pasas tus dedos sobre ellos, uniéndolos, formando una constelación. Está más delgada de lo que pensabas al verla con el bañador, pero nada de eso te importa ahora. Es Melca, en tu cama, dejándote que la hagas disfrutar... Aunque sea sólo tocando sus labios y su barriga. Es mágico.

Terminas tumbándote a su lado. Ella apoya la cabeza en tu hombro, sonriente. Pasas la mano por su cabello.

–Ha sido la mejor sensación que he tenido en mi vida.

–Lo mismo digo, –Sonríes acariciando sus labios– eres maravillosa, Melca.

Sí, ahora mismo, te parece el mejor momento que has pasado en toda tu vida. Aunque llegaras a tener los pechos de Alicia, aunque estuvieses a punto de hacer que la chica no llegara como ambas desean al matrimonio... Esta vez ha sido con Melca. Es ella. Ella la que está tumbada a tu lado en la cama. Ella la que sonríe feliz. Ella la que te hace sonreír a ti.

Sonríes. Escuchas unos pasos abajo.

–¡Hola, nena! ¡Ya estamos en casa!

Pones los ojos en blanco. Melca se ríe y te pone la mano en la cara.

–Que llevas meses sin verlo.

–Y me quedan meses por aguantarlo.

Os reís. Te levantas y le das la mano para que vaya contigo. Os ponéis los zapatos y bajáis.

–Vaaayaaaa... ¿Quién está aquí? –saluda tu padre sonriente.

–Hola, señor Acosta.

–Que no me llames así, Melquita. Puedes llamarme suegro.

La chica se sonroja. Tu padre se ríe y la abraza.

–Me alegro de volver a verte.

–Y yo a ti, señor... Ramiro.

–Lo de suegro no cuela, ¿no?

Melca niega con la cabeza vergonzosa. Os reís.

–¿Quieres quedarte a comer? Haré comida marroquí.

–¡Vale!

–Valeria, hemos quedado con Jaime y Mónica, iremos a cenar esta noche con ellos.

–¡Genial! Melca, ¿te vienes?

–Tengo que ir a casa de mi abuela.

–Okey. Bueno, voy a la cocina, que la comida no se hace sola.

Esperas hasta que tu padre desaparece tras la puerta.

–¿Qué les has dicho a tus padres?

–Que estaría con los amigos de Kike por ahí. Ellos suelen ir a la piscina de Paloma a estar con sus padres así que... Era la mejor idea.

Asientes con la cabeza.

–¿Desde cuándo lo sabe tu padre?

–Desde el principio.

–¿Y cómo reaccionó?

–Está feliz. Le encantas.

Melca se sonroja y aparta la mirada.

–Me gustaría que tú les encantaras a mis padres...

La abrazas pasando tu mano por su mejilla.

–Hey... Tranquila. Lo conseguiré.

Ella suspira.

–Ojalá.

–Y si no, soportaré ir a casa de los suegros para que Dani, Pedro y Magdalena vean a sus abuelos mientras yo aguanto que me miren con cara de mala leche.

Melca suelta una risita y te besa.

–Lo siento...

–No es tu culpa. Lo conseguiremos, ¿vale? Lo haremos. Tendremos una familia. Y tus padres tendrán que acabar aceptándolo, aunque sea por verte a ti y a sus nietos.


Cenáis en la casa de los Galán entre risas y charlas. Cuando acabáis y recogéis todo, tus padres y los suyos se ponen a ver una película en la pantalla gigante. Vosotros, como cuando érais pequeños y os mandaban a vuestra habitación para poder ver películas de miedo mientras dormíais (o jugábais fingiendo dormir) subís a la habitación de Leia.

Leia se tira en su cama, Luke se sienta en la silla poniendo las piernas sobre el escritorio y tú te sientas al lado de Leia.

–¿Y qué tal todo, hermanito? –preguntas– Ahora que no están los mayores para escuchar.

Luke se ríe.

–No tengo nada que ocultar. ¿Y vosotras?

–Hoy he hecho lo más erótico que podría haber hecho con Melca.

Leia se aguanta la risa.

–Verás...

–¿Le acariciaste el cuello durante demasiado tiempo? –bromea Luke.

Te ríes.

–Casi. Me dejó darle besos y caricias en la barriga.

–Vamos mejorando –dice Leia estirando el cuello–. Yo estuve con Nico y sus padres llegaron a la casa en mitad, por lo que tuvimos que dejarlo antes de que sus hermanos subieran a la habitación... Una mierda, vamos.

–Y eso es lo bueno de que tu novio viva en un piso de estudiantes, nunca llegan sus padres.

Os reís.

–Las mismas conversaciones que cuando éramos peques, ¿eh? –bromeas.

–Bueno, Leia sí. Ella follaba hasta con sus peluches cuando era bebé.

La aludida le tira un cojín.

–Mentira.

–No, pero te pasabas todo el día con la mano ahí.

–¡Pues como todos los niños! A esa edad descubren su cuerpo.

–Sí, pero ninguno tanto como tú.

Te ríes. Leia intenta mirarlo seriamente, pero con su hermano es con la única persona que no es capaz de aguantar así.

–Eres idiota.

–Por eso me amas. Te hago sentirte lista.

–Pues sí.

–Pobre, vives engañada...

–Bueno, pero tú sigues siendo tonto.

–Y que haya gente que te considere intimidadora...

–Lo es cuando no está contigo.

–Eres mi kriptonita, puto.

Luke se ríe.

–¿Sabéis? Me gustaría poder saber que, en el futuro, tendremos amigos como nuestros padres. Después de tantos años...

–Los tendremos. Nosotros tres seguro, juntos para siempre –respondes–. Y seguro que también Ashton, Melca, Sam, Daniela...

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