O
Vuelves a casa tras despedirte de Leia y darle un gran abrazo a Luke y a sus padres. Te dicen que te quedes a cenar con ellos, pero te da cosa dejar a tu madre sola, ya que puedes cenar con ella. Hace tiempo que no tenéis una comida tranquila las dos para contaros vuestras cosas.
Sacas las llaves, pero la puerta se abre sola. Tu madre te mira desde el otro lado. La miras pensando en que va a volver a dejarte sola.
–La encontré aquí sentada en las escaleras –te dice en voz baja–, le dije que entrara, espero que no te moleste.
La miras sin comprender y pasas, dirigiéndote a donde miraba tu madre de reojo: la cocina. Ella cierra la puerta detrás de ti.
Entras y te encuentras con Melca, que te sonríe tímidamente, como dudando en si debería estar ahí o le pegaras por ello.
Tú la miras sin entender, como preguntándole con la mirada qué hace allí. Tu madre entra y se acerca al poyete de la cocina.
–He hecho pescado para cenar, ¿quieres?
Hace mucho tiempo que no pruebas la comida de tu madre. Y sabes que si se ha puesto a cocinar en vez de descansar ha sido para que tú lo disfrutaras y pudiérais pasar un rato en familia. Siempre te dice que te quedes con Leia si quieres, pero también te echa de menos.
Tú la miras y miras a Melca, sin saber qué hacer. Estar con ambas puede ser muy incómodo teniendo en cuenta que la has mandado a la mierda unas horas antes y la has bloqueado con tal de que no te hablara. Deseabas pasar una cena tranquila con tu madre, pero... ¿Puedes echar de casa a Melca así como si nada y decirle que lo que sea te lo diga mañana? ¿Después de haberle hecho andar hasta allí y esperarte durante quién sabe cuánto tiempo en el frío de la escalera? Pfff...
–Anda... Coge un plato e iros a hablar a tu cuarto, si queréis –decide tu madre por ti–. Nosotras dos ya hemos cenado.
La miras mordiéndote el labio inferior, apenada.
Ella se acerca a ti para darte un pequeño abrazo por los hombros.
–Se la ve muy preocupada, y sé que tendréis que hablar. Nosotras tendremos un día en familia este finde si quieres, ¿vale? –susurra.
Tú asientes y la abrazas.
Te tumbas en tu cama con el plato en tu mano y comes. Melca entra detrás de ti y examina el cuarto, hace bastante que no entra a él; pero no ha cambiado nada.
La miras con una ceja levantada y ella hace un mohín, como sintiendo que tiene las palabras atoradas y que no sabe cómo las podrá dejar salir. Cierra la puerta detrás de sí, lo que te indica más todavía que lo que quiere decirte es serio.
Como haya venido a lamentarse de que Kike ya no la mira igual, después de lo de esta mañana, juras que la matarás.
–Bueno, ¿vas a decirme algo o piensas quedarte toda la noche ahí parada?
Ella te mira dolida. Nunca le hablas borde, y ahora lo estás haciendo.
Melca suspira y se acerca a ti, hasta sentarse a tu lado en la cama.
–Verás, Valeri, yo... Sólo quería pedirte perdón. No quiero que estés mal por mi culpa. Sé que soy muy gilipollas, ¿vale? –te sorprende que use una palabrota, y aún más para referirse a sí misma. Eso debe indicar que está más arrepentida de lo que piensas– Sé que no debería hablarte mal, y tú nunca eres un problema, cielo... Lo siento. Estaba estresada. No sabía cómo reaccionar. Hace meses que no veía a Kike... Quizá para ti con Ali no sea lo mismo, pero entiende que yo nunca dejé de sentir algo por él... Y lo siento, porque sé que eso a ti te duele; pero... No puedo evitarlo.
Melca te mira con los ojos algo cristalizados, su voz casi se rompe para terminar la frase. Y tú la entiendes: porque tú tampoco puedes olvidarla.
Pero no vas a dejarte ablandar tan fácilmente. Ya has comprendido (y lo suyo te ha costado, cortita) que después de que la perdondes, al tiempo, volverá a pasar igual: si no es por lo de Kike será por otra cosa, pero algún motivo encontrará para patearte de nuevo.
Dejas el plato vacío en la mesita de noche y te cruzas de brazos, mirándola.
–Claro, estás lo suficientemente estresada para tratarme a mí mal pero luego estás de risitas con tus amigas y cogiendo la mano de Paloma mientras a mí me separas con asco. ¿Por qué a mí me tienes en la mierda?
Ella mira a sus piernas, cruzadas sobre la cama, y suspira. Una pequeña lágrima resbala por su mejilla. Melca tiene, como Leia diría, un nivel de frustración cero. No es difícil hacerla llorar.
–Lo siento... Entendí que la había cagado mucho cuando me mandaste un mensaje, y cuando desapareció tu foto supe que me habías bloqueado... Les dije a Kike y al resto que tenía cosas que hacer, estábamos en el bar de siempre... Y como no tenía dinero para el bus vine aquí andando... No he querido ir a casa de Leia cuando me ha dicho tu madre que estabas con ella porque tenía miedo de que ella me matara... O peor: que estuviera allí Nico y él me matara.
Tienes que hacer un gran esfuerzo para aguantar la risa. Es lo que tiene que Nico use su aspecto para parecer agresivo con tal de divertirse a costa de Melca, todo porque ella es muy asustadiza y cree demasiado en que el aspecto sí habla del interior de alquien.
–La cosa es que lo siento, cielo... No sé qué me pasa, soy tonta. –Te mira– ¿Sabes? Si siquiera le aparto la mirada a Paloma mientras ella me está hablando, sé que ella no me hablará en un mes. Pero tú... Bueno, deberías odiarme, y... Aquí estás.
–¿Quién te crees para juzgar a quién debo odiar o si lo hago o no? –replicas suspicaz, tranquila.
Ella hace una mueca que pretendía ser una sonrisa para liberar tensiones.
–Valeria... Te quiero. –Y, como siempre, esas dos palabras calan más en tu corazón de lo que deberían. ¿Por qué tu nombre en su boca suena tan melodioso?– Y no quiero hacerte daño. Pero sé que lo hago, y soy gilipollas por eso. A veces pienso que debería alejarme de ti, no por mí, si no por no dañarte. Porque tú siempre has sido muy feliz. Y siento que yo, cada vez que la cago, te rompo. Tengo una excesiva tendencia a cagarla contigo... No sé ni cómo lo hago. Pero te quiero, y odio que estés mal por mi culpa. Sólo que...
–¿Qué...?
Ella suspira.
–Que no quiero perderte. –Levanta su mirada a tus ojos– ¿Soy una egoísta, verdad?
Quieres sonreír y negar con la cabeza, pero acabas sin saber qué deberías hacer. Ella vuelve a agachar la cabeza, con un suspiro, al no recibir respuesta.
–No debí hablarte mal. Sé que entiendes por qué no quiero que me cojas la mano en la facultad, pero eso no me justifica para tratarte mal... Y entiendo que te moleste que salte a brazos de Kike, a mí también me molestaría verle así con otra, pero...
–Es tu vida –la cortas, no queriendo saber qué va a decir–. No importa que me moleste.
–Bueno... ¿Me perdonas?
–¿Y cuál será la próxima, Melca? ¿Me empujarás por la espalda cuando yo no esté mirando? ¿Te relajaras insultándome cuando Kike se vaya? ¿O me pondrás una orden de alejamiento para que a nadie le quede duda de que no quieres nada con "bolleras"?
Ella te mira dolida. Sabes que nunca te llamaría así; pero al fin de cuentas, es lo que hace: alejarte para que no piensen que tiene nada contigo. Y tú quieres que se de cuenta de cómo se siente. Porque el único motivo que tiene para alejarte físicamente de ella en público es que a ti te gustan las mujeres, y no quiere que nadie piense que a ella también.
–¿Hay algo... que pueda hacer para que me perdones?
Melca te mira, esperando una respuesta. Tú te acaricias la barbilla pensativa y pasas el pulgar por tus labios. No puedes reprimir una sonrisa pícara.
–¡Valeria! –se queja ella empujándote en el hombro.
Te ríes.
–¿Qué? Ni que te haga mal darme un pico.
–¿Tú besarías a alguien así porque sí? –replica ella a la defensiva.
Lo dirás de broma, pero Melca siempre se toma el tema muy a la tremenda.
Te encoges de hombros.
–¿Por qué no? Besé a Zahara sólo porque ella tenía curiosidad de saber cómo se sentía. Besar a alguien no cambia mi vida para nada.
–Pues entonces que te bese no va a mejorarla.
Te ríes.
–Buen punto.
Te separas de la pared, en la que estás apoyada para sentarte, y te tumbas. Ella te sigue mirando, esperando su respuesta. Abres los brazos.
–Anda, ven aquí. Quiero un abrazo.
Melca te mira dudosa, pero acaba por tumbarse encima de ti para poder abrazarte. Su olor te impregna las fosas nasales: jabón y un perfume dulce. Huele así desde siempre. Ella es una chica de costumbres.
La rubia apoya su cabeza en tu hombro y tú la abrazas por la cintura. Se siente muy bien tenerla tan cerca, y no te importa que tu corazón lata con fuerza pudiendo ella notarlo: supones que ella ya supondría que eso pasaría.
–¿Entonces... me perdonas?
–No sé...
–Oh... ¡Venga ya! Es un abrazo de reconciliación.
–Joder, prefiero el polvo de reconciliación.
Melca se levanta para mirarte asombrada, sonrojada. Hasta tú te has sorprendido. Ese comentario te ha salido muy Leia...
Joder, Leia te está transformando. Maldita salida que tienes por amiga.
–Era broma... Sólo imitaba a Leia, tontita. Si sabes que ni si quiera lo hice con Ali... Y nosotras no estamos saliendo.
–Leia dice que eso da igual.
–Por suerte Leia no me ha contagiado tanto.
Ella suelta una risita y se vuelve a tumbar sobre ti, abrazándote.
Suspiras. No quieres hablarlo con ella, pero tampoco quieres dejar de ser una buena amiga en la que apoyarse por tus estúpidos celos:
–¿Y a ti, cómo te ha sentado todo lo de Kike? ¿Estás mejor?
–Mmm... Bueno, se me hace raro. ¿Sabes? Es la primera vez que comparto espacio con él sin decirle "te quiero", besarle o ir de su mano... Y ya no estáis tú, ni Ali. Se me hace extraño.
Lo entiendes: a ti te pasó lo mismo cuando dejaste a Alicia. Estar en el mismo sitio sin poder tocaros como antes hacía que el aire se enrareciera, que fuera tenso.
Y Ali se acabó alejando del grupo con tal de que tú no te sintieras mal. A pesar de que la habías dejado tú. A pesar de que tus amigas eran tanto suyas como tuyas.
Ali te quería demasiado como para no hacer lo que fuera mejor para ti.
–Lo entiendo... Es normal. A mí y a Alicia nos pasaba. El aire se tensa... ¿Verdad?
Melca asiente.
–Exacto. Para él no lo parece, pero para mí... Pfff... No sé, es raro. Me quedo mirándole los labios y se me olvida que está hablando. No sabes la de veces que ha tenido que repetirme lo que estaba diciendo.
Intentas con todas tus fuerzas aguantarte la risa al imaginar la situación. No te gustará que Melca quiera lanzarse a besar otros labios... Pero joder, eso es para verlo.
–Suele pasar.
Ella te sonríe tímidamente.
–La próxima vez que me preguntes qué estaba contando, te pegaré una colleja y me taparé los labios.
Sueltas una carcajada estridente.
–¿Qué te hace pensar que hablaba de ti? –Melca te mira alzando una ceja– Bueno, sí, era de ti.
Ella suelta una risita y vuelve a apoyarse en tu hombro. Sabes que se ha sonrojado y que prefiere no mirarte. También es muy fácil sonrojar a Melca. Se altera fácilmente.
–Y... Dime... ¿Cómo te sientes? ¿Quieres volver con Enrique?
–Valeri... Te he dicho que no quiero hacerte daño.
–Y yo no quiero dejar de ser una buena amiga por eso.
Melca suspira.
–Sí... Volvería encantada con él. Pero él sólo está de visita, y... Bueno... Ya sabes que no le gustan las relaciones a distancia.
Le pasas la mano por la espalda para reconfortarla, sin dejar de abrazarla con el otro brazo por la cintura. Ella suspira. Tú besas su cabeza.
Sabes que Melca debe estar poniendo todas sus fuerzas en aguantarse sus ganas de llorar y dejar que tú la consueles, pero que no quiere que tú te pongas mal por ello. Verla llorar por otra persona te hace daño, y ella lo sabe. Lo sabe porque no soportaría consolar a Kike si él le contara que la persona que le gusta no quiere estar con él. Y tú ya has hecho eso suficientes veces por ella.
La abrazas y ella mete los brazos por debajo de ti para volver a abrazarte. Cierra los ojos. Eres esa parte de la friendzone a la que siempre acudir cuando se necesita apoyo.
–¿Y cómo te sientes?
–No lo sé... Rara. Vacía. Siento tristeza, impotencia y alegría a la vez. Pero no he venido para que te compadezcas de mí, Valeria, sólo quería que me perdones.
–Ya... Y como te perdono, y como buena amiga, te tengo que apoyar.
Melca mueve la cabeza para mirarte, aunque no alcanza a ver más que tu barbilla.
–No quiero que sientas que eres para mí un pañuelo que usar cuando lloro, limpiar y guardar para la próxima vez, Valeria. Te he hecho sentir mal, y quería arreglarlo. Déjate ser tú la protagonista por una vez.
Sonríes tímidamente.
–Vale, pero ¿me prometes que si necesitas algo vendrás a mí aunque eso me pueda doler?
Levantas un meñique. Ella lo mira, pero no se mueve.
–Valeria, no puedo prometer algo que no sé si voy a cumplir. No puedo mentir.
Bajas la mano y vuelves a apoyarla en su espalda.
Quieres preguntarle algo, pero el mero hecho de pensar en su posible respuesta te hace sentirte vacía, desolada. Te da miedo saberlo, y a la vez... Tienes que saberlo.
–Melca... ¿Y puedes prometerme que cuando me dices "te quiero" lo dices de verdad?
–Mmm... –Ella remolonea, está cansada. Se incorpora un poco para mirarte: sabe perfectamente que se le vería en la cara si miese– Eso te lo prometo.
Melca te da un beso en la mejilla. Sonríes ampliamente y la abrazas. Se ríe. Te encanta su risa.
–¿Y...? Melca...
–¿Sí, señorita dubitativa?
–¿Puedes prometerme que... lo del otro día... em... no me devolviste los besos por pena?
Ella sonríe divertida y te mira.
–Cielo... Por pena te dejo comerte a ti la última galleta, escucho tus problemas o te abrazo para que no te sientas sola. No te regalo mi saliva.
–¿Entonces por...?
–Lujuria.
Tú la miras y asientes levemente. Sabes que la lujuria es pecado para ella.
También te duele que la persona a la que quieres besar por amor te besase por lujuria, pero decides ignorarlo.
–¿Puedes prometer que cuando me besabas no pensabas en Kike?
Ella suspira y se separa de ti, dejándose caer tumbada en la cama. Estira los brazos y se queda mirando al techo.
La miras, pero no parece dispuesta a hablar.
–Melca... Dímelo, por favor. Necesito saberlo.
Ella suspira y te devuelve la mirada.
–¿Crees que si lo supiera no te lo hubiera dicho ya para que no te rayaras sola? No lo sé, Valeria, no lo sé. No sé si fue por echar de menos a Kike, por ti, o si lo hubiera hecho con cualquiera que hubiera estado allí en ese momento. No lo sé. Me tentaste, y caí, ¿por qué? ¿No crees que a mí me gustaría saberlo? Jamás hubiera besado siquiera a una persona con la que no estuviera saliendo, y lo tuyo fue más que eso. Lo tuyo fue como lo máximo a lo que llegué con Kike en tres años de relación. No lo sé, no puedo prometerte nada. Lo único que sé... Es que yo no podría salir con una mujer. Así que no te hagas falsas ilusiones.
–¿Por qué? ¿Por ti o por lo que piensen tus padres?
Ella suspira.
–Por todo, Valeria, por todo. Por favor, olvídate de mí, no quiero hacerte daño.
–Lo mismo decía Leia a Nico... Y ahora están bien.
–No es lo mismo, cielo.
–No lo puedes saber.
–Valeria... Por favor... Ríndete, porque yo no quiero ni puedo hacerlo.
Miras al techo y sientes cómo te pican los ojos y el corazón se te aprisiona. Vale, en cierto sentido ya lo sabías, pero acaba de matar todas tus esperanzas. Bueno... Casi todas. Sigues siendo demasiado testaruda como para aceptar que no se está equivocando y no quedarte con una duda de que puede que se confunda o que cambie de idea.
–Melca... –la llamas con la voz rota.
Ella te mira con toda la lástima del mundo y se gira hacia a ti. No quiere hacerte daño, pero sabe que no te ayuda dejando que te hagas ilusiones.
–¿Sí...?
–Ven...
Se acerca a ti, pero tú acabas atrapándola en tus brazos antes de que llegue a estar a tu lado. Melca se tumba de lado y te abraza, pasando su mano por tu cabello. Tú tiemblas levemente, pero no dejas las lágrimas salir.
Sientes el corazón rápido e, irónicamente, son sus brazos los que tratan de volver a juntar sus pedazos.
–Lo siento...
Niegas con la cabeza.
–No es tu culpa –dices, con la voz rota.
Ella se muerde el labio y te abraza más fuerte.
–¿Qué puedo hacer por ti, Valeria?
–Nada... Sólo quédate conmigo.
Melca mira por la ventana. Ya ha anochecido, y sabe que hace mucho que debería estar en su casa. Que sus padres la matarán. Pero... ¿Cómo dejarte sola después de escuchar esa vocecita salir de ti? Puede que la cague demasiado a menudo, pero tiene corazón, y se siente culpable de que estés así.
Os quedáis en silencio, abrazadas. Melca pasa su mano por tu cabello. Tú sólo esperas que el tiempo pase y tus sentimientos se solucionen solos, con la frente apoyada en su hombro y los brazos entrelazados en su espalda.
La puerta se abre, y Melca se separa de ti por acto reflejo. Tú sólo te quedas mirándola como si todo fuera bien, como si estuviérais hablando.
–Melca, ya se ha hecho tarde, ¿por qué no llamas a tus padres y te quedas a dormir? –pregunta tu madre– Es peligroso que vayas a estas horas tú sola, y puedes dormir con Valeri.
Melca te mira y sabes que no le hace nada de ilusión el plan. A pesar de que no sería la primera vez que se queda a dormir contigo, desde que érais pequeñas.
–Juro que no te voy a violar... –dices en un murmullo apagado.
Tu madre en seguida nota que estás mal, pero decide dejarlo estar hasta que Melca se vaya.
–Te diría que te puedo preparar el sofá, pero es muy incómodo y debéis descansar bien para atender mañana en clase.
Como no, el lado materno de tu madre no se va nunca: lo primero de todo es dormir las recomendadas ocho horas y dormirlas bien. Incluso aunque tengas un examen a la mañana siguiente que no te hayas estudiado, da igual: duerme.
Ojalá eso se alargara para poder dormir todo el día y no tener que volver mañana a la facultad a fingir que todo está como siempre.
–Bueno... Hablaré con mis padres a ver qué les parece.
Ella saca su móvil y tu madre asiente y se va. Melca escribe en su teléfono.
Tú le das la espalda y te quedas echa un buñuelo, tumbada en la cama.
Melca se apoya detrás de ti para poder mirarte, a ver si estás despierta. Cuando ve tus ojos abiertos, te da un beso en la mejilla.
–¿Tienes algún pijama que prestarme? –susurra.
Tú levantas una mano y señalas el armario desganada.
Os acostáis cada una en un lado de la cama, que es de matrimonio, y apagáis la luz, dispuestas a dormir. Tú no puedes dejar de dar vueltas intentando buscar una posición. Te sientes rotundamente mal. Necesitas hablar con Leia... o con Sam... o con tu madre... O un abrazo. Pero no quieres despertar a Melca con la luz de tu móvil. Ni quieres ir al cuarto de tu madre a mitad de la noche y que Melca se despierte y se extrañe de que te vayas.
Al final, terminas mandando todo a la mierda y te pegas a ella, abrazándola por detrás. Lo necesitas.
Melca abre los ojos, aunque no lo veas. Ella tampoco se podía dormir. Pone una mano sobre la tuya, que está en su barriga, y te acaricia. La deja quieta sobre tu mano y cierra los ojos para intentar dormirse.
Extraña situación, dormirse abrazada a quien te rompe el corazón.
Despiertas y lo primero que ves al abrir los ojos es su frente. Al parecer, Melca se dio la vuelta mientras dormía. Tu brazo sigue debajo de su cuerpo, y el otro sobre su cintura, pero sin abrazarla. Te sorprende que no te haya despertado al darse la media vuelta.
Sacas un pelo de tu boca: es el inconveniente de dormir abrazada por la espalda a alguien que tiene el pelo largo. Pero claro, era menos incómodo que pedirle que se diera la vuelta.
"Tanta cama para terminar durmiendo pegadas" te diría Carlos si te viera.
La observas. Miras tu reloj y ves que quedan veinte minutos para que suene el despertador, pero si tenéis que ir a recoger sus cosas antes...
Vuelves a fijar tu mirada en ella. Ibas a darle un beso en la frente para despertarla, ya que queda a tu altura, pero, después de lo de ayer... ¿Debes?
Recuerdas que lo peor que puedes hacer si no quieres perder la relación que tienes con ella, es comportarte de manera distinta a como lo harías normalmente. Lo mismo te pasó con Alicia. Suspiras.
La besas en la frente y susurras:
–Melca... Arriba, dormilona... Melca, lo que tienes debajo es mi brazo. Ey... Melca... Arriibaaa. ¡Meca! No seas, que sé que estás despierta.
–Me llamo Melca... –replica ella con voz de dormida.
Se da la vuelta dándote la espalda para seguir durmiendo. Eso sí: tu brazo sigue ahí aplastado.
–Melca, te repito que eso que tienes ahí abajo es mi brazo. Y que llegaremos tarde si tenemos que ir a tu casa a por tus cosas. –No recibes respuesta– Eeeyyy...
Le haces cosquillas con tu brazo libre y ella se ríe y patalea. Se incorpora para que puedas sacar tu brazo y se vuelve a tumbar, hacia ti, con los ojos entrecerrados.
–Tengo sueño... No seas aguafiestas y déjame dormir.
–Llegaremos tarde...
–Corremos.
Suspiras. Intentas mover tu brazo derecho, pero... eh... no. Lo coges con el izquierdo y lo dejas caer, este golpea la cama sin más. Lo levantas y mueves tu mano desde la muñeca con la otra mano.
Ella suelta una risita adormilada.
–Me has matado el brazo, maldita.
–Fuiste tú la que decidiste ponerlo ahí –dice con una sonrisa.
Te encanta verla recién despertada, su voz es más dulce y está soñolienta, es adorable.
Pero quieres olvidar que es adorable. Y al mismo tiempo no quieres. No sabes si puedas olvidar lo que sientes por ella sin dejar de recrearte con su adorabilidad.
Pones el brazo en vertical para que corra la sangre, y la miras. Ella ha vuelto a cerrar los ojos. Sonríes y piensas en cómo hacer para que te haga caso.
Terminas por decidir cantarle una canción de esas que te sabes de memoria sólo porque ella te la enseñó y la escuchaste por horas porque te recordaba a ella. No es el tipo de música que escuchas por ti misma, pero te gusta porque te recuerda a Melca: Brave honest beautiful de Fith Harmony.
Ella sonríe escuchándote. No es que cantes muy bien, pero le gusta escucharte cantar una de sus canciones favoritas, y escucha mentalmente cómo la canta el grupo.
–Oye, sé que soy hermosa para ti y todo lo que tú quieras, pero como me ponga a bailar o cantar te traumatizarías.
Ríes y ella te acompaña. Está malditamente drogada por el sueño. Y lo peor es que eso la hace verse más mona todavía.
–Mmm... ¿Puedes despertarme así todos los días? –pregunta abriendo los ojos. Cuando ve tu cara parece darse cuenta de lo que ha dicho– Mmm... Creo que pondré esa música de despertador –intenta corregirse.
Sabe que ha vuelto a cagarla por recordarte que no la puedes despertar así todos los días porque no puedes dormir con ella todos los días porque no estáis juntas.
–Pues si me lo pagas, yo madrugo para irte a cantar. Pero me tendrás que pagar bien. Anda, vamos.
Te levantas de la cama.
–Entonces, lo siento, pero no tengo dinero.
–¿No te han enseñado que las mejores cosas de la vida no se pagan con dinero?
–¿Y entonces con qué?
Te giras para mirarla.
–El otro día Leia me dijo que yo le pagaba para ser mi psicóloga. Cuando le pregunté cómo y desde cuándo que yo no lo sabía, me abrazó. –Melca frunce el ceño– Con cariño –traduces–, las mejores cosas de la vida se pagan con cariño.
Te giras para ir a la puerta y ella se levanta y te abraza por la espalda. Es algo más pequeña que tú.
–Para eso no tienes que cantarme.
Se pone de puntillas para poder pasar la barbilla por encima de tu hombro y te besa en la mejilla.
–No. Sólo necesito raptarte y encerrarte en mi casa para que no pueda haber nadie mirando.
Ella se queda parada. Eso le ha dolido. Y más por tu voz. Sigues andando y ella suelta los brazos de tu cintura.
Le dejas una falda y una blusa y te pones unos pantalones y una camiseta. Salís a la calle después de desayunar y la acompañas a su casa. Te pones tus auriculares y empiezas a cantar flojito una de tus canciones favoritas: I dream about you, de Simple Plan y Juliet Simms. Simple Plan es tu grupo favorito.
https://youtu.be/vqt0Q9Whz50
–I would rather spend all my days reminiscing about yesterday when I was standing right beside you. You don't understand, you think I'm a fool, if only you could see... I dream about you, heaven only knows I do, I dream about you, every single night is true.
Melca te mira, triste. Se acerca a ti y te coge la mano. Tú la miras como preguntándole si va en serio. Ella hace un mohín, mirándote a los ojos.
Sabes que simplemente te quiere ayudar, y no sabe qué hacer.
Por una vez, eres tú la que le suelta la mano y sigue andando.
Melca suspira y te sigue, poniéndose a tu altura. Te mira.
–¿Piensas estar sin hablarme?
–Dime algo para que yo te responda. ¿O es que tengo la obligación de comenzar la conversación?
–No... Claro.
Cuando llegais a la facultad, te despides de Melca dándole un beso en la mejilla. Ella no se aparta, te da un apretón en la mano, que te volvió a coger de camino hacia allí, y se va.
Tú vas donde el grupo de Leia. Lo primero que haces, sin si quiera saludar, es coger la mano de Leia y tirar suavemente para que salga de los brazos de Nico. Como siempre, ella está apoyada de espaldas en él con sus brazos por los hombros.
Nico le quita los brazos para que pueda salir. Todos te miran sorprendidos, sin entender: nadie saca a Leia de los brazos de Nico, y menos así, sin pedírselo.
No por Nico, sino porque Leia es muy de "déjame en paz que aquí estoy a gusto" y "no me cambies los esquemas".
Ella te mira a los ojos y termina por dar unos pasos separándose de él. Tú la rodeas y la abrazas por la cintura, poniéndote detrás de ella. Apoyas la frente en su cabeza.
A Leia no le gusta que la abracen porque sí, y mucho menos que le hagan hacer algo sin decirle nada. O sentirse como un peluche, como ahora. Pero ha visto tus ojos, sin ese brillo que siempre tienes en ellos pase lo que pase.
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde.
Y supone que el brillo en los ojos, por tanto, se pierde antes que ella.
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