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De vuelta a la rutina, ves a Leia apoyada en el pecho de Nico, Carlos discutiendo con Silvia y Melca intentando no dejarse intimidar. Lo raro es que no esté Marcos allí con ellos.
–Hola, puta.
–¿Qué tal las vacaciones? –te pregunta Nico.
–Bien, os eché de menos.
–Pelota.
–Leia... –la regaña Nico.
–Que no todos somos unos monstruos sin sentimientos como tú –asegura Carlos.
Leia, mirándolo con su cara tan inexpresiva y seria como siempre, y sin modular el tono de voz, levanta lentamente su brazo hasta enseñarle el dedo corazón.
–Toma. Te lo presto. Quizá te sirva para desahogarte un poco.
Melca se acerca a ti y te abraza. Sonríes y la besas en la mejilla. Se aleja de ti a una distancia prudencial y observa al grupo.
–¿Y vuestras vacaciones, qué?
–Geniales. Me compré un nuevo videojuego. Ya me lo he pasado.
–A mí me llevaron mis padres a un campamento con sus amigos y las familias de estos. Dios, cómo odio los bichos. Y a los niños. No sé qué es más insoportable.
–Por favor, Silvia, ¡hasta a mí me gustan los niños! Claro que son peores los bichos –replica Leia–. Bueno, o no. Porque a un bicho lo puedes matar para que deje de molestar sin que te lleven a la cárcel.
–¡Pobreticos! –se queja Nico.
–¡No se mata a las criaturas de Dios!
–Bueno, ¿y vosotros dos qué? –intentas pasar de la polémica.
–Estuve la mayoría del tiempo cuidando a mis hermanos y estudiando. Y cuando podía escaparme, me iba con Leia.
–Y yo mientras estudiando, haciendo deporte y jugando con Luke.
–¿Cómo le va con Ashton?
–Me da ganas de vomitar con verlos.
–O sea, que genial.
–Ajá. Que me parta un rayo si esos dos no acaban muriendo de la mano.
–No digas esas cosas, Leia, nunca sabes si...
Nico y Melca se miran. Lo han dicho a la vez.
–Wow... Tú, rubita, no me plagies. Mis ideas son privadas e intransferibles.
Ella se sonroja y se acerca más a ti sin darse cuenta. El tono intimidante de Nico es difícil de soportar hasta que no te acostumbras y reconoces que está de broma.
Él sonríe y la chica se tranquiliza un poco.
Bajas la mirada de Nico a Leia. Te das cuenta de que se ha puesto unos cascos.
–Hey, Leia...
No responde. Chasqueas los dedos señalándola y se quita uno de ellos.
–¿Qué? –Señalas el aparato– Paso de escuchar cosas absurdas.
Nico la mira molesto, pero ella los desconecta y vuelve a guardarlos. Sigue apoyada en él, de brazos cruzados. Notas que la conversación le aburre. Y si algo odia Leia, es perder el tiempo.
–¿Y tú qué? –pregunta Nico a Melca.
–Disfrutando de las procesiones en familia.
Te ha faltado oír el "y pasé dos días con esta", pero te lo callas. Empieza a sonar Extremoduro y miráis a Leia molestos. Como vuelva a decir lo de las absurdeces...
Ella saca el móvil de su bolsillo y pulsa la pantalla. Se lo pega al oído.
–¿Sí? ¿Qué pasa Marco? ... Hey, hey, espera. ¿Qué te ha pasado? ... No jodas... ¡¿Dónde estás?! ... ¿Con Sam? ... ¿Qué Víctor? ... Ah, sí. Vamos para allá. ... Pero... Marco, tío, que vamos... ... Bueno, vale. ... Sí, ¿estás bien? ... Marco... ... ¿Seguro que no quieres que vaya para allá? ... Bueno... Sí... ... En cuanto termine las clases voy, ¿te parece? ... ¿Seguirás allí? ... Vale, pues cuando salga de llamo. ... Cuídate. Y escríbeme con lo que vaya pasando, ¿vale? ... Sí. Hasta luego, Marquito. Si necesitas algo llámame. O a Nico si ves que no contesto. ... ¡Como me entere de que necesitabas algo y no me has llamado te mato! ... Vale, vale. ¿Te sientes mejor? ... No hay de qué. ... Hasta luego.
Leia cuelga el teléfono y se queda mirando el suelo fijamente, con los puños cerrados. Sabes que se avecina una explosión, y das un paso atrás por puro instinto. Sus amigos la miran dubitativos. Incluso Nico se separa de ella.
–¿Qué... ha pasado?–pregunta Melca.
Ves que las manos de Melca tiemblan ligeramente. Se ha hecho muy amiga de Marco en estos meses.
Leia, sin cambiar su inexpresivo rostro, se gira, da varios pasos y descarga un puñetazo contra la pared exterior de la facultad. Se queda unos momentos empujando con su puño. Se nota en su hombros tensos y en el temblor de su brazo.
La observáis en silencio. Por mucho que finjáis que no, hay veces que hasta a vosotros os da miedo. Tienes que admitirlo, y no me creeré un "no" como respuesta.
Leia separa el puño lentamente, guarda las manos en los bolsillos y se pone recta, su postura habitual. Respira hondo y se gira. Camina con pasos cortos hasta volver a apoyar la espalda en Nico. Su semblante no dice nada, está tan calmado como siempre.
–Le han dado una paliza a Marco. O lo han intentado, no me he enterado bien. Tuvo la suerte de que Sam y Víctor lo vieron y consiguieron sacarlo. Dice que Sam le ha llevado a urgencias por si acaso y que no tiene más que algunas heridas leves. Está en la casa de Sam, porque quería tranquilizarse un poco y no se sentiría a gusto si lo incomodaban con preguntas en su casa o en la facultad... Me ha dicho que vayamos luego a verle, que no quiere que perdamos clase. Y eso es todo lo que sé.
La chica lo suelta como quien cuenta lo que ha explicado su profesor en clase. Pero todos habéis visto que siente más que una piedra por lo ocurrido con su puño, que ahora palpita guardado en su bolsillo.
–Yo voy a verlo ahora mismo, me da igual lo que diga –dice Carlos decidido.
Leia se encoge de hombros.
–Lo que quieras. Pero a lo mejor le convendría estar un rato tranquilo. Sam lo sabrá cuidar.
–Lo que yo no entiendo... –comenta Nico– Es que si ya está con Sam, no le ha pasado nada, no quiere que vayamos y no necesita nada... ¿Por qué te ha llamado?
–No sé. Ha dicho que escucharme le tranquiliza. –Se encoge de hombros– Las locuras de la gente.
Te duele el labio de mordértelo, lo que has empezado a hacer inconscientemente en cuanto Leia ha comenzado a hablar. Miras a Melca, que tiene lágrimas en los ojos. Coges su mano y la aprietas para reconfortarla.
–Pero... ¿Por qué?
Leia niega con la cabeza.
–No ha querido contármelo. Pero por su manera de evitar el tema... Lo puedo imaginar. De todas formas, ya lo corroboraremos luego cuando vayamos a verlo.
–¿Qué... te imaginas?
–Bueno... Estas cosas suelen empezar con un "maricón".
Tu reloj empieza a pitar y Leia suspira.
–Anda, tirad para clase. Os mantendré informadas si Marco me dice algo. Si queréis, luego iremos a verlo.
Asentís y vais a la clase, profundamente preocupadas. ¿Será verdad la teoría de Leia? ¿Estará realmente bien? ¿Y Sam y Víctor, habrán salido mal parados?
Ves a Carlos yéndose del Campus. Nico, Silvia y Leia se dirigen a la Facultad de Psicología.
Tanto Melca como tú pasáis las clases tamborileando con los dedos en la mesa, moviendo mucho las piernas y mirándoos de cuando en cuando con gesto preocupado. Lo estáis pasando bastante mal pensando en Marco. Ambas le habéis mandado un mensaje al chico. Él sólo os ha dicho que no os preocupéis, que ya hablaréis después. Y Sam no se conecta.
Al terminar la hora, salís escupidas de la facultad. Miras el móvil. Sólo tienes un mensaje de Leia, quien te dice que en cuanto salga va hacia allí con Nico en la moto, que vayáis tirando.
Recorréis el camino hacia la casa de Sam en silencio, no muy seguras de que el chico siga allí. El nudo en la garganta no os deja hablar, ni siquiera pensar. Sentís frío aunque es un día caluroso. Os tiemblan las manos. El camino parece más largo que nunca.
Llamas a la puerta con insistencia.
–¡Ya voy, ya voy!
Alicia os abre la puerta. Entras casi empujándola, sin saludar si quiera, apresurándote a llegar al interior. Melca le da dos besos a Alicia y espera a que ella cierre la puerta antes de entrar.
Ves a Nico en la puerta del dormitorio de Sam, quien te hace un gesto para que vayas. Entras en ella y ves a Marco tumbado sobre las sábanas de Sam. Tiene rasguños en la cara, y un ojo morado.
Te precipitas sobre él, abrazándolo con cuidado.
–¿Estás bien, cielo?
–Sí... No te preocupes.
–¿Qué ha pasado?
Te levantas y miras a tu al rededor, encontrándote con Sam y Leia. Sam también tiene la cara arañada.
Bordeas la cama y la abrazas.
–¿Y tú? ¿Estás bien, cariño?
–Sí, tranquila. Sólo tengo algún que otro rasguño.
Melca entra en el dormitorio y abraza a Marco. Le da un beso en la mejilla.
–¿Cómo estás?
–Mejor ahora. Gracias.
–¿Por favor, podéis decirnos qué...?
Sam te calla haciendo un gesto hacia la puerta con la cabeza.
–Marco dice que prefiere no tener que recordarlo por ahora.
Asientes y sales de la habitación. Ali entra y se sienta a su lado en la cama, acariciándole la mano.
Os sentáis en los sofás.
–Víctor y yo íbamos a la facultad cuando nos lo encontramos. Estaba tirado en el suelo, con tres borrachos pegándole diciéndole maricón y cosas así... –Sam coge aire y suspira, parpadeando– Nos metimos en la pelea intentando quitárselos de encima... Y no me digáis que hubiera sido más conveniente llamar a la policía, porque si nos hubiéramos retrasado, creo que lo hubieran matado. Gritamos pidiendo ayuda y se nos unió un chico que pasaría cerca de allí. Al final llegó la policía y conseguimos sacarlo y llevarlo a urgencias. Le rompieron una botella en la pierna, por lo que se le clavaron varios cristales... Por lo demás, unos cuantos hematomas y arañazos. Ningún hueso roto. Sólo necesita curarse las heridas de la pierna y aguantar el dolor... Dice que le duele mucho la espalda con cualquier movimiento.
Tragas saliva levantando la mirada del suelo, donde la clavaste cuando lo imaginaste tirado en la calle. A Melca le corren las lágrimas por las mejillas. A Nico, quien se sujeta la cabeza entre las manos, también. Leia sigue con su rostro impasible de siempre, excepto porque tiene la mirada clavada en la mesa. Eso nunca significa nada bueno. Miras sus manos. Tiene un puño dentro del otro, los nudillos se le están quedando amarillos.
Sam se seca una lágrima de la mejilla. La tienes a tu lado, por lo que la abrazas.
–¿Y tú? ¿Y Víctor? ¿Cómo estáis?
–Bien. Quisieron examinarnos también en urgencias por si acaso, pero afortunadamente no tenemos nada. Moretones, rasguños, dolor en los músculos... Nada grave.
–Menos mal que pasábais por allí... –murmura Leia.
Sam asiente.
Todos sabéis que podríais haberlo perdido si no fuera por esa prodigiosa casualidad.
–¿Y psicológicamente, cómo se encuentra? –pregunta Nico.
–Derrumbado. Por lo poco que he conseguido entender mientras lloraba, eran antiguos compañeros suyos de clase. Dice que se siente una mierda por ser así, porque siempre terminen yendo todos contra él, por no ser un "hombre"... Dice que no entiende que lo llamen maricón, ni que le peguen por eso después de tantos años, que él nunca hizo nada para caerles mal... Nada más que hablar amanerado y tener, según ellos, mucha pluma. Que no entiende por qué por mover las caderas al andar puede encender un odio tan grande como para que le peguen en mitad de la calle. Pero que ojalá no fuera así. Está destrozado.
Leia se levanta de su asiento, bordea el sofá con grandes zancadas y entra en la habitación. La seguís con la mirada.
Termináis acercándoos lentamente, sin querer interferir. Alicia ha salido de la habitación al entrar ella.
La chica está sentada al lado de Marco en la cama, y apoya una mano en su brazo.
–Menos mal que estás bien, grandullón... No sabes el susto que nos has dado. Sólo de pensar que íbamos a perder a nuestro hombretón favorito... Buah. ¿Qué íbamos a hacer nosotros sin nuestro Marquito allí? –Leia se esfuerza por dar un tono algo alegre o cariñoso a sus palabras. No es mucho, realmente muestra una sonrisa forzada y se le nota incomodidad en la voz, pero lo es saliendo de ella, y eso Marco lo aprecia– No dudes en decírmelo si necesitas algo, ¿vale? Si quieres quedarte en mi casa a dormir, o que me quede a acompañarte, si necesitas ir a urgencias, o que te cambie alguna venda... Lo que sea.
–¿Por qué eres tan buena conmigo, Leia?
Ella fuerza una sonrisa y se obliga a acariciar el brazo donde apoya su mano.
–Porque es difícil encontrar a una persona especial. Y cuando la encuentras, hay que cuidarla.
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