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Cuando te despiertas Leia ya no está a tu lado. Te levantas y ves su teléfono móvil a tu lado, con la canción de Deja de llorar que te enseñó ayer en pausa. Le das a reproducir. No puedes evitar preguntarte si Leia se sentirá así o si sólo se identificará con ella en momentos puntuales.
No tienes ganas de bajar y verlos a todos, así que te sientas al lado de la cabecera y empiezas a leer las frases escritas por la habitación para distraerte hasta que suba.
"No hay una única realidad,
(aunque cada uno crea su verdad),
sino tantas como perspectivas e interpretaciones,
(de la mente son vigías y cañones.)
Y destas, tantas como personas en el mundo.
(Personas, almas sin rumbo.)
Realidad que se destroza y surge una nueva
(como un mundo que se desintegra y de sus cenizas renaciera)
cada vez que una persona cambia su manera de pensar y sentir
(cada vez que un antiguo yo deja ya de existir).
No habrá dos realidades que se parezcan,
(aunque las embauque la misma tormenta).
cada situación, personalidad y vida dan una realidad distinta
(aunque a veces se parezcan, nunca serán las mismas).
Y por eso, con cada persona que muere,
(con cada mente que se pierde)
muere una realidad que no volverá a resurgir jamás
(porque jamás habrá una persona igual).
¿Entonces, qué es la realidad más que un conjunto de subjetivismos, hechos e interpretaciones? De sentimientos sin rumbo y pensamientos curvos... Una realidad irreal, porque si nadie tiene la verdad absoluta, la verdadera realidad no nacerá jamás. (Cuando un mundo nace lo hace en la mente de alguien, porque si nadie lo entiende, entonces ese mundo pierde el sentido, y con ello, la existencia)."
Te quedas pensando en que eso ha tenido que salir de la mente de Leia, porque cuando es una cita de alguien siempre escribe debajo el nombre del autor. Te preguntas el por qué de tantos paréntesis, pero Leia no sube, así que sigues leyendo. Al lado de esa reflexión poética está su poema favorito: La canción del pirata, de José de Espronceda. Un canto a la libertad y al deber de luchar por ser uno mismo, según Leia.
El tuyo creo recordar que era Grito hacia Roma de Federico García Lorca... Una oda a la injusticia. ¿Verdad?
Igual que el de Sam es Caminante no hay camino de Antonio Machado... Pero supongo que Melca siempre preferirá la poesía modernista de Rubén Darío para evadirse del mundo, como aquel poema que tanto le gustaba en la escuela... La rosa niña.
¿Ves que os conozco mejor de lo que cabría esperar, eh?
Miras detrás de ti, pero Leia sigue sin llegar. Pasas la mirada por las paredes, hay un poster de un roquero que rompe su camiseta dejando ver su torso, con unas cadenas rotas a sus pies, en el armario. Vislumbras una luz roja en el escritorio y te levantas. Mueves el ratón. Genial, se ha dejado el ordenador encendido toda la noche. Sigue en la carpeta de audios. Recuerdas el que estaba escuchando ella y le das a reproducir. Después de contar tu día, empiezas a felicidarle por su cumpleaños y a decirle que la quieres, a agradecerle por todo... Se lo mandaste a las doce de la noche en punto del día de su cumpleaños. Sonríes.
Escuchas pasos y pausas el audio, volviendo a sentarte en la cama. Leia abre la puerta llevando una bandeja en su mano.
–He llegado a la conclusión de que no pensabas bajar... Y te he traído el desayuno. Toma.
Deja la bandeja con unos croissants y una taza de café en la cama y mira su ordenador.
–Te lo habías dejado encendido.
Ella asiente y va a apagarlo.
–¿Puedo hacerte una pregunta?
Vuelve a asentir.
–He leído un poema que tienes allí. Supongo que es tuyo porque no tiene ningún nombre debajo. ¿Por qué hay frases entre paréntesis y frases en negrita?
–Porque los paréntesis son cosas que me pasaron por la mente al escribirlo y que formaron el poema. Si tachas lo que hay entre paréntesis y lees las negritas seguidas, te encuentras con la teoría.
–Mmm... Entiendo. ¿Psicóloga o filósofa, Leia?
Ella sonríe de medio lado.
–Ambas. Sabes que si puedo estudiaré filosofía cuando esté trabajando.
–Sí. Lo sé. Y... –Te acercas a la pared para poder releer la frase que llamó tu atención– ¿Por qué vigías y cañones?
Leia se sienta en su cama con cuidado de no tirar tu café.
–Cuando miras las cosas desde una perspectiva, hay cosas que eres capaz de ver y cosas que eres incapaz. Imagínate un barco, pero que en vez de ser un velero sea un cerebro. El barco tiene su vigía y su cañón, que están constituidos por ideas previas, perspectivas, interpretaciones... Si una isla pasa cerca y forma parte de la realidad que es capaz de ver ese barco, el vigía la divisará, si no, pasará por encima disparándole con el cañón para despejar el camino, sin dejarle tiempo a explicarse. Es un poco como cuando intentas explicar tus argumentos a un homofóbo, tus argumentos no le llegaran, porque sus cañones estarán activados para disparar a todo aquello que su mente no es capaz de interpretar de la misma manera que tú, aunque su vigía estará atento para capturar aquellos retazos de realidad que sí sea capaz de digerir. De la misma manera, si yo veo un cuadro de arte abstracto mi cañón lo disparará y veré un lienzo manchado, mientras que un artista sabrá apreciar lo que quería decir el pintor, las sensaciones que hay detrás de él... Posiblemente si ese artista leyera un poema metafórico se quedaría con la imagen, mientras que yo entendería lo que quiso decir su autor o, incluso, le daría una interpretación completamente distinta. Porque cada cañón y cada vigía está calibrado de una manera distinta.
Recuerdas cuando Melca entró en la habitación de Leia y, mirando las paredes asombrada, le preguntó por qué escribía todas aquellas frases allí, en lugar de anotarlas en alguna libreta o ni si quiera apuntarlas. ¿Rememoras su respuesta? "Me gusta pensar que mi mente es mi hogar. Y hacer por tanto de mi hogar un reflejo de mi mente".
A veces te hace sentir pequeña mirar a tu al rededor y pensar en todas las cosas que existen en la mente de Leia para que una minoría de ellas tome cabida en esas cuatro paredes.
A veces a Leia también le hace sentir pequeña e insignificante.
Sales de la casa de Leia a medio día sin haber conseguido contactar con Sam. Compras patatas fritas, pollo asado y helado y te encaminas a su casa. Llamas a la puerta. Sam no te contesta, aunque sabes que está dentro porque escuchas la televisión. Sigues llamando. Escuchas pasos, ves como entra la luz por la mirilla, lo que significa que te está viendo. Vuelves a escuchar pasos alejarse. Suspiras y llamas de nuevo.
–Sammy... Te he traído pollo gratis. En fin, ya sabes, es pollo... y es gratis.
Sigue sin abrir.
–No te puedes negar. Y también traigo patatas y helado... Comida gratis, Sam, no defraudes a tu estómago y a tu bolsillo al mismo tiempo.
La puerta se abre y entras.
Pasas directamente a la cocina y ves que Sam se ha sentado y te mira suspicaz. Dejas las bolsas y vuelves para cerrar la puerta y sentarte delante.
–¿En serio piensas comprarme con comida?
–No, pero es un buen paso para empezar, no se debe hacer nada con el estómago vacío... Y sé que este almuerzo te encanta.
–¿Y cómo sabes que no he comido ya?
–Nunca comes antes de las tres. Te da demasiada pereza ponerte a cocinar antes de estar muriéndote de hambre.
–Touché –contesta seriamente.
–Oh, venga... No me digas que tenías algo mejor que hacer.
–En realidad... Sí.
–Venga, ¿qué ibas a hacer?
–Pues... Estaba terminando de jugar una partida online con Víctor, y luego iba a comer, hacer la limpieza semanal e intentar salir a jugar un partido con los chicos o hacer algo de deporte por mi cuenta.
–No parece un plan nada divertido.
–No, pero al menos es productivo.
Haces una mueca. Sabes que eso y decirte que estar contigo es tiempo perdido, es lo mismo.
–Hagamos una cosa. Ya te he hecho la comida, así que es algo menos que tienes que hacer.
–Bueno, hacer, hacer...
–Calla. La he traído. Luego te ayudo a limpiar la casa. Y, cuando terminemos, si consigo que acabemos antes de la hora a la que quedes con tus amigos, me debes hablar conmigo mientras nos comemos el helado.
–Me parece bien.
Sonríes.
–Genial.
–Pero que hable contigo no significa que te vaya a perdonar.
–Me debes hablar conmigo con la mente abierta. Y ya veremos si me perdonas...
Estás limpiando la casa de Sam. Habéis comido bastante en silencio. Tú has intentado preguntarle cosas sobre ayer, pero te ha dicho que si bien tú no lo querías escuchar ayer, no quiere contarlo ahora.
Decides pensar en Leia para no deprimirte mucho, porque si te abstraes pensando en Melca o en Sam eres capaz de ponerte a llorar.
Anoche, cuando os acostásteis, te acercaste a ella para ver su contorno perfilado por la oscuridad. Ella miraba al techo, su pelo negro estaba oculto por la oscuridad, por lo que sólo veías la parte rapada de su cuero cabelludo y su rostro. Sus pestañas cortas, su nariz pequeña pero algo aguileña; su cara tiene los huesos algo marcados, pero es también redondeada. Parece un chico. Un chico guapo.
Sam también parece (aunque es distinto, porque Sam lo es) un chico. Pero no de la misma manera.
Que no pienses en Sam.
Suspiras y vas a una mesa para limpiarla.
Anoche... Estabas acostada al lado de Leia, mirándola. Sabías que ella lo notaba, porque siempre tiene la cara tensa cuando está atenta, levanta la oreja derecha y abre los ojos un poquito más de lo normal. Es de esas cosas que sólo Nico y tú percatáis después de tanto observarla.
Quizá por eso no se dormía. Esperaba que le dijeras algo.
–Leia...
–Dime –contestó girándose.
–Echo de menos pasar los días aquí contigo.
Te acercaste más a ella. Esta vez, no consiguió reprimir una pequeña sonrisa. Te colocó un mechón de pelo detrás de la oreja.
–Pues vuelve. Sabes que la nave siempre está abierta, literal y metafóricamente.
Te reíste, pero terminaste suspirando.
–No puedo... La rubita me tiene bastante ocupada. Y cuando no es ella, son los estudios...
–Lo sé...
–Pero echo de menos pasar más tiempo contigo.
Pasaste tu brazo por encima de su hombro y apoyaste la barbilla en él. Leia te miró, pero terminó por decidir no echarte.
–Poco a poco... Te atreverás a dejarla sola.
–Ahora mismo estoy aterrada de pensar que está sola con sus padres después de que le hayan dicho eso... Capaces son de ir a hablar con ella y convencerla...
–Lo sé, es normal que te preocupes. Pero te irá bien. Y si no, yo siempre estaré aquí.
–A veces me da la impresión de que repites tanto que siempre vas a estar aquí porque quieres convencerte a ti misma.
Leia no respondió. Pasó una mano por tu cabello para quitártelo de la cara.
Quitaste tu brazo para apoyar tu cabeza en su hombro y te acercaste más pasándole un brazo por la cintura.
–Leia... Te quiero más que a nada, lo sabes, ¿no?
Como de costumbre, ella no contestó. Dejó los brazos a su lado y se mantuvo quieta.
–¿Puedo dormir hoy abrazada a ti, por favor?
–Sabes que lo odio –replicó entre dientes.
–Por favor...
–Valeria.
–¿Porfi?
Leia suspiró.
–Si te pego una patada será culpa tuya.
Te preguntas si algún día Leia será capaz de admitir en voz alta que quiere a alguien o que lo extraña. Te preguntas si si quiera lo admitirá en su mente.
–Vale... Creo que ya está todo –te dice Sam dejando la fregona a un lado.
Asientes con alivio y terminas de limpiar la mesa. Te incorporas y te giras hacia Sam.
–¿Cuánto te queda?
Sam mira su reloj.
–Tengo que salir en diez minutos.
Bufas. Mira que has intentado darte prisa y que estaba limpiando Sam también...
–Bueno, esos son mis diez minutos.
Sam asiente y bordea el sofá para sentarse en él. Vas a sentarte a su lado; pero terminas sobre sus piernas, dándole un abrazo, movida por tu impulsividad.
Coges por sorpresa a Sam, por lo que no se mueve. Tú apoyas la cabeza en su hombro y refuerzas tu abrazo.
–Sam... Lo siento... –dices con la voz rota.
Es lo único que sabes decir, porque no tienes excusa. No dice nada.
Terminas por soltar todo de carrerilla, doliéndote la garganta por aguantar las ganas de llorar.
–Sam... Te quiero muchísimo y de verdad que me odio por no haber estado apoyándote... Soy muy gilipollas, ¿vale? Ya sabes que siempre tengo la mente en Babia... Pero esa no es excusa. No recordaba ni qué día era, sólo que iba con Melca y su familia y estaba nerviosa... Les dije que me gustan las tías y ahora sus padres no quieren que esté con ella... Pero eso no es excusa, debería haberme quedado en casa y haber estado pendiente al teléfono como te prometí, debería... ¡Agh! Soy imbécil, Sam, soy muy imbécil. Y tienes todo el derecho del mundo a enfadarte conmigo. Yo también lo haría. Yo también lo estoy, enfadada conmigo, digo. Tú me has apoyado siempre que lo he necesitado, y yo... Yo soy una pésima amiga, joder. ¡Lo siento! No sabes cuanto lo siento. –Recuerdas que Leia te dijo que hicieras que se acordase de todas las veces que has estado a su lado– Sabes que siempre intento estar a tu lado y ayudarte en todo lo que puedo, y que siempre te he escuchado y acompañado; pero... Agh. Sé que no es una excusa, lo sé, sé que debería de estar más pendiente de vosotras porque sois los mejores amigos del mundo; pero... Tengo tanto miedo por Melca, porque se hunda, que se me olvida todo lo demás. Porque tú eres fuerte, pero ella no, ella se hunde en cuanto el oleaje se hace un poquito más complicado... Lo siento, Sam... Dios, si es que entiendo que me odies, soy idiota...
Ahora sí, lloras a lágrima tendida, abrazada a su cuello.
Sam te pasa una mano por el pelo y otra por la espalda, acariciándote, y te mece.
–Tranquila, preciosa, ya pasó... Ya pasó... Claro que no te odio. Sólo me enfadé porque me dolió que no estuvieras; pero eres una amiga fantástica, Valeria... Por eso quería que fueras justo tú la que me apoyara... Deja de llorar, bonita, que ya no me enfado... Tranquila...
Sam te da un beso en la cabeza. Tú empiezas a tranquilizarte. Vuelves a sentirte acogida entre sus brazos, segura.
Sonríes y te separas para poder mirarle a la cara, su semblante está tranquilo y te mira con cariño. Por fin ha vuelto esa mirada dulce que Sam siempre dirige hacia ti. Frotas tu nariz contra la suya y se ríe.
–¡Gracias! ¡Gracias, jo, gracias por perdonarme!
–No las des, bonita... Hay que saber perdonar. "Perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden", mis padres me educaron bien para algunas cosas.
Sonríes y vuelves a acomodarte entre sus brazos. Te sientas de lado pasando un brazo por su cintura y estirando las piernas en el sofá. Le das un beso largo en la mejilla. Le das unos cuantos más pequeños por sus pecas. Sam se ríe.
–Te quiero, enana.
–Y yo...
Vuelves a abrazarle. Estabas completamente asustada y sobrecogida porque Sam se hubiera enfadado contigo. Y ahora, entre tu alegría, tu efusividad y tu impulsividad... Sam tiene cariño para rato.
–Espera, voy a mandarle un mensaje a los chicos para que no me esperen –te dice sacando el móvil de su bolsillo.
–No te preocupes, Sam... Ya te veré mañana, puedes ir.
–No, tranquila. Limpiar cansa como para hacer deporte, ¿sabes? Y no todos los días puedo disfrutar de estar contigo a solas...
Sonríes ampliamente.
–Eres adorable.
Le das un toquecito en la nariz. Sam sonríe y escribe en el teléfono. Pulsa enviar y deja el aparato en la mesa.
–Cántame algo, anda –le pides acomodándote entre sus brazos.
Siempre te ha encantado escuchar a Sam cantar. Te tranquiliza. Siempre lo hace con una voz muy dulce, es todo lo contrario que Leia: ella puede animarte porque la canción es movida, pero no hace más que soltar gallos y gritar o decir la letra como si hablara.
–No quedan más que tú, no quedo más que yo, en este extraño salón. Sin nadie que nos diga cómo, dónde y cuándo nos... besamos. Tenía ganas ya, de pasar junto a ti, unos minutos soñando... Sin un reloj que cuente las caricias que te voy... Dando... –canta la canción Te he echado de menos de Pablo Alborán. Ríes– Juramento de sal y limón... Prometimos querernos los dos. Te he echado de menos, todo este tiempo, he pensado en tu sonrisa y en tu forma de caminar. ¿Quieres que te enseñe la canción con la que me gustaría perder la virginidad?
Te ríes.
–Venga. Fantasía sexual de Sam al descubierto.
Sam se ríe y te golpea en el hombro.
–Sabor a caramelo, te adoro, te anhelo, sentir la pasión, me derrites con tu olor. Sabor a café, es el sabor de tu piel, tus labios canela y tus besos la miel –canta Caramelo, del mismo cantante–. El aroma de su cuello me envenena, y poco a poco me desnuda sobre la arena. Sueño, sueño, sueño, sueño despierto y me tortura la mente, quiero hacerle el amor, al compás de la marea. Sabor a caramelo, te adoro, te anhelo, sentir la pasión, me derrites con tu olor. Sabor a café, es el sabor de tu piel, tus labios canela y tus besos la miel.
Sam canta con su mirada pícara y moviéndose un poco. Cuando termina se muerde el labio para hacerte reír, y ríes.
–Sammy...
–¿Qué?
–Cállate que estás muy buena.
Sam se ríe y te saca la lengua.
–¿Te pongo, Valeri? –se mete contigo.
–Que te calles.
–Digo que si te pongo un café o algo.
Le pegas mientras suelta una carcajada.
–Pues ahora me enfado yo –bromeas cruzándote de brazos e inflando los mofletes, haciendo un mohín de niña pequeña.
Sam se ríe y te da besos por la mejilla.
–Venga... No te enfades...
Te hace cosquillas. Tú pataleas y le gritas que pare. Sam vuelve a reír y termina por dejarte. La miras y pierdes por un momento la mirada en sus labios. Tienes ganas de besarlos; pero total, no es como si sólo te pasara con Sam: mera atracción sexual.
Le das un beso en la mejilla y descruzas los brazos, apoyándote de nuevo en su torso.
–¿Quieres que veamos una película?
–Vale.
Sam se estira para coger el mando de la mesa y enciende la televisión, pasa por los canales hasta que encontráis una. Sam pasa los dedos por tu brazo mientras mira la pantalla. Tú te planteas seriamente si hacerle un contrato permanente como sofá.
Al tiempo viendo la película, escucháis algo en la puerta de salida y miráis hacia allá; aunque está cubierta por una pared. La puerta se abre y Coque entra corriendo, gritando y moviendo los brazos estirados como si fuera una especie de pájaro extraño.
Sam lo mirá tranquilamente, alzando una ceja como preguntándole qué hace allí.
El chico salta al otro sofá y se sienta en el respaldo, dejando los pies sobre la parte de sentarse, sin quitarse los zapatos.
–Uy, Sam, yo que creía que eras tonto cuando te cogimos de la basura... –comenta mirándoos– Qué pillín.
Sam pone los ojos en blanco.
–Coque, no digas tonterías.
–A mí no me engañas, Samuel. Has conseguido liarte con una tía, ¡qué orgulloso estoy de ti! –dramatiza haciendo como si llorara.
–Coque... Que me van los tíos.
–Oh, es verdad. –Hace como si no hubiera pasado nada– Que eres gay.
–Eso.
–¡¿Pero tú lo has proba'o?!
–Que te calles.
Juan y Pepe entran en el salón andando como personas civilizadas. Escuchas la puerta de salida cerrarse. Juan se detiene delante de la televisión mirándoos.
–Sam, ¿tú qué?
–¿Queréis quitaros? Estábamos viendo una película.
–Ya, eso dicen todos... –replica Coque– Es una buena excusa para liaros.
–Y parecía tonto –exclama Pepe.
Sam pone los ojos en blanco.
–Coque, calla que al final me tientas, le violo y le traumo –respondes.
Se ríen.
–Uy, Valeri, si tantas ganas tienes... Yo me sacrifico –contesta Coque.
–Quita, anda.
–¡Eso es discriminación!
–Lo siento, soy pollafóbica.
Se ríen.
–Eso está muy mal, Valeri.
–Lo sé, pero qué se le va a hacer, los penes me dan asquete. Cuanto más tapados, mejor.
Víctor entra en el salón haciendo girar una llave en su dedo, con una botella de zumo que acaba de robar a Sam en la otra mano.
–Víctor, la llave te la di a ti para que entraras si hubiera alguna urgencia, no para que dejes entrar a estos ceporros.
–Uy, qué agresividad, Sam –responde él sentándose a los pies de Coque.
–Es que le hemos jodido porque se estaba enrollando con Valeri –replica él.
Víctor abre mucho los ojos y escupe el zumo que estaba bebiendo sobre la mesita.
–¡¿En serio?!
–No, es gilipollas, no lo escuches.
–No nos engañes, Samu –le dice Coque.
–Mentir está muy mal –añade Pepe.
–Te cortaremos la lengua –secunda Juan.
Sam pone los ojos en blanco y bufa. Te ríes.
–Pobre Sam... No le hagáis bullying.
–Pero es bullying con amor –tercia Pepe haciendo un gesto con la cara de "eso lo soluciona todo".
–Pues guardaros vuestro amor para vosotros mismos –replica Sam.
–Te iba a decir una bordería, pero me la voy a callar porque hay una señorita delante.
–¡Dila! –respondes.
–No, no. Contigo delante no.
–Eso es discriminación.
–Pues te jodes, pollafóbica.
Pones los ojos en blanco, tienes curiosidad por qué iba a decir.
–Creeme, Valeri, con tu fobia no te merece la pena saberlo... –te dice Víctor.
Lo miras, él te está observando detenidamente, como para comprobar si lo entiendes. Entonces, captas por dónde van los tiros y pones cara de asco.
Todos se ríen, Sam inclusive.
–Me acabáis de traumar muy mucho.
–Tú piensa en tetas que se te quita –comenta Víctor.
Volvéis a reír.
–Bueno, volvamos a lo importante: ¿os estabais liando o no? –pregunta Pepe.
Sam pone los ojos en blanco.
–Un momento, preciosa.
Te levanta con sus brazos para sentarte en el sofá y se levanta corriendo detrás de Pepe, quien sale corriendo en dirección contraria. Os reís siguiéndolos con la mirada. Sam se lanza sobre él y ambos caen al suelo. Sam le sujeta cruzando sus piernas en su cintura y sujetándole con los brazos sus brazos.
–¿Vas a dejar la bromita? –le amenaza, aunque está sonriendo.
–¡Ni hablar! Tienes que admitir que os estábais liando. Joder, quiero que tú también nos cuentes cuando te líes con una chica; así no tiene gracia.
Sam le aprieta con los brazos y él hace una mueca. Se contorsiona y consigue soltar los brazos, pero Sam sigue aprisionándolo con las piernas de modo que no pueda levantarse.
Pepe intenta pegarle collejas y Sam las para con los antebrazos. Ambos sonríen.
Víctor se pone de pie, salta el sofá y se une a ellos tirando a Pepe, que acababa de conseguir soltarse y sentarse sobre Sam. Coque lo sigue en ayuda de Pepe y Juan se úne sólo para pegar.
Sonríes mirándolos. Se nota que se están divirtiendo, aunque estén formando un follón increíble y se estén pegando puñetazos limpios.
Recuerdas que Sam tenía un hermano mayor que murió en un accidente de motocicleta antes de conoceros (sí, la vida familiar de Sam nunca ha sido fácil). Sam te contó que le encantaba jugar a peleas con él, que siempre terminaban revolcándose en el suelo o con los brazos rojos de jugar a boxeo. Y cuando no, sudando por jugar a fútbol o correr uno detrás del otro.
Agradeces que Sam haya encontrado a sus propios hermanos tanto tiempo después.
A partir de ahora sólo subiré capítulos los viernes, sábados o domingos; debido al comienzo del curso.
Espero que os esté yendo bien a todos.
¡Un abrazo!
¡Sonreíd!
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