M

Dirigiéndote al campus, ves una cabellera rubia rizada y te acercas a ella. Camina con las manos metidas en los bolsillos, con los cascos puestos. Por sus movimientos, casi dirías que está rapeando. La capucha de su sudadera se contonea de un lado a otro.

  –¡Hey!

Te mira, tarda unos segundos en reconocerte. Te deslumbra con su sonrisa.

–Hola, ¿qué tal?

–Todo lo bien que se puede estar un lunes yendo a clase. ¿Qué haces tú aquí?

–Haremos un espectáculo por aquí. Quiero reconocer el terreno.

–Qué profesional.

Azu sonríe.

–Una tiene una edad en la que ya no se juega con chiquitas.

Te ríes.

–Vieja. 

–Y tanto. Creo que empezaré a escribir mi testamento.

–Qué tonta.

–En eso reside mi encanto.

–Entonces tienes que ser encantadora, porque tonta lo eres mucho.

Asiente dándote la razón.

–¿Devolviéndomela por meterme con tu torpeza?

Te aguantas la risa.

–Puede.

–Mira, ahí está tu novia.

–Sí, siempre nos vemos allí. Está con el grupo de Leia.

–¿El grandullón paliducho es su novio?

–El mismo.

–¿Y cómo te va a ti con la tuya?

–Muy bien. Sigue teniendo sus ataques de celos o de miedo a veces, pero bueno, está conmigo. Y supongo que acabará superándolo. Todo esto es nuevo para ella.

–Es complicado.

–Sí.

Llegas detrás de Melca y le tapas los ojos.

–¿Quién soy? –preguntas con voz grave.

–Valeri, que estoy hablando.

Quitas las manos y la abrazas por la cintura.

–¿Has visto a Leia? –te pregunta Nico.

Niegas con la cabeza.

–¿No ha venido?

–No. ¿No te ha dicho nada?

–Qué va.

–Yo hablé con ella anoche –dice Azu–. No estaba bien.

Nico suspira y aparta la mirada.

–No me ha dicho nada... –susurra para sí.

Le jode que Leia no le busque cuando se siente mal.

 –¿Y tú, cómo estás? –preguntas a Marco.  

El chico está apoyado en el hombro de Sam, que últimamente viene un poco antes para ver cómo se encuentra. Le preocupa mucho. Lo cual no te extraña, después de habérselo encontrado... así.

Marco tiene la pierna vendada y lleva una muleta para no apoyarla mucho, pero no suele usarla porque le da pereza aprender a usar la muleta. Es un caso.

 –Bueno... Mejor. Ya no me duele tanto.

–Me alegro.

–Marco me estaba contando que se está leyendo un libro de Psicología aprovechando que no puede moverse –te dice Melca–. Parece interesante.

–Sí, es sobre cómo gestionar tus emociones. Os lo recomiendo.

Carlos le da con el codo a Silvia en el brazo. Silvia frunce el ceño y mira a su al rededor. Levanta un dedo acusador, que señala con firmeza al camino. Os giráis y veis a Leia, bordeándoos, yendo directa a su facultad.

–¿No vienes? –le pregunta Nico abriendo los brazos.

Leia le dirige la mirada por menos de un segundo.

–Creía que no me soportabas –suelta con simpleza.

Entra en la facultad sin volver la vista atrás. Todos os quedáis con la mirada fija en la puerta por un momento.

–¿Se le pasará? –pregunta Nico.

–¿Qué le has hecho? –pregunta a su vez Silvia.

Carlos lo mira frunciendo el ceño, ya que a Leia no le gustan los cambios ni decir los errores de pareja en público, así que algo grave ha tenido que hacer para molestarle, por mucho que Leia se mostrara tan tranquila e impasible como siempre. Marco y Sam intercambian una mirada y observan al novio vampiro.

–Te dije que no estaba bien... –responde Azu– No sé si se le pasará. Pero lo veo crudo.

–No le hagas caso, Nico –rebates–. Te quiere, volverá. Deja que se relaje.

Él asiente lentamente.

–A Leia le convendría leerse mi libro –comenta Marco.

Te aguantas la risa.      

  –¿Tú crees?

–Sí. No puede tragárselo siempre todo. Por cierto... ¿Qué le pasó para que lleve una muñequera y se haya vendado los nudillos?

Os miráis entre vosotros.

  –Cuando le llamaste por teléfono... Golpeó la pared –le contesta Melca.

Él la mira sorprendido.

–Necesitaba... descargar –explicas.

Marco parpadea confuso. No se esperaba esa reacción. Y no había notado ni un atisbo de ira en su voz cuando le contestó. Por eso la llamó a ella. Porque transmite serenidad, seguridad y confianza, no irritabilidad ni preocupación.

Ves llegar a Zahara, que sonríe y se acerca corriendo a vosotras.

–¡Hola, Azu, Valeria!

Te abraza. Sin intentar meterte mano, por esta vez. Sólo te abraza.

–Hey –contesta la rubia.

–Hola –saluda tu rubia.

–¿A qué tanta efusividad? –preguntas.

 –Se lo conté a mis padres. Quiero decir, no lo mío, lo tuyo. Se lo han tomado bien.

–¡Me alegro!

–¿Entonces... Se lo contarás? –pregunta Azu.

–Sí. En cuanto piense en la manera de decírselo.

–Guay, ya nos contarás.

–¡Claro! Aunque bueno, tu número no lo tengo.

Azu saca su teléfono y se lo tiende. Melca las mira extrañada, sin saber de qué se conocen ni de qué estáis hablando. Nico, mientras tanto, está en su mundo. Silvia pelea con Carlos, y Marco habla con Sam.

–Chicos, tendríamos que ir ya a clase –avisa Marco.

La chica asiente.

–Ya vamos tarde.

Los psicólogos se despiden de vosotros y entran en su facultad, por donde minutos antes ha desaparecido Leia.

–Yo también tengo que irme, chicas. ¡Hasta luego!

Veis a Zahara alejarse. Se la ve muy feliz.

–Tu amiga está buena.

Te ríes por el comentario de Azuleima.

–¿Te la vas a ligar?   

 –¡Nooo! ¡Quita! No os ofendáis, pero el amor es un asco.

–Bueno, pues te la ligas para pasar un rato.

–No. Paso. Prefiero ir a tomarme una cerveza.

Te ríes.

–¿En serio?

  –Es mi lema: "Antes dejo a las tías que a la cerveza". A las tías ya las he dejado. Me falta la peor parte.

Melca la mira con desaprobación.

–¿Qué? –contesta ella divertida– Tampoco soy una borracha... Sólo la disfruto de vez en cuando. Una cervecita y un cigarro de año en año no hace daño.

–Que no te escuche Leia.

–¿Por qué?

–Si le caes lo suficiente bien, te pegará para que recapacites sobre no estropearte los pulmones y los riñones. Si no, te mirará mal y se irá.

–Pero si tomo muy poco.

–Es igual. Siguen siendo sustancias tóxicas. Y Leia... En fin, supongo que si se lo comentas ya te lo contará ella. Ahora mismo debe tener otras cosas en las que pensar...

–Y tanto.

–¿De qué hablasteis anoche? 

 –De Nico y ella.

  –¿Qué les pasa a esos dos?

–Es...

Tu reloj empieza a pitar y lo apagas.

–Tenemos que ir a clase, Azuleima. ¿Estarás aquí luego?

–Si no tardáis mucho en salir, seguramente.

–Hoy tenemos todos pocas horas. Quizá te encuentres con Leia.

Azu asiente y se despide de vosotras con su sonrisa de siempre. Enciende la música de sus cascos y se va con las manos en los bolsillos y su característico paso seguro. Tú te vas con Melca, sus manos entrelazándose y su paso inseguro.

En cierto modo, ni si quiera te preocupas por Leia. Te parece que sólo la mueve el orgullo. Pero no es así.

A veces eres tan cabezota que no eres capaz de ver los motivos para actuar de otras personas, porque no actúan como crees que lo harías tú.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top