E
Al llegar al aula ves que Paloma y sus compinches se os quedan mirando con mala cara. Cuando Paloma se da cuenta de que las observas, mira sus apuntes y todas la imitan. Miras a Melca, que te devuelve la mirada extrañada.
–Las estás abandonando –susurras–. Es normal que se huelan algo raro, o que se molesten.
Ella asiente.
–Pero...
–Lo sé. Pero si luego las pierdes no me digas que no te lo advertí.
Melca suspira. Te sientas en tu sitio. Ella duda en qué hacer. Termina acercándose a Paloma y se sienta a su lado. Al tuyo se sienta una compañera que llega más tarde. Hablas con ella hasta que llega la profesora y comenzáis las clases.
En el camino hacia otro aula, convences a Melca de que se quede a comer con Paloma y las suyas como antes hacía siempre. Se está quedando sin excusas, y no debería permitirse quedarse sola. Le dices que si todavía las quiere, no las pierda, y que si no lo hace, se busque a otras amigas; pero que no puede depender sólo de ti.
–También me llevo bien con Sam y Marco...
–Lo sé, pero Ali también lo hacía y...
–¡Te he dicho ya mil veces que yo no soy Ali! ¿O es que te preocupas tanto porque piensas decirme algún día que en realidad estás enamorada de otra persona, eh? ¿De Leia quizás? Venga, Vale, deja de emparanoiarte, ¿quieres? Ya tengo bastante con mis propias paranoias.
–Meca... Por supuesto que no quiero decir eso. Pero entiende que no quiera que te quedes sola.
–No lo estoy.
–Si algún día nos peleáramos por cualquier tontería está claro que Marco y Sam se pondrían de mi parte. Si mañana me muero, te dolería tener que verlos porque te recordarían a mí. Y si por lo que sea lo dejamos... Melca, entiéndeme.
–¡Por favor, Valeri! Marco no se pondría de tu parte. Eres la mejor amiga de Leia, y Leia es su amiga, sí. ¿Pero cuánta relación tienes tú con él? Os lleváis bien, sí, eso es todo. Y si te pasa algo, sabré cuidarme. No puedes saber si me quedaré sola o no. Y todavía tengo a mi familia. Si me junto con Paloma o no es cosa mía.
–¿Pero aún las quieres o no?
–¡Sí!
–¡Pues te arrepentirás si las pierdes!
–¡Joder! Hoy comeré con ellas, ¿vale? ¿Te quedas tranquila? Pero déjame en paz, pesada.
No contestas. Ya habéis entrado en el aula y sería arriesgado que os escucharan. Ella va a sentarse entre Purificación y Teresa sin dirigirte la mirada. Tú te sientas más allá.
Dejas de divisar su trasero cuando gira la esquina hacia el comedor. Melca se va con Paloma y su séquito a almorzar. Mandas un mensaje a Azuleima para saber si todavía está por allí. Lo cierto es que te ha dejado con un mal sentimiento la charla con Melca. Y, por alguna razón, es a Azuleima a quien más tienes ganas de ver después de eso. Quizá porque su felicidad es contagiosa.
Ves a los psicólogos en el sitio de siempre. Curiosamente, Sam vuelve a estar al lado de Marco. Los brazos de Nico están vacíos.
–Leia salió antes de clase –te dice Nico en cuanto te ve–. No sabemos por qué. Ni si quiera se sentó al lado de Silvia.
–Se puso en primera fila para asegurarse de que la gente se sentaría a su lado antes de que llegáramos nosotros –añade Carlos, extrañado–. Leia odia la primera fila.
–Leia odia que se le siente al lado gente que no conoce, directamente –agrega Silvia.
–Y después de estos tres años, todavía no ha hablado con nadie que no seamos nosotros más que lo justo y necesario para hacer trabajos grupales –explica Marco.
–En realidad, a nosotros no nos hubiera hablado si el profesor no la hubiera obligado a trabajar por grupos. Nos conoció a cada uno en un trabajo distinto... –menciona Silvia.
Nico parece muy nervioso. Mira al cielo, respira con fuerza y mueve levemente su pierna.
–¡Hey! Por fin te encuentro, todavía me pierdo.
Te giras y ves a Azu, que te pasa un brazo por los hombros y mira al grupo. Tan chula como siempre.
–¿Qué hay? –pregunta.
–Hay que no sabemos qué le pasa a la gilipollas de la galáctica –responde Silvia.
–Y que el gilipollas del vampiro no nos dice nada –añade Carlos.
–Pasa que han tenido un problema de pareja, dejadlos en paz –replica Azu.
–¡¡Pues si es un problema de pareja, que no nos deje de hablar a nosotros!! –se queja Silvia.
–Quizá no quiera que le deis la charla.
–¿Y a ti no te ha dicho nada, Valeri? –pregunta Nico, sin apartar la mirada del cielo.
–No. Quizá me ponga demasiado de tu parte... No me ha dicho nada. O sea, hace unos días me contó que habíais discutido, pero... Ya está. Y Leia no es de dejar de hablar por mosquearse.
–No. Ella siempre intenta arreglarlo todo hablando. Eso es lo que me preocupa.
Azu tira de tu manga. La miras y ella te hace un gesto con los ojos. Sigues su mirada. Leia, con su inconfundible pelo negro de punta reflejando rayos del Sol, acompañada con el inconfundible sonido de las cadenas de sus pantalones al chocar, con sus botas y chupa negras de cuero como no podrían ser de otro color... Leia, con el aura tan negra como su vestimenta. Pero, al mismo tiempo, no es ella. No es ella porque no tiene la cabeza levantada y mirando hacia el frente. No es ella porque no camina con seguridad. No es ella porque su espalda no está recta, su pose no es altiva. Sus ojos están hundidos en un cúmulo de cosas que lleva entre sus brazos: parece ropa, algún que otro objeto. Todo negro, blanco y gris. Camina con los hombros hacia delante, sus pasos son cortos en vez de largos, parece luchar por no darse la vuelta e irse.
Miras a Nico, que sigue mirando al cielo, sin darse cuenta de nada. Los psicólogos la miran sin saber qué hacer, sin saber si deben hablar. Sam te mira a ti, y luego a Marco. Azu a Leia, a punto de salir a su encuentro. Marco termina agachando la mirada. Carlos y Silvia se miran nerviosos.
Leia entra en el grupo sin decir palabra. Se tropieza, volviendo a recobrar el equilibrio en menos de un segundo. Es entonces, cuando sus cadenas chocan, cuando Nico baja la mirada hacia ella. No podría ser otra persona la que emitiera ese sonido.
Nico sonríe y abre los brazos para que vuelva a su sitio de siempre. Pero entonces baja la mirada hacia sus brazos, y parece reconocer las cosas que lleva en ellos. Su sonrisa se encoge y la mira como un cachorro asustado.
Leia deja las cosas en los brazos de su novio. Está todo recogido encima de un pantalón grande, grande como para cubrir la altura y anchura de Nico.
La chica fija la mirada en un punto por detrás de él.
–No hables. Nicolás, te he repetido un montón de veces que me dejaras si te hiciera daño, y que jamás seré la mujer que tú quieres que sea. Sé que sigues soñando que cambiaré, por amor o por madurez, que podremos tener una familia tan genial como la tuya, unos niños que correteen entre nosotros y que yo sonreiré mirándolos y te sonreiré a ti, que te diré todas esas cosas que siempre has querido escuchar... Pero no lo haré. Creía que lo entendías. Pero ahora veo que sólo entiendes que no lo haga ahora, no que voy a seguir siendo así siempre. Y ya que no cumples tú tu promesa... Tendré que hacerlo yo por ti. Ya lo hemos hablado un millón de veces. Lo siento.
Todos veis como los hombros de Leia se levantan al coger ella una gran bocanada de aire. Gira la cabeza para mirar a Nico a los ojos. Parece que ese gesto le cuesta más que nada en el mundo. Ve los ojos húmedos de Nico y agacha la mirada.
Vuelve a coger aire y se fuerza a mirarle.
–Tequiero –suelta de corrido–. Y no quiero que vuelvas a hablarme.
Leia se da la vuelta y echa a correr, sin más. Tú intentas cogerla del brazo por instinto, pero se te escapa. No te puedes creer lo que acabas de ver. Ninguno podéis.
–¡Leia! ¡Espera! –grita Nico a punto de salir detrás de ella.
La chica se gira un momento para mirarle.
–¡Te he dicho que no me hables!
Veis cómo sube en la moto de Luke, que ha aparcado cerca. Lo suficientemente cerca como para que Nico no tenga tiempo de hacerla cambiar de opinión.
Miras a Nico. Parece una piedra. Está más pálido que nunca. Ni si quiera llora, parece no ser capaz de creer lo que acaba de pasar.
–¿Estoy... soñando?
–Siento decírtelo, amigo... Pero no –contesta Carlos.
Marco se ha quedado mirando la calle por la que ha desaparecido Leia. Sam lo mira a él.
Silvia se mira las manos con expresión de intentar comprender lo que acaba de pasar.
–Leia nunca diría algo así delante de tanta gente... –expresa.
Lo sabes. Tú tampoco lo entiendes.
–Quizá no quisiera que Nico se quedara solo –responde Azu–. O no querrá perder las fuerzas para hacerlo.
Nico la llama, pero ella cuelga el teléfono.
–Joder. Me preocupa. Leia sola puede acabar mal.
Tú la llamas también. Leia es muy racional, pero, incluso con lo insensible que es, debe estar pasándolo fatal... Encima de una moto.
Leia te cuelga.
Azu os mira y termina por llamarla. Se pega el teléfono al oído.
–Leia... Lo sé. Anda, vete a casa. Sí. Claro. Adiós.
Todos la miráis estupefactos.
–¿Qué?
–¡Leia no le ha respondido ni a Valeria ni a Nico y a ti sí! –exclama Carlos– ¡¿Qué le has hecho, hija del demonio?
–No regañarla. Básicamente. Leia no quiere que Nico le suplique que vuelva ni que Valeri le diga que se lo piense mejor... No... está preparada para eso. Y sabía que yo no la iba a acosar. –Os mira a Nico y a ti– Dice que dejéis de llamarla. Sobretodo a ti, –Se fija en Nico– ahora mismo no está en condiciones de poder hablarte.
–Pero... Yo...
–Lo sé. Pero es Leia. Dale tiempo. Deberíais... Entender que el miedo al amor no es algo que se pierda en un solo día. Dejad de presionarla.
Azuleima se gira sin más para marcharse. Tú la miras a ella y miras a Nico.
–Yo... Lo siento. Hablaré con ella.
Nico asiente y se seca las lágrimas de los ojos.
–Tranquilo, grandullón. –Carlos le da unas palmadas en el hombro– Se solucionará.
Marco se acerca a él y lo abraza. El chico rompe a llorar sobre su hombro. Leia es lo más importante para él. No quiere perderla.
Corres para alcanzar a Azu antes de que esta desaparezca de tu vista.
–¡Hey, espera!
La rubia te mira, esta vez, seria.
–No voy a hacer de mensajero para vosotros. Ni la voy a convencer de que se haya equivocado.
–No te lo pensaba pedir. Gracias por comprenderla.
Ella te sonríe.
–Nada. Es una buena chica.
–Lo es, pero...
–Es complicada.
–Sí.
Azu sigue caminando y tú lo haces a su lado.
–¿En serio crees que no debería ir a verla? Me tiene preocupada...
–Déjale un tiempo para que se relaje. Yo estaba pensando en pasarme por su casa esta tarde.
–Es extraño, ¿sabes?
–¿El qué?
–Que te comportes como su amiga cuando apenas la conoces.
Azu dibuja una sonrisa torcida.
–Es un humano que necesita mi ayuda. Nada más. Cuando alguien te mira con la desesperación pintada en sus ojos y deja caer con sus palabras que necesita ayuda... No miras para otro lado.
–Pero Leia no...
–¿No está mal? ¿Alguna vez no lo ha estado? ¿Hasta dónde conoces a tu amiga, Valeria?
–Bueno... Tiene muchos problemas. Pero aún así, ella... Es feliz.
–Es feliz momentáneamente, sí. Pero tiene muchos demonios, y eso se nota. Yo no sé cuáles son sus problemas, no me lo ha dicho. Tú probablemente sí. Pero sé ver cuándo necesita ayuda. ¿Cuál fue la última vez que hablásteis de algo que no fuera tu novia o tus problemas con tus otras amigas?
–Ella... No quiere. Se cierra en banda. Y no quiero presionarla.
–Eso lo entiendo. Pero las pocas veces que lo hace, deberías intentar entenderla. ¿Sabes? A mí también me extrañó que acudiera a mí para hablar anoche. Y le pregunté por qué. Me dijo que si hablaba contigo pensarías qué harías tú en su situación. Pero que ella no es tú. Que no la entenderías, no te pondrías en su lugar y seguirías diciéndole como debería actuar. Según tus criterios. Que si hablara con Luke le diría que no fuera tan tonta y lo superara. ¡No puedes exigirle a alguien que sólo lo supere, por Dios, no es tan fácil! Que si hablaba con Silvia se pondría en modo psicóloga, y que no quería una psicóloga que le dijera de dónde vienen sus problemas, que eso ya lo sabe, que quería una amiga en quien confiar. Que Marco no ayudaría y Carlos diría que lo dejara directamente. Dice que hay veces que se siente sola rodeada de tanta gente. Que cuanta más gente la acompaña más sola se siente. Porque, entre toda esa gente... No hay ni una sola que la comprenda. Y yo la entiendo. Sé lo que es sentir eso.
Andas con la mirada en el suelo y los ojos llorosos. Deberías ser tú la que supiera entender a Leia después de todo lo que ella a hecho por ti, de todo este tiempo juntas... Pero no. Una desconocida lo hace mejor que tú.
–¿Tú... también tienes miedo al amor, verdad?
Azu aparta la mirada.
–Sí.
–¿Por qué?
–Cosas.
–Con razón la entiendes. Sois iguales.
–No. –Sonríe mirándote– Yo sí soy feliz.
–Y Leia...
–Leia es feliz, cuando deja de atormentarse. Y eso no pasa muy a menudo. O eso creo. No la conozco mucho, pero... Me pongo en su lugar, no a mí, si no metiéndome en su cuerpo con sus sentimientos y su manera de pensar y... No sé, pero tiene que ser muy horrible que, cada vez que estás con alguien, lo que viene siendo la mayor parte del día, haya algo que te recuerde que no deberías ser así, que no deberías huir de las muestras de cariño, que no... En fin. Es difícil.
–Lo es. Aunque nunca me había planteado que le hiciera tanto daño. Como es tan... Leia.
–Inexpresiva.
–Eso es. Además, te juro que parece feliz.
Azu se ríe.
–No hace falta que me lo repitas. Es feliz. Y te quiere, y quiere a Nico, y a Marco y... Pero tiene muchos demonios. No sé por qué, pero los tiene. Y sería más feliz si los venciera.
–Eso no te lo niego.
–Bueno... Cambiemos de tema.
–¿Por qué?
–No es justo que yo te diga nada que ella no haya hecho. Ni es justo que tú lo hagas.
–¿Por qué no? Nos preocupamos por ella.
–Sí, pero... Si le cuento a Leia mis demonios, o si Leia hiciera hipótesis sobre ellos (lo cuál no me extrañaría), no me gustaría que ella te los contara. Si tienes que saberlo, te lo contaré yo. Es muy... Íntimo.
–Entiendo.
Sigues caminando. Quieres preguntarle por Melca y al mismo tiempo te da cosa hacerlo después de que te haya preguntado cuánto hace que hablas de Leia de algo que no sea Melca.
–¿Puedo... hablarte de los demonios de otra persona?
Se ríe.
–Depende. ¿Tiene algo que ver contigo?
–Sí.
–Adelante.
–Melca se ha enfadado conmigo.
–¿Por qué?
–Porque me preocupa que pierda a sus otras amigas.
–¿Y eso?
–Sólo se junta conmigo y con mis amigos. Dice que se siente incómoda con ellas por estar ocultándoles algo, ya que si les contara lo nuestro la juzgarían. Y... Bueno... Mi ex...
–¡Nunca compares a una chica con tu ex!
–Pero es que...
–Ya, aprendiste por la otra una lección, ¡pero no se lo digas a ella!
–¿Por qué no? Es la verdad.
–Porque si la comparas con tu ex, la estás rebajando al nivel de tu ex... –Te mira– Al nivel de una chica con la que no quieres estar más.
Suspiras.
–No sé... Yo sólo... No quiero que si me pasa algo, se quede sola. No quiero que dependa de mí.
–Lo entiendo, y es muy noble por tu parte. Pero no puedes decidir por ella. Puedes aconsejarla, nada más.
–Azu...
–¿Qué?
–Ya que vas tanto de heroína de sonrisas de todo el mundo... ¿Me prometes que si a Melca y a mí nos pasara algo, te asegurarías de que ella esté bien? ¿Por mí?
Azu sonríe.
–Heroína de sonrisas. Me lo apunto. Y de acuerdo, si me entero de que está mal, intentaré ayudar, si es que ella me deja. Y a ti también.
–Yo tengo a Leia.
–Si a Leia no le da un ataque psicótico y se va al Polo Norte a no tener que relacionarse con nada más que pingüinos, sí.
Te ríes.
–¡No seas mala!
Ríe.
–Na, es broma. ¿Quieres que vayamos a verla?
–Sí.
–¿Cómo crees que estará su novio?
–Mal. Él la ama.
–Y ella a él. Pero no es algo que vaya a admitir ni ante sí misma.
–¿Por qué no?
–Porque el amor es una debilidad. Y eso, si algún día tengo que hacer de heroína de sonrisas contigo y con Melca... Lo entenderás.
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