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Cuando llegas a casa, ves a Leia y Nico sentados en las escaleras. Alzas las cejas extrañada.
–Sigo pensando que deberías dejarme unas llaves para poder colarme en tu casa –te dice ella a modo de saludo.
–Claro, para qué uséis mi casa de picadero.
Ella se ríe.
–Para eso ya tengo la mía.
Nico se levanta y choca la mano contigo para saludarte, con una sonrisa.
Te acercas a la puerta y la abres. Sólo entonce Leia se levanta y pasa detrás de ti. Ella pasa directamente a tu cocina, te roba un zumo y vuelve con vosotros bebiendo.
–¿Vamos arriba? –pregunta.
Antes de que os de tiempo a contestar, ella ya está subiendo. Nico se ríe.
–Leia y su toma de decisiones propias.
Sonríes y asientes. Él sube detrás de ella y tú lees una nota de tu madre antes de subir, en la que te dice que esa noche no podrá dormir en casa, que no te preocupes y que descanses. Subes las escaleras.
Cuando llegas, Nico está en tu cama, con la espalda apoyada en el cabecero y las piernas estiradas. Leia está sentada entre sus piernas y apoya la espalda en su torso. El chico pasa la mano por su pelo.
La verdad es que es una imagen que a otro le pudiera asustar al ver los pinchos en sus pulseras y en el collar de Nico o sus ropas negras; pero a ti te parece una imagen muy tierna. A pesar de que Leia tenga la misma cara de siempre: como si todo le diera igual.
Te sientas en el borde de tu cama.
–¿Y cómo es que estáis aquí?
–Queríamos preguntar por Melca –te responde Nico, con esa voz tan dulce y melodiosa que tiene–, estábamos preocupados.
–Le dije que nos esperáramos a mañana o te mandáramos un mensaje, pero el cabrón quería asegurarse y decidimos pasarnos un rato a hacerte de ocupas.
Y ahí está el contraste con la voz y la manera de hablar tan seca y cortante de Leia.
Sonríes.
–Gracias por preocuparte, Nico. A veces me pregunto qué sería de tu insensible novia si no le recordaras que existe un mundo ahí fuera –la chincas.
Leia te saca la lengua.
En realidad, la entiendes: ¿para qué ir a molestar si las vamos a ver mañana y así dejamos que descansen? Es muy objetivo. Pero Nico se mueve por sensibilidad, no por objetividad.
–Pues... Melca estaba muy triste, lo normal. Pero fuimos a ver a su abuela y le han dicho que parece que la operación ha salido bien, así que a ver... Fueron Ali y Kike también, así que ya que estábamos le hicimos compañía mientras operaban a su abuela. Ahora se ha ido a casa de Paloma.
–Vaya... Muchos ex en la misma zona –comenta Leia.
–No te creas... Siempre hay algo de tensión, pero no es para tanto. Nosotros aún nos llevamos bien. Como ninguno rompimos porque nos peleáramos o estuviéramos mal...
–Peor me lo pones: donde hubo fuego, siempre quedarán cenizas, a no ser que un viento muy fuerte se las lleve.
–¿Te quedan cenizas con tus ex, Leia? –pregunta Nico curioso.
Ella lo mira por el rabillo del ojo, ya que no puede girarse mucho.
–No, yo acabé con todos con una tormenta. El viento se las llevó.
Nico asiente y pasa la mano por el tupé de su novia.
–¿Y tú?
–No sé, yo creo que mi última ex me dejó más bien una falla téctonica que un desierto vacío... Y las otras dos, pff, también eran muy malas.
–Capullas, cariño, se dice capullas.
Él se ríe y le da un beso en la parte rapada de su cabeza.
–Todo lo contrario que tú, cariño.
Tú ves en su mirada que el comentario le ha gustado, pero no dice nada. Sólo entrelaza sus dedos con los de Nico cuando este deja su mano sobre el colchón, con la otra aún jugando con su pelo.
–Bueno, volvamos al tema –dice Leia–. ¿Y cómo fue con Kike y Ali, todo bien?
Asientes.
–Todo muy normal, la verdad. Se nota que la relación no es la misma, pero es lógico. Lo que si veo es que Ali no parece estar pasando un buen momento.
–¿Por qué? –pregunta Nico.
–Se pone nerviosa y cambia de tema cuando le preguntas qué tal, y sólo dice "bien". Además me ha soltado que estar bien es relativo por todas las personas que lo pasan mal en el mundo, y que, en comparación, ella siempre estará bien.
Leia hace una mueca.
–Pobre chica... –dice Nico– ¿Y no sabes qué puede pasarle?–Niegas con la cabeza– ¿Irás a intentar ayudarla al menos, no?
–Es mi ex, Nico, no voy a meterme en su vida.
Leia adivina que Nico está mirándole porque lo conoce demasiado bien.
–Y yo no voy a irle con el cuento sabiendo que ni si quiera me lo ha dicho a mí y que sólo soy la amiga de su ex.
–Pero qué insensibles sois...
–Hazlo tú –replica Leia.
Él niega con la cabeza.
–Pero qué vergüenza... Si ni siquiera la conozco.
Porque sí, debajo de ese hombretón se esconde un chico vergonzoso.
–¡Y luego las insensibles somos nosotras! –le chincha Leia.
–Oh, venga ya... Que no es lo mismo...
–La verdad, es que yo supongo que si te lo ha dicho así es porque realmente te está pidiendo ayuda en silencio, Valeri.
–No quiero tener más relación con ella que la estrictamente necesaria.
–Eres una egoísta.
–Ya.
–Y le prometiste que serías su amiga pasara lo que pasara.
–Ya...
–¿Entonces?
–Cuando la veo, me hace sentir culpable, ¿vale? No puedo evitar sentirme mal cuando ella me mira con cariño y lástima por no poder estar conmigo. Y si realmente me necesita, que me busque ella.
–Es que con esa actitud le dará miedo buscarte, Valeria... –replica Nico.
–¿Tiene más amigas, no? Su bienestar no depende de mí.
Ellos asienten entendiendo que no te van a hacer cambiar de opinión.
–¿Sabes qué me extrañó a mí? –pregunta Nico.
–¿El qué?
–Que Melca se separara de Kike para abrazarte a ti en vez de a Paloma. Ya que supuestamente ella es su mejor amiga.
Tú te quedas un momento pensando.
–Supongo que Melca en ese momento necesitaba cariño... Y Paloma muy cariñosa no es.
–Pero cuando tú estabas mal te soltaste de Sam para venir conmigo y está claro que Sam da mejor cariño que yo –replica Leia.
–Sí... No sé. A Melca sólo la entiende Melca.
Os quedáis un momento en silencio.
–¿Y con la chica, cómo te fue? –pregunta Nico.
–¿Con qué chica?
–Con... Esta chica... ¡¿Ay, cómo se llamaba?! –exclama Leia, pensando con los ojos cerrados– La que me follé.
Te golpeas la frente con la mano.
–Menuda manera de referirte a la gente.
Ella se ríe.
–¿Tú me has entendido, no? Pues eso es lo que cuenta.
–Azuleima.
–Esa.
–Sí, la rubita bonita –dice Nico.
En ese momento ambos parecen quedarse pensando en que Nico hablaba así de Melca cuando no se acordaba de su nombre.
–Pues bien. –Te encoges de hombros– Estuvimos un rato hablando. Y la verdad es que tenías razón, Leia: sienta bien hablar con alguien que te entienda. Rematadamente bien.
–¿Le hablaste de Melca, entonces? –pregunta Nico.
–Sí.
–¿Y qué te dijo? –pregunta Leia.
–Que, aunque seguramente ya me lo hubieran dicho, la olvidara. Me dijo algo que me hizo gracia: lo bueno de que te rechace una hetero, es que sabes que tú no tienes la culpa: ¡si no lo fuera entonces el problema para que no le gustes estaría en ti!
Leia se ríe.
–Buen punto.
–Pues... Está bastante claro que Melca no debe estar en la acera correcta, porque si no no sé como no se ha enamorado ya de ti –dice Nico.
Lo miras sonriendo.
–Aww... Gracias.
–Nico –lo llama Leia.
–¿Qué?
–Como sigas así, vomito.
Él se ríe.
–Y oye, –Lo mira– si eso es así, ¿eso significa que todos los tíos a los que les gusten las tías del mundo están enamorados de mí?
Nico se ríe.
–Claro que sí. Pero por desgracia para ellos, tú sólo lo estás de mí –responde abrazándola por la cintura.
Leia apoya la cabeza de nuevo en su torso.
–Bueno, ¿al menos le pedirías su número, no? –pregunta Nico.
–Pues no, ni se me ocurrió.
–¿Y hablásteis de algo más? –te pregunta Leia.
–De cosas de la vida. Su cadena de sonrisas, antiguos amoríos, cosas así.
–¿Cadena de sonrisas? –pregunta Nico.
–Sí, Azuleima dice que cuando ve que alguien está mal le intenta hacer sonreír para mejorar su día, y que con ello esa persona tratará mejor a los demás y los hará sonreír también, y así sucesivamente.
Nico sonríe ampliamente.
–Wow. Me encanta la idea.
–Te dije que era una chica interesante –comenta Leia–. Oye, me muero de hambre, ¿a que me vas a traer unas patatas, Valeri? Como buena anfitriona que eres...
–¡Sí, hombre! Muévete tú, vaga.
Nico se ríe y se levanta con cuidado de que Leia se incorpore antes.
–Ya voy yo. ¿Dónde están?
–En el segundo cajón de arriba de la cocina.
Él asiente y baja.
–Qué mala eres, lo tienes como sumiso –bromeas.
–Le viene bien hacer ejercicio –responde ella–. Que está hecho un vago.
Te ríes.
–¿Sabías que al final bajaría él, verdad?
–¿En realidad? Sí. Tú no eres tan buena gente.
Vuelves a reír. Pobre Nico, que le hacen moverse con lo poco que le gusta.
Él vuelve con una bolsa de patatas fritas, las abre y se las tiende a Leia, quien le sonríe y coge una.
–¡Pero qué apañado eres!
Nico sonríe mirándola, de pie en frente de la cama.
–Porque te quiero.
Leia coge otra patata y se la lleva a la boca.
–Además, ¿hay que obedecer a la princesa de las galaxias, no?
Ella sonríe levemente, como lo hace siempre que le sacan el tema de su nombre.
–¿Y quién quiere un príncipe azul pudiendo tener un vampirito negro?
Lo dice mirándolo con esa mirada sensual suya que hace que más de uno se derrita por dentro. Nico sonríe.
Tú los miras. Sabes que la suya nunca será una relación perfecta. Pero desearías encontrar a alguien que haga que sientas y muestres tanto amor como hace Nico, que tengas tanta confianza como Leia con Nico, que seas tan feliz como ellos dos juntos.
Al fin y al cabo, las parejas no están hechas para ser perfectas. Están hechas para ser reales y compaginarse entre sí. Aunque a veces haya ámbitos tan opuestos que no se puedan consolidar.
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