E
Estás con Melca en un bar. Ambas pedís una cerveza y un bocadillo.
Sonreís hablando de todo y de nada, tú juegas con su mano sobre la mesa cuando el camarero recoge los platos y se va a por vuestra nueva ronda. No te pasa por alto que Melca mira al rededor de vez en cuando, como para asegurarse de que nadie os está mirando. Aún así, no separa la mano. Cuando la gira, tú pasas tus dedos suavemente por su palma subiendo por su brazo y ella se ríe. Es una sensación agradable.
De pequeñas, siempre os entreteníais pasando los dedos por el brazo de la otra en clase.
Un pelo se cae sobre su cara, escapándose de su coleta. Te ríes. Ella hace un mohín.
-Mi pelo no me quiere -dice con voz de niña pequeña.
-Tu pelo es tonto si no quiere a alguien como tú.
Ella se queda mirándote sin saber qué decir y tú te limpias las manos con la servilleta por si acaso, te levantas y te pones detrás de ella. Le quitas la cola, la peinas con las manos y le recolocas la coleta. Melca sonríe.
-Gracias.
La besas en la mejilla.
-No hay de qué, preciosa.
Te sientas de nuevo en frente de ella y continuáis comiendo.
-Melca... Hay algo que quiero decirte. -Ella te mira atentamente- Pero es algo que no me gustaría que nadie más escuchara...
O, más bien, que a ella no le gustaría que pudieran escuchar.
-Vale... Si quieres podemos buscar un sitio apartado o algo.
Asientes con la cabeza. Ella le da un muerde su bocadillo y se le queda un pegote de kétchup en la comisura del labio. Tú te ríes y le limpias con tu pulgar. Lames el kétchup que se te ha quedado en el dedo y ella te mira.
-¿Qué?
Melca niega con la cabeza.
-¿Sueles comer de la cara de la gente?
Te ríes y te encoges de hombros.
-Me excusaré diciendo que me lo enseñó mi madre y que Leia y Luke también lo hacen.
Ella se ríe. Como siempre, su risa se caracteriza por ser una pequeña risa que parece no querer pasar el límite de lo que es educado.
Pagáis la cuenta y salís del local. Tú vas a darle la mano, pero ella la mete en su bolsillo antes de que lo hagas.
Ves una cafetería a la que sueles ir en frente y piensas en bordearla. Cuando lo hacéis, hay un descampado, pero te parece un sitio demasiado abierto... Por si acaso la cosa saliera bien.
Sigues caminando y ves un pequeño callejón sin salida.
-Qué sitio más cutre y feo he ido a encontrar.
Melca ríe.
-Eso da igual, lo que importa es lo que me tengas que contar. Además, lo importante no es el sitio, sino la compañía, ¿no?
Ella entra y tú sonríes ampliamente.
Melca se apolla en la pared.
Tú la miras, y te colocas delante de ella, las puntas de vuestros zapatos se tocan. Ambas lleváis ballerinas.
Sientes el corazón latir a cien. Ni si quiera sabes por dónde empezar. Ella sólo sonríe para alentarte a empezar y te mira.
-Verás... Melca... Uf...
Te sonrojas y bajas la mirada, respirando hondo. Ella sonríe y te coge una mano.
-Mmm... Resulta que... Siempre me has parecido una chica estupenda. En fin, no sé, eres muy inteligente, graciosa, simpática, adorable, preciosa... Y...
Te muerdes el labio y bufas. La miras. Ella tiene el ceño fruncido.
Abres la boca para continuar hablando. No consigues emitir ni un sólo sonido.
Sólo te quedas atrapada por el brillo de sus ojos azules. Ese azul brillante, casi eléctrico. Celeste.
Vuelves a morderte el labio cuando ella te aprieta la mano porque te has quedado callada. Bajas la mirada de sus magnéticos e hipnotizadores ojos azules y se queda atrapada en sus labios. Esos labios carnosos, tentadores... Seguro que son dulces.
Tragas saliva.
-Yo...
No eres capaz de decirlo.
Te acercas más a ella, sin ser capaz de mirarla al hacerlo, y la besas, cerrando los ojos, para que capte la indirecta. Misteriosamente, te resulta más fácil eso a confesarle lo que sientes. Ella no te corresponde. Se ha quedado completamente parada, y te suelta la mano por la sopresa. Te separas de ella con la intención de ver si ha entendido el mensaje; pero antes de que os separen unos centímetros la tentación se hace más grande y vuelves a besarla.
Te tiembla todo el cuerpo. Apoyas ambas manos en su cintura con la intención de que dejen de temblar. Agachas la cabeza.
Estáis muy cerca, sientes su respiración agitada sobre tu cuello.
Vuelves a girar la cabeza hacia ella, y antes de levantar la mirada te detienes en su cuello. Le das un leve beso en él.
Ella no te separa, pero da un paso inconscientemente hacia atrás, de modo que su pierna queda completamente pegada a la pared, como el resto de su cuerpo, que se ha apretado más contra ella por su reacción de intentar apartarse.
Sigues subiendo por su cuello hasta su oreja, en lo que apenas tardas unos segundos. Mantienes los ojos cerrados en todo momento.
Por eso no ves su cara. Está asustada.
-Vale... -le tiembla la voz, que se calla con un gemido cuando tus labios juegan en el lóbulo de su oreja.
Su cuerpo está ya completamente entre el tuyo y la pared. Tanto que sientes sus pechos apretados contra los tuyos, y vuestras piernas desnudas salvo por un pantalón corto y una falda, se rozan.
Huele a jabón y perfume dulce. Huele a ella.
Cuando abres los ojos, la ves con los ojos cerrados y sonríes para ti, dando por hecho que el hecho de que no te haya empujado es un sí. Melca intenta recomponer sus ideas en su mente, porque todo esto le ha pillado muy de sopetón: no entiende cómo su amiga desde hace diez años está ahora besándola, así, sin más.
Tu corazón late aún más rápido y sonríes por su supuesto "sí". Vuelves a besarla y no te corresponde. Aunque te extraña, vuelves a besarla por inercia. Esta vez Melca cede, y te corresponde.
No te atreves a mover tus manos de sus caderas. Pero tras varios besos te dejas llevar y pierdes un poco el control tras tanto tiempo deseándolo: intetas dejar paso a tu lengua hacia su boca.
Ella te lo impide.
Melca pone sus manos en tus hombros y te separa de ella suavemente. No quiere hacerte daño.
Ahora sí, notas que está asustada.
-Valeria... No...
-Perdona. Iré más despacio.
Ella niega con la cabeza nerviosa y baja la mirada. Coge aire, suspira, y te vuelve a mirar.
-Esto... No...
Tú la miras y tu sonrisa se descompone. Sientes que te falta oxígeno por unos momentos.
Creías que por fin lo habías conseguido. Ella te estaba correspondiendo. Después de tantos años.
-Yo... Lo siento... Sólo... Sólo quería decirte que me gustas y... Me he dejado llevar.
No le dices que estás enamorada de ella, de su sonrisa, de sus ojos, de sus caricias, de sus palabras, de su olor, de sus manos, de su cuerpo, de su ser... No, no se lo dices. Porque crees que eso sería demasiado duro de digerir así, de repente.
Ella mira al suelo, pero no dice nada. Coges su mano. Ella no te la coge de vuelta, pero tampoco la aparta. Está colorada, y no levanta la mirada del suelo. Tú no sabes qué decir.
-Valeria... Por favor... -Suspira- Llévame a casa.
Asientes y tragas saliva. Tienes un nudo muy fuerte en la garganta y sientes los ojos húmedos. Pero no te sientes capaz de preguntarle, ni de disculparte o decirle que simplemente lo olvide.
No tienes valor para decirle que no te importa sólo su cuerpo, como puede parecer. Que hace mucho tiempo que ella robó tu corazón.
Le acompañas a la parada y ella ve venir un autobús que pasa por su casa, pero no por la tuya. Siempre se espera a otro para poder acompañarte la mitad del camino.
-Adiós.
Sube al bus y a ti no te salen las palabras para despedirte. Lo ves alejarse de allí.
Te sientas en el suelo, sin importarte nada. No tienes fuerzas ni para andar al banco unos pasos más allá. Entonces, lloras. Y todo se derrumba.
Te levantas pegando un brinco. Sientes el corazón a cien y miras a tu al rededor. Apagas el despertador, odias que Leia tenga esa música tan estridente para despertarse. Ella sólo se da la vuelta y sigue durmiendo.
Pones tu mano en el corazón, que va a cien. Te secas una lágrima de tu mejilla. Has vuelto a soñar con lo que pasó con Melca.
Llevas una mano inconscientemente a tus labios.
Cuando te das cuenta, la separas enfadada. Te tapas la cara con las manos y bufas.
Respiras hondo y miras a Leia. Está tumbada de lado. Apoyas la cabeza en su hombro y la abrazas.
Leia gruñe.
-¿Qué te he dicho de abrazarme mientras duermo? -pregunta sin abrir los ojos.
-He tenido una pesadilla... -murmuras.
Ella hace un ruido con la garganta y se gira para ponerse boca arriba. Pasa una mano por tus hombros para que te tumbes apoyándote en ella. Colocas tu cabeza entre su hombro y su pecho y pasas tu brazo por su cintura. Ella deja el suyo en tu espalda.
Miras el reloj.
-¿Por qué coño tienes un despertador tan temprano?
-Examen a primera... Necesito muchos despertadores para despertarme -responde medio dormida.
Leia no tarda mucho en roncar. Y entonces te acuerdas de por qué Leia no debe dormir boca arriba.
No te importa: esperas los treinta minutos que faltan tumbada con ella, notando los movimientos de su respiración y el sonido de su corazón. De todas formas, no quieres dormirte: temes que al hacerlo vuelvas a soñar con Melca. Y para tan poco tiempo que queda...
Intentas no estallar en carcajadas cada cinco minutos: suena el despertador, Leia lo apaga con una mano, sin mirar, y a los pocos segundos vuelve a roncar. Da la impresión de que ya ni si quiera se da cuenta de que estás ahí.
Cuando ya es la hora, apagas tú el despertador y te levantas. La mueves por los hombros.
-Leeeiiiaaaa, arriibaaa.
-Mmm... Ya voy...
-Veengaa...
Ella hace un ruidito con la garganta. Te levantas y le tiras a la cara la camiseta que tiene en su silla: una negra, con una calavera y sin mangas.
Leia hace un ruido con la garganta, se quita la camiseta de la cara y vuelve a dormir. Te ríes y te vistes. Cuando terminas, mueves el colchón para que rebote y se despierte.
-Paaraa...
-Leia.
-¿Qué?
-Dí "supercalifragilísticoespialidoso" -dices la palabra más grande del mundo según la película Mary Poppins.
-Supercalifragilísticoespialidoso.
-Vale, estás despierta. Venga, que llegamos tarde.
-Ahora bajo... Ve desayunando.
Cuando bajas a la cocina, lo primero que ves es a su padre, sentado en la mesa y arreglando con sumo cuidado el ala de una de las naves que cuelgan por el tejado de su casa o descansan en sus estantes. Jaime está poniendo cola en la parte rota y parece tan concentrado que te da cosa despistarle.
-¡Hola, papá! -saluda Luke apoyándose en su hombro de un salto.
Jaime pega un brinco y su pincel se estrella contra la nave.
-¡Luke!
-No seas, papá, que es cola y la nave es blanca, no se notará.
Él bufa y respira hondo, notas que está intentando no pegarle un grito.
-¡Hola, hermana!
Luke te da un abrazo rápido antes de ir a hacerse el desayuno.
-Oye, Luke... -lo llama su padre.
-¿Qué?
Jaime le pide que se acerque con un gesto y, cuando está a su lado, le da con el pincel impregnado en cola en su camiseta blanca.
Él abre los ojos desorbitados.
-¡¿Qué...?!
-¿Qué? Es blanca, no se notará.
Luke aprieta la mandíbula y respira hondo. Suelta el aire y se quita la camiseta, saliendo de la cocina.
Te aguantas la risa.
-Pero ahora le darás más trabajo a Mónica limpiando.
-¿A Mónica? Aquí cada uno se limpia su ropa y cuida sus cosas. Tanto Luke como Leia como yo somos suficientemente mayorcitos como para no necesitar de una niñera, ¿no crees?
Asientes y te pones una tostadas a hacerse.
-¿Y Leia?
-Supuestamente ahora bajaba.
-O sea que se ha vuelto a quedar dormida... Normalmente la despierta Luke porque con el despertador sólo no hay manera, pero ahora "ha perdido un tiempo muy valioso por tener que ir a cambiarse la camiseta".
Te ríes y pillas la indirecta.
-¿Me vigilas las tostadas?
-No creo que se escapen.
Jaime sonríe y continúa arreglando su nave.
Subes de nuevo las escaleras y ves que Luke está en su cuarto poniéndose una camiseta al tiempo que habla por teléfono. Se arregla el tupé cuando se coloca la camiseta.
Cómo no, Leia vuelve a dormir. Subes a la cama de rodillas y piensas en zarandearla, pero te da pena después de que no te haya echado mientras dormía, sabiendo cómo ella es. La abrazas y le das un beso en la mejilla.
-Leia... Despierta...
Ella hace un ruido con la garganta.
-Leia... Que tienes un examen...
Vuelve a contestarte con un gruñido.
La pena se va cuando vuelves a mirar el reloj: te levantas, vas al baño, llenas un vaso de agua, y se lo tiras a la cara.
-¡ME CAGO EN LA PUTA! -grita ella abriendo los ojos de golpe.
Con lo modosita y tierna que está cuando duerme...
Intentas no reír. Leia se seca la cara con la parte de las sábanas que no se han mojado y se deja caer de nuevo con un suspiro.
-Leia...
-Di -gruñe.
-Di "supercalifragilísticoespialidoso".
-No me da la puta gana.
Te ríes.
-Vale, ahora sí que estás despierta.
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