E
–Hola –saludas al llegar.
Allí está tu grupo, esperando para entrar a clase: Sam, con su inconfundible sonrisa; Zahara, mordiéndose el labio mientras mira a un grupo de chicas en frente de ellas; Fabiola, jugando a enrollarse un mechón de pelo en su dedo mientras escucha a Sam; Leonor, sin apartar la vista de sus apuntes.
Tu inconfundible y querido grupo.
Te acercas y le das un cachete en el culo a Zahara.
–Se te van a caer un día los ojos de tanto mirar.
–Uy, no creo –responde ella, sin apartar la vista–. Joder, ¿has visto qué buena está la morena? Le hacía hijos hasta que me salieran a pares.
–Pero si tú ni si quiera le puedes hacer hijos –replica Sam aguantándose la risa.
–Cállate, joder. Vete a rezar y déjame pecar en paz.
Sam pone los ojos en blanco y Zahara sigue mirando, literalmente, los pechos de la chica que tiene unos metros más allá.
–No sé cómo no le han puesto una orden de alejamiento ya –comenta Fabi divertida.
–Porque disimulo.
–Sí los cojones –replicas tú.
–Cállate, mosquita muerta.
–Mosquita muerta tú, te recuerdo que yo al menos tengo una ex con la que pasé del nivel "darse la mano".
–Oh, eso es un golpe bajo, cacho de puta.
Te ríes.
–Lo siento, pero la primera fase es aceptarlo.
Ella te pega en el culo y tú das un saltito para apartarte y refugiarte en los brazos de Sam, de forma que tu trasero quede cubierto por su cuerpo. Sam sonríe y te rodea con los brazos, Zahara te saca la lengua y vuelve su mirada al grupo.
–¿No tienes nada más interesante que hacer, o que contarnos?
Vuestros relojes suenan anunciando que ya comienzan las primeras clases.
–Ahora sí. Hasta luego, gente.
–Adiós, chicas. Sam, tu clase empieza más tarde, ¿verdad? ¿Me acompañas a mi aula?
–Claro, preciosa.
Le das la mano y camináis hasta la puerta de tu clase. Al llegar, le das un beso en la mejilla y entras en ella. Te encanta Sam, porque sabes que en cualquier momento puedes acudir a su ayuda. Además, siempre está disponible para darle, o darte, cariñitos.
Nada más entrar, buscas con la mirada a Melca. ¿Sabes que siempre lo haces, incluso cuando no te das cuenta, verdad? La ves sentada con Paloma y su grupi. Vas con ellas y coges una silla, dándole la vuelta y sentándote de modo que puedes apoyar los brazos en el respaldo y mirarlas.
–Hey. ¿Qué tal?
–Hacéis buena pareja –te comenta Paloma, ignorando tu pregunta.
Tú arrugas la nariz y le enseñas el dedo corazón.
–Joder, Valeri, no se te puede decir nada, chiquilla.
Miras a Melca buscando una mirada de "déjala, ya sabes cómo es". Pero su mirada no dice para nada eso. De hecho, ni si quiera sabes qué es lo que dice. Quizá hasta está de acuerdo... Espera, no. Melca te conoce bastante como para saber que tú y Sam no... ¿No?
–Es que no es mi pareja –espetas, aunque te sale más borde de lo que quisieras.
–¿Ah, no? Pues no te veo dándole besitos en la mejilla a... No sé, Leia.
Pones los ojos en blanco. ¿Esto es en serio?
–¡Dios! ¡Como que si le intentas dar un beso en la mejilla a Leia te pega una hostia!
–No nombres el nombre de Dios en vano, Valeria –te regaña Melca, exasperada.
¿Lo peor? Que sus amigas te miran como si no tuvieras remedio. Joder, lo que hay que hacer por amor.
Te obligas a coger aire y soltarlo poco a poco.
–Lo siento. Simplemente, entre Sam y yo no hay nada más que amistad.
–Bueno, si no te importa, Valeria, estábamos en medio de una conversación importante... Entre amigas –te sugiere Paloma que te vayas.
Miras a Melca. Ella sólo hace un gesto señalando tu mesa con la cabeza.
Bufas, te levantas y te sientas en ella con un golpe pesado. La profesora no tarda mucho para llegar.
Y así, empieza una clase más en la carrera de Sociología.
Cuando acaba la clase, te giras hacia Melca, que dibuja en su agenda.
–¿Qué haces?
–Dibujar –responde, como si fuera lo más obvio del mundo.
Te acercas más para asomarte por encima de su hombro y examinas el dibujo: es un corazón gigante en el que está una pareja que se coge de las manos, apoyadas en un balcón que da al mar. A la derecha, la chica sonríe con una larga melena colocada sobre su hombro. A la izquierda, un chico alto la mira con dulzura.
Y es que Melca dibuja extraordinariamente genial. Suele hacerlo tipo dibujos, no realistas, pero es fabulosa.
Aunque no te termine de gustar la idea que de que no pinte una pareja chica-chica nunca, decides intentar conversar con ella y te dijas más en el dibujo.
–Es curioso... Me recuerda a alguien –comentas.
Ella se queda pensando, mirando al muchacho. Sin previo aviso, arranca la página de la agenda, la hace una bola y la tira al suelo.
Frunces el ceño.
–¿Qué te pasa?
–Ya sé a quién te recuerda.
Te agachas para recogerlo y lo miras de nuevo. Esa barba... Con el pelo rizado y la cara cuadrada... ¿Pero quién...?
Melca guarda sus cosas en la mochila y se levanta.
–¿Vienes o qué?
–Claro... –respondes, cortada por la bordería en su voz.
–Y tira esa mierda –añade señalando con la cabeza el papel en tu mano.
Te quedas un momento parada, coges tu mochila y la sigues.
–Espera... ¿Melca Caballero Alcántara, diciendo "mierda"?
–Vete a freír espárragos, Valeria... Y tira eso.
Lo haces en la primera papeleara que encuentras.
–¿Pero quién es?
Melca te mira enfurecida.
–¿En serio no lo reconoces?
No te atreves a responder. Ella bufa.
–Mi hermano me ha dicho que vienen esta tarde. Y juro que hoy mato a alguien.
La ves demasiado agresiva, pero no caes. Sabes que su hermano, Jesús, se fue hace años del país por estudios, trabajo o... Algo así. Pero ya está.
Aceleras el paso para alcanzarla.
–Ey... ¿Estás bien? –le preguntas dulcemente, cogiéndole la mano– ¿Te puedo ayudar en algo?
Melca te suelta de golpe, con un gesto arisco, y sigue andando.
–¡Joder, Vale, déjame! ¡No quiero más problemas aún hoy!
Te quedas parada en tu sitio. Porque tú no eres nada más que eso: un problema. ¿No?
Sientes como el corazón se te para, luchando por no hacerse añicos.
No vuelves a hablar con Melca en el resto de las clases. No porque ella no quiera, si no porque a ti no te da la gana. Y al mismo tiempo... Echas de menos a cada segundo sus ojos celestes hundidos en los tuyos, acompañados por esa sonrisita suya.
¡¿Por qué tiene que afectarte así?! Ni unas horas puedes aguantar sin hablar con ella, joder, ni un día.
Al final Leia iba a tener razón cuando bromeaba con que la acosabas.
A veces, la miras por el rabillo del ojo. Ella parece nerviosa, ni si quiera está atenta a las clases. Sus amigas le hacen bromas de vez en cuando, y parecen calmarla. En un momento, Paloma le da la mano sobre la mesa, acariciándosela con el pulgar. Melca le sonríe y apoya su cabeza en el hombro de la joven.
Tienes ganas de escupir a las dos.
Cuando sales a la hora del almuerzo, caminas hacia donde siempre está Leia. Melca te alcanza por detrás y pone una mano en tu espalda para que sepas que está ahí. La miras por el rabillo del ojo. No quieres que note que estás enfadada, pero al mismo tiempo quieres gritarle las cuarenta.
Porque no, ni si quiera contigo misma eres capaz de ponerte de acuerdo, señora cabezota.
–Oye, Vale, las chicas hoy se van a ir antes, ¿puedo quedarme a comer contigo?
Ahora sí, la miras enfadada. Porque claro, tú sólo eres el segundo plato al que acudir cuando el grupito no puede estar, ¿no?
Ella lo nota y arruga la nariz. Apartas la vista para buscar a Leia, sus amigos, o los tuyos.
–Lo siento por lo de antes, Valeri... Es que...
Estás a punto de decirle que se meta sus estúpidas excusas por donde le quepan, porque no tiene ningún motivo para tratarte mal cuando sólo intentas ser amable. Y porque te sientes como una puta mierda, oh, eso también.
Pero entonces la miras y ves su cara desfigurada. Sigues sus ojos celestes hasta un joven con barba, el pelo rizado y los ojos claros. De mandíbula algo cuadrada. Él está sonriendo a Melca, quieto en su sitio.
Espera... Ese... El dibujo... ¿Pero quién...? NO. Ese.
Vuelves a mirar a Melca rápidamente. Ella tiene los ojos vidriosos y corre hacia él, abrazándole por el cuello. Él se ríe y la levanta de los muslos abrazándola.
–¡Kiiikeee!
Él vuelve a reír porque la emoción hace que le tiemble la voz a la rubia. No, espera, no "la" rubia. "Tu" rubia.
–Hola, Melca. Yo también te he echado de menos. Aunque ya pudieras haberme respondido a los emails.
Ella lo mira y frunce los labios.
–Mmm...
–Ya, lo sé. Es difícil. No te preocupes. Espero que ya estés mejor.
–Bueno... –Ella se queda pensando un momento– Da igual. Me alegro de volver a verte.
Melca da un beso sonoro al hombre en la mejilla.
Es Enrique. Su ex. O "el gilipollas de su ex", según tú.
El hombre se ríe con esa encantadora risa suya que tan odiosa es para ti, y levanta la mirada percatándose de tu presencia; aunque no en tus puños y mandíbula apretados.
–Hey, Va... ¿Valeri?
Tú ya te has dado la vuelta y les ignoras. Apresuras la marcha llena de rabia por todo lo que ha acontecido a lo largo del día, y con ganas de pagarlo todo con el guaperas de Enrique, y entras en la facultad de Sam. Corres por el pasillo, buscando, pero tus ojos llorosos no te dejan ver mucho.
Al final es Sam quien te encuentra. Te llama con los brazos extendidos.
Corres a refugiarte en sus brazos y sollozas. Sabes que no tienes motivos para llorar, pero sientes que te asfixian los pulmones.
–Hey... Bonita, ¿qué te pasa? –pregunta con dulzura.
Pasa la mano por tu pelo intentando reconfortarte, sin dejar de abrazarte, sin apresurarte para que le contestes. Sam da los mejores abrazos del mundo. Tú sólo te pegas más a su cuerpo, queriendo desaparecer en él. Te da un beso en la cabeza y te mece un poco, dejándote tu tiempo para que te relajes. La gente que pasa a vuestro lado os mira, pero le da igual. Sólo tiene ojos para ti y para procurar que estés bien.
–¡Valeri! Carlos me ha dicho que venías corriendo para acá... ¿Valeri?
Es Leia quien habla, quien viene agitada y se preocupa al ver que no te separas de Sam. Todo empeora cuando le devuelve una mirada que le da a entender que estás mal.
–Valeri...–murmura Leia. En seguida se repone:– ¿A quién tengo que pegar?
Tú niegas con la cabeza. Ya no lloras, no te permites llorar. Pero te duele la garganta por tragar las lágrimas.
–Venga ya... Que sé que no tienes la regla... A alguien habrá que pegar. Tú sola no te lastimas.
Te separas de Sam y abrazas a Leia, que, al contrario que Sam, es algo más baja que tú. Ella te corresponde a su desacostumbrada manera. Es verdad que Sam da los mejores abrazos del mundo, pero sentir a Leia a tu lado te protege como nada.
–Anda... Vete a estudiar –consigues decir por fin–. Sé que tienes un examen ahora... Y Sam cuidará de mí.
–¿Seguro que no me necesitas? –Niegas con la cabeza– ¿Y seguro que no tengo que pegar a nadie?
Vuelves a negar. Ella te da un apretón en la mano para darte ánimos y mira a Sam.
–Cuídamela.
Su cabellera pelirroja asiente y Leia se va, muy a su pesar.
Sam se acerca a ti y te pasa los brazos por tus hombros con cariño.
–¿Quieres que vayamos con las chicas?
Niegas con la cabeza.
–Quiero estar contigo... –murmuras agarrándote a su camiseta, saliéndote voz de niña pequeña.
–De acuerdo...
Sam te pasa el brazo por el hombro, con el tuyo por su cintura, y camináis por los jardines, alejandoos de allí. En ningún momento te obliga a decirle nada, pero sentirle cerca ayuda. No sabes si podrás contárselo todo sin sentirte como una mierda por preocuparles por esas tonterías. Pero te sientes realmente mal, y necesitas soltarlo. Además, sabes que Leia puede insultarte hasta morir, pero Sam nunca critica nada. Y menos si de sentimientos se trata. Sabe lo que es sufrir por cosas que los demás no entienden que sean dolorosas.
Al final, terminas soltándolo todo, entre suaves hipidos.
Sam te mira con cariño y te deja hablar hasta que terminas, dándote tu tiempo. Cuando acabas, te responde con voz comprensiva y tranquila:
–Es normal que te sientas mal, preciosa... Estás enamorada de Melca desde siempre, y ella no sólo ha dejado que te echen porque sí, sino que te ha hablado mal, y después ha saltado literalmente a los brazos de su ex, aunque horas antes estuviera diciendo que quitaras un dibujo de su vista porque se parcía a él... Además... Tú y yo sabemos que si darte la mano es un problema, es porque le avergüenza que puedan pensar que es como tú, y sabemos que eso duele... Te entiendo, pequeña, pero que estés mal por eso no sirve para nada. Recuerda que un día sin sonreír es un día perdido.
–Lo sé... Pero...
–Lo sé: duele. ¿Por qué no lloras para desahogarte? Se nota que tienes un nudo enorme en la garganta y en el pecho, Valeri... Mira, hagamos una cosa. –Sam se pone en frente de ti, coge tus brazos, y los pasa por su cintura– Abrázame todo lo fuerte que puedas, y déjalo salir en lágrimas.
Tú levantas la cara para mirarle a los ojos.
–¿Y si te hago daño?
–Dolor compartido es menos dolor, ¿no?
Sam te regala una de sus entrañables sonrisas y consigue contagiártela. Haces lo que te pide: le abrazas con fuerza y dejas correr las lágrimas hasta que no te quedan más por soltar. Entonces, respiras hondo, aflojas tus brazos y te quedas apoyada en su torso.
–Gracias...
–No hay de qué, Val. ¿Mejor?
–Algo.
–Dime, ¿alguna vez Melca te dijo que quisiera volver con Kike?
–Bueno... Sabía que ella no había dejado nunca de quererle... Pero... Teniendo en cuenta que hacía mucho que no me hablaba de él, pensé que ya lo había olvidado...
–Mmm... Entiendo...
Hundes tu mirada en sus ojos esmeralda.
–¿En qué piensas?
Sam suspira y te devuelve la mirada.
–En que quizá simplemente no quisiera ser pesada hablando de un hombre que la había dejado ya hace tiempo... Aún así... Me parecería raro que volvieran después de tanto tiempo, Valeria. Si lo dejaron, sería por algo.
–Sí... Porque él se tenía que mudar...
–Uff. Pero... ¿sabes si ha venido aquí de manera permanente?
–No lo sé... Sólo me he enterado de que venía con Jesús.
–¿Su hermano?
–Ajá...
–Mmm... Bueno. –Sam te pasa la mano por el pelo, quitándotelo de la cara, y te besa en la frente– Mira, preciosa, no lo sé... Pero intenta no preocuparte mucho por eso. Sé que duele, pero... Si Melca volviese con él, es cosa suya, porque significará que no quiere nada contigo... Y deberás olvidarte. Y si no lo hace... Aún así, no podemos saber si siente algo por ti. Pero ten en cuenta que alguien que te trata mal porque se estresa mientras sigue bien con el resto del mundo, posiblemente no valga la pena... Yo no sé. Pero tú te mereces ser feliz. Así que no dejes que esto te robe la sonrisa, Valeria, que es muy bonita... Y tú eres más fuerte que todo esto.
Sonríes y le abrazas. A veces sienta bien que te digan palabras bonitas además de zarandearte con verdades.
–Gracias, Sammy... Te quiero.
–Y yo a ti, renacuaja. Anda, vamos, que te invito a un helado.
Sonríes sin poder evitarlo, recordando cuando tu padre lo arreglaba todo regalándote un helado.
–Pero la heladería está muy lejos... –Te quejas poniendo voz de niña– No quiero andar tanto...
Sam sonríe de medio lado entendiendo lo que quieres.
–Anda... Ven aquí, vaguita.
Te coge a caballo y tú te abrazas a su cuello y apoyas la cabeza en tus brazos. Te dejas mecer por sus movimientos al andar y respiras tranquila. Sentir a Sam cerca hace que te sientas indudablemente mejor. Sam tiene ese don para hacer que te sientas cómoda, tranquila, comprendida.
Sam empieza a cantar en susurros una de esas canciones de Pablo Alborán que se sabe de memoria. Tú cierras los ojos y te dejas llevar por su suave voz, intentando olvidarte de todo.
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