A
Azu os ha invitado a Leia y a ti a ver una exposición de arte callejera que han organizado con el Ayuntamiento para acercar más el arte al pueblo. Lo han hecho entre los estudiantes de Bellas Artes y de cursos relacionados de la ciudad, y hay varios cuadros de la chica.
Caminas con Leia, hablando de todo y de nada. Ya veis la exposición, hay bastante gente. Los cuadros están puestos en caballetes.
–Mira, ahí está nuestra loca.
Sonríes y os acercáis a ella.
Se ha vuelto a poner la ropa blanca pintada, pero esta vez tiene una sonrisa celeste dibujada en su mejilla: el símbolo que pone tras el "Blue Smiling" en cada una de sus obras. Además, lleva un pincel en su mano y un lápiz en la oreja.
–Veo que te gusta vestirte de pintor de brocha gorda –bromea Leia cuando llegáis a su lado.
–Si vengo a exponer arte, me gusta ser arte en mí misma. Y muy poco pintor de brocha gorda habrás visto tú para pensar que esto se consigue así.
–Lo sé, sólo bromeaba.
–No sé si darte un abrazo o si me mancharás –tercias.
Azu se ríe.
–Tranquila, está todo seco.
Te abraza. Saluda a Leia chocando los puños.
–¿Este es tuyo? –pregunta Leia mirando el cuadro más cercano.
–Así es.
Leia lo observa. Representa una niña caminando, cuya sombra se eleva por encima de su cabeza, transformándose en un monstruo en el que se vislumbran escenas translúcidas, objetos que aparentan querer decir que son algo más de lo que puedes ver.
–Representa los demonios que llevamos dentro... –susurra Leia asombrada.
–Exacto.
Leia la mira.
–¿Cuáles son tus demonios?
–Habéis venido a hablar de arte, no de mí.
Miráis el cuadro más cercano, en el que se ve una mejilla con una mano sobre ella. Por la posición y la perspectiva, no se sabe si la está acariciando o golpeando.
En el siguiente, un cúmulo de adultos trajeados pintados de gris observan a un grupo de niños lleno de color, que juegan divertidos e imaginan que un dragón vuela sobre sus cabezas.
Seguís observando todas las obras, después de las de Azu las del resto. Hay muchas que tú no entiendes, que te parecen absurdas. Leia, en cambio, parece fascinarse con todo, aunque su rostro esté casi tan inexpresivo como siempre. Cuando termináis y volvéis con Azuleima, Leia vuelve a observar sus cuadros.
–Es hora de comer, mi compi se quedará vigilando el cotarro. ¿Queréis ir a tomar algo?
–Vale –respondes.
Leia asiente, con la mirada fija en el primer cuadro que vio esta mañana.
–Lástima que aquí no se pueda comer de tapas. ¡Echo de menos mi Granada!
–Quejica –le dice Leia.
–Para nada.
–¿Cuándo volverás con tu familia?
–Me iré a Sevilla en unos días, cuando deje todo esto preparado.
–¿Volverás? –pregunta Leia.
Azu la mira, tarda algo en contestar.
–No lo creo. Pero tenéis casa en Sevilla y en Granada para cuando queráis venir a visitarme.
–¿Dónde pasas más tiempo? –preguntas.
–Donde me lleve el viento.
Observáis a Leia, que se ha quedado callada con la vista fija en el frente, mientras camináis. Azu, que camina entre ambas, le da con el puño en el hombro.
–Oye, que que me vaya no significa que me vaya a olvidar de ti, ¿eh?
Leia le mira haciendo una mueca.
–Ni que me importara.
Azu sonríe negando con la cabeza y pasa un brazo por tus hombros.
–Bueno, ¿qué queréis comer?
–A mí me da igual, lo que quieras, artista.
–Me han dicho que hay un restaurante italiano barato muy bueno por aquí cerca.
–Por mí genial.
Leia asiente con la cabeza.
–Oye.
Azu te mira.
–¿Qué?
–Yo sí que te voy a echar de menos.
La mujer sonríe.
–¡Ay que te estrujo! –responde abrazándote.
Te ríes.
–¡¿Pero qué mierda de expresión es esa?!
–La mía. Déjame.
Leia se ríe.
–Si es que hasta para alegrarte eres rara.
–¡Que no me hagáis bullying, pesadas!
Estáis comiendo al lado de una ventana, hablando y disfrutando de la rica comida italiana. La mesa se oscurece. Azu frunce el ceño y mira por la ventana.
–Mierda...
–¿Qué pasa?
–Son nubes negras. Va a haber que ir a recoger los cuadros.
–Te ayudamos –dice Leia, se mete un tenedor en la boca y espera a tragárselo–, si quieres.
Ella asiente.
–Gracias. Creo que nos da tiempo a terminar de comer.
Azuleima saca su móvil y manda un mensaje. Cuando termináis de comer a toda prisa, salís del restaurante y os encamináis de vuelta a la exposición. Comienza a chispear. Echáis a correr.
Los artistas ya están recogiendo. Ayudáis a Azuleima cogiendo sus cuadros y metiéndolos en la furgoneta que los llevará a una sala de la facultad de Bellas Artes hasta que puedan volver a sacarlos. Después colocan los cabestrillos en otra furgoneta. Ha empezado a llover más fuerte y estáis empapadas, pero, por suerte, los cuadros los metísteis rápido, y uno de sus compañeros los había cubierto antes de que llegárais, mientras esperaban las furgonetas.
Azu os mira y se ríe por la pinta que tenéis todos, con las ropas mojadas y el pelo pegado a la cara, chorreando.
–Lo siento... Vamos a mi casa, está cerca. Os daré un café caliente en compensación, y así podréis cambiaros.
Corréis hasta la casa de Azuleima entre risas. Leia aprovecha para salpicar a Azu cada vez que ve un charco.
–¡Que no me hagas bullying!
–¡Por puta! ¡Que nos hemos mojado por tu culpa!
–¡Esto en Sevilla no pasa!
Llegáis a su portal. Azu busca las llaves entre sus bolsillos.
–¡Azu, que los he visto más rápidos! –se queja Leia.
–¡Ya lo sé!
–¡Azu, me estoy mojando!
–¡Y yo, coño!
La chica consigue sacar las llaves, pero no atina en la cerradura. Las manos le tiemblan por el frío y los nervios de querer hacerlo rápido.
–¡Azuleima, me cago en Dios, que sabes pintar un cuadro y no meter una puta llave en su puta cerradura!
Azu se ríe y tú niegas con la cabeza, helándote hasta los huesos.
–¿Te quieres callar? –replica la rubia.
Leia se encoge de hombros.
–Cállame.
Azu se aguanta la risa y le da un pico antes de volver a la cerradura. Se ha convertido en una broma entre las dos.
Leia la aparta y coge la llave, metiéndola en la cerradura al primer intento y abriendo la puerta. Pasáis dentro rápidamente.
–Joder, Azuleima, que seas lesbiana y no sepas meter un puto palo en su puto agujero es para pegarte.
Soltáis una carcajada, tomadas por sorpresa.
–¡Pero serás pervertida! –replica Azu.
–A veces no me explio en dónde tienes la mente –dices tú.
–Lo que digáis. Bueno, ¿subimos ya o qué?
Azu asiente y llama al ascensor. Estáis tiritando y os pasáis las manos por los hombros intentando entrar en calor. Cuando el ascensor llega, Azu pulsa en el último botón: el séptimo.
–¡No me jodas! ¿No podrías vivir en un bajo?
–Leia, para de quejarte –le dices.
–No quiero.
–Se queja para que me harte y le de un buen morreo –bromea Azu.
Salís del ascensor y Leia, que se ha quedado con sus llaves, abre la puerta.
–¡Camila, Shark! ¿Estáis ahí?
–¡Sí! ¿Qué pasa?
La chica que conociste la otra vez que estuviste en su casa se asoma acompañada por otra muchacha.
–Joder, Azu, estáis empapadas...
–Ya... ¿Podéis dejarles algo de ropa? La mía les tiene que quedar pequeña.
–Claro.
Azu os guía al interior de la casa.
–Hay una ducha ahí y otra allí. Daros un baño caliente antes de que os resfriéis, anda. En seguida os llevo toallas y ropa.
No os lo tiene que decir dos veces antes de que salgáis corriendo al baño. Qué maldito frío para ser verano. El tiempo está loco.
Cuando sales de la ducha y te vistes, sales en busca de Azuleima. La encuentras en la cocina, preparando un chocolate caliente, enrollada en una manta. Ella se ha cambiado a ropa seca sin ducharse y el frío se le ha quedado calado en los huesos.
La abrazas por detrás para calentarla.
–Pobre viejita, que no está ya para estos trotes.
Ella te mira entrecerrando los ojos. Te ríes.
–Es broma. ¿Estás bien?
Frotas sus hombros para transmitirle calor sin dejar de abrazarla.
–Mejor ahora. –Sonríe– Gracias.
–No se puede dejar que la única persona que quiere viajar por el mundo transmitiendo sonrisas muera de una hipotermia.
Azuleima sonríe más ampliamente.
–¡Aayyy, que te estrujo! Mira que eres mona.
Te ríes.
–¿Quieres que te ayude con eso?
–Ya está hecho. Pero si lo llevas tú mejor, que así puedo sujetar la manta.
Asientes y coges la bandeja, donde ha puesto tres tazas de chocolate caliente y un plato con galletas. Lo lleváis al salón, donde veis a Leia observando otro de sus cuadros.
–¿Es la primera vez que vienes aquí? –le preguntas.
–No, pero la primera estaba demasiado ocupada en otros menesteres como para fijarme en nada.
Azu se sonroja.
–¿Queréis... dejar de hablar de eso?
–Perdona –respondes.
–No, –contesta Leia, aún mirando el cuadro– no me arrepiento. Conocí a una buena mujer aquel día.
Azu sonríe e intercambia una mirada contigo. Sonríes ligeramente encogiéndote de hombros, como diciéndole que es su manera de decirle que también la echará de menos.
Os sentáis en torno a la mesita del salón y disfrutáis del reconfortante calor del chocolate.
Observas a tu al rededor y ves un cuadro del mar. Está pintado en... aguamarina.
–¿Sabéis...? El otro día, en la piscina, me rayé un poco por algo...
–¿Qué pasó? –te pregunta Leia.
–Veréis... Bueno –Miras a Azu, a ella tendrías que explicarle desde antes, ¿recuerdas a Alicia, que vino también con nosotros?
–Mmmm... ¿La chica que es muy guapa y tiene unos ojos preciosos?
–Sí, esa.
–Me quedé con ganas de pedirle que me dejara hacerle una foto para dibujarlos.
–Pídeselo. Le sentiría bien para su autoestima...
–Bueno, ¿qué pasa con ella?
–Es mi ex.
Abre los ojos sorprendida.
–Vaya... Así que hay un "antes de Melca" en los mundos de Valeria.
Leia se ríe y niega con la cabeza.
–No te creas...
Azu frunce el ceño.
–Yo... Estaba enamorada de Melca cuando salí con ella. Pero total, ese no es el caso. Lo que pasa es que me quedé embobada mirándola como me pasaba antes, perdida en sus ojitos aguamarina... Me perdí en el recuerdo. Y la verdad es que no lo entiendo, porque incluso estando con ella yo quería estar con Melca. Y ahora estoy con ella.
–¿Tú la querías? –te pregunta Azu.
–Mucho. Muchísimo. Pero no estaba enamorada de ella.
–Esas cosas son difíciles de olvidar.
–Pero... Yo no echo de menos los tiempos con ella, aunque me acuerde más a menudo de lo que me gustaría. Y... No lo entiendo.
–El pasado te persigue siempre hasta que no haces las paces con él.
–¿Y cómo hago eso?
–¿Te quedó algo por hacer mientras estabas con ella?
Te quedas sin contestar, pensativa.
–Siempre te has sentido culpable –dice Leia.
–Sí... Siempre. Desde que empecé a entender que no me enamoraría de ella.
–¿Y qué hiciste?
–La dejé para no seguir engañándola... Y después hice que se quedara sola al separarla de mis amigos para no sentirme culpable.
–¿Y te sientes bien con ello?
–Para nada. Me siento como la persona más horrible del mundo cada vez que lo pienso.
–Pues habla con ella. Tienes que hacer las paces con tu pasado.
–Te queda algo por resolver con Alicia, algo que hace que no estés cómoda cada vez que la ves –agrega Leia–. Se te nota a leguas que su presencia te incomoda.
Asientes levemente.
–No sabría qué decirle.
–Piénsalo.
Piénsalo, y piénsalo otra vez.
Y recuerda.
Recuerda que el pasado te persigue siempre hasta que haces las paces con él.
No pierdas la oportunidad de hacer las paces. Resuelve los conflictos que se han quedado encallados en tu corazón... Antes de que sea tarde.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top