ruegos silenciosos
Me acosté a dormir con la certeza de que no iba a despertar, y se sentía correcto, o al menos por un rato.
Mi cabeza yacía en la almohada y mis brazos abrazaban mi cuerpo, casi como pidiendo perdón.
No sabía muy bien como sentirme, ¿estaba bien?¿mal?¿triste?¿enojada? No entendía, era todo muy raro.
¿Cómo podía no serlo? Una nena de diez años deseaba tanto no estar viva que buscó la manera de morir.
Que inocente. Había tomado dos pastillas de ibuprofeno, porque siempre le dijeron que las pastillas tenían dosis para adultos y que le harían mal, y como no, una doble dosis le haría peor.
Se fue a la cama pensando que eran sus últimas horas. Pobre mi niña.
Por un momento creyó en todos y cada uno de los dioses, y les rogaba que la dejasen vivir, que fue una equivocación, que solo cargaba con mucho dolor.
Y al final se despertó. El resto es historia, porque acá estoy escribiendo para ustedes.
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