Te veo cada día al despertar.
El cielo celeste, la bruma de las nubes aterciopeladas, el sol encandilante.

Te observo sintiéndome pequeña, como una niña ante sus padres, pero lo hago sin sentir miedo, sino una profunda admiración.

¡Que resiliente que eres, mi amada!

Cuestiono cada uno de tus movimientos, pero no puedo evitar sentir pena.
No es culpa tuya todo lo que sucede estos días.

Me olvido siempre de preguntarte, ¿cómo estas, mi amada?

Te siento sufrir ante el paso del tiempo, cada tic tac del reloj te está matando.

Dime, ¿cómo puedo ayudarte?

Solo dímelo y lo haré sin chistar.

Recorreré caminando desde tus píes a tu cabeza, gritaré a los cuatro vientos tu nombre, defenderé tu honor ante cualquier invasor, repetiré los valores que llevas con tanto orgullo.

Oh, mi amada. ¿Qué es lo que te está pasando?

Te pierdo, te pierdo, te pierdo.

Vuelve a mí, mi amada. Yo te protegeré.

Lograré que los invasores no puedan tocarte, que los ignorantes no peleen en tu nombre y llenen sus bocas de la falsa libertad, que te levantes del suelo junto a todos los que te amamos.

Oh, amada mía. Ya llegará el día. Juro que llegará.

Mientras tanto, espero la gloria admirándote cada día como una fiel creyente de tu bondad, mirando como mueves el cielo celeste, la bruma de las nubes aterciopeladas y el sol encandilante clamando por tu libertad.