• CAPÍTULO 67•
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67. «Antes de meterte en esto, debiste mejorar en Oclumancia»
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La sala de menesteres tenía más usos de lo que los magos pudiesen utilizar. Sólo que nadie pensó nunca que podría haber sido utilizada para fines que irían contra la ética y la seguridad de la escuela. Quizás habían personas que lo sospechaban, sin embargo ninguno se había atrevido a hacer algo más al respecto.
Nina había estado en varias ocasiones en la sala de menesteres; sola, junto a Fred y con este último había vivido momentos memorables en dicha sala que iba y venía. Ahora el corazón le latía fuerte, pues sabía a quién encontraría dentro de esa misteriosa estancia, no obstante, no tenía idea sobre qué era lo que hacía allí y saberlo tampoco le daba tranquilidad.
La bruja avanzó calmando su respiración, intentando no hacer ruido mientras se trasladaba entre la gran cantidad de cosas apiladas que allí habían guardadas unas encima de otras, hasta que los sonidos de la característica voz de Draco resonaron en sus oídos.
—Armonia Nectere Pasus —. Draco balbuceó las palabras del hechizo, las sabía de memoria, eran como una especie de mantra, ya que eran palabras que repetía día tras día en su afán por componer el armario.
Nina trató saliva y no entendió porqué le invadieron unas terribles ganas de llorar. Solamente que no era el instante apropiado para que las emociones desbordaran a través de sus ojos. Analizó desde una mesa colmada con cachibaches la postura tensa del rubio y suspiró cuando este maldijo.
Sin buscarlo, sin hacer el más mínimo esfuerzo, un torrente de imágenes traspasaron por su cabeza. Vió a Draco en medio de Borgin y Burke, junto a su madre, además de unos hombres que claramente eran mortífagos. Su amigo observaba con sumo cuidado un armario idéntico al que había allí.
Sus dones para la legeremancia habían mejorado considerablemente. Desde que Draco la inició en «esas artes» su progreso había ido en aumento, claramente él jamás pensó que haberle enseñado aquellas artes oscuras contribuirían para que descubriera lo que hacía en ese preciso segundo.
—Vaya, Draco... —expresó sin saber muy bien que decir —, antes de meterte en esto debiste mejorar en oclumancia, a veces olvidas cerrar tu mente —. Fue lo primero que se le vino a la cabeza, intentando obviar por completo el hecho de que le apuntaba con la varita.
Draco se volvió con expresión desesperada y la varita en alto. Su corazón saltaba dentro de su pecho y no podía apartar la vista de los ojos de Nina, que a su vez lo escudriñaban sin darle ninguna pausa, sin otorgarle una tregua.
—¿Qué mierda haces aquí? —siseó el joven después de unos segundos que en mente, fueron eternos.
—Pues yo he venido a dar un paseo, a tomarme un respiro, ¿y tú? —inquirió la chica, usando todo el sarcasmo que le fuera posible.
—Maldita sea, Nina. No estoy jugando —susurró comenzando a temblar —, necesito saber qué haces, qué oíste y porqué mierda me estás siguiendo.
—¿Acaso estás haciendo algo que implica que alguien deba seguirte? —expresó la joven con voz de ironía e irritación, logrando que Draco bajara su varita y se tomara la cabeza con ambas manos.
Draco se volvió, no era capaz de seguir manteniendole la mirada, menos cuando sabía que no podría continuar escondiendo la verdad de ella. No cuando ya lo había visto, no cuando ya le había descubierto; la pregunta era, ¿cómo le decía a su mejor amiga en todo lo que yacía implicado sin implicarla también?
—¡Tú no entiendes nada! ¡Partiendo por eso, no deberías estar aquí en medio!
—¡Pues entonces si no lo entiendo, deberías explicarme porqué! ¡No soy una maldita extraña! ¡Soy quien ha estado para durante todos estos años! —exclamó la joven perdiendo la paciencia. Draco podía llegar a ser muy terco cuando se lo proponía, sobretodo cuando se veía entre la espada y la pared. La expresión de Nina cambió a algo parecido a la desesperación —, Draco puedo ayudarte.
—¡No lo entiendes! —volvió a decir aquella frase desgarradora —, nadie puede ayudarme, nadie puede...
—Tú...
Draco se volvió y apoyó sus manos en uno de los bordes del armario, su exasperación era visiblemente notoria y estaba haciendo el mayor esfuerzo con tal de no perder el control. No iba a librarse fácilmente de Nina, ella no dejaría pasar esta situación, por ende no tenía opciones simples, o al menos ninguna que no implicara meterse aún en más líos de los que ya estaba.
—Draco, por favor. Cuéntame qué estás haciendo aquí —suplicó la Slytherin, avanzando un paso en su dirección, de forma cautelosa, pues no quería alterarlo por nada del mundo.
El rubio analizó la situación, no tenía ningún sentido que siguiera negando lo que le sucedía. Quizás Nina no podía ayudarlo en bajo ningún punto de vista, pero al menos su contención de daría un poco de paz, aquella que se escondía de él desde que había sido marcado por el señor tenebroso.
Sigilosamente se volteó y llevó sus dedos al botón que tenía la manga de su camisa. Poco a poco el antebrazo izquierdo fue quedando al descubierto, liberando la verdad. Allí en su brazo refulgía la marca tenebrosa, yacía el tatuaje que Lord Voldemort le asignó cuando se unió a los mortífagos con tal sólo dieciséis años.
Los oscuros ojos de Nina se abrieron de par en par y sus labios hicieron sin querer una o. Jamás pensó que todas sus pesadillas pudieran materializarse en un acto tan simple como el hecho de levantarse la manga de una camisa; pues no había ningún truco allí, esa era la verdad de Draco y las demás explicaciones que pudieran corroborar la historia no eran más que eso, explicaciones innecesarias sobre un hecho en cuestión.
Draco, su mejor amigo, la persona que había estado para ella en todos los peores y en los mejores momentos; se había convertido en un aliado de Lord Voldemort, ahora era un mortífago.
Hubieron segundos de silencio crucial.
Ninguno de los dos supo que decir. Hasta que Nina cortó el ambiente.
—Lo siento tanto.
No podía decirle nada más. Ninguna frase podría haber quedado mejor en ese ambiente de tensión y de mal augurio.
¿Acaso podría preguntarle qué era lo que estaba sucediendo? ¿Sería apropiado preguntar cuál era la misión que tenía que llevar a cabo?
De pronto, los ojos de Draco comenzaron a cristalizarse, se llenaron de lágrimas de dolor; de todas esas lágrimas que jamás se le permitían derramar, de esas lágrimas que anhelas dejar salir para poder calmar el dolor que llevas dentro aunque sea sólo por un instante.
No era común ver a Draco llorar.
No era común ver a Draco sin la máscara de lo que implicaba ser un Malfoy, de lo que implica ser un sangre pura heredero de un apellido.
Sin embargo cada vez que Draco se sacaba la careta de arrogante insoportable, allí estaba Nina, allí estaban sus brazos para contenerlo y esa no fue la excepción. La bruja se acercó a su lado con cautela y sin dudarlo entrelazó sus brazos con los de él, como si procurara que el cuerpo del mago no fuera a desintegrarse o derrumbarse de un segundo a otro.
—Maldita sea, no deberías estar aquí. No tenías que saber nada.
—Deja de preocuparte por boberías.
—No, ya estoy harto de no poder hacer nada, estoy harto de no poder cuidar lo que me importa, estoy cansado de esta vida de mierda donde sólo importan las caretas, las falsas promesas y el falso poder —inquirió —, las cosas no deberían ser así.
—¿Cómo sucedió? —Nina se atrevió a preguntar, en vista y considerando de que él comenzaba a abrirse en cuanto a lo que decía.
Draco no era capaz de mirarla, limpió su cara con un pañuelo que llevaba dentro de su bolsillo y se sentó en el suelo. Nina se puso de rodillas frente a él, intentando comprender y mantener la mente abierta y calmada ante la odiosa perspectiva de que en algún momento su amigo podría ir preso o peor aún, aparecer muerto.
—Fue después del juicio de mi padre —hizo una pausa como si en su mente estuviera reviviendo todos esos momentos agónicos —. Mi madre estaba desesperada, jamás había estado sin mi padre y para ella no había peor deshonra de que él estuviera en Azkaban, mi madre aunque posea su careta de adinerada a la que nada le importa, lo ama. Ama a mi padre y estar sin él no era nada fácil, la posición en la que mi familia se encontraba no era fácil, pues no sólo mi padre estaba preso, que él hubiese fallado en la misión ante Lord Voldemort nos dejó en un escenario terrible ante él y todos los demás que lo siguen.
—¿Y entonces tú tomaste el lugar de tu padre?
—Él me lo exigió.
Nina comprendió que se refería a Lord Voldemort.
—Él sólo reclamó lo que le pertenecía, sólo que un poco anticipadamente porque de cierta forma, le sirvo para lo que planea hacer —contestó con una sonrisa triste y cínica —. Mi padre ya le había prometido mi presencia en sus filas cuando fuera mayor de edad, sin embargo el señor tenebroso fue hábil. Mi padre falló y ahora recae en mis hombros la posibilidad de ver si mi familia se redime o no.
—No puede ser, Cissy jamás lo hubiese permitido, hubiera ella misma puesto su brazo antes de que marcaran el tuyo. Tu madre te ama, Draco —susurró Nina.
—Pues sí, pero antes que ella pudiera hacerlo, lo hice yo. Él me amenazó, me amenazó con dañarla, con torturarla hasta el cansancio si no lo hacía —declaró —. Mi madre no tiene la fuerza, no es como la loca de mi tía Bellatrix, mi madre siempre fue una mujer de sociedad que llevaba una buena vida gracias al dinero de su familia y de mi padre, pero es una buena mujer, una mujer de buen corazón que sería capaz de darlo todo por su familia. Yo no podía dejar que él se aprovechara de ella, ahora soy quien debe protegerla.
Nina no supo que hacer ni qué decir.
Cuando entró en esa habitación pensó que pelearía con Draco a muerte, que comenzarían a gritar y que ella reclamaría el porqué de su aberrante comportamiento de las últimas semanas. No obstante ahora se sentía ridícula, se sentía estúpida hasta el punto en que no sabía ni cómo ayudarlo.
Y tenía razón, nadie ni nada podía ayudar a Draco.
—Tienes que decirme qué es lo que él te encomendó. Tienes que contarme y decirme cuál es la misión que te pidió hacer —se atrevió a decir.
Draco por fin la miró a los ojos, pues lo que ella pedía no podía ser, no podía cumplir esa ordenanza y no quería dejar lugar a dudas o que intentara persuadirlo de una u otra forma como Nina siempre conseguía.
—No —contestó de manera tajante —, eso no sucederá.
La expresión de Nina cambió al enojo, ahora si sentía que la rabia la invadía, de no controlarse podría haberlo cacheteado.
—¿Qué mierda dices, Malfoy? ¿Enserio no vas a contarme?
—No, no oses a decir que puedes ayudarme, no puedes, nadie puede hacerlo. Quiero que te lo metas bien en la cabeza, si quieres quedarte a mi lado a sabiendas de que probablemente no terminaré bien, pues puedo aceptarlo —murmuró —, lo que no voy a aceptar y que no permitiré es que te hagas partícipe en esto, no te vas a convertir en mi cómplice, pues eso es lo que serías. Créeme no quieres.
—Pero tú eres como mi hermano, eres parte de mi vida —reclamó cuando sentía que ahora eran sus ojos los que se anegaban en lágrimas —, ¿cómo podría dejarte si siempre nos hemos sido leales?
—Pues por esa misma lealtad, no puedo pensar en ponerte en peligro, no puedo exponerte. Eres de lo poco que me queda y no pienso apostarte de esa manera. Si fueras inteligente deberías alejarte de mí —declaró —, cuando todo esto estalle, las personas no dudarán en señalarte como mi cómplice. No quiero que lleves esa carga.
Nina se acercó y volvió a abrazarlo fuerte.
Draco le devolvió el abrazo como si la vida se le fuera a ir.
—Yo no te abandonaré, Draco. Jamás lo haré.
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