Capítulo IV El objeto misterioso

Seis meses antes, sucedió algo que no estaba en los planes de Isaac y ni de nadie. Un hecho que carecía de toda lógica. Pronto los rostros de incredulidad cambiarían radicalmente. 

—Bueno, ya estamos aquí —dijo Isaac—. Como lo prometí. 

—Hace más frío aquí que afuera, ¿no? —dijo su amigo Frank. 

—Si, bastante, la verdad. Dime una cosa. ¿Hace cuánto que tenías ese objeto? —preguntó Isaac con extrema curiosidad. 

—Mi abuelo era un gran coleccionista de objetos invaluables de hace muchos años. Un día cuando fui a visitarlo, lo primero que vi fue esa tablilla extraña de su repisa. 

—¿Y qué te dijo tu abuelo? 

—Me dijo que era una bagatela vieja e inútil. Y que solo lo tenía por una leyenda que le habían contado. Pero nunca llegó a usarla. 

—¿¡Leyenda!? —exclamó Isaac. 

—Si, la leyenda decía que si logras hacer contacto con un ente llamado "Zeithuc" y pronunciabas las tres frases en su idioma, correctamente, este se te aparecerá y te concedería... algo así como un deseo: lo que quisieses. Pero si pronunciabas alguna frase incorrectamente, él se cobraría tu vida como castigo. 

—¿Crees que funcione? —preguntó Isaac. 

—No lo sé, pero habrá que averiguarlo, ¿no crees? -Frank tragó saliva. 

—Pero es una leyenda de hace siglos... —replicó Isaac con escepticismo-. No creo que pase nada malo. 

—Yo no dudaría de algunas leyendas... 

* * * 

Algo extraño ocurrió ese día. Era cuestión de tiempo para que la palabra muerte se hiciera eco en el vecindario. Los jóvenes habían jugado con fuego y la maldición no iba a actuar con indulgencia. 

Nada iba a ser normal ese día y más cuando el teléfono empezó a sonar en la casa de la familia Vega. Muchos timbrazos no eran una buena señal. Con un rostro de normalidad, Sara cogió el teléfono y contestó. 

—Familia Vega, diga —dijo Sara con mucha semblanza. 

Pero su rostro cambió radicalmente al escuchar esas lacerantes palabras que venían de un aparato. 

—¿¡Cómo!? ¿¡Accidente!? ¡No, no puede ser! —Sara estuvo a punto de descompensarse. 

No había falta explicación. El rostro desencajado de Sara era suficiente como para arruinar una alegría en proceso. 

Por si fuera poco, apareció Alison en la sala. Sara esperaba no desmayarse antes de decirle la verdad a su hija. 

—Mamá, voy a esperar a Isaac. Debe estar llegando. 

Sus palabras fueron como puñaladas en el corazón, pero con un hacha bien afilada. 

—Mamá, ¿qué pasa? ¡Dime qué pasa! ¡Mamá, me estás preocupando! 

—Alison... El auto en que venía Isaac, se accidentó en la autopista. Lo llevaron al hospital. Los médicos hicieron todo lo posible, pero no pudieron salvar su vida. 

Alison se volteó y corrió a su habitación. 

—¡Alison, Alison, espera! 

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