Capítulo III Otra vida

En medio de una total oscuridad y sumergido en vastos recuerdos  luctuosos, yacía un muchacho que luchaba para salvaguardar una vida que ya había perdido. Su débil voz no podía hacerle frente a unas feroces voces que parecían ser sobrehumanas. Sus oídos eran incapaces de descifrar que decían. 

De manera repentina, esas horribles voces cesaron y un ser maligno e imponente hizo acto de presencia en esa atmósfera lúgubre. Una voz muy grave salía de esa zoomorfa garganta. Su apariencia era lo opuesto a un ser humano. Su aspecto monstruoso y corpulento era sobrenatural, como una cabra de pie. 

El muchacho no sabía si correr o gritar; eligió gritar el nombre de alguien. 

—¡Alison, Alison soy yo, escúchame! 

—¡Basta! Se lituni, ut ay on escnetrep la odnum ed sol soviv. Orep somedop recah nu otart... 

—No te entiendo y no sé quién eres... Solo te pido que no le hagas daño a Alison. 

—Seneit ortaucitniev saroh. 

* * * 

El reloj avanzaba indiscriminadamente: era hora de levantarse. Con una ligera jaqueca, Frank abandonó su lecho. Abrió las persianas y se quedó embelesado por el atractivo paisaje matutino. Contemplaba impasible los alrededores, donde los pájaros sobrevolaban el lugar, dando piruetas y descendiendo sobre los tendederos que se movían sin cesar, como si bailaran a sazón de la brisa. 

Ese momento de paz terminó: era hora de poner a trabajar los músculos, así que acomodó su cama y el desorden, de la alcoba, volvió al orden. Luego, se vistió algo que no llamara la atención y bajó al comedor. 

—¿Cómo durmió, Frank? —dijo una mujer joven con su uniforme de sirvienta. 

Frank, extrañado, no encontró las palabras adecuadas. 

—Hoy sí que durmió bastante, ¿no? —añadió la mujer. 

—¿Usted, quién es? —preguntó Frank. 

—Soy la sirvienta de esta casa, ¿qué le sucede? 

—Yo no la conozco —replicó Frank—. Yo no debería estar aquí. 

—No lo entiendo, ¿de qué me habla? 

—Mire, tengo que salir de aquí, discúlpeme. 

—Pero ¿le pasa algo? No ha comido nada. 

—No se preocupe. Tengo que resolver un asunto. Se lo agradezco mucho. 

—¿Y se puede saber a dónde va? 

—A ver a una persona. 

—¿A su novia? 

—Si, algo así. 

—Pero usted me dijo que Katy iba a venir dentro de un par de horas. 

—¿Katy? —exclamó Frank. 

—Si, así me dijo. 

Un escalofrío se dio una vuelta por su nuca. Las palabras se habían ido ante la mirada atípica de la sirvienta. El muchacho se había olvidado de pestañear. No había nada más que hacer en esa casa. Debía huir, pero sin llamar la atención, por lo que se dio media vuelta y salió despavorido de aquella casa. 

El muchacho corría sin freno. En su cabeza no había lugar para otra cosa que no fuera la resolución del problema. Una casa unifamiliar de dos pisos, era el lugar donde encontraría una respuesta. Sin más reconocimiento, se acercó a la puerta que, extrañamente, se encontraba semiabierta. Con esto, le hacían un favor enorme a un ladronzuelo. Ante esta irregularidad, Frank lo ignoró e ingresó a la vivienda. 

—¡Buenas, señora Sara! ¡Señora Sara! 

Al no oír respuesta, Frank entró en modo de espera en el tapete, junto a un espejo. La tentación por mirarse lo llevó hacia él. Se puso en frente y se dijo: «¿Pero qué diablos le pasó a mi rostro?». Pasmado, retrocedió al ver un rostro diferente. Pero lo que no vio fue por donde pisaba. Un artilugio en el piso, lo desestabilizó y lo mandó con torpeza a la repisa y ambos se desmoronaron al suelo. La herida en su brazo era de igual calibre al desastre provocado. 

Malherido y sin ganas de seguir mirándose, subió las escaleras hacia el baño, buscando algo suave para presionar la herida. Llegó al lavabo y se miró la herida sanguinolenta. Se mojó la cara y, mientras se secaba ese rostro, oyó que la perilla de la puerta empezaba a girar muy lento. Frank se situó en la entrada preparado para lo que viniera. La puerta se abrió y vio a una muchacha con el rostro lleno de estupor. 

—¿Alison, eres tú? 

—¿Quién eres y cómo sabes mi nombre? 

—Alison... Sé que será difícil de creer, pero... 

—¿¡Dime quién eres!? 

—"Yo seré el rey de corazones, y tú la Reina de Espadas" ¿Lo recuerdas? Nuestra canción. 

—¿Cómo sabes eso? 

—Alison... Soy Isaac. 

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