Capítulo II Miedo
Punto de vista de Alison.
Luego de algunas horas de aprendizaje en clases, llegué a mi acogedor hogar, pero tan solo poner un pie dentro, sentí un ambiente desolador. Cuando en la casa no había nadie, esas eran las consecuencias. Un silencio de tumba se respiraba en todos los lugares recónditos de mi casa.
Dejé la llave sobre la repisa y subí por las escaleras: era el último obstáculo que me llevaría a mi habitación a reponer fuerzas. Cerré la puerta y lo primero que mis ojos vieron fue un papel arrugado en mi escritorio. En ella, mi madre me decía que el trabajo le impedía estar un par de horas conmigo, y que la comida estaba lista para pasar al plato hondo.
Solo había algo que podía reanimar mi apetito: escuchar un par de álbumes en mi reproductor de música. Pero más de tres álbumes completos fue excesivo. Una sobredosis de música abrió un hueco para que la somnolencia invadiera mi cuerpo. Un lindo sueño comatoso esperaba por mi.
Aquello solo fue un anhelo porque una silueta oscura me seguía dentro de una habitación embrujada. Unos gritos desgarradores se unieron a mi tortura. Con eso, ya solo debía preocuparme de buscar el mejor lugar para morir. Pero antes de volverme un cadáver, desperté en un exabrupto atípico y por poco me caigo al suelo bien helado.
Mis audífonos ya habían perecido sin haberse despedido: no tenía ni ganas de arrojarlo a la basura. Pero cuando me disponía a levantarme, un estruendo estremeció la cocina. Aquello, me dejó petrificada y los escalofríos se abrían paso a mi cuerpo. Por un momento, pensé que era mi madre o mi gato en una de sus habituales travesuras. No tuve deseos ni de acercarme a la puerta, pero mi curiosidad obsesiva me empujó hacia ella.
Finalmente, me despegué de la cama y caminé en compañía del temor que hacía que mi cuerpo cediera a una tembladera sin pausa. La abrí y me situé en el primer peldaño de la escalera. Me sostuve en la barandilla y grité:
—¿Mamá, eres tú?
Al no oír respuesta, bajé hasta el último peldaño y avancé metro y medio. No podía encontrar explicación a lo que mis ojos veían. La linda repisa estaba casi destruida. Llegar hasta la puerta era complicado, ya que el estropicio dejaba aquella zona intransitable y peligrosa. Antes de perder la calma y preparar la huída, me sosegué.
Mi miedo aumentó en intensidad cuando empecé a oír el chirrido disonante y característico que hacía la bisagra de la puerta del baño; sentí como esta se cerró bruscamente y sin contemplación. En esos momentos, yo ya sentía que se me iba la respiración: era demasiada adrenalina.
Saqué fuerzas de entereza para desplazarme lentamente hasta el chifonier de mi mamá. Abrí una gaveta y saqué una llave grifo muy pesada. Lo sostuve con ambas manos, como si estuviera preparada para un ataque y comencé el ascenso de las escaleras con rumbo al baño.
Me puse enfrente de la puerta y con la mano menos hábil giré la perilla muy despacio. Luego, la empujé de manera brusca para ver el origen de todo. De inmediato, la llave de paso se desprendió de mis manos. Mis ojos se me dilataron de horror y no podían creer lo que veían.
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