El nacimiento del viento del oeste
Atardecía en Nueva Mema. Otro día más de septiembre. Los mercados cerraban y los vikingos dejaban sus quehaceres para ir a cenar a la Gran Sala. Hipo volvía a casa, después de arreglar algunos asuntos con Bocón sobre muebles para los Memianos. Estaba cansado. Llevaba todo el día dándole vueltas a Astrid. ¿Estará bien sin él en casa? Pues ya han pasado 9 meses desde la gran noticia. Intentaba no pensar en el estado de su esposa demasiado, pero no podía evitarlo.
Hipo abrió la puerta principal con rapidez. Tenía ganas de ver a Astrid. Se encontró cara a cara con su madre, que se disponía a salir.
—Hola hijo, hoy has vuelto antes.
—Sí, quería...
—Ver a Astrid. Lo sé. No te preocupes está bien. Está arriba dándose un baño.
Hipo suspiró aliviado al oír las palabras de su madre.
—Jajaja hijo, te preocupas más por ella que por ti mismo. Ya sabes que estoy yo para echarle una mano.
—Ya lo sé, pero no puedo evitarlo. —dijo Hipo algo avergonzado mientras se llevaba una mano a la cabeza.
—Bueno, nos vemos mañana. Porque supongo que no os moveréis de aquí.
—Sí, estaremos aquí. Es mejor para ella. Nunca se sabe cuando puede llegar el bebé.
—En eso tienes razón.
Valka se acerca a su hijo y le da un abrazo rápido de despedida.
—Buenas noches hijo, que descanséis.
Antes de que su madre se alejara, Hipo la llamó.
—¡Mamá!
Ella se detuvo y se giró.
—Gracias por todo lo que estás haciendo.
Ella sonrió al oír su confesión.
—No es nada. Somos vikingos, son gajes del oficio.
Su madre se fue directa a la Gran Sala, sin volver a detenerse. Hipo sintió una punzada en el pecho al oír la frase. Le recordó a su padre. No había ni un solo día que no se acordara de él.
Entró en casa y fue escaleras arriba para buscar a Astrid. Cuando estaba cerca del baño, oyó a Astrid quejarse desde dentro. Aceleró el paso, casi corriendo y entró. Vio a Astrid intentando levantarse de la cubeta en la que se bañaba. Su enorme barriga le impedía hacer todo tipo de cosas que ella hacía con normalidad.
—Espera cariño, ya te ayudo yo. —Hipo se ofreció a ayudarla y la agarró de los dos brazos y la sacó del agua con cuidado. Le puso una manta sobre los hombros y la envolvió con ella.
Astrid tenía la mirada perdida y triste. Él no quería que estuviera así.
—Eh, eh. Mírame, Astrid.
Le agarró del mentón y levantó la cabeza encontrándose con su mirada.
—¿Qué te pasa?
A pesar de que le mantenía la mirada, no respondía.
—Astrid, por favor...
Astrid cerró los ojos por un momento y los volvió a abrir. Tenía los ojos cristalinos.
—Es que... soy inútil. Soy incapaz de hacer algo tan simple como levantarme. Y además, estoy gorda.
A Hipo le escandalizó que pensara eso de ella misma. Puso sus manos a ambos lados de la cara, y la besó en los labios con dulzura. Luego juntó su frente con la de ella.
—Astrid. Primero, nunca has sido ni serás inútil. Segundo, no estás gorda. Es nuestro bebé el que está ahí.
—Lo sé pero... mi cuerpo cambiará cuando haya nacido.
—Lo sé. Y me da igual. Tu cuerpo ya ha cambiado y me sigue pareciendo tan hermoso como antes. Siempre será así.
Astrid sonrió con tristeza al oír sus palabras. Esta vez lo besó ella. Y lo besaba con necesidad. Como si estuviera descargando su angustia en ese beso. Hipo intentaba controlar sus hormonas.
Un conocido, y a la vez extraño sonido de agua cayendo al suelo de madera, interrumpió el beso. Hipo se separó rápidamente y buscó el origen del derramamiento. Cuando miró hacia abajo y vio el charco de agua debajo de los pies de Astrid, se alarmó.
—¿Has sentido que algo salía ti, verdad?
—Sí, ¿e-eso es malo?
Sin pensárselo dos veces, la cogió en brazos y la cargó hasta su habitación para dejarla sobre la cama.
—¿Qué es lo que pasa Hipo?
Hipo farfullaba para sí mismo. Mientras la ponía cómoda.
—¡Hipo!
Él la miró por fin. Parecía aterrado.
—Has roto aguas.
El cerebro de Astrid se iluminó con esa frase. Ya había hablado sobre eso con Gothi y Valka. Mierda, eso significaba que el bebé estaba listo para nacer.
Astrid estaba empezando a hiperventilar y a ponerse nerviosa. De repente un dolor horrible proveniente de su parte baja la sacudió. Había soportado muchas cosas y había luchado con toda clase de personas. Siempre había sido fuerte, pero en ese momento sentía que se iba a romper.
Astrid soltó un grito. Y echó la cabeza para atrás. Hipo se sobresaltó al oírlo y se acercó a ella preocupado y asustado. Nunca la había oído gritar así.
—Cariño, ¿qué te duele? —su mujer no respondía—. Mierda.
Hipo se sentía impotente de no poder hacer nada por calmar su dolor. Otra contracción le llegó a Astrid. Sacudiéndola entera, y haciéndole soltar otro grito desgarrador.
Hipo agarró a su esposa de los hombros desnudos desesperado. Estaba reteniendo las lágrimas.
—¿Qué es lo que te duele? ¿Qué puedo hacer?
—Gothi, tu madre... —soltó Astrid aguantando el dolor.
Hipo cayó en la cuenta de lo que quería decir. Le dio un beso a Astrid en la frente y le apartó el pelo de la cara.
—Ahora vuelvo con ayuda. Aguanta. Sé que puedes.
Astrid estaba preocupada por la reacción de su marido. Pues sus ojos estaban invadidos por el nerviosismo y el miedo.
Hipo dejó a Astrid en la habitación y fue los más rápido que pudo a buscar ayuda en la Gran Sala. Ya que él sabía que estaban todos comiendo ahí.
Cuando entró, le faltaba el aliento, y eso que sólo había recorrido un camino muy corto. Todos los vikingos se le quedaron mirando, incluidos sus amigos. Valka miró a Bocón y se levantaron enseguida de la mesa, y fueron hacia Hipo.
—¿Qué es lo que ocurre jefe? —le preguntó Bocón, con incertidumbre.
—Es... A-Astrid...
Valka abrió completamente los ojos con sorpresa cuando escuchó el nombre de su nuera.
—Está de parto. —terminó ella. Su hijo asintió sin que le salieran las palabras.
Los demás vikingos fingían que estaban solo concentrados en su comida, pero habían escuchado la noticia. No dijeron nada por respeto al jefe. Nadie lo había visto nunca en ese estado.
La pandilla se acercó a ellos, sin poder evitarlo.
—¿Astrid va a tener el bebé? —preguntó Patapez.
Hipo no lo escuchó. Sólo miraba a su madre con urgencia en sus ojos.
—Sí. Necesitamos ir para allá. —dijo Valka.
—¿Podemos ir nosotros? —preguntó Patán.
Parecía algo preocupado.
—Creo que es mejor que nos quedemos aquí... Ahora es el momento de los jefes. —le contestó Eret.
Patán puso mala cara al oír su respuesta. Chusco y Brusca se miraron el uno al otro con la misma preocupación.
—¿Le pasará algo a Astrid? —preguntó Brusca.
—Hemos oído que muchas vikingas han ido al Valhalla al vomitar un bebé de su cuerpo. —dijo Chusco tranquilamente.
—¡Chusco!
Bocón le pegó en la cabeza con su mano falsa, para que no dijera más tonterías.
Sus palabras, hicieron reaccionar a Hipo. Y empezó a temblar. ¿El amor de su vida podría morir? No. No lo permitiría.
—Mamá. Te espero en mi casa con Gothi. No puedo dejar a Astrid más tiempo sola.
Hipo salió de la Gran Sala tan rápido como entró. Entró en su casa y escuchó los gritos de Astrid retumbar en las paredes. Se inquietó y casi se cae con su prótesis, llegando a su habitación.
La escena lo paralizó. Astrid tenía los ojos cerrados de dolor, y empezaba a sudar por la frente. Sus manos se agarraban con fuerza al cabecero de la cama. Y un charco de sangre había manchado la manta debajo de sus piernas, que ya no la cubría.
Hipo casi enloquece al ver las piernas de su mujer cubiertas de sangre. No. No podía dejar que le pasara nada. Iban a estar bien.
Se acercó a Astrid y se sentó a su lado en la cama. Cogió sus mejillas con las manos.
—Hipo... ya estás aquí. —A Astrid le costaba hablar. Sus ojos seguían cerrados.
—Siempre estaré aquí, mi vida. Respira hondo, ya viene ayuda.
Hipo le dio un beso un dulce pero tembloroso, en la sien. Ella soltó el cabecero y buscó las manos de su marido para apretarlas fuerte.
Otro grito desgarrador salió de su boca. Y casi le parte las manos a Hipo de la fuerza con la que se las apretaba.
Él cerró los ojos, y aguantó las lágrimas que amenazaban con salir. Sin saber cuando había entrado por la puerta, escuchó la voz de su madre.
Abrió los ojos, y vio a su madre y a Gothi. Las dos cerraron la puerta.
—Hipo, hijo. Será mejor que salgas de aquí.
Astrid e Hipo abrieron los ojos de incredulidad al mismo tiempo.
—No... por favor. Necesito a Hipo aquí.
—Mamá, Astrid me necesita. Y yo también necesito estar con ella. Nunca la dejaré. Yo la metí en este asunto y juntos vamos a salir.
Miró a su mujer, que lo miraba con una triste sonrisa. Se acercó a ella y le dio un beso suave en los labios.
Valka se enterneció al ver la escena. Por un momento recordó el día en que Hipo nació, y como Estoico tampoco quería dejarla.
Ella suspiró y asintió con la cabeza.
—Está bien.
Astrid tuvo otra contracción y encogió los ojos del dolor. Soltó otro grito. Y otro, y otro. Así sucesivamente, hasta una media hora después. Hipo no soltaba las manos de su esposa, a pesar de que se las estaba machacando. Él cuando escuchaba gritar a Astrid, sentía una verdadera angustia de no poder hacer nada por quitar su dolor.
Gothi indicó que ya veía la cabeza del bebé. Astrid había dilatado ya mucho. Y eso que no había tenido tantas contracciones como muchas mujeres. Al menos tendría algo de suerte.
Hipo le sonrió a Astrid, aunque ella no podía verle porque tenía los ojos cerrados. Él ya había empezado a llorar. Estaba llorando de la emoción de ver a su bebé. Un primogénito de los dos. Astrid no se iba a ir a ninguna parte.
—Astrid necesito que vuelvas a empujar. Empuja más fuerte. —le dijo Valka.
—N-no puedo...
—Vamos cariño, eres la vikinga más fuerte que conozco. Tú puedes hacerlo.
Astrid soltó otro grito y sacó toda la fuerza que pudo. Hipo cerró los ojos con fuerza. Podía sentir un dolor agudo en el pecho al escuchar a su esposa gritar. Tras unos empujones más, el llanto de un bebé inundó la habitación.
Astrid dejó caer la cabeza hacia atrás aliviada. Sudaba por todas partes. Había hecho un gran esfuerzo. Nunca había puesto tanto empeño en algo.
Hipo levantó la mirada de su mujer y miró al bebé que su madre llevaba en los brazos, envuelto en una pequeña manta.
—Es preciosa.
¿Preciosa? Es una niña. Pensó Hipo. La primera heredera, de nuestro clan. La primera heredera de Isla Mema. Bueno ya, Nueva Mema. No se lo podía creer.
—Déjame cogerla. —le pidió a su madre.
Hipo le soltó las mano a su esposa, después de de tanto tiempo, y las tendió para acoger a su hija en brazos.
Cuando su madre la dejó en sus brazos, un sentimiento muy fuerte le recorrió cuando vio la cara de su hija. Era lo más bonito que había visto en la vida. Aparte de Astrid, claro.
Su pelo, aunque estaba sucio, se podía ver que era castaño como él. Su hija movió los brazos hacia arriba y empezó a llorar. Hipo empezó a llorar otra vez. No podía creer lo que habían creado él y Astrid juntos. Nunca pensó que experimentaría ese sentimiento. Un sentimiento de amor incondicional por su hija.
Astrid se había recuperado un poco, y levantó la cabeza para mirar a su hija que lloraba. Su rostro estaba lleno de lágrimas también. Astrid estaba llorando. Astrid nunca lloraba con tonterías. Cuando lo hacía, era porque lo sentía de verdad.
Hipo se incorporó mejor y le pasó a su hija. Astrid la acogió en brazos y sonreía. Hipo sintió una punzada de felicidad y amor en el pecho, al ver la imagen de su mujer y su hija juntas. Ahora ella dos eran lo que más quería en el mundo.
—Se parece a ti Hipo. —dijo ella.
Él se acercó a ella para contemplar juntos a su hija que había dejado de llorar. Escucharon la puerta cerrarse. No sabía que su madre y Gothi los había dejado solos.
En ese momento, su hija abrió los ojos y unos ojos azules e inocentes los miraron. Astrid e Hipo sonrieron los dos al mismo tiempo.
—No. Se parece a ti. Tiene tus ojos.
—Mira lo que hemos creado... —dijo Astrid llena de felicidad.
—Sí. Es increíble verdad.
—¿Es normal que ya la quiera tanto?
Hipo rió al oír su pregunta.
—Creo que sí. A mí también me pasa lo mismo.
Su hija boqueaba y movía las manos buscando comida. Astrid cayó en la cuenta y le ofreció su pecho. Ella hizo una mueca cuando su hija empezó a beber.
—Eres un experto en romper tradiciones, eh. —le dijo Astrid a su marido. Y se refería a que era la primera hija heredera que habían tenido los jefes del clan en siglos.
Hipo sonrió ante su respuesta. Sonreía como nunca lo había hecho. La imagen que contemplaba en ese momento era preciosa.
—Gracias por traer al mundo a nuestra hija. —Hipo no pudo evitar confesar esas palabras.
Astrid levantó la mirada y atrajo a su marido, para sellar sus labios con los de él. Era el beso más dulce que habían compartido hasta ahora. Lleno de promesas de futuro y un amor rebosante. Nunca pensó que podría querer aún más a Astrid.
Al separarse los dos unieron sus frentes.
—Te quiero muchísimo. —dijo Astrid.
—Y yo. Hasta más allá del Valhalla. —le confesó, mientras le apartaba algunos mechones pegados de sudor, de la frente.
Una brisa nocturna entró por una de las pequeñas ventanas.
Astrid se estremeció. Debido a que estaba desnuda de cintura para arriba, y que estaba impregnada en sudor. Hipo se levantó y fue a cerrarla.
—Zephyr. —soltó Astrid llamando la atención de su esposo.
Él se giró confundido.
—¿Qué?
—Zephyr. Podría ser un buen nombre para nuestra hija.
Hipo sonrió de oreja a oreja, y se acercó para darle un beso en la frente a su mujer y a su hija, que ya había dejado de comer y estaba dormida.
—Es perfecto. Viento del oeste. La primera heredera de las islas vikingas del oeste, traída por el viento veraniego.
Hipo dio gracias a Odín por ese maravilloso regalo, y por haber protegido a su esposa durante el parto. Una nueva vida en familia les esperaba.
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¡Hola, hola! ¡He vuelto! ¿Qué tal estáis? 😄 Os traigo por fin, el nacimiento de la primera hija de nuestra pareja favorita. Espero que lo hayáis disfrutado 😊 Creo que me he ido de las ramas describiendo, pero no quería perderme ningún detalle 😜
Os doy las gracias por ser tan pacientes a que siguiera con la historia. No os lo pude traer este finde por motivos personales, pero al menos os lo he traído. Esta historia ha llegado a 9k lecturas y no puedo estar más agradecida con todxs. Sois lxs mejores ❤️
Espero traeros el siguiente pronto. Pues ya estoy libre de exámenes hasta septiembre. Una vez más, gracias por leerme como siempre. Nos leemos pronto x
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