Capítulo 2: Te he echado de menos


Todo fue bien el primer día de trabajo y firmé sin ninguna pega el contrato. El salario era de dos mil dólares al mes, y trabajaba de nueve a tres, dos horas menos que en Black Enterprise.

Pasaron tres días en los que solo salía del piso a Leutori Stmes y viceversa, aun el miedo de ver a Alexander me impedía salir algo más.

Kevin me visitó en dos ocasiones, Megan se había ido de la lengua y le había contado que había vuelto a Dallas.

Por su parte, ella y Jonan vendrían la semana próxima con todo lo necesario para volver a instalarnos aquí.

La tarde de mi cuarto día decidí, sin pensar en nada más, visitar la mansión Black. Al fin y al cabo era mía y solo yo tenía las llaves. Quería conocer más sobre Alexander, o al menos, en cierto modo, sentirme cerca de él. Así hice, con cautela, viajé hasta la casa Black y me sorprendí al ver su estado.

Sus jardines no estaban tan bonitos como antes, estaban muy feos con tanta hierba donde no tenía que haberla. Llegué a la puerta principal y entré a la casa, donde percibí un ambiente demasiado cargado. Todo lo sucedido en la familia Black había sucedido allí, y los recuerdos también pasaban factura en el aura de la casa.

La investigué prudentemente, no quería estropear nada, por dentro la casa sí lucía como normalmente lo hacía, aunque con un poco de polvo pero nada de importancia.

Su cocina era terriblemente grande. Sus paredes eran de un blanco roto muy bien conservado y los muebles eran de un azul clarito. Tenía mil utensilios que solo había visto en programas de cocina con criterio y muchos electrodomésticos. Había una gran isla con aun unas cuantas cosas de por medio. Empotrada a una parte de la enorme isla había un sillón de madera y colcha blanca en la parte del asiento que daba a una bonita y grande mesa de madera y a su otro lado, tres sillas. Había aun una revista abierta sobre la mesa.

Subí las escaleras, pues el salón y el comedor principal ya lo había visto. En la primera habitación que entré por azar fue a la que supuse que era la de Caroline y Eizen, antes del señor Black. Su pared era gris y su suelo blanco, la cama de matrimonio tenía una colcha naranja y estaba rodeada por dos mesitas idénticas negras. En el suelo había una alfombra de pelo gris y frente a la cama un tocador y un asiento, supuse que para calzarse.

Salí de esa habitación pues se respiraba cierta tensedad. Me dirigí a otra al azar y para mi sorpresa, era la de Alexander, la de un Alexander con unos trece años menos.

A diferencia de toda la casa, en su habitación respiré tranquilidad y demasiado amor, cosa que hizo que me sintiera como en casa, como si estuviera junto a él.

Lo primero que llamó mi atención fue el gran ventanal que había justo frente a mi. Desde pequeño Alexander tenía predilección por los ventanales.

Al lado del ventanal estaba la cama, que se veía realmente comoda, con una colcha a tres rallas, blanca, azul, y gris. Había un pequeño tablón que llamó de inmediato mi atención y me acerqué. Había pinchado en él varias fotos donde estaba junto a su padre a solas; abrazados, jugando, durmiendo... realmente felices. Había un escritorio muy bien ordenado, mi Alexander siempre tan atento. Había muchos muñecos de colección hermosos muy bien colocados en estanterias. Vi un pequeño album, y lo cogí. En él había más fotos junto a su padre, y las miré detenidamente sentada en la cama. Su felicidad hacía que mi corazón se estremeciera y brotaran de mis ojos varias lágrimas que terminaron en un gran berrinche.

Mi Alexander... era tan feliz, tan lleno de vida... si su padre no hubiera muerto... no al menos así... seguro que él hubiera sido distinta persona. Pero a pesar de todo, Alexander era la mejor persona que había conocido nunca. Él era bueno, atento, cariñoso... y yo me había alejado de él como una tremenda estúpida. Comencé a besar una foto en la que él lucía de bebé y me la puse en mi pecho.

Ojalá llegaras a perdonarme...

—Te amo Alexander, te amo, y nunca dejaré de hacerlo —comencé a decir en voz alta mirando la foto como si él pudiera escucharme—. Me arrepiento tanto de no habértelo dicho todos los días —comencé de nuevo a llorar. Me tumbé llena de dolor en la cama y me abracé a su almohada. Mis lágrimas comenzaron a humedecerla, y en ese momento me sentí totalmente libre.

Llegué a casa en la noche, ese tiempo en la casa Black me había echo bien. Además, había cogido prestado una foto de Alexander donde lucía muy guapo con una sonrisa totalmente verdadera y llena de felicidad. Cené poco y me fui a dormir.

El despertador me levantó y lo primero que vi al abrir los ojos fueron los preciosos ojos de Alexander. Me había quedado dormida con su foto entre mis brazos. Eso hizo que me levantara feliz, pero noté más que nunca la ausencia de Alexander.

Todo era muy triste sin él... una lágrima rodó por mis mejillas; mierda. La felicidad me había durado poco.

Pensé por momentos en llamarle, en decirle cuánto le extrañaba... pero me daba miedo. Él no, la situación. Yo era el monstruo al haberle gritado en su cara que lo era él, siendo solo un pequeño niño asustado encerrado en un cuerpo de un hombre.

Aislé esos pensamientos de mi cabeza y me metí en la ducha. La verdad que estos días sola en el piso me estaban haciendo bien, yo tenía mis problemas y estar sola hacía que pensara más en ellos, pero exactamente por eso, por pensar solamente en mis problemas... Estar con Jonan y Megan me hacían pensar en lo que estaba por llegar.

Me puse un jersey corto azul clarito y una falda con vuelo rosa juntos a unos tacones marrones y una chaqueta igual.

Cuando llegó la hora bajé a mi coche y me dirigí a Leutori Stmes. El señor Grable aun tenía que contarme cosas sobre él...

Llegué puntual como acostumbraba y al entrar en mi oficina vi un pequeño papel pegado en el teléfono que me decía que nada más llegar fuera a la oficina de Aaron. Dejé mi bolso y fui allí.

Toqué la puerta y como acostumbraba hacer, Aaron me abrió y me ofreció asiento.

—¿Qué ocurre? —le pregunté mientras me sentaba y él hacía lo mismo.

—Quiero pedirte un favor —dijo con voz insegura y nerviosa. Yo ladeé la cabeza e hice una mueca, no sabía a qué se refería aunque seguro que no sería nada difícil.

—Claro —sonreí cortésmente. Aaron me caía bien, era bueno y muy cercano, pero muy intrigante a la vez.

Leutori Stmes era una buena empresa. No de la misma importancia y calidad que Black Enterprise, pero estaba bastante por encima de la media. La gente que trabajaba ahí era mucho más pasota, apenas había hablado con gente además que con Aaron. Todos me miraban raro, supuse que era por el puesto que ocupaba.

—El sábado me han invitado a un acto benéfico y... me gustaría que me acompañaras —me pidió con los ojos bien abiertos y las manos temblorosas.

Yo sonreí, pensaba que iba a ser otra cosa. No hacía falta tanto nerviosismo para pedirme eso. A no ser... que él lo contara como una cita. Agité mi cabeza queriendo borrar ese viperino pensamiento de mi cabeza.

—Claro —dije, evitando que ese pensamiento volviera a mí—. Pero a cambio quiero que me digas lo que prometiste contarme el día que me contrataste —le dije poniendo un pequeño mohín, provocándole una sonrisa, y después asintió.

—Mi padre era el jefe de Leutori Stmes pero él murió desgraciadamente hace unos meses —comenzó a contar intentando quitar la tensión del momento con una sonrisa. Mi parte interior me empujó, no tenía que haber sido insistente en ese tema, aunque no sabía nada...—. Y bueno, aquí estoy yo.

—Lo siento mucho... —murmuré mirando hacia el suelo.

—Oh —dijo, levantándose ágilmente de su asiento y colocándose tras de mi, poniendo sus manos en mis hombros—. No te preocupes, Skylar.

Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Ningún hombre, obviando a Jonan, me había tocado después de Alexander. Me removí incómoda y él lo notó. No quería que nadie me tocara si su nombre no era Alexander Black.

—Te recogeré a las 8 el sábado, ¿vale? —cambió de tema, volviendo a su asiento.

—No hace falta que me recojas —dije algo incómoda por la situación anterior.

—No me importa —dijo cariñosamente pero yo estaba rara. Yo asentí sin querer estar más en su despacho y me fui.

Al llegar las tres cogí mis cosas y me marché. Ya en el coche, como por inercia, acabé aparcando en la calle de Alexander, observando su apartamento.

Comenzó a llover, al igual que en mis ojos. Sabía que Alexander no estaría ahí pues él saldría más tarde. Los recuerdos me inundaban... y lo peor era que no quería olvidarle.

Te necesito...

Arranqué, no hacía nada allí. Solo destrozarme más.

Era lo único que me recordaba que seguía viva.

***

Ya estaba lista para la fiesta benéfica a la que me había invitado Aaron.

Vestía un vestido largo. La parte de arriba era ajustada, de tirante ancha y color rosado. Tenía pequeñas flores de plata incrustadas. La parte de abajo era caída, sin ser ajustada, de color rosa más oscuro. Tenía un cinturón dorado y los zapatos iban a juego. Con mi cabello hice un gran moño perfecto para la ocasión. Me puse dos pendientes grandes y bonitos, junto a un maquillaje de ojos y poco más.

A las ocho, tal y como acordamos, Aaron estaba en mi puerta esperando que bajara. Mi corazón dio un vuelco al recordar las veces que Alexander me había esperado ahí. No sabía por qué, pero toda esta situación me hacía sentir mal.

Bajé con cuidado las escaleras y me pareció una eternidad hasta que llegué al portal.

Él me recibió con una sonrisa hasta que me coloqué frente a él.

—Es usted una mujer para perder la cabeza —dijo manteniendo la sonrisa, y aunque era un piropo sin más, me hizo sentir muy incómoda. No me gustaba que ningún hombre me dijera eso si no salía de los labios de Alexander.

Sonreí por cortesía, para no empezar la noche mal. Él abrió mi puerta y aunque me ofreció su mano para subir, pude hacerlo sola.

Llegamos a una casa muy grande y nos bajamos ahí. Aaron le entregó las llaves de su coche a un hombre y éste se marchó. Me fijé por primera vez en el atuendo de Grable, la verdad que le gustaba vestir muy llamativo. Su traje era granate junto a una camisa blanca y una pajarita morada oscura. Solo a él le podría quedar bien un atuendo así.

—¿Me permites? —dijo, colocando brazo para que yo me agarrara a él. Yo sonreí y lo hice.

Entramos a la fiesta y había mucha gente. Había muchas mesas con muchas comidas y bebidas. La gente vestía muy bien y arreglada, por suerte iba adecuada.

Aaron comenzó a presentarme a mucha gente. Todos me decían lo bella y joven que me veía. Todos preguntaban si éramos pareja, y Aaron a regañadientes contestaba que no. Todos decían que mi cara les era familiar, y supuse que era por Alexander.

Aaron comenzó a entablar una conversación con un viejo amigo de su padre que comenzó a aburrirme bastante.

—Voy a tomar algo, ¿vale? —murmuré en el oído de Aaron queriendo librarme de aquella conversación tan pesada.

Aaron asintió.

—Te esperaré aquí —contestó y por fin salí de ese coloquio.

Comencé a mirar la sala y aunque era bonita y grande, la mansión Black no tenía nada que envidiarle. Podría ofrecer la mansión para hacer algún acto benéfico cuando estuviera arreglada ya que había contratado a un par de personas para que se encargaran de ello.

Me acerqué a una mesa llena de comida y algo llamó mi atención: era un cartelito que avisaba que esos dulces eran para diabéticos. Sonreí levemente, todo me recordaba a él.

—Skylar Grace Evans —escuché a mi espalda, y antes de girarme, la corriente eléctrica que recorrió todo mi cuerpo e hizo que me paralizara me avisó sin duda de quién se trataba; era Alexander Black.

ALEXANDER

Una figura dándome la espalda captó mi perdida mirada. No podía ser otra... no. Hubiera podido reconocer esa figura por muchos años que pasaran. Lucía más delgada, pero sin duda era ella; Skylar.

¿La había invitado Hillary y no me había avisado de nada?

Tragué saliva intentando relajarme. Suspiré y recordé las palabras de Ingrid, la psicóloga que había visitado un par de veces a petición de Hillary.

Me acerqué con miedo, había soñado mucho tiempo ese momento.

—Skylar Grace Evans —dije aun a sus espaldas. Noté como se tensó al escucharlo, e instantes después, se giró frente a mí. Sin duda, era ella, mi preciosa y perfecta señorita Evans.

—Alexander —contestó en apenas un suspiro. Mi cuerpo me rogaba acercarme desesperadamente a ella y besarla sin control, pero tenía que controlarme. Yo era un monstruo para ella.

Yo sonreí al volver a escuchar mi nombre en sus labios. La extrañaba tanto...

Ambos adelantamos unos pasos hasta que nos encontramos frente a frente; estaba preciosa, como siempre. Aunque demasiado delgada.

—¿Cómo estás? —titubeó con una copa en la mano, la cual le temblaba y parecía que su contenido se iba a acabar cayendo.

—Ahora mucho mejor —contesté igual de nervioso que ella pero sin dejarlo ver. Ella esbozó una pequeña sonrisa que inminentemente conllevó a una mía. Esta mujer me tenía realmente loco—. ¿Y tú?

—Bien —contestó tímidamente. Deseaba tenerla entre mis brazos—. ¿Qué... haces aquí? —preguntó entrecortadamente. ¿A qué se debía esa pregunta?

—Hillary me ha invitado —contesté obviando un poco la respuesta—. Igual que a ti —añadí sonriendo. Ambos estábamos demasiado nerviosos; hacía mucho que no nos teníamos enfrente.

—¿Hillary es la que ha organizado esto? —preguntó extrañada. Como siempre, Skylar y su manera de volverme loco.

—Sí —contesté. Parecíamos dos adolescentes en plena edad del pavo—. ¿Quién te ha invitado? —pregunté interesado. No entendía nada.

—Yo soy la acompañante...— comenzó a decir hasta que una mano le pasó por la cintura y la interrumpió.

—Mi acompañante —dijo Aarón Grable. ¿Qué hacía ese tío junto a Skylar? La rabia y la furia se apoderaron de mi cuerpo, y Skylar comenzó a temblar y a mirarme con miedo. No... Mí mirada otra vez no. No.

No quiero que me tenga miedo.

Suspiré para tranquilizarme.

—Trabajo para Leutori Stmes —comenzó a explicar Skylar mientras se removía en los brazos de Aaron, incómoda.

Suéltala imbécil o te juro que te parto la cara.

Suspiré y quise relajarme mentalmente. Basta. Skylar logró separarse de los asquerosos brazos de Grable. Sabía que su padre había muerto y que él había heredado Leutori Stmes, pero no estaba al tanto de su interés en Skylar. Mi Skylar. A no ser... que ella también tuviera interés en él.

De ese modo desearía matarlos a los dos.

No.

Nada de matar ni partir caras.

Relaja Alexander.

—Me alegro —dije irónicamente. No podía disimular mejor, toda mi concentración se dedicaba a controlar las ganas de matar a ese imbécil de Grable.

Skylar sonrió pero estaba muy nerviosa. No quería verla así. Ella no me quitaba el ojo de encima, cosa que me hacía ponerme más nervioso. Deseé cogerla en brazos y llevármela de allí.

—Ahora, si me disculpas, voy a bailar con mi acompañante —dijo desafiante Aarón. Cogió la mano de Skylar y se la llevó sin darle tiempo a pronunciar algo, pero su mirada al girarse me dijo que ella deseaba estar conmigo.

Y si mi nena deseaba estar conmigo lo iba a estar.

Tras unos instantes de búsqueda y tras esquivar a dos amigas de mi hermana realmente pesadas, di con Aarón y Skylar bailando. Me colé en mitad de la gente mientras todos me preguntaban qué hacía de mala gana y al reconocerme se ruborizaban, y agarré con miedo el brazo de Skylar.

—¿Me permites este baile? —pregunté y ella sonrió. Miré el gesto de Aarón que era totalmente de desagrado pero Skylar reclamó estar a mi lado, quedando Aarón en segundo plano.

Cogía con miedo a Skylar, temía volver a hacerle daño. Ella lucía una perfecta sonrisa que me hacía sentir como en casa, pero no era de extrañar. Ella era mi hogar.

—Te he echado de menos —murmuró en mi oído provocando en mí una sensación de felicidad y placer que no sentía desde que se fue.

La hice dar una vuelta al son de la música y coloqué mis labios justamente en su boca.

—Yo también —murmuré captando el delicioso olor que siempre desprendía Skylar.

Mi Skylar.

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