Capítulo 40
Nota: Terminé de escribir esto el año pasado (nunca publico hasta tener el fic terminado, así evito dejarlos a mitad) y cuando empezó lo que está pasando, pensé en cambiarlo. Pero me había documentado mucho y no quise tener que reescribir todo, así que lo dejé así. Ya lo dijo Oscar Wilde: "La naturaleza imita al arte" jajaja. Espero que os guste.
Y mil gracias de nuevo a quienes leéis y comentáis este fic, es mi favorito y os amo por ello.
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La tensión del ambiente de la Cumbre Internacional para decidir si se derogaba el Estatuto del Secreto tornó en tristeza. Si bien habían acudido con reticencias, Bellatrix había logrado convencerlos de que el plan saldría bien. A todos les había emocionado la idea de poder dejar de esconderse, de usar la magia libremente y que sus vidas mejoraran. Pero sin una garantía de poder defenderse, no iban a hacerlo. Y la mortífaga acababa de reconocer que no disponía de ningún recurso para hacer frente a los muggles.
Los ministros empezaron a guardar sus documentos. La bruja india y los magos de Abu Dabi y Singapur se miraron sonrientes. A ellos también les gustaría revelar el secreto, sin duda, pero primaba más su deseo de que Bellatrix no siguiera acaparando poder. Debían conquistarlo ellos, que llevaban años de maquinaciones y tramas para que así fuera.
-Bueno, pues como ya está todo dicho... -empezó el singapurense.
-Un momento -murmuró Bellatrix mirándole por fin-, me doy cuenta ahora de que su acento es un poco desastroso, querido. ¿Ha dicho arma secreta? Había entendido amante secreta y, francamente, no era algo que desease comentar con usted... Pero arma...
Todo el mundo paró de recoger y clavaron sus ojos en la morena. Rodolphus y Adrien se miraron frunciendo el ceño. ¿Qué pretendía Bellatrix? No habían diseñado nada más, nada para atacar a los muggles, no era ese el enfoque que le dieron al problema. Igual iba de farol... Aunque su exmarido la conocía bien y sabía de sobra cuál era su tono de tener una snitch bajo la manga. Tendría que ser algo que hubiese hecho ella sola, a espaldas de todos. Era imposible, pasaban juntos casi todo el día, ¿qué arma podía haber desarrollado la bruja?
-Mi primera idea también fueron las pociones que habéis nombrado -murmuró la bruja cogiendo su bolso con cuidado-. Pero como bien habéis remarcado, es una opción muy insuficiente y que nos afectaría también a nosotros. Sin embargo esto...
Con deliberada lentitud porque la expectación bien lo valía, sacó una pequeña caja metálica de su bolso. Estaba protegida por todo tipo de encantamientos y solo ella podía abrirla. La colocó sobre la mesa y con un gesto de su varita, se abrió. Los ministros que estaban sentados a sus lados se alejaron un poco de ella de forma inconsciente. El resto contuvieron el aliento. Con otro giro de su varita, cuatro viales levitaron sobre el centro de la mesa. Las sustancias que contenían eran azules, verdosas y transparentes y se distinguían en ellas partículas de alguna sustancia indefinida. Nadie reconoció de qué filtros se trataba.
-Aunque sean pociones de invención propia, ninguna será capaz de... -empezó el ministro de Abu Dabi.
-No son pociones. Son cepas.
Quienes sabían un poco de medicina (mágica o muggle, daba igual), sintieron un escalofrío. La mexicana murmuró con cierto temor: "¿Ce... cepas?".
-Cepas de los virus de las enfermedades de la peste, la viruela, la gripe española y el tifus. Las enfermedades más mortales que han existido en el mundo muggle. La peste negra, en el siglo XIV mató casi a la mitad de la población mundial. La pandemia de gripe española del siglo XX mató en un año a cien millones de personas. La viruela, solo en el siglo XX causó la muerte de más de 300 millones de personas. Y lo mismo las fiebres del tifus, que además mutaron en enfermedades más graves.
Todos, sin excepción, tragaron saliva y separaron sus sillas de la mesa para alejarse de los viales que flotaban frente a ellos. No obstante, eran incapaces de dejar de contemplarlos.
-Como sabéis, las enfermedades muggles no afectan a la población mágica, somos inmunes. Aunque para algunas de ellas, como la viruela, desarrollaron una vacuna, para la gripe y la peste no las hay. Se erradicaron cuando mejoraron las condiciones de higiene, pero conservaron las cepas en un laboratorio subterráneo por si hacía falta estudiarlas. Obviamente para ellos resulta inaccesible, pero con un par de hechizos pudimos sustraerlas sin problema... Con magia no cuesta nada replicar esta fórmula, puedo obtener litros en un solo día. Aunque ni siquiera es necesario. Se contagian por el aire, por la saliva, de persona a persona. Con infectar a unos pocos muggles, ya estaría, la población mundial caería enferma. Los efectos de todas ellas son altamente desagradables y repulsivos. Serían muertes lentas y agónicas, no habría forma de pararlo. Muy pocos sobrevivirían, ni siquiera lo verían venir... No les daría tiempo a utilizar sus armas nucleares -se burló la bruja-. La enfermedad es el más cruel de los cuatro jinetes.
Solo los ministros con progenitores de sangre muggle entendieron la última referencia. Todos la miraron con horror sin atreverse a decir nada. Hasta su marido se había quedado congelado. Bellatrix no lo había hecho a sus espaldas sino delante de sus narices. Ahora entendía su repentino interés por los libros de medicina e historia muggle... Hasta él sintió miedo de aquella mujer a la que tanto quería. El resto parecían pensar lo mismo: era retorcido, cruel. Era perfecto. La mortífaga había conseguido que los magos dejaran de ser una minoría indefensa, volvían a suponer una amenaza. Como nadie se atrevía a comentar nada, de nuevo tomó la palabra:
-Entonces qué, ¿les parece suficiente o busco algo más? Porque no duden que podría encontrar más métodos. Soy la mejor en magia oscura, en extorsiones y en formas de tortura, nadie me gana en mi propio terreno.
Todos captaron que la bruja no hablaba de los muggles sino de los tres ministros que habían intentado boicotear sus planes. Con un gesto de su varita, los tubos volvieron a su caja. La cerró y volvió a guardarla en su bolso.
-Bueno... Obviamente jamás usaríamos eso, pero es cierto que así ya contamos con una garantía. Yo mantengo mi voto a favor -sentenció el ministro estadounidense.
Poco a poco todos le secundaron. Hasta los ministros de India y Abu Dabi reconocieron que les había ganado. Se dieron cuenta de que la habían subestimado y pensaron que mejor aceptar la derrota y no garantizarse semejante enemiga. Así que asintieron también. El díscolo singapurense asumió con rabia que no podía oponerse él solo. Así que forzando una sonrisa que le dolió en cada ápice de su ser, asintió también.
La mortífaga realizó el conjuro que permitía la votación. Era una forma de juramento inquebrantable: el resultado era vinculante y debía cumplirse. Enumeró las condiciones: en un plazo de cinco años, revelarían el secreto a los muggles, hasta entonces, trabajarían para buscar nuevas estrategias que garantizaran su éxito y nadie hablaría de las cepas mortales que tenían como seguro de vida. Seguidamente comenzó el proceso. Por turnos, cada ministro alzó su varita. Todas ellas emitieron chispas verdes mostrando así su voto positivo. Una vez hubieron votado los treinta, las chispas se convirtieron en llamas que ardieron durante un minuto y finalmente se apagaron. El pacto quedó sellado. La anfitriona les dio de nuevo las gracias por su asistencia, quedó a su disposición por si necesitaban algo y dio la reunión por concluida.
-Eres una loca muy peligrosa -susurró su marido mientras la abrazaba.
-Necesitaba estar segura -le respondió ella-, siento habéroslo ocultado, pero ya teníamos suficientes problemas.
-¿Tu adorable novia muggle lo sabe?
-No se lo he contado, pero fue ella quien me dio la idea. Y lleva meses viéndome leer y consultar sobre pandemias muggles, algo sospecha, pero ha preferido no preguntar. Se lo contaré esta tarde.
Se separaron por fin. Rodolphus la miró a los ojos y negó con la cabeza sin saber si estaba enfadado con ella. La bruja puso ojitos inocentes, le besó en la mejilla y seguidamente se alejó para charlar con el resto de ministros. Tras casi una hora de cortesías entre unos y otros, decidió que era hora de irse, tantas emociones la habían dejado agotada. Se despidió de los invitados que quedaban y buscó a Adrien y a su marido. El primero fue más fácil de encontrar, se hallaba conversando con la ministra india. Ya fuera del edificio encontraron a Rodolphus que parecía algo más acalorado que antes pero más sonriente. Adrien se despidió de ellos y quedaron en verse al día siguiente en el Ministerio. La morena miró a su marido y le cogió de la mano:
-¿Nos vamos a...? -empezó a preguntar- ¡Llevas sangre en la muñeca! ¿¡Estás bien!? ¿Qué ha pasado? -preguntó nerviosa.
-Tranquila -murmuró él limpiándola con un hechizo rápido-, no es mía. Ambos hacemos cosas a las espaldas del otro. Pero digamos que... no pienso permitir que nadie hable o mire mal a la que siempre consideraré mi mujer.
Bellatrix encarnó una ceja. Recordó que el Ministro de Singapur había abandonado el primero la sala con aspecto algo aturdido y nadie había vuelto a verlo. La bruja sonrió con crueldad. Besó de nuevo a su exmarido y no preguntó. Adoraba que torturara por ella y sabía que él tampoco dejaba cabos sueltos. Así que todo solucionado. Se cogieron en de la mano y aparecieron a las puertas de la Mansión Lestrange.
Nellie, Rabastan y Dolohov habían pasado la mañana en un estado de nervios preocupante. Todos sabían lo que se jugaban en aquella reunión y ansiaban que saliese bien. Cuando volvió del trabajo la muggle decidió cocinar algo para distraerse. De inmediato, Rabastan -que ya se hacía llamar "Chef Rab"- se había unido para hacer lo que él consideraba "ayudar" y la castaña "entorpecer". Por suerte era una mujer paciente. El sueco se había sumado pero sin ensuciarse: se sentó y los observó mientras intentaban conversar sobre cualquier tema banal.
A primera hora de la tarde ya tenían varias empanadas y pasteles de diversos sabores. Así que se habían trasladado al salón y estaban jugando con Voldy y Sweeney a ver quién atrapaba antes los galeones que les lanzaban. Repentinamente ambos escarbatos se paralizaron durante unos segundos y salieron corriendo.
-¿Qué les pasa? -preguntó Dolohov extrañado.
-Que viene su mamá, la oyen en cuanto se apariciona -respondió la muggle nerviosa.
De inmediato tanto ella como los dos magos echaron a correr hacia la entrada. Les bastó ver la amplia sonrisa que mostraban los recién llegados para entender que lo habían conseguido. Todos gritaron con alegría. Nellie abrazó a su novia mientras los escarbatos trepaban por su vestido para ser parte de la felicidad colectiva. Dolohov abrazó también a su marido. Rabastan se los quedó mirando con el ceño fruncido por discriminarle. Al poco su hermano le incluyó también en la muestra de afecto. Cuando se serenaron, decidieron pasar al salón para contarles lo sucedido. De camino, Rodolphus contempló el bolso de su mujer y a Nellie con cierto temor.
-Querida, no deberías llevar eso encima. Sé que está protegido, pero...
-No son los originales, solo réplicas inofensivas. No iba a llevar semejante arma biológica con toda esa gente de la que no me fío... Los de verdad están a buen recaudo de una de mis mansiones.
Su exmarido suspiró aliviado. Al instante el resto preguntaron de qué hablaban. Bellatrix sintió renovado temor de que a su novia no le pareciera bien que hubiese dedicado meses a buscar la forma de destruir a su raza. Aún así empezó el relato. Todos escucharon con atención.
Nellie se sintió muy orgullosa cuando le contaron que todos los mandatarios habían elogiado sus propuestas. No obstante, torcieron el gesto cuando escucharon la parte de los tres ministros renegados; sobre todo el que había sido desagradable con la mortífaga. Dolohov miró de reojo a su marido sabiendo que no lo habría dejado pasar. Las expresiones cambiaron radicalmente conforme avanzó la historia: sabían que no habían trabajado en ningún plan B.
-¿Cómo los has convencido? -le preguntó la castaña.
-Verás... -empezó la mortífaga.
Les contó la conversación que tuvo con Nellie sobre la peste y las pandemias muggles el día después de matar a Voldemort. Siguió informándose con todo tipo de libros sobre la materia para estar segura de que lo entendía. No le costó descubrir el potencial destructor que encerraba aquello. En algunos de los artículos leyó sobre la forma en que conservaban las cepas en un laboratorio subterráneo en una de las zonas de frío más extremo de Siberia. Mandó a dos de sus magos de más confianza y localizaron el lugar.
Un par de imperios, algunos alohomoras y hechizos insonorizantes después, entraron a la cámara en cuestión. No se llevaron todo el material disponible sino muestras de cada uno: los muggles seguían teniendo los viales por si querían investigar. Luego lo mandó estudiar al laboratorio mágico de San Mungo y le explicaron que aquellas bacterias eran sencillas de encontrar en hongos mágicos y diversas plantas y podrían combinarlas para replicar la fórmula. Así que se dio por satisfecha de haber encontrado un arma secreta.
Superado el estupor inicial, los tres magos procedieron a hacerle todo tipo de preguntas. Les interesó especialmente cómo dichas enfermedades afectaban a los muggles. La repulsión al saberlo fue absoluta. Bellatrix observó a su novia con tristeza, era la única que no había abierto la boca. La cogió de la mano y murmuró:
-No pienso usarlo, Nell, no voy a matar a los muggles. Les he perdonado la vida a los sangre sucia que me molestan más... Conviviremos en paz, estoy segura. Y en caso de que quisieran matarnos y tuviéramos que defendernos... A ti no te pasaría nada, estarías en casa completamente alejada de ellos. Y para estar seguras te haría una transfusión de mi sangre: los anticuerpos que me aporta la magia deberían protegerte a ti también, son más eficaces que cualquier vacuna. No pasará nada, te lo prometo. Es solo que ya sabes que necesitaba ganar y...
Su voz fue perdiendo fuerza. "¿Estás enfadada?" le preguntó mirándola a los ojos. Nellie no lo sabía. Claro que sospechaba que Bellatrix andaba detrás de algo así, pero no imaginó que fuera de semejante magnitud... O quizá sí y por eso no preguntó. Sabía que de haberlo hecho, la mortífaga se lo hubiese contado. Al igual que sabía que la apertura al mundo muggle por la vía no-violenta la estaba haciendo por ella, para que no tuviera que esconder su condición toda su vida. Por otra parte, le emocionaba que le ofreciera lo que más valoraba: su propia sangre. Así que finalizó su debate interno.
-No. No me importaría ser la única muggle del mundo, ¡aparecería en los libros de criaturas extrañas!
Bellatrix sonrió profundamente aliviada, la besó y susurró en su oído: "Siempre serás mi criatura favorita. Te quiero, muggle molesta". Nellie sintió un escalofrío de placer y le cogió la mano con cariño. El momento se vio interrumpido por Rodolphus, que exclamó como si nada:
-¡Bueno, todo aclarado! Vamos a lo importante: huelo comida, ¿dónde está?
-Eres con la comida peor que los escarbatos con los objetos brillantes... -murmuró su marido.
A pesar de todo lo que habían cocinado, ninguno de los tres había sido capaz de probar bocado por los nervios. Así que decidieron hacer una merienda-cena. Rabastan llamó a Ruffy y le indicó que trajese lo que habían preparado a la mesa del salón. El elfo obedeció de inmediato.
Rodolphus se abalanzó sobre los platos incluso antes de que la criatura los colocara en la mesa. Las reuniones de alta política le abrían el apetito... igual que todo lo demás. El resto comieron lo que pudieron o más bien lo que les dejó el dueño de la casa. Tras terminar con el bizcocho de calabaza, Bellatrix se medio tumbó en el sofá con la cabeza apoyada en el hombro de su novia y cerró los ojos. No estaba cansada pero necesitaba evadirse durante un rato y hacer balance de los acontecimientos. Nellie le pasó un brazo por la espalda y la atrajo más hacia sí mientras conversaba con los magos.
-Oye, Eleanor, tú que trabajas con él, ¿es verdad que Macnair está liado con la becaria de la oficina de trasladores? -inquirió Rodolphus con curiosidad.
La muggle iba a abordar el cotilleo sin problemas, pero se interrumpió al ver entrar a Ruffy a toda velocidad entre el sofoco y el agobio. Con esfuerzo para hablar, la voz aguda del elfo empezó a soltar a toda velocidad:
-¡Disculpen, señores Lestrange, yo...! No sé si debía dejarla entrar... Pero dice que es familia de Madame Black y que...
Ahí Ruffy se arrodilló agotado por el esfuerzo de haber intentado frenar a la invitada no deseada. No hizo falta pedirle más explicaciones porque al poco Andrómeda entró al salón. Bellatrix abrió los ojos, se incorporó y se tensó notablemente. Los cinco miraron a la recién llegada. Se había maquillado bien y lucía un vestido azul oscuro, sencillo pero favorecedor. Tras morir su marido apenas tenía ingresos, pero sospecharon que había querido elegir algo así para resultar más elegante ante su hermana. Pese al ímpetu con el que había hecho su aparición, parecía haber perdido bastante aplomo al encontrarse con la reunión familiar. No esperaba tanta gente. Los saludó con nerviosismo y murmuró:
-Perdón por interrumpir... Llevo días queriendo quedar con Bella. No quería molestarte en el trabajo, imaginaba que seguirías viviendo aquí y he supuesto que... Bueno que igual te apetecía hacer algo juntas o...
Se interrumpió sintiéndose un tanto ridícula. No le había entrado a nadie con tanto nerviosismo ni en sus primeras citas durante la adolescencia. Era una mujer fría y decidida, pero aquella no solo era su hermana largo tiempo añorada. También era la emperatriz suprema de ese nuevo mundo: un gesto suyo y ella y su familia cruzaba a la otra vida. Así que mejor abrazar cualquier rastro de humildad. Su hermana la miraba un tanto perpleja sin saber cómo reaccionar. Rodolphus decidió hacerse cargo de la situación:
-No te preocupes, Ruffy, tranquilo, está bien, puedes marcharte.
El elfo suspiró visiblemente aliviado, le dio las gracias y se despidió con una reverencia. Con la humana no tuvo tan claro qué hacer, no estaba seguro de lo que deseaba Bellatrix... Aún así se arriesgó. Él y su hermano siempre se habían querido y apoyado mutuamente y le daba pena que la mortífaga no tuviese algo así. Después de perder a Narcissa igual no era mala idea retomar la relación con Andrómeda... Y en cualquier caso él la vigilaría para proteger a su exmujer como hacía siempre. Así que con un gesto de la mano le indicó:
-Siéntate con nosotros. Ya conoces a Rab -el aludido le dio dos besos-, este es mi marido Dolohov -el sueco le tendió la mano con educación- y ella es nuestra querida Eleanor.
La muggle se levantó incómoda para aceptar la mano que la castaña le tendía, pero no estaba segura de si debía aceptarla. Bellatrix le había hablado del su descarriada hermana y sabía que no había tomado una decisión respecto a su relación. La miró de reojo y la duelista asintió de forma casi imperceptible. Así que estrechó la mano de la recién llegada que le sonrió y comentó:
-Andrómeda, mucho gusto.
La muggle asintió nerviosa y volvió a sentarse junto a su novia. En el sofá de enfrente, Rabastan le señaló a la castaña un hueco vacío para que se sentara junto a ellos. La bruja aceptó agradecida y se acomodó. Dolohov le ofreció una taza de té que sin duda necesitaba. Tras el primer sorbo les felicitó por su boda. Después les preguntó y felicitó por el asunto del Estatuto del Secreto: el Profeta había publicado una edición especial para anunciar que en la cumbre se había aprobado desvelarlo. Rodolphus le dio los detalles fundamentales y ella asintió con interés. Miró de reojo a Bellatrix y vaticinó que iba a ser una velada interesante.
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