Capítulo 4
Nota: mi Rodolphus está un poco inspirado en el del Bellamort de la gran @Alpheratz_Black ¡así que muchas gracias, amiga! // Este fic está marcado como contenido adulto, tenedlo en cuenta; me da igual que hayáis leído cosas peores, no quiero que sea bajo mi responsabilidad.
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En un estado de privación material absoluta cada posesión se convierte en un tesoro. Aquella capa de terciopelo negro con las iniciales B.B.L. bordadas se convirtió en su más preciado amuleto. Cuando no la llevaba puesta porque las mantas la protegían, dormía abrazada a ella. Olía a una mezcla de sándalo y pachuli con un ligero toque de frambuesa. Resultaba misterioso y atractivo con un punto salvaje. Igual Bellatrix era como esas mujeres de la alta sociedad a las que les fabricaban su propio perfume. En cualquier caso adoraba esa fragancia. Estaba acostumbrada al olor de la carne quemada y la mejora era considerable.
Calculó que debía llevar poco menos de un mes en ese sótano. Los días se le hacían un poco largos pero aún así, no tenía claro si su vida pasada era mejor que aquello... Dedicaba muchas horas a pensar en el futuro (si acaso lo tenía). Bellatrix le había explicado que en el mejor de los casos, si cumplía bien con su cometido, la haría olvidar y la devolvería a su casa. Supuso que la otra opción era la muerte. Se ponía triste siempre que le daba vueltas. No quería olvidar, no quería volver a ser una muggle que vivía ajena a la magia. Pero parecía el único modo de recuperar su vida. Y en ese punto se angustiaba, por qué ¿qué vida? Sin Sweeney le quedaba poco o nada. Sin tenerle a él para ayudarla con el negocio volvería a regentar la peor pastelería de Londres. Se quedaría de nuevo sin clientes y, por tanto, sin dinero. Y aunque Mr. Todd nunca le tuvo aprecio, por lo menos no se sentía tan aislada del mundo. Ahora estaba sola, completamente sola.
Por pensamientos así a veces deseaba que su encierro durase lo máximo posible. Se lo tomó como un retiro para desconectar como había leído que hacían las famosas. Bellatrix no le había indicado cuánto tiempo iba a serles útil, pero parecía que el plan de secuestrar al Primer Ministro iba a ejecutarse pronto. Después de eso ya no la necesitarían más. Su idea era convencer a la bruja de que podía hacer más cosas para ellos: cocinar, limpiar, coser... Sabía que de esos menesteres se encargaban los elfos domésticos, pero igual no les importaba tener a alguien más. Aunque sospechaba que sí les importaría. Cada vez que se cruzaban con algún mortífago cuando paseaban, la miraban con desprecio y repugnancia, peor que a los elfos. Por mucho que intentara disimularlo, Bellatrix era la única que no la trataba como si fuese a contagiarle la lepra solo con mirarla.
Sin embargo, su plan se fue retrasando porque en esos días la mortífaga dejó de acudir a verla. Supuso que estaría en alguna de esas misiones a las que el Señor Serpiente la mandaba. La entristecía no poder salir a pasear, pero aún la entristecía más el temor de que a la morena le pasara algo. No se planteaba lo extraño de su afecto hacia ella, lo achacaba al instinto de supervivencia: la había salvado de morir y era la única persona con la que trataba. Era normal preocuparse por ella.
Bellatrix también estaba preocupada. Durante esas semanas sus únicos momentos de algo parecido a la felicidad era cuando salía al jardín con la muggle. Los días en que alguna tarea se lo impedía estaba de mucho peor humor. A veces incluso soñaba con ella y con las tonterías que le contaba del mundo no mágico. Ese carácter entre ingenuo y airado, ese espíritu infantil pero a la vez profundamente maltratado por los años, esa capacidad de entrega ante el más nimio atisbo de esperanza... Y sobre todo el brillo en sus ojos cuando la veía hacer magia, en esos ojos que parecían haber visto mucho más de lo que contaban. Era el rompecabezas más extraño al que se había enfrentado desde su Señor. Sabía que algo en esa mujer no cuadraba, pero no acertaba a ver el qué. Y la odiaba, la detestaba a igual que a todos los muggles.
Dejó de ir a verla. Hubo tardes en las que se debatió entre tomarse una poción para dormir o pedirle a Narcissa que la petrificara para no caer en la tentación. En pocas semanas secuestrarían al Ministro para culminar su plan de volver locos a magos y muggles y ya no la necesitarían. Probablemente acabaría muerta. Y a ella no le importaba. "No me importa, no me importa, ¡no me importa!" se repetía con rabia varias veces al día. No podía cogerle cariño, era absurdo, completamente ridículo. Casi tanto como la idea de que existiese un ser llamado Yeti que vivía en las montañas con el único propósito de aterrorizar muggles...
-¿Por qué sonríes, Belle?
Rodolphus la abrazó por la cintura mientras caminaban hacia la sala de reuniones. Ella se maldijo internamente por no controlar sus estúpidas emociones y le aseguró que nunca sonreía.
-Pues deberías, querida, estás aún más preciosa cuando lo haces - le susurró al oído.
Bellatrix se mordió el labio inferior para evitar volver a curvar sus labios. Él se rió al darse cuenta y la besó en la mejilla. Entraron al enorme salón y ocuparon sus puestos en la larga mesa de madera de nogal. La bruja se sentó a la derecha de la cabecera con su marido a su lado. Junto a él se colocaron Rabastan y Dolohov. Y frente a ellos, Narcissa con Lucius y Draco. Bellatrix le guiñó el ojo a su sobrino y él respondió con una sonrisa nerviosa. Poco a poco fueron apareciendo el resto de mortífagos. Finalmente se incorporó Lord Voldemort y ocupó el puesto presidencial.
Se trataba de una reunión rutinaria para que cada uno contase cómo habían ido sus asuntos durante esa semana. Bellatrix habló la primera y confirmó que todos los ataques liderados por ella habían sido un éxito. Su Maestro simplemente asintió y pasó al siguiente. La bruja enseguida perdió el interés por los relatos. La mayoría se centraban en los seguimientos de los avistamientos de Potter y la Orden y ella estaba ya bastante harta del maldito crío al que no le daba la gana de morir. No entendía cómo un hombre tan inteligente y poderoso como su Señor no se daba cuenta de que llevaba toda su vida persiguiendo a un niño. Si hubiese dedicado tanto tiempo y recursos a cualquier misión un pelín más importante, ya sería el Amo de Gran Bretaña y probablemente del mundo.
-Lo fundamental es que yo mate a Potter -insistió la aguda voz del Señor Tenebroso.
"Que sí, que ya lo sabemos, rematado cansino" pensó Bellatrix con hastío. Ojalá alguien se lo espetara tal cual. Seguro que la muggle lo haría, esa mujer no conocía contención alguna ni pensaba antes de hablar. Y encima tenía la maldita manía de ser optimista, alegre y... Su hilo de pensamiento quedó cortado cuando sintió una mano sobre su rodilla. Siguió avanzando sobre su falda hasta acariciarle el muslo. Bellatrix no apartó la vista de Voldemort.
-Una vez haya conseguido encontrar al chico... -seguía el Mago Tenebroso a lo suyo.
Siempre que se aburrían en las reuniones jugaban a aquel arriesgado juego. El morbo de que su Maestro los pillara metiéndose mano mientras les repetía el discurso era innegable. Colocó sus finos dedos en la rodilla de Rodolphus y trepó con rapidez hasta zonas más íntimas. Vio por el rabillo del ojo cómo su marido se revolvía incómodo en el asiento y sonrió para sus adentros.
-¿Dónde está Yaxley?
Bellatrix dejó de sonreír al momento. Los asistentes se miraron entre sí hasta que Rookwood tomó la palabra:
-Me parece que interrogando a los prisioneros, ha bajado después de comer.
Voldemort asintió.
-Debe estar pasándolo bien para perderse la reunión... -murmuró Él.
-¿Bajo a buscarlo, milord? -se ofreció Bellatrix de inmediato haciendo ademán de levantarse.
-Ah, no será necesario, Bella, déjalo entretenerse. Tampoco es que aquí aporte mucho...
Varios de los mortífagos se rieron, unos por burla y otros por nervios. La duelista apretó los puños bajo la mesa y trató de serenarse. Rodolphus notó que algo iba mal y dejó de provocarla. La morena intentó prestar atención al resto de la reunión y simular interés, pero nunca le había costado tanto. Adoraba a su Maestro y le encantaba oírlo hablar apasionadamente sobre cualquier tema (que no fuese el sempiterno Potter), pero ese día por primera vez se le hizo pesado. No se atrevió a mirar cuántos minutos transcurrían porque hubiese sido de mala educación, pero se le hizo más largo que un partido de quidditch sin snitch. Cuando por fin Voldemort les encomendó nuevas tareas y dio la reunión por concluida, fue la primera en levantarse. Perdió un segundo en asegurarle a su marido que todo iba bien y salió a toda prisa. En cuanto se alejó de ellos, echó a correr.
Tenía que haberlo matado. Tenía que haber matado a Yaxley la primera vez que intentó tocar a su mascota; entre los mortífagos también había facciones y él lideraba la oposición al bando de Bellatrix. La frenó saber que su Señor se enfadaría mucho si derramaba sangre pura. Y si se enteraba de que lo había hecho por defender a una muggle, tanto ella como su marido y su hermana servirían de alimento para Nagini. No obstante debería haber sabido que con una amenaza no bastaría, ese hombre era demasiado idiota.
La muggle le preocupaba únicamente porque era importante para el plan de su Señor. Y porque era suya, pero en el mismo sentido que eran suyas unas botas de cuero o una estola de piel. Pero nada más. O eso quiso creer.
-Ojalá solo haya usado crucio -masculló para sí misma-, porque como se haya atrevido a...
Bajó las escaleras del sótano a toda velocidad y apunto estuvo de volar la puerta. El primer mal presagio fue que había demasiado silencio, incluso para una mazmorra en la que los prisioneros no se hablaban. Ejecutó un potente hechizo de luz y entonces lo vio. La sangre, el cuerpo inmóvil en el suelo, los rostros desencajados de los otros dos prisioneros... Se quedó paralizada. Por primera vez en mucho tiempo no supo cómo actuar. Las tres personas conscientes la miraron esperando su reacción.
-¿Qué ha pasado aquí? -preguntó con voz lo más firme y fría que pudo.
Las respuestas llegaron en forma de chillidos que se atropellaban unos a otros. El duende gritó que tanto la muggle como el mortífago estaban completamente locos, que le estaba bien empleado y que todo estaba mejor antes de que ella llegara. Ollivander se quejó de que él había colaborado en todo, no merecía haber presenciado semejante sacrilegio: no existía para él crimen más atroz que romper la varita de un mago. Por último, Bellatrix contempló a Nellie. Era la única que seguía callada, de pie, junto al cuerpo sangrante de Yaxley. Estaba tan asustada que no se atrevía ni a hablar.
Bellatrix se metió en su mente. Era un caos casi tan grande como la noche en que Sweeney intentó asesinarla. Todo en su cabeza daba vueltas intentando proporcionarle una explicación que provocara el menor enfado posible. No la encontraba. Por lo que pudo ver, el mago había entrado en al sótano con el plan de terminar lo que empezó. No perdió ni tiempo en torturar a los otros. Se dirigió directamente hacia la mujer y le aseguró que se la iba a follar hasta que se desangrara. Como lo veía desde sus ojos, dedujo que la castaña se hallaba de pie en un rincón del calabozo. Cuando Yaxley se acercó a ella, fingió un terror y una parálisis superiores a los que sentía. A la bruja le pareció entender que ya contaba con un segundo asalto, al parecer Nellie estaba acostumbrada a tratar con tipos así. Permitió que el mago se burlara de ella y la cogiera de la barbilla como examinado la mercancía.
-¿Sabes que te pareces mucho a...?
Antes de que el mortífago terminase la frase, Nellie le dio un rodillazo en la entrepierna. El hombre se retorció de dolor y ella aprovechó para quitarle la varita. La partió en dos desencadenando un agudo chillido de Ollivander. En la mente de la prisionera se repetía un pensamiento: "Golpe en la cabeza, lo más sencillo para provocar daños y desmayo es un golpe en la cabeza". Como aún estaba en cuclillas protegiendo sus partes y maldiciendo, la prisionera le propinó un fuerte codazo en la cabeza. Una vez en el suelo lo había rematado con varias patadas hasta asegurarse de que perdía el conocimiento. Tanto el duende como el comerciante habían empezado a gritarle que acababa de firmar la sentencia de muerte de los tres, que estaba loca y debería haberse dejado hacer. La castaña les había chillado que les dieran por culo a ellos pero que ella no iba a consentirlo.
Debían haber pasado sumidos en ese caos unos minutos. Hasta que Nellie empezó a sentir un miedo atroz por la reacción de Bellatrix. Sabía que aunque hubiese sido en defensa propia, ella era solo una muggle y él un mago de una familia muy importante. Por mucho que la mortífaga le odiara, Voldemort no le permitiría hacerle daño ni consentir semejante crimen por parte de escoria muggle.
-Está vivo... -susurró Nellie como disculpa.
Ese pensamiento expulsó a la bruja de su cabeza. Elaboró un plan sobre la marcha y calibró futuras repercusiones. No se le ocurrió nada mejor, así que lo llevó a cabo. "Enervate" murmuró. Con esfuerzo y para terror de la muggle, Yaxley gruñó cual fiera herida y se puso en pie. Antes de que pudiera reaccionar, la bruja pronunció: "Imperio". El hombre entró en una suerte de trance y esperó instrucciones.
-Has bajado a torturar a los prisioneros, pero como anoche bebiste mucho te has caído por las escaleras -le contó Bellatrix con calma-. En algún momento perdiste tu varita. Ahora vas a ir a la cocina, vas a coger un cuchillo, te vas a ir a tu habitación y te vas a castrar tú mismo. Después no recordarás nada y aunque sospeches que he sido yo, ambos sabemos que si se lo cuentas al Señor Oscuro ni te creerá, ni le importará en absoluto. ¿Lo entiendes?
Para el asombro de Nellie, Yaxley asintió con una sonrisa bobalicona y se fue a cumplir su misión. Bellatrix era experta en las maldiciones imperdonables, ni siquiera le hizo falta obligarle a olvidar la versión original. La bruja desintegró los dos pedazos de la varita del hombre y los rastros de sangre para eliminar pruebas. Apuntó a la mujer y ejecutó un encantamiento para limpiar tanto su persona como su ropa. Seguidamente, con un doble obliate, borró la memoria de los dos testigos. Cuando ambos sacudieron la cabeza sin entender ni recordar qué había pasado, indicó con voz firme:
-Muggle, ven conmigo, tengo que castigarte.
Nellie asintió de inmediato. Cogió su capa no porque preveyese ningún paseo esta vez, sino para tenerla como amuleto. Los crucios serían menos duros si al menos contaba con su posesión favorita. Siguió a Bellatrix y efectivamente no salieron al jardín. Subieron a la segunda planta hasta una puerta en un rincón. La bruja la abrió con un gesto de su varita y la cerró tras ellas insonorizando el cuarto.
Era una habitación sencilla, de unos diez metros cuadrados y con una pequeña ventana sin apertura. El mobiliario consistía en una cama individual, una pequeña cómoda y una estantería con un par de libros. En la pared opuesta había una puerta entreabierta que daba a lo que parecía un baño adjunto. La castaña no comprendió por qué no la torturaba en el sótano como a sus compañeros, pero lo agradeció: así no podían burlarse de ella ni verla sufrir. La morena la examinó de cerca para asegurarse de que estaba bien y no tenía herida alguna. Así era. Seguidamente se sentó en la cama y se frotó los ojos; gesto que Nellie había aprendido que significaba que estaba profundamente cansada. Se quedó de pie mirándola y esperando que comenzaran los hechizos.
-Sé que lo has hecho en defensa propia -murmuró la bruja sin ninguna emoción en la voz-, pero el derramamiento de sangre pura siempre conlleva un castigo, generalmente la muerte.
-Lo entiendo -respondió la castaña.
No era así en absoluto. No comprendía qué había hecho ella para merecer aquello, ni lo que era la sangre pura. Pero podía entender la situación de la morena. Al fin y al cabo era su secuestradora, no su amiga y ya se había arriesgado mucho por defenderla. Como el Señor Serpiente se enterara de lo de Yaxley, a ella la mataría y la tortura a la que sometería a Bellatrix sería legendaria. Ese mundo era tan injusto como el suyo.
-Además, el viejo tiene razón: destruir la varita de un mago es casi mutilarlo, despojarlo de su esencia. Es un crimen importante en el mundo mágico. Así que aunque ese idiota se lo mereciera, no puedo eximirte de las consecuencias -suspiró con agotamiento-. Al menos sabemos que ya no va a reproducirse...
Nellie sonrió con timidez ante el último comentario y le dijo que adelante, que la castigase como quisiera, podría soportarlo. Bellatrix la miró y pareció meditarlo. Si la mataba terminaría el problema. Ojalá se sintiese capaz. En lugar de eso, murmuró: "Es tu primer castigo, con unos azotes valdrá". Le indicó con un gesto que se tumbara en su regazo. La muggle la miró con incredulidad.
-¿Pe... perdón? -murmuró profundamente nerviosa e incómoda.
-Si prefieres crucio, no tengo ningún problema, de verdad. Lo que tú creas que...
"¡No, no!" la interrumpió la prisionera. Sin atreverse a mirarla, se tumbó en la cama sobre sus rodillas. Dio gracias de que no pudiera ver que el rostro le ardía más que el horno en el que estuvo apunto de morir. Bellatrix había azotado gente antes, aunque no exactamente en el contexto de un castigo... Supuso que la técnica sería la misma. Despacio, le subió la falda del vestido hasta la cintura, dejando a la vista sus bragas negras de encaje. Le acarició el muslo con la yema de los dedos para tranquilizarla (y tranquilizarse) y sin apartar la vista comentó:
-Te dejo elegir: veinte azotes con las bragas puestas o diez sin ellas.
Nellie no podía creer que estuviese sucediendo de verdad. Era mejor que un crucio, desde luego, pero nunca la habían azotado: ni sus padres de pequeña, ni su marido de mayor. Era una parte del cuerpo en la que no estaba acostumbrada a sentir dolor. Pero como la oferta iba en serio, lo meditó. Si bien la opción evidente era salvar el poco decoro que le quedara y mantener la ropa interior, sabía que la bruja tenía fuerza. Y su lencería cumplía una función mucho más estética que protectora: esa tela tan fina en absoluto suavizaría los golpes. Así que como quería acabar cuanto antes y ya que se ponían, mejor hacerlo bien, susurró avergonzada: "Lo segundo".
Bellatrix asintió (en un gesto absurdo porque su prisionera tenía los ojos clavados en la colcha) y dio gracias internamente de que esa fuese la opción elegida. Sabía que igualmente era un abuso, pero le había dado opciones dos veces. Y su intención no era hacerle daño, sino crear un recuerdo que sentara precedente para evitar futuras desobediencias. Así que dejó de pensarlo.
La slytherin colocó sus manos frías en sus caderas y le bajó las bragas hasta las rodillas. Se las dejó ahí, le encantaba la imagen. "Morgana, ¡cómo puede tener alguien un culo tan perfecto!". Tenía una maravillosa forma de corazón, su piel era pálida y muy suave pero firme. No pudo evitar la tentación de acariciárselo antes de empezar con el castigo. Lo hizo con delicadeza, aguantando las ganas de pellizcar y magrear. Cuando salió de su trance, se dio cuenta de que aquello empezaba a ser raro (aún más).
Con voz más ronca de lo que le hubiese gustado, le indicó que contara los azotes. No se lo pidió para aumentar la humillación o la sumisión, sino porque sinceramente se veía capaz de perderse. Nellie asintió con un gesto casi imperceptible de cabeza. Nadie nunca la había tocado así; las caricias previas ya la estaban desquiciando, así que no quería imaginar cómo sería el resto. El primer golpe en su nalga derecha fue firme pero completamente soportable.
-Uno -murmuró ella nerviosa.
Los siguientes fueron más fuertes. Si a Bellatrix ya le había gustado el blanco, aquel trasero en rojo aún estaba más apetecible. Y los gemidos contenidos de la castaña resultaban adorables. Después del quinto, decidió parar unos segundos por si necesitaba tranquilizarse. Acarició su irritada piel y no pudo evitar arañarla ligeramente con su perfecta manicura en color escarlata. Cuando transcurrió un tiempo prudencial, continuó. Algunos azotes en la nalga izquierda, otros en la derecha y unos cuantos en el centro.
-Diez -contó Nellie con un hilo de voz.
La bruja se arrepintió al instante. Tenía que haberle dicho al menos cuarenta, no podía renunciar a semejante trasero tan pronto... Pero iba a cumplir su palabra.
-Muy bien, ya hemos terminado -la informó.
El culo le ardía como nunca lo había hecho, sospechaba que era más bochorno que dolor. Nellie desconocía por completo aquella sensación y solo deseaba volver al sótano a ocultarse bajo sus mantas. Asintió e hizo ademán de levantarse, pero Bellatrix le colocó una mano en la espalda impidiéndoselo. "Espera", murmuró la mortífaga, "Tu castigo ya está, si lo dejamos así te dolerá el resto de la semana y no sería justo. Te voy a poner crema". Por supuesto que la morena deseaba dejarla marchar así y que cada vez que se sentara sobre su dolorido trasero se acordase de ella. Pero decidió renunciar a eso en pro de seguir sobándola un rato.
Nellie creyó que se moría de la vergüenza. Agradecía el gesto y seguramente tenía razón, pero no le parecía apropiado que le pusiera crema como a un bebé... Dio igual. Con ese hechizo que siempre le sorprendía, un tarro de crema transparente voló desde el cuarto de baño hasta la mano de la mortífaga. Untó las yemas de los dedos y comenzó a aplicarla en la nalga derecha con detenimiento. Lo hizo primero trazando círculos concéntricos con suavidad y después moldeando la piel como lo haría un masajista. Cuando hubo terminado la primera capa, siguió con la segunda.
-Es un ungüento mágico -comentó Bellatrix-. Hay que aplicar varias capas con cuidado pero el dolor desaparecerá al instante y además la piel se queda aún más tersa. Y eso que la tuya ya está bastante bien...
Se le olvidó añadir "pese a ser una muggle". Se le olvidó casi todo, de hecho. Estaba disfrutando y lo necesitaba después de tantos días de agobio. Era culpa de la prisionera, era ella quien la había llevado a volverse loca. Además lo de que era una crema mágica era verdad: el dolor desaparecía al instante. Lo que no lo era tanto era la necesidad de varias capas... pero era una muggle, no iba a saberlo.
La segunda pasada de crema se la dio con menos cuidado, sabía que ya no sentiría dolor, así que apretó y pellizcó el culo de forma obscena. Continuó aplicando una generosa cantidad de producto y frotó repetidas veces para que penetrara bien en la piel. No supo por qué lo hacía, lo único que tenía claro era que tendría que tirar las bragas que llevaba...
Nellie se mordía el labio inferior y estaba segura de haberse hecho sangre. No era tan tonta como para creer que ninguna crema -mágica o no mágica- necesitara frotarse con tanta dedicación en el culo, pero estaba demasiado avergonzada para protestar. Y no estaba en posición de hacerlo... Aún así, agradecía que por lo menos respetaba religiosamente la zona a tratar: no había dejado un centímetro de su culo sin trabajar, pero en ningún momento se había acercado a zonas más íntimas. Al menos conservaba un mínimo de modestia... Y era cierto que ya no le dolía lo más mínimo.
-¿Has estado con muchos hombres?- le preguntó Bellatrix distraída, con un extraño deseo de poseer a esa muggle.
-No... -respondió Nellie temblando- Solo mi... mi marido, pero él casi no... no me tocaba y Mr. Todd nunca quiso nada conmigo...
Bellatrix sintió que se corría al deducir que esa mujer solo había tenido relaciones con su difunto marido y que nadie había dedicado jamás a ese maravilloso trasero la atención que merecía. Cuando empezó a tener ideas delirantes a ese respecto, se dio cuenta de que ya era suficiente. Le cerró el culo, estrujó ambas nalgas por última vez y dedicó unos segundos a contemplar lo suave y brillante que se lo había dejado. Le subió las bragas y le bajó el vestido.
-Muy bien, hemos terminado.
De inmediato, Nellie se puso de pie con la cara más roja de lo que lo había estado su trasero y la vista fija en el suelo. La bruja se levantó aún más rápido que su compañera y se dirigió a la puerta sin mirar atrás. Cuando vio que la prisionera la seguía para bajar al sótano, evitando su mirada murmuró:
-A partir de ahora te quedas en esta habitación, no podrá entrar ese idiota ni ningún otro. ¿Te parece bien?
-Sí, madame -respondió Nellie de inmediato.
La bruja cerró la puerta con varios hechizos protectores y corrió a su dormitorio. Bloqueó y silenció la habitación sin soltar su varita. Normalmente le gustaba quitarse la ropa manualmente, pero en ese momento no estaba para tonterías. Se desnudó por completo con un hechizo y se tumbó sobre la cama.
Se introdujo dos dedos sin dudar. Entraron con una facilidad pasmosa: estaba perfectamente lubricada. Fantaseó con hacer lo mismo con aquella mujer de la que ni siquiera sabía el nombre, no quería cogerle cariño. Reprodujo la escena previa e imaginó su dedo resbalando unos centímetros más hasta alcanzar su apretado coño e introduciéndose de un golpe. El gemido ahogado de dolor y placer de su compañera... Se acarició el clítoris con el pulgar y con la otra mano se estrujó la teta derecha como le gustaba. Se imaginó dándole la vuelta, subiéndole el vestido y metiéndole mano bajo el sujetador. Un tercer dedo entró en juego y sintió que estaba cerca. Los introdujo y sacó varias veces sin dejar de pellizcarse el pezón con la otra mano. Su nombre hubiese sonado tan bien en esa boca tan mona e inocente: "¡Oh, Bella, sí, ahí, justo ahí, Bella, fóllame, Bella!". Al instante (y más rápido que nunca) sintió como las paredes de su vagina apresaban sus dedos y llegó al orgasmo.
Terminó extenuada y bastante satisfecha. Pero no lo suficiente. Así que siguió masturbándose toda la noche sin dejar de pensar en tener entre sus piernas a su adorable prisionera. Cuando horas después juzgó que o se tomaba un filtro vigorizante o paraba de una vez, se sintió sucia. No solo por estar así de cachonda por una muggle -lo cuál era casi bestialismo-, sino porque se había excedido mucho. Ella podía ser muchas cosas y disfrutaba con cualquier tipo de tortura, pero nunca había violado a nadie ni había permitido que otros lo hicieran en su presencia (entre los mortífagos era una práctica común). Pensó en borrarle la memoria o algo similar para que la pobre no tuviera que vivir con esos recuerdos. Pero en ese momento estaba demasiado cansada, ya lo pensaría al día siguiente. Su único consuelo fue confiar en que al menos estuviese más feliz en su nueva habitación...
Durante todo el castigo Nellie no había deseado otra cosa que volver al sótano a ocultarse bajo sus mantas. Cuando la bruja la informó de que podía quedarse ahí, aún le pareció mejor, no tenía ni que perder tiempo en bajar. Y efectivamente se ocultó bajo sus mantas... justo después de quitarse las botas y las bragas. No entendía qué había pasado, solo rezaba porque la bruja no se percatase de que la zona del vestido donde la había tenido tumbada había quedado completamente empapada. Llevaba tantos años sin ese tipo de contacto que unos simples azotes y el roce de su hipersensible clítoris contra el muslo cubierto de su secuestradora habían bastado para que se corriera ahí mismo. Se había hecho sangre en el labio procurando ahogar sus gemidos. Sabía que el elfo con la cena aparecería pronto, pero le dio igual, necesitaba satisfacerse más que respirar.
Colocó la capa de Bellatrix cerca de la almohada para que su olor facilitara las fantasías. Cerró los ojos y se introdujo un dedo con cuidado. Estaba tan mojada y necesitada que supuso poco alivio. Tuvo que añadió otros dos y adoptó un ritmo frenético de meterlos y sacarlos. Lo acompañó con movimientos de sus caderas mientras pensaba en la bruja. En sus sensuales labios sobre los suyos, en sus lenguas jugando juntas, en sus enormes tetas frotándose contra las suyas con los pezones chocando y golpeándose... Se la imaginó besándole el cuello, mordisqueándole el lóbulo y susurrándole que la quería e iban a estar siempre juntas. "Pero primero voy a follarte como a la perra en celo que eres" le susurraría la bruja. Ahí llegó el primer orgasmo. A lo largo de la noche hubo dos más. Si Ruffy apareció con la cena, ella ni se enteró. En cualquier caso estaba bajo las mantas, el elfo pensaría que estaba durmiendo.
Se dio cuenta de que ahora tenía muebles y su propio cuarto baño. Normalmente los habría cotilleado al segundo de irse la dueña, pero ahora no era capaz ni de salir de la cama. Ya lo haría al día siguiente. De momento iba a dormir mientras meditaba a quién más podía atacar para que la mortífaga la volviera a castigar.
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