Día 8: Exigencia
Gabriel Agreste era la clase de persona que se esforzaba y daba todo de sí para cada cosa que hacía, nada de lo que empezaba se iba sin cada parte de su esfuerzo, aunque eso no borraba el hecho que había proyectos que tenían más importancia.
Era parte de aquello la razón por la que el joven Agreste había comprado en el corazón de la zona de comercios de París, así podía tener un lugar cerca de donde se realizaban las juntas importantes y las inauguraciones pero ya habían pasado casi tres años de aquello. Ahora el hombre trabajaba en su proyecto más ambicioso desde que había empezado a trabajar y, dado que incluía partes que no eran su especialidad, no tenía reparo en revisar todo 4 o 5 veces más de lo acostumbrado.
Si el hombre se tomará la molestia de levantar la mirada hubiera visto que el reloj rozaba las 4 de la mañana pero eso era algo que para él no tenía la menor importancia, ni siquiera sentía el cansancio, aquel proyecto había absorbido toda su atención mientras con la regla en una mano y un lápiz en la otra realizaba los trazos, lo cálculos en la mente, rectificándolos cada tanto y volviendo a medir.
— ¿Gabriel? — Lo llamó una voz en el marco de la puerta.
Para aquellos que la conocían era extraño ver a Emilie Agreste de esa forma, envuelta en una camisa tres veces su talla, descalza y con el cabello alborotado, mientras se tallaba los ojos cual una niña pequeña; pero para Gabriel era en esos momentos donde se veía más hermosa.
— Gabriel, mira la hora — continuó al ver la negativa de su esposo a responder —. Ya casi amanece regresa a la cama.
— Solo estoy rectificando unos cálculos, ya casi acabo — se excusó, aunque sabía que era una respuesta que no satisfaría a su esposa —. La reunión es al amanecer así que aún tengo un poco de tiempo para afinar detalles.
— ¿Por qué tienes que hacerlo en la madrugada? Solo vuelve a dormir.
— Estaré en la cama antes de que te des cuenta.
Emilie suspiró resignada y lanzó un bostezó prolongado, mientras se acomodaba aquella larga camiseta que cuando se estiraba dejaba asomar sus glúteos.
— Bien, entonces yo volveré a la cama.
Gabriel dedicó una sonrisa a su esposa cuando está se detuvo en seco tomándose el abdomen mientras soltaba un pequeño grito de sorpresa. El hombre arrojó el lápiz desviando su atención por completo mientras se acercaba a Emilie con la preocupación remarcada en el rostro.
— ¿Estás bien? — Preguntó el hombre pero como respuesta la joven mujer tomó su mano y la puso en su abdomen.
Los ojos de Gabriel se pusieron llorosos mientras sentía el tamborileo proveniente del interior del estómago de su esposa y solo se agachó a la altura de su barriga, besándola con ternura.
— Te prometo que a nuestro hijo no le faltará nada — murmuró casi en un susurro.
— Sé que te encargarás de ello — le respondió la rubia mientras acariciaba su cabello —, pero no necesitas desgastarte para ello. Mientras este niño tenga amor en su vida no le faltará nada.
Gabriel miró a su mujer con dulzura mientras que se levantaba para abrazarla. Ambos tenían una idea muy diferente cuando hablaban de que no le faltará nada a su hijo pero al final los dos querían lo mismo: un niño sano y feliz.
— ¿Quieres verla? — Gabriel se acercó una vez más a su escritorio para acercarle las hojas en las que estaba trabajando a Emilie quien con gustó tomó las hojas mientras las pasaba una a una viendo los hermosos dibujos de su marido.
— Es hermosa, Gabriel — suspiró Emilie pasando sus dedos por los bocetos mientras imaginaba aquellos detalles vueltos realidad.
— Lo será cuando esté terminada —afirmó el joven hombre abrazando a su esposa por el hombro.
Emilie abrazó a su marido mientras trataba de contener las lágrimas, producto de la gran carga hormonal que su cuerpo cargaba que la hacía ser más sensible que lo acostumbrado.
— ¿No crees que es demasiado grande? — Preguntó distrayendo al hombre de las lágrimas que trataba de secar con su ropa —. Solo seremos tres.
—Por el momento — contestó Gabriel con una sonrisa tan brillante que era poco usual en él —. Él podría ser solo el primero de muchos.
Emilie rió mientras se aferraba a aquellos bocetos de una extraordinaria casa que podría compararse con un castillo. Su idea de la casa perfecta era el lugar donde pudiera estar con su esposo y su aún no nacido hijo pero ante la idea de vivir en ese hermoso lugar que su esposo había diseñado, la llenaba de una dicha que era difícil describir. Ella no necesitaba lujos, no necesitaba fiestas o regalos costosos, ella ya tenía su casa perfecta pero sabía que la determinación de su esposo no le importaba si ella pensaba que era exagerado.
Gabriel se exigiría toda la vida para darle a su hijo nada menos que la vida perfecta y esa era uno de los motivos por los que se casó con el hombre. Si algún día ella no pudiera estar para su pequeño, ese hombre haría lo que fuera para darle a su hijo aquello que necesitará. Esa era lo maravilloso de estar casada con Gabriel Agreste.
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