Día 6: Paternidad

— ¿Cómo va todo?

— Bien.

— ¿Qué tal la escuela?

— Todo perfecto.

— ¿Las clases particulares?

— Excelente.

Con el paso del tiempo, esa se había vuelto la plática rutinaria durante las cenas familiares en la casa de la familia Agreste.

Para fortuna de Gabriel, Félix había heredado todo su carácter; era serio, sencillo, discreto. Todo lo que se esperaría de una persona que vivía de forma constante bajo los reflectores, había visto a decenas de chicos caer bajo la presión, sumiendose en un mundo lleno de malas compañías y abuso de sustancias, pero no Félix. Su hijo era un estudiante modelo, un miembro respetable de la élite de una ciudad que se pasaba criticando a otros a sus espaldas. No dudaba que habría quien hablara con desdén de su hijo pero sabía que la mayoría serían más palabras motivadas por la envidia que por la realidad.

Así pues, había tomado la cordialidad de aquella insensible plática impersonal como algo bueno, al fin y al cabo, no había ninguna sorpresa con su hijo nunca. Podía confiar en sus palabras con fé ciega.

Esa mañana había ido a encerrarse en su oficina a trabajar en su próximo proyecto, ese día no habría akumas, solo estaría él y la próxima línea verano-otoño. Incluso le había dado el día libre a su asistente, lo que me menos necesitaba eran sus constantes intervenciones cada tanto para saber si necesitaba algo. Así que solo se dejó absorber por el trabajo como siempre hacia, hasta el punto de olvidarse del mundo exterior.

El tiempo volaba cuando el hombre trabajaba en su despacho, ni siquiera el sonido del teléfono podía sacarlo de su mundo pero no por ello era ajeno a él.

— Diga — contestó de forma distraída mientras sujetaba alfileres entre los dientes que estaba usando para sujetar algunas telas.

— ¿Hablo a la casa de Félix Agreste? — Preguntó una voz femenina que siguió hablando después de escuchar el gesto afirmativo del hombre —. Llamo del Colegio Françoise Dupont. Lamento informarle que el joven Félix se vió involucrado en un percance y se requiere su presencia inmediata.

Gabriel regreso a la realidad como si fuera golpeado con un balde de agua fría, tomó los alfileres de su boca y los puso en su escritorio para poder tomar mejor el teléfono. ¿Cómo era posible? ¿Su perfecto hijo, tan parecido a él, se había involucrado en un percance? Félix no era la clase de persona que se metía en percances.

— ¿Podría repetirlo? — Preguntó con un tono casi intimidante, aunque fue lo suficiente para que la señorita al otro lado de la línea se pusiera nerviosa — ¿De qué percance habla? ¿Mi hijo está bien?

— Ah. Bueno, vera — la joven trato de explicarse conservando todo el profesionalismo que le quedaba pero sus palabras salían atropelladas —. El joven Félix se vió involucrado en una pelea con uno de sus compañeros pero se encuentra bien, sin embargo...

Mas el hombre no escuchó una palabra más y colgó el teléfono. Estaba anodadado, entre la sorpresa y la ira, pensando en lo que diría la prensa si se llegaba a enterar de lo ocurrido. No tenía tiempo ni siquiera de llamar a Nathalie, se encargaría de aquello personalmente.

Le tomó menos de 5 minutos llegar al lugar y en cuanto se bajó del automóvil pudo notar las miradas curiosas de los estudiantes desde las ventanas, algunos incluso llegaron a señalarlo pero él los ignoraba.

Se dirigió hasta la oficina del director donde, justamente estaba su hijo esperándolo. Fue notoria la sorpresa del chico al notar lo rápido que palideció al verlo, aunque era obvia la razón, él nunca atendía las cuestiones escolares del chico. Aunque la sorpresa de Gabriel no era menor.

Su hijo, el gran modelo de la corporación Agreste lucía un espectacular moretón en su pómulo izquierdo, un corte en la parte inferior del labio cuyo color debido a la inflamación rivalizaba con la de la mancha de sangre en su blanca camisa de lino hecha a la medida. Agregando además los cortes y la inflamación de sus nudillos.

Félix se levantó de inmediato, era obvio que quería decir algo, quizá alguna clase de excusa pero ninguna voz salió de su boca que se movía como en un intento desesperado para formular una oración.

Justo en ese momento la puerta se abrió y una mujer robusta salió de la oficina del director, seguida de un chico claramente más golpeado que Félix. El joven miro de reojo tanto a Félix cómo a su padre antes de seguir con su camino con la cabeza baja.

— Pueden pasar — los llamó el director que los esperaba sentado tras su escritorio.

Félix cruzó la puerta evitando la mirada de su padre y se dejó caer en una de las sillas frente al escritorio del director, jugaba con su anillo de la misma forma que hacía cada que algo malo sucedía, como si culpara al objeto de su mala suerte pero saliendo de aquella oficina, la mala suerte sería la menor de sus preocupaciones.

Gabriel siguió e imitó las acciones de su hijo, sentándose en la otra silla y mirando al director con la severa mirada de quién espera una explicación.

— Bueno, ya he hablado de los hechos con el joven Le Chien — explicó el hombre intentando no mostrar su nerviosismo —. El joven Félix tuvo sus motivos pero como bien saben,  la escuela no aprueba esta clase de conductas. Ambos jóvenes estarán suspendidos por tres días pero el expediente del joven Agreste no se verá afectado.

Gabriel frunció el ceño, era un alivio que le aliviaba que el expediente escolar de su hijo saliera limpio ya que este era necesario para que el joven fuera aceptado en las mejores escuelas nacionales y extranjeras pero aún así había algo que lo molestaba.

— Creo que debo dejar claro que la prensa no puede enterarse de lo ocurrido — amenazó con su serena voz que ponía los vellos de punta.

— Por supuesto que no — rectificó el anciano director de inmediato —. La escuela tampoco quiere esa clase de mala publicidad. Nada saldrá de estos muros.

Gabriel se puso de pie de inmediato e hizo una ligera inclinación ante el director y se dispuso a firmar la hoja de suspensión. Posteriormente salió de la oficina seguido de un cabizbajo Félix que no se había atrevido a pronunciar palabra alguna hasta el momento. Habían avanzado por la mitad del patio cuando el hombre se detuvo mirando de forma más severa de lo usual a su hijo.

— Me vas a explicar lo que sucedió. Y si la prensa se entera de esto...

— Yo no tengo que explicar nada — replicó el joven antes de que su padre terminará de hablar —. Hice lo que hice y no me arrepiento. Lo volvería a hacer.

Gabriel le dedicó una severa mirada a su hijo pero antes de poder decirle cualquier cosa, Félix continuó, levantando la voz sin importarle si alguien lo escuchaba.

— Ese idiota estaba molestando otro chico, ¿de acuerdo? Sé que no era asunto mío y que no debí meterme pero ese cretino no tiene ningún derecho de criticar a otros solo por no querer confesarse a una chica. Le dije que lo haría cuando él quisiera y él me dijo que me metiera en mis asuntos, le dije que se largara y él lanzó el primer golpe, yo solo me defendí.

Félix dió por terminada la conversación con aquello mientras caminaba con fastidio hacia el auto, ni siquiera reparó en la sorpresa que mostraba la cara de su padre. Los ojos azules de Félix, la ferocidad en su mirada lo habían intimidado de una forma que no lo habían hecho en mucho tiempo. Una forma tan apasionada, y a la vez tan familiar, de defender una causa justa. Vió a su hijo alejarse y tomo un minuto para tranquilizarse antes de seguirlo.

— ¿Sabes qué pensaría tu madre si te viera en estos momentos?

Félix se paró en seco ante la mención de su madre. No hablaba de ella con nadie, incluyendo su padre con quien parecía tener un acuerdo silencioso de no mencionarla jamás. Y aún así, escuchar su mención causaba un dolor en el pecho que hacía cada inspiración más difícil que la anterior.

Gabriel se percató de aquello pero decidió ignorarlo mientras abría la puerta del coche para que el chico pasará.

— Ella se sentiría muy orgullosa de tí — murmuró casi en un susurro pero estuvo seguro de que fue escuchado.

Félix subió al carro y se apoyó en la ventanilla sin girarse ni un solo momento. Gabriel se pregunto si su hijo estaría llorando pero al final decidió que eso no importaba, le daría privacidad.

Gabriel Agreste siempre pensó que su hijo había heredado su personalidad, mas ese día descubrió que en el fondo su hijo guardaba la ardiente pasión por la justicia, justo como su madre, y el frío temple de sí mismo. La perfecta combinación de ambos padres. No podía decir sentirse orgulloso porque, si se permitía ser honesto, había mucho más en él que simple orgullo.

En realidad no tenía idea que hacer con esta parte. Tenía 100 palabras escritas cuando se me ocurrió esta trama y pues terminó siendo una historia de casi 1500 palabras. Y a falta de tiempo no pude subirla hasta ahora.

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