Día 20: Escuchar

Gabriel siempre había sido bueno para oír a las personas. Ser una persona silenciosa les daba a los demás la confianza para hablar sin temor a ser juzgados.

Sin embargo, incluso para una persona que podía parecer poco prejuicioso, pocos sabían que en realidad, nunca escuchaba a los que lo buscaban para desahogar sus pensamientos. Emilie había descubierto esto muy pronto en su relación, cuando había empezado a prestar atención en el chico y en las personas que lo rodean. Podía ver a las chicas que hablaban a su alrededor con entusiasmo mientras el chico se escondía en un cuaderno donde dibujaba con poca atención.

— ¿Por qué lo haces? — Preguntó la chica durante un momento que tuvo a solas con su compañero.

— ¿Hacer qué? — Cuestionó mientras dibujaba con cuidado un paisaje hermoso salido de su imaginación.

— He visto que finges escuchar a las personas mientras hablan contigo. Creo que es grosero.

El chico dejo lo que estaba haciendo y la miró curioso mientras dejaba a un lado su cuaderno de dibujo para prestar atención a la chica, algo que no le concedía a cualquier persona, y recordando su última conversación sin importancia le quitó importancia con un gesto con su muñeca.

— ¿Acaso a tí te interesa lo que Monier tiene para decir?  Solo eran habladurias sin importancia.

— Ella igual confía en ti para hablarte de sus cosas. Es muy grosero que la ignores.

Gabriel miró a su amiga confundido, no entendía que era con exactitud pero sabía que había hecho algo que la había hecho enojar demasiado y que iba más allá de ignorar a una chica superficial con pensamientos poco interesantes.

— ¿Qué es lo que te molesta? — Preguntó con notoria preocupación de haber ofendido a la primera amiga que tenía de verdad.

— ¿Alguna vez lo has hecho conmigo?

La chica preguntó de forma agresiva, por lo que sacó de balance al usualmente calmado Gabriel quien se había quedado sin palabras y aún buscaba comprender que era lo que estaba sucediendo.

— Claro que no — se defendió al fin —. Tú eres mi amiga. Nunca ignoraria aquello que te preocupa.

— Pero sí lo que otros te digan — atacó la joven en otra de sus usuales defensas de la justicia.

— No entiendo qué tiene que ver con nosotros.

— No es justo, Gabriel. Eso es lo que tiene que ver. Las personas te ven como su amigo y a mi me odian pero tú igual los ignoras cuando quieren hablar de cosas importantes.

— Quizá tenga que ver con que los regañas por todo — bromeó el chico, aunque no había mentira en sus palabras —. A la gente no le gusta que le marquen sus errores, Emilie.

La chica trató de discutir pero, como ya empezaba a acostumbrarse, Gabriel tenía razón. Emilie miró a un lado y tomó sus cosas dispuesta a irse, a pesar de las disculpas del chico.

— Emilie, perdón. No quise ofenderte  le suplicaba mientras la seguía —. Por favor, no te vayas.

Mas las súplicas del chico no tuvieron ningún efecto, dejando a un muy abatido Gabriel que no pudo más que pasar el resto de la noche, y el fin de semana, sin poder dormir pensando en las palabras de la chica.

Emilie tampoco había pasado un buen fin de semana pero se negaba a hablar con el chico, aún seguía molesta con él y cuando se dirigió a la escuela el lunes por la mañana, poco esperaba que aquello pudiera empeorar.

Su boca se abrió como por efecto de la gravedad al ver a Gabriel parado en la puerta de la escuela sosteniendo dos flores diferentes en la mano con un aspecto muy incomodo, se sonrojó al pensar que aquel detalle era para ella pero su orgullo debía ser más grande que ello. No caería tan fácil.

Caminó directo hacia el chico que pareció palidecer cuando esta apareció pero ni siquiera se dignó a mirarlo.

— Necesitarás más que eso si quieres que te perdoné, Gabriel — dijo con un frío tono poco usual en ella, mientras veía como el chico se encogía queriendo desaparecer de la faz de la tierra.

— Ah. No. Yo no... — intentó explicarse pero un grito ensordecedor los sorprendió mientras una pelirroja envolvía al chico con sus brazos.

— Gabriel, las conseguiste — gritaba en el oído del chico mientras este luchaba por respirar en su apretado abrazo —. Eres el mejor. ¿Cómo lo hiciste?

— No fue fácil — explicó el joven mientras se liberaba del abrazo de su compañera —. Tuve que buscar en todas las florerías de la zona comercial. Las encontré en la que está cruzando el río sobre la calle Mercer.

Emilie miraba la escena tratando de comprender lo que estaba pasando pero, como era algo ya usual en su vida, al mirarla la joven pelirroja tomó las flores, le dio un beso en la mejilla a Gabriel, a pesar de las protestas de este, y se dirigió a su salón, no sin antes dedicarle una desdeñosa mirada a Emilie.

Sin pensarlo mucho, Emilie miró a Gabriel en busca de una explicación pero al recordar su enojo, giró el rostro y siguió los pasos de la pelirroja.

— Monier quería esas flores para que combinarán con un vestido que tiene — explicó la voz del chico a su espalda y sin explicarse por qué Emilie detuvo su camino para escucharlo —. Yo. No estaba interesado. Pero si la escuchaba.

Emilie miró la espalda del chico que la había adelantado después de aquellas palabras, pensando en el detalle que había tenido con su compañera. Sí, había sido muy amable con Monier, cuando ni siquiera le agradaba, pero no había sido un acto para ella. Emilie sabía que si había tenido aquel detalle había sido para demostrarle a ella que sí había estado prestando atención.

Emilie tenía sentimientos encontrados, por un lado sorprendida, por el otro conmovida y por supuesto aún seguía molesta pero por una razón por completo diferente. Una cosa era clara, le debía a Gabriel una disculpa pero quizá podía esperar para después de arrojar a Gynette Monier por las escaleras.


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