Día 2: Pasatiempo

La mansión Agreste era enorme, llena de pasillos y habitaciones que hacían que para un niño pequeño pareciera un enorme palacio lleno de pasadizos secretos y con un ser mágico acechando detrás de cada rincón. Quizá por ello para el pequeño Adrien de 5 años su casa era el mejor patio de juegos y su juego favorito era jugar a las escondidas con su mejor compañero de juegos: su madre.

El pequeño corría por entre los pasillos, trepaba por las escaleras, se escurría bajo los muebles siempre con una sonrisa en el rostro mientras escuchaba a su madre contar a lo lejos. Ese parecía ser un juego como cualquier otro, hasta que escuchó aquel sonido.

El pequeño, curioso por naturaleza, se detuvo agudizando el oído, buscando el origen de la melodiosa armonía y cerrando los ojos siguió aquella melodía hasta el último salón del segundo piso, aquel cuarto que su padre decía que era de su madre pero no era su madre quién se encontraba ahí.

El pequeño asomo su cabeza por la puerta entreabierta para encontrarse con la espalda de su padre sentado frente a un enorme piano que soltaba hermosos acordes al compás de los sutiles movimientos de su padre. El niño estaba boquiabierto ante la imagen de su padre y aquellos sonidos que llenaban la habitación e inundaban los sentimientos de su pequeño corazón.

Adrien no se percató de la presencia de su madre hasta que lo levantó del suelo, sobresaltándolo pero de inmediato se acurrucó en los brazos de su madre que le depositó un beso en la frente antes de entrar a la habitación, justo en el momento en que Gabriel terminaba la pieza.

— Parece que tienes un admirador — saludó la mujer a su esposo, mientras ponía a su pequeño hijo en el taburete junto a su padre.

El hombre miró a su hijo antes de alborotar su cabello con una sonrisa que causo la risa del niño.

— Papá, me despeinas — reprochó el niño entre risas.

— ¿Qué hacen aquí? — Preguntó el hombre finalmente mientras colocaba al niño en sus piernas para que su esposa se sentará.

— Tenemos dos entradas de primera fila para ver al mejor pianista de París — bromeó la mujer mientras apoyaba su cabeza en el hombro de su esposo que luchaba para que su hijo no alcanzará las teclas del piano.

— Estás exagerando, Emile — replicó el hombre mientras trataba de mantener quieto a su travieso retoño en su regazo.

— ¿Te gusta el piano, Adrien? — Preguntó la mujer al pequeño que la miró sonriente asintiendo con entusiasmo — ¿Te gustaría que papá te enseñará a tocar?

El niño asintió una vez más con los ojos brillando con entusiasmo en contraste con la mirada de pánico del hombre.

— No creo que sea una buena idea — se negó de inmediato —. No soy tan bueno. Lo mejor sería que aprendiera de un profesional. Podríamos buscar un maestro privado y...

Mas las palabras del hombre quedaron ahogadas en el sonoro alboroto del niño que se había librado del agarre de su padre y ahora tocaba las teclas del piano en total desorden, tratando de imitar los movimientos de su padre.

Gabriel tuvo que pararse para levantarlo, ante la risa de Emilie que se recostó en el taburete tratando de controlarse al ver los problemas que su pequeño hijo le causaba a su, usualmente imperturbable, esposo y pronto el hombre estaba con el niño en brazos en el suelo, agotado, al compás de la risa de los dos rubios.

El pequeño se aferró al cuello de su padre mientras se tambaleaba en una súplica infantil con una brillante sonrisa que rivalizaba con la de su madre.

— Papá, quiero aprender a tocar piano — suplicó el pequeño esforzándose por poner una mirada sufrida —. Quiero llegar a ser tan bueno como tú.

La pareja intercambió una mirada sorprendida antes de soltar una carcajada al unísono que dejó al pequeño tan confundido que olvidó que se supone que debía suplicar más.

— Esto solo es un pasatiempo para mí, Adrien — le explicó su padre mientras se soltaba del agarre de su hijo —, pero si tanto quieres aprender. Te enseñaré pero solo si tu madre me ayuda. Ella es mejor que yo en términos de paciencia.

La mujer rió antes de rodear el cuello del hombre con sus brazos y poder depositarle un beso en sus labios que fue correspondido de inmediato, a pesar de las protestas del pequeño que demandaba atención a sus pies.

Poco sabía el joven que hace tanto tiempo en las memorias de su madre, un joven rubio platinado de 15 años había entrado en un salón de música olvidado en su escuela y pedido que le enseñará a tocar con aquellas mismas exactas palabras.

— Quiero ser tan bueno como tú.

Poco sabían los padres que como ellos, su hijo se convertiría en un talentoso pianista y a sí mismo enseñaría a sus hijos. Un pasatiempo que se transmitiría por generaciones en los corazones de aquellas personas que amaban.

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