Día 15: Hielo
Cuando Adrien era un pequeño niño siempre admiró a su padre desde abajo. Le encandilaba la calma que el hombre tenía frente a cualquier aspecto y como nunca parecía perturbado por ningún inconveniente que apareciese.
Eso cambio el día que falleció su abuela. La madre de su padre siempre había sido una persona cálida y muy comprensiva, siempre preocupada por el bienestar de su hijo y la familia de este. Adrien estaba devastado pero su padre, por el contrario, ni siquiera parecía perturbado. En todo momento mantuvo aquella cara inexpresiva mientras se encargaba de todos los servicios funerarios. Como siempre, un maniaco del control.
Cuando llego su cumpleaños 12, era notorio el distanciamiento de ambos, y con sus doce años iniciaron las discusiones entre ambos varones. Adrien había empezado a querer un control de su vida, control que a Gabriel no le interesaba en lo más mínimo. Cada día Adrien le pedía a su padre más libertad pero el arreglaba todo con un simple "No" antes de continuar con sus trabajos.
La frustración del chico cada día era más notoria pero su padre no parecía percibirla, una noche estaba seguro que iba a explotar y se fue a dormir con la determinación de decirle a su padre lo que pensaba de él al día siguiente.
La mañana llegó con una fría granizada que había cubierto las calles con un fino hielo, Adrien pensó que aquel clima concordaba muy bien con la personalidad de su padre, por eso siempre parecía trabajar más esos días pero él, por otro lado, odiaba el frio.
Dio vuelta en su cama para seguir durmiendo cuando aquella silueta tan conocida entro a la habitación y corrió todas las cortinas dejando entrar la luz de la fría mañana.
— Adrien, levántate. Hace un día precioso.
— Mamá, quiero seguir durmiendo un poco más — se quejó el joven mientras daba la vuelta en la cama pero la mujer respondió con una risa y se acercó a él para quitarle la cobija de un tirón.
— Tengo un día preparado para mi hijo favorito. Ya hable con tu padre para cancelar todas tus clases y sesiones. Seremos solo tú y yo.
Adrien se removió un poco pero al final terminó girándose a ver a su madre y accedió.
— Esta bien, solo porque soy tu hijo favorito.
Adrien bromeaba ya que era hijo único pero si en algo se parecía a su padre es que no podía decirle que no a su madre.
Ambos rubios subieron al auto de su madre, una camioneta familiar, pero para sorpresa del chico ningún chofer subió con ellos, sino que su propia madre ocupo el asiento del conductor y encendió el auto.
— Ponte el cinturón — le advirtió la mujer —. Ha granizado toda la noche y la carretera debe estar llena de hielo.
— ¿A dónde vamos? — Preguntó Adrien obedeciendo las ordenes de su madre pero esta solo le contestó con una sonrisa.
— Ya verás muy pronto.
Adrien no pudo evitar sentirse estafado cuando después de 40 minutos aún estaban en el auto, habían salido de la ciudad y el paisaje parecía monótono y aburrido, el chico soltó un bostezo pensando en tomar una siesta cuando su madre se salió del camino adentrándose al bosque.
El auto daba saltos bruscos al que el chico no estaba acostumbrado en su vida citadina haciendo que no pudiera evitar preocuparse y miraba a su madre como si esta hubiera perdido la razón. ¿Se habría vuelto loca? Quizá al fin se había hartado de su padre y había decidido escapar de él. Por algún motivo, aquella idea no lo hizo feliz y, al contrario, su preocupación aumento. Estaba por preguntarle si todo estaba bien cuando detuvo el auto.
— Cariño, hay una mochila en la parte de atrás — le dijo con su usual sonrisa, mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad — ¿Podrías bajarla? Ah, y asegúrate de cubrirte bien el pecho. Aquí hace más frío que en la ciudad.
Adrien asintió sin atreverse a contradecir a su madre, miró por encima de su hombro y no tardó en localizar la mochila que le había mencionado la mujer. Se la colgó en el hombro y salió del vehículo. Alrededor solo había árboles pero entre los mismos un destello que lastimaba los ojos resaltaba entre la penumbra de la naturaleza.
Adrien se acercó para ver de cerca la causa de ese reflejo y quedo boquiabierto al vislumbrar un pequeño lago congelado en el medio de un claro.
— ¿Te gusta? Tú padre y yo veníamos cada invierno antes de que tú nacieras — Emilie se acercó a su hijo con dos pares de patines de hielo, que había sacado de la cajuela, colgados por encima del hombro —. Había querido traerte desde hace años pero a tu padre le aterra que pesques una pulmonía.
La mujer se acercó a la orilla del lago y tomando varias rocas las lanzó en diferentes direcciones para asegurarse que tan seguro era el hielo y al confirmar que no había zonas frágiles se quitó los zapatos para reemplazarlos con un par de patines.
— Vamos, hijo — llamó a Adrien quien aún estaba contemplando el lago con asombro —. Te perderás toda la diversión.
Adrien dudó un momento pero después se acercó a su madre. Nunca había patinado en hielo antes en su vida pero sabía que su madre nunca lo dejaría que se lastimará. Ese pensamiento también se desvaneció con rapidez.
Mientras su madre daba piruetas por todo el lago, él a duras penas podía mantener el equilibrio mientras vez tras vez caía y golpeaba contra el frió y duro hielo, podía escuchar la risa de su madre que le animaba y le decía que siguiera intentándolo pero no tardó mucho en sentirse frustrado. Aun estando en la mitad del hielo, se quitó los patines y los arrojó tanto como pudo en señal de berrinche, cosa que una vez más ocasionó la risa de su madre.
Emilie se deslizó con suavidad por el hielo y cual grácil pluma se detuvo frente a su hijo y se puso de rodillas frente a él.
— Nunca te divertirás si no lo intentas — le dijo pero el pequeño solo giro el rostro, continuando con su berrinche.
— Esto es tonto, quiero ir a casa.
Emilie sonrió con ternura y paciencia y se sentó junto a su hijo en medio del amplio lago congelado, dejándose absorber por la suave atmosfera que los rodeaba; la brisa revitalizadora, el frío y la tranquilidad. Aquellas sensaciones que eran tan conocidas para ella.
— ¿Adrien, sabes por qué te traje aquí?
El niño negó aun evitando verla.
— Es por tu padre.
Eso tomó por sorpresa al joven quién miró a su madre en busca de una explicación más detallada pero una vez más ella se tomó su tiempo antes de continuar.
— Creí que si te traía aquí podrías entenderlo mejor. Sé que eso te cuesta trabajo últimamente. Verás, tu padre es como este claro. Puede parecer frío, aburrido y arisco; pero dentro de todo eso que logras ver, tu padre guarda muchas cosas bellas dentro de sí. Es difícil para ti entenderlo porque tú eres como un sol; radiante, cálido y alegre. Creo que eres más parecido a mí, por eso yo no necesitaba en mi vida alguien apasionante, tengo suficiente fuego dentro de mí. La tranquilidad de tu padre no me complementa, me llena con un millón de sensaciones nuevas y creo que si tú le das la oportunidad, lo podrás descubrir por ti mismo.
Adrien miró a su madre mientras escuchaba su discurso con curiosidad. Después de que esta terminó de hablar miró una vez más el paisaje intentando verlo de otro modo. De la forma en que su madre lo veía. Se estiró para alcanzar los patines y colocarse de nuevo estos en sus pies. Sé puso de pie, a pesar de la protesta de sus manos al tacto con el hielo que llamó la atención del joven que podía sufrir de repentinos tener ataques de curiosidad.
Miró sus manos. Estaban rojas. Quemadura por hielo, si no mal recordaba de sus clases particulares. Su madre había dicho que ellos tenían mucho fuego dentro, pero incluso el hielo podía quemar al desprevenido. El hielo tenía su propia pasión y ocultaba dentro de él todos aquellos secretos, enterrados para evitar que llegaran a la superficie. Ahí lo entendió. Su madre tenía razón, su padre era como es lugar; apartado, frío, misterioso y con un millón de sentimientos enterrados en su interior.
— Mamá — llamó el joven conteniendo el aliento, tratando de deducir cada secreto oculto de aquel lugar ¿Dónde iban los peces cuando el lago se congelaba? ¿De dónde bebían agua los animales? Había tanto qué no sabía pero tendría que concentrarse en descubrir una cosa a la vez.
— Dime, cariño — le contestó su joven madre mientras se ponía de pie junto a él.
— ¿Me enseñarías a patinar? — Adrien miró a Emilie con aquella llama en su mirada tan usual en él. Si su padre podía congelar el mundo con su mirada, el chico podía derretirlo.
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