Día 14: Familia
Para Gabriel no había nada mejor que tener el control, siempre todo tenía que ser a su manera para que fuera perfecto, la idea de delegar un trabajo era escandalizante. Por ese motivo, no fue de extrañar que cuando el joven prodigio abrió su propia línea de ropa se encargará personalmente de dirigir y supervisar cada una de las tareas que se llevaban a cabo. Desde supervisar a los costureros que seguían sus modelos, hasta el trato a los clientes por parte de los empleados que vendían sus productos. Debido a ello, el hombre no tenía un día libre y ocupaba su mayor parte del tiempo para trabajar.
Todos sus empleados sabían ello, por eso siempre estaban dando lo mejor de sí, nunca sabían cuando el jefe podría entrar por la puerta a criticar tu trabajo. Otra cosa bien conocida por los empleados era que Gabriel Agreste tenía una enorme debilidad: su esposa. Si la señora Agreste entraba por aquella puerta sabían que podían estar seguros de no volver a ver al hombre por el resto del día, pues una vez que ella lo visitaba ya no quería despedirse de ella, por lo que la acompañaba a todos sus pendientes y al día siguiente estaría de mejor humor. Era sabido que la joven mujer usaba esto para conseguir que su esposo no se sobrecargará de trabajo pero aun así era raro el día que lo hacía, no le gustaba interrumpirlo en aquello que disfrutaba tanto.
Un día de febrero como cualquier otro, parecía que iba a ser un día ordinario. El señor Agreste coordinaba a los encargados de los costureros para asegurarse que entendieran bien el proceso para un complicado traje femenino con bolsillos escondidos, había pasado más de una hora y no iba a la mitad del proceso cuando sonó el teléfono.
El hombre soltó un gruñido mientras vio el teléfono, era un número desconocido, en otros días lo hubiera ignorado y continuado con su trabajo pero alguna extraña fuerza o intuición lo llevó a contestar aquella llamada.
— Diga — contestó en un gruñido pero la voz al otro lado hablaba de forma monótona como si no supiera a quién se estaba dirigiendo y solo estuviera diciendo un discurso ensayado.
— ¿Es usted el Señor Gabriel Agreste? — Preguntó la voz femenina.
— Así es. Estoy ocupado. ¿Qué es lo que puedo hacer por usted?
— Le llamó del Hospital Lariboisière, usted es el contacto de emergencia de la señora Emilie Agreste. Al parecer sufrió un desmayo y la están trayendo para acá en estos momentos.
La mujer le empezó a dar indicaciones pero el hombre ya no estaba escuchando una sola palabra, sus empleados veían como el hombre había palidecido hasta el punto de parecer un cadáver y con una señal de asentimiento colgó el teléfono sin mencionar otra palabra.
— Tengo que irme — anunció con un hilo de voz, mientras le hacía señales a su chofer para subir al automóvil.
Nadie cuestionó nada, el hombre le dio indicaciones a su chofer y no dijo una palabra más. El Hospital Lariloisière estaba hasta el otro lado de la ciudad, sin contar el tráfico tardaría al menos 40 minutos en llegar. Tomó su teléfono e intentó llamar a su esposa pero está nunca atendió. Su preocupación iba en aumento mientras maldecía por dentro en cada embotellamiento en el que se atravesaban y al fin después de lo que pareció una eternidad llegó al hospital.
Pudo notar varias caras girarse a verlo y señalarlo pero en esos momentos los admiradores era lo que menos le importaba, quería ver a su esposa. Le exigió a la recepcionista que le dijera el cuarto de Emilie y se encargó de demostrar su desprecio a la tardanza y el mal servicio por cada segundo que la intimidada mujer se tardó en encontrar el número de habitación en el sistema de su computadora mas apenas el número salió de su boca, el hombre salió despedido hacia el ascensor con prisa.
Recorrió los pasillos como si cada segundo fuera un tortuoso paseo por un laberinto hasta que al fin dio con la habitación correcta, y al entrar suspiró de alivio al ver a su esposa mirando por la ventana con esa tranquila sonrisa que siempre la acompañaba.
— Emilie, estás bien — le dijo mientras se acercaba con prisa para abrazarla —. Estaba muy preocupado.
Besó con pasión los labios de su esposa mientras la aferraba a su pecho, prometiéndose nunca volver a separarse de ella.
— Estoy bien, Gabriel — lo tranquilizó su esposa acariciando su rostro —. Solo fue un desmayo.
— ¿Qué pasó? ¿Qué te han dicho los doctores? — Cuestionó el hombre mientras tomaba el rostro de su mujer entre sus manos como si temiera que está se desvaneciera en cualquier momento.
— No tienen idea — le contestó a su vez la rubia mostrándole su brazo donde se apreciaba un pequeño punto rojo —. Me tomaron una muestra de sangre para hacerme análisis pero el doctor dice que seguramente fue el calor, una insolación. Nada de qué preocuparse.
Gabriel se tranquilizó pero eso no consiguió que se logrará apartar del lado de Emilie, al contrario está le hizo espacio en la pequeña cama para que pudiera abrazarla más cómodo mientras ella se recostaba en su pecho y tomaba sus manos que se entrelazaban al frente de ella.
— Me tomaré unos días — dijo el hombre mientras acomodaba su cabeza en el respaldo de la cama, pero la joven en sus brazos rió ante aquella declaración.
— Claro, como si eso fuera posible.
— Lo digo en serio. Estuve charlando con un arquitecto. ¿Recuerdas ese terreno que da una vista directa a la torre Eiffel? Estaba pensando comprarlo y construir nuestra casa ahí.
— El apartamento está bien para nosotros dos, Gabriel. No necesitamos mucho espacio.
— Eso lo sé pero quizá podríamos tener más cosas, comprar el piano del que siempre hemos hablado y tal vez un perro.
Una vez más la mujer rió.
— Me gustan más los gatos — contestó mientras se acomodaba un poco mejor —, y podríamos tener un pequeño gatito en el apartamento si alguien no tuviera sus telas por todos lados.
Gabriel frunció el ceño, no era la primera vez que discutían sobre gatos y pelo en las telas pero ese día no quería pelear.
— Podríamos tener un gato — accedió de mala gana —, si tuviéramos un lugar más grande. Un lugar donde tuviera un taller o una oficina para guardar mis telas.
Emilie rió de nuevo pensando si ese era un intento de chantaje por parte de su esposo, mas de repente tuvo una idea. Se giró y se puso a husmear entre los bolsillos de su esposo que la miraba confundido.
— ¿Qué haces?
— Te propongo esto — dijo sacando una moneda de su bolsillo —, si yo gano. Tenemos un gato en el departamento y mueves tus telas a la tienda. Si tú ganas, construimos la casa y nos mudamos.
Gabriel miró inquisitivo el rostro de Emilie, como si intentará averiguar si había alguna clase de broma o trampa, si bien él podía tener muy mala suerte pero su joven esposa llegaba a tener una peor suerte que él, debido a su impulsivo carácter. Gabriel sonrió y asintió accediendo.
— De acuerdo, lanza la moneda.
— ¿Disculpen? — Una enfermera acababa de entrar, interrumpiendo a la pareja en su pequeña apuesta y les tendió un sobre en sus manos —. Son sus resultados, señora. El doctor dijo que no tardaría en venir para discutir.
— Muchas gracias — respondió avergonzada la rubia mientras se bajaba de la cama para tomar el sobre — ¿Podemos verlo, verdad?
— Claro — contestó la mujer con una sonrisa mientras regresaba al pasillo —, y muchas felicidades.
Gabriel miró confundido a la mujer por aquella felicitación mientras Emilie sacaba dos papeles del sobre, le tendió el primero casi de inmediato y este le echo un vistazo. Era un análisis de sangre con los valores de Emilie comparados con valores de referencia y que parecía no mostrar ninguna anormalidad, suspiró con alivio y miró a su esposa solo para encontrarse con que está se cubría la boca sin dejar de ver el otro resultado.
— ¿Emilie? — La llamó y está se giró a verlo con una sonrisa que no combinaba con las lágrimas que empezaban a surgir de sus ojos — ¿Qué sucede?
Se acercó para ver el papel que aún sostenía la joven en la mano que decía no parecía contener muchas palabras. En la parte superior estaban los datos personales de Emilie y en la parte de abajo unas confusas palabras.
— Prueba HCG SUB-BETA en sangre — leyó el hombre en voz alta —. Positivo. ¿Emilie, qué significa esto?
La mujer abrazó a su esposo con lágrimas de felicidad corriendo por su rostro, deseando que aquel momento no acabara nunca.
— Gabriel —le llamó con voz dulce —, esto significa que estoy embarazada.
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