Día 13: Jefe
Ficelle et Boulotte era la agencia de asistentes con mayor número de empleados en París. Era está la principal razón por la que era contratada para los eventos más grandes e importantes de la misma, y no había evento más importante que la semana de la moda de París.
Las chicas seleccionadas como asistentes personales de los diseñadores que participarían en la pasarela eran las más emocionadas de la compañía, como si fueran ellas mismas quienes fueran a salir en la pasarela.
— Basta de pláticas — las reprendió su supervisor en su última junta, donde las jóvenes serían asignadas a la persona con la que trabajarían por las próximas semanas, porque la semana más importante de la moda no era algo que se limitará a una semana —. Bueno, se publicará una lista con los nombres de los diseñadores y la persona a la que asistirán. Su trabajo es encargarse que su asignado cumpla con los horarios que se les ha asignado. Recuerden, el alcalde está sobre mi, un error y están fuera.
Las chicas se aglomeraron alrededor de la tan esperada lista, cada tanto podía escucharse algún grito de júbilo de una chica asignada a su diseñador favorito, o un suspiro de resignación de parte de quién no. Un par de chicas logro llegar hasta el frente escurriendose entre las demás y con rapidez buscaron sus nombres en la lista.
— No puede ser, te ha tocado Maria Grazia Chiuri — exclamó una de las chicas con asombro —. Muero de envidia.
— ¿Estás loca? — Su amiga contestó entre la emoción y el pánico —. Trabaja para Dior, una de las marcas más reconocidas del mundo, todos saben que su dueño es el 4o hombre más rico de Europa. Un error y todos se enterarán. Qué nervios.
— Es mejor que trabajar para Johnatan Anderson — la contradijo su amiga señalando el nombre de quién le había tocado —. Ese hombre es un cerdo. Su colección Primavera - Verano fue un completo escándalo.
Las chicas alegaron contra su mala suerte mientras echaban un vistazo a la suerte de sus compañeras que pronto olvidaron su propia mala suerte entre comentarios de envidia y de burla.
— ¿Ya viste con quién pusieron a Nathalie?
— Oh, por Dios. Gabriel Agreste. El jefe debe de estar muy enojado con ella.
— ¿Por qué lo dices?
— ¿No lo sabes? El sujeto es un controlador, nunca deja a los asistentes hacer nada y si intentan intervenir escribe horribles referencias en las evaluaciones. Sé que despidieron a tres chicas por su causa. Además, su esposa acaba de morir. Debe tener un peor humor que el de siempre. Seguro que Nathalie será despedida después de que la semana acabe, claro, si no renuncia antes.
Era cierto, Nathalie ya se había metido en problemas con sus anteriores asignaciones pero si era justa, en ambas tenía razones para haber terminado así. Ambos eran unos engreídos sin talento que no sabían lo que hacían, lo cierto es que Nathalie había hecho un favor a la empresa al quitárselos de encima pero también había dado una mala imagen a otros posibles clientes.
Nathalie, al igual que sus compañeras, pensaba que había sido encargada al estricto Gabriel Agreste con el único objetivo de ser despedida. La mansión Agreste lucía más espeluznante de cerca, había llegado a primera hora del día e incluso el timbre sonaba apagado.
El serio hombre no tardó mucho en salir para darle la bienvenida de forma fría y apagada mientras le daba una copia de las llaves de su casa.
— Pasó la mayor parte del tiempo trabajando en el estudio — mencionaba mientras le daba un paseo rápido por el lugar — . No me interrumpas a no ser que sea importante.
Nathalie se limitó a asentir a cualquier indicación del hombre hasta que este por fin le enseñó el lugar donde estaba el estudio y de inmediato se encerró dejando a la joven por completo sola en aquella enorme y lúgubre casa.
— Nunca sale de ahí — escuchó una joven voz a su espalda que la hizo dar un respingo pero al girar solo se encontró con la mirada felina de un niño de unos 12 o 13 años que la observaba desde el pasillo — Podrías irte. Estoy seguro que no lo notará.
— Mi trabajo es estar aquí — le respondió tratando de recuperar el aliento —. No pienso irme.
Y así empezó la que ella consideraría por el resto de su vida, la semana más larga, aburrida y poco productiva de su vida. Cada mañana llegaba a recordarle a, un cada vez más desvelado, Gabriel Agreste las fechas límite que tenía para entregar, para que el hombre pudiera tomarlo en cuenta para saber si se estaba retrasando. Después de el informe matutino, el hombre se encerraba en su despacho y no salía ni siquiera para despedirse de la joven cuando terminaba la jornada. Nathalie se limitaba a asomar la cabeza por la puerta para informarle que se retiraba y este le hacía saber que le había escuchado con un leve movimiento de su cabeza.
Por otra parte, la joven mujer había conseguido más de una charla con el pequeño, de nombre Adrien, que usualmente vagaba en la mansión con aburrimiento y este se encargó de decirle a la mujer la vida de su padre después del fallecimiento de su esposa.
El hombre se había volcado en su totalidad al trabajo, había aceptado participar en aquel desfile por alguna clase de intento de suicidio pues, según el pequeño, el hombre no salía más que para tomar un ocasional baño antes de recibirla y volvía a trabajar. Apenas y comía, solo paraba para tomar un té y era obvio que no estaba durmiendo nada.
Nathalie sentía una empatía particular por el pequeño, y empezaba a compartir su preocupación por su padre. También empezaba a preguntarse el, ¿qué pasaría si el diseñador asignado a ella llegaba en tan malas condicines al evento? ¿Le culparían a ella? ¿Sería despedida de igual manera? Parecía que su destino estaba sellado sin importar lo que hiciera.
Esta idea pesimista le dió la que en otros momentos hubiera sido un pensamiento irracional e incluso estúpido, pero en esos momentos donde ya podía darse como desempleada le pareció algo que ella podría hacer. Ayudaría a ese pequeño con la preocupación que sentía.
— ¿Señor Agreste? — Tocó la puerta mientras entraba balanceando una bandeja con el té que le gustaba al hombre, según las especificaciones de su hijo.
— ¿Qué quieres? — Le respondió el hombre de un inusual mal humor.
— Pensé que podría querer tomar un descanso para una taza de té. ¿Está todo bien?
Gabriel miró a la joven mujer y arrojó el pedazo de aplicación que había tratado de arreglar durante la última hora, acercándose a la asistente en busca de su té.
— Me está costando trabajo colocar los detalles de los diseños — confesó el hombre de mal humor —. Es como si la tela se negará a cooperar.
— Quizá se deba a que está cansado — sugirió la mujer aunque fue ignorada de inmediato, así que le recordó algo que parecía haber olvidado —. Aún tiene mucho tiempo para antes de entregar los trabajos. Debería tomarse las cosas con más calma.
Más el hombre no parecía escucharla, solo tomo la taza y bebió todo el líquido como si de agua se tratara y haciendo una mueca al final.
— Está amargo — observo con disgusto.
—No estaba segura de cómo le gustaba el té — respondió la joven mujer mientras tomaba la taza y la volvía a colocar en la bandeja —, quizá le haya faltado un poco de azúcar.
Nathalie salió de la habitación con una sonrisa de satisfacción, no le había tomado más de 5 minutos ir y volver de la cocina pero cuando asomó una vez más la mirada por entre la puerta, el hombre había caído dormido por completo sobre su asiento.
— Es solo un sedativo — le explicaba a Adrien unas horas después —, lo hará dormir un poco pero quizá tarde un poco más en despertar debido a lo cansado que está. Es seguro. No tienes que preocuparte.
Todo sentimiento de culpa se esfumó cuando vio al pequeño sonreír agradecido con la amable señorita, como le llamaba, pero su tímida sonrisa se volvió una expresión de espanto cuando se escuchó el golpe de una puerta al abrirse y la voz del molesto hombre llamar a Nathalie con irá retenida. El pequeño Adrien escapó cual pequeño conejo metiéndose en su madriguera pero Nathalie no podía huir con él, tenía que responsabilizarse de sus acciones.
— ¿Qué te has creído? — Bramó en cuanto vio a la mujer acercarse —. Esto es una total falta de ética a tu trabajo.
— Usted necesitaba descansar — le respondió la mujer con una serenidad que nadie podría tener en esos momentos —, su cansancio empezaba a afectar su desempeño.
— ¿Tú quién crees que eres para decir eso? Tu supervisor se enterará de esto.
— Me parece justo. De igual forma, él está buscando una excusa para despedirme.
Gabriel miró a la mujer con coraje mientras se giraba para volver a encerrarse en su oficina. ¿Quién se creía que era? Encontró el pedazo de tela con el que estaba trabajando y regreso a ello, casi estaba arruinado por tantos intentos fallidos para colocarlo en el modelo, tuvo que remplazar parte de la pedrería para arreglarlo pero al final no le tomo más de 15 minutos y 40 minutos después ya tenía el atuendo casi terminado.
Gabriel se tomó un momento para apreciar su trabajo. Había tardado más de una hora para colocar la pedreria a la tela antes de "su siesta" y no había podido lograr ponerla en el atuendo, en cambio ahora, había terminado todo en una fracción del tiempo. Su mente divagaba cuando escuchó la puerta abrirse.
— Ya me retiro, Señor Agreste — le anunció Nathalie con aire cansado —. Si no quiere que vuelva mañana...
— ¿Por qué no renuncias? — Preguntó el hombre interrumpiendola mientras volvía a acomodar una pieza que se había salido de su lugar.
— No puedo — contestó de forma sencilla mientras miraba al suelo con timidez —. Necesito el trabajo, sin este empleo yo...
— No entendiste — la volvió a interrumpir el hombre mientras cocía de exagerada forma diligente —. Renuncia. Acabas de conseguir un mejor trabajo y mejor pagado, si te interesa.
Nathalie miró al hombre sin terminar de entender lo que le quería decir pero éste tenía poca paciencia por lo que después de un profundo suspiro se giró exigiéndole una respuesta.
— ¿Te interesa?
Nathalie contuvo el aliento al notar la seriedad del hombre. ¿Se atrevería a trabajar con el hombre más estricto de París? Dudo y lo pensó un momento más antes de mirarlo con total determinación.
— Me encantaría — le respondió con una sonrisa.
— Bien — contestó el hombre a su vez regresando una vez más a su costura —. Te espero mañana, una hora más temprano.
El hombre volvió a su costura y la mujer se retiró a su casa, ambos no tenían idea de que acababan de hacer el trato de sus vidas, pues para Nathalie había conseguido el trabajo que tendría hasta el retiro, Gabriel por su parte, no sólo había ganado una excelente empleada, sino también a la primera persona con quién pudo confiar después de fallacer su esposa. Esa, era una decisión de la que ninguno se arrepentiría.
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