Día 12: Piano

La casa Agreste era un lugar enorme y lleno de pasillos, Gabriel Agreste se había encargado de su construcción personalmente y cada una de las habitaciones tenía un propósito pensado desde el momento en que fue construida, no había nada fuera de lugar, ningún cuarto sin alguna finalidad, y su favorito era la última habitación del segundo piso.

Una gran ventana dejaba una vista del barrio turístico de París, durante el día se podía ver a las hordas de turistas paseando por las calles y durante la noche el resplandor de las luces que iluminaban con colores la torre Eiffel y que le daban a la ciudad el famoso apodo de "la ciudad de las luces".

Dicha habitación había sido construida casi en secreto, un regalo de Gabriel para su esposa. Un cuarto cerrado a prueba de ruido, paredes gruesas y aquella hermosa vista: un perfecto cuarto de música que durante otros tiempos era estelarizado por el hermoso piano de cola, negro, inglés, construido por "Broadwood and sons".

Ahora, sin el piano, esa habitación representaba a la perfección los sentimientos de su constructor, una estancia perfecta que había perdido su corazón.

El día en que su esposa se esfumó de su vida decidió mover el piano, sabía que su hijo necesitaba, más que él, una forma de tenerla cerca; y en esos momentos no se le ocurrió otra cosa para darle a su hijo aquello que nunca podría reemplazar.

Gabriel creía que eso era suficiente para Adrien, se había desprendido de aquello tan importante para dárselo a él pero parecía que no había sido suficiente. Llegó a esa conclusión después de entrar a la habitación de su hijo y ver aquel teléfono reproduciendo esa música sobre el glorioso piano inglés, había arrojado el teléfono con ira y de una u otra forma había descargado parte de esa ira contra la ciudad y contra su propio hijo pero en esos momentos silenciosos cuando París dormía, solo quedaba aquel hueco de aquello que faltaba en su vida, como aquello que faltaba en esa habitación.

Un deux trois quatre

Cinq six sept huit neuf

Emilie tocaba de forma tranquila mientras tarareaba la melodía en el salón de música de su colegio, no era parte oficial del club de música pero de forma ocasional le hacía una visita al viejo piano a tocar una melodía. Ya que nadie sabía tocarlo, nadie lo usaba, mas no tenía ni idea de que ese día tenía un espectador inesperado.

Gabriel había terminado en el salón de música mientras buscaba el camino para llegar al de arte, que hasta ese día no había descubierto su existencia, pero en el camino había terminado perdido en el ala este de la escuela donde estaban todo los talleres.

Emilie tocaba la pieza lo más despacio que podía, le gustaban las piezas lentas, tenía cuidado de donde colocaba cada dedo. La música no era su fuerte, quizá era buena pero eso solo era a base de mucho esfuerzo, la verdad era que se le hacía más difícil que al promedio. Quizá era por su falta de atención al detalle o porque se distraía con facilidad, pero eso no le quitaba cierto gusto por tocar sus canciones favoritas. Por eso, de vez en cuando se escapaba al salón de música, donde podía tocar sin que nadie le reprochara si llegaba a equivocarse.

— Un, deux, trois — murmuraba mientras tocaba una a una la siguiente tecla — quatre, six. No. Espera. Demonios.

— Wow...

Emilie dió un brinco en su lugar, olvidando por completo el error que acababa de cometer y pensando más en que alguien la había escuchado maldecir, no se sintió nada mejor al girarse y encontrarse con los fríos ojos de hielo de Gabriel Agreste. Se sintió con la necesidad de disculparse pero se paralizó al ver al chico acercarse, retuvo el impulso de empujarlo cuando el chico paso por su lado y se acercó al piano.

— Eso fue impresionante — confesó el chico que nunca había sentido fascinación por algo que no fuera una hoja en blanco donde el pudiera plasmar lo que quisiera —. Nunca había escuchado algo tan...

Gabriel pensó pero no se le ocurrió ninguna palabra que se pudiera comparar con la belleza de lo que había escuchado, por fortuna para Emilie quien intentaba conservar el aliento o al menos que el chico no notará su obvia vergüenza.

— Gracias — tartamudeo la rubia mientras retorcía la parte inferior de su blusa en su intento de reprimir las ganas de salir corriendo.

Gabriel miraba las teclas como si nunca hubiera visto un piano en su vida, aunque aquello no distaba mucho de la realidad. El chico observó por dentro del objeto, miró por dentro y tocó una tecla para descifrar el funcionamiento de la complicada maquinaria; aunque terminó embelesado por el armonioso sonido proveniente de la misma. Por último, y para sorpresa de Emilie, tocó con exactitud las últimas notas que la rubia había tocado, incluyendo su error.

— Ah, no — lo interrumpió de inmediato tomándolo del brazo, cosa que hizo sonrojar a ambos chicos que se alejaron al momento.

— Lo siento, no quería molestar — se disculpó Gabriel mientras tomaba distancia del piano —. Debe ser delicado y no podría romperlo.

— No. No era eso — balbuceo la chica mientras volvía al instrumento para repetir las mismas notas que había tocado el chico —. Esa última parte está mal. Me equivoqué cuando la toque. ¿Ves? Me faltó una nota. Justo aquí.

Gabriel parecía absorto mientras prestaba atención a cada movimiento de las manos de la chica. Emilie se sentía avergonzada pero por alguna razón esa emoción infantil de su compañero le parecía tierna, en especial viniendo de un chico que la mayoría del tiempo se comportaba como un adulto.

— Inténtalo — sugirió la joven cuando terminó, dando un paso hacia atrás.

Gabriel la miro como si no entendiera las palabras de la chica pero un momento después ya se había puesto en el lugar que había ocupado Emilie y repetido los movimientos de la chica casi a la perfección, incluso había copiado su postura, aunque eso no lo libro de un par de errores. Emilie sonrió ante aquello al darse cuenta que ni siquiera el estricto Gabriel Agreste era perfecto en todo lo que hacía, aunque aquello no borraba lo que parecía un talento innato.

— Eso fue muy bueno para ser la primera vez que lo haces — lo halagó mientras se sentaba en el taburete —. Podrías llegar a ser un profesional con el entrenamiento adecuado.

Gabriel parecía no escuchar, miraba fijamente el innerte y cuando miró a su compañera, sus ojos brillaban con una emoción que le daban la ilusión y pasión que no era usual en él.

— Emilie, quiero que me enseñes a tocar — le pidió a la chica, uniendo sus manos en señal de súplica —. Quiero ser tan bueno como tú.

Emilie miro al chico con la sorpresa de alguien que no entiende que está sucediendo pero en un instante su risa envolvió la habitación.

— Yo no soy buena, Gabriel — lo corrigió mientras bajaba la tapa que cubría las teclas del piano —, hay cientos de personas mejores que yo. De hecho, si me permites decirlo, creo que soy mala en esto.

— Por favor, Emilie — continuo el chico con su súplica —. Mis padres nunca podrían pagarme clases particulares y realmente, en verdad quiero aprender. Por favor. Sé mi maestra.

Emilie se mordió el labio con vergüenza, ya no le daban ganas de reírse y de hecho se sentía extraña de que el chico hubiera revelado algo tan personal de sí mismo, lo que le hacía ver a la chica de lo mucho que deseaba aquello, años después no recordaría como lo había logrado pero al final la chica acabaría cediendo y por los siguientes años, se había reunido con el rubio después de clases los días en que el taller de música no usaba el lugar y llenado el aula con melodías y risas.

Un deux trois quatre

Cinq six sept huit neuf

Gabriel tocaba de forma apacible, nadie lo molestaba, ni lo haría ya que nadie sabía que estaba ahí. Pronto terminarían, todos estaban tan emocionados por la graduación que se acercaba que nadie visitaba los talleres, lo que le daba a Gabriel el momento perfecto para estar solo con sus propios pensamientos, aunque sabía que eso no podía durar para siempre.

  — ¿Otra vez estás aquí? —  La voz de Emilie lo sacó de sus pensamientos, era usual que ella siempre supiera donde estaba o que pensaba, años habían pasado desde aquel encuentro que daría inicio a su amistad y ahí estaban ambos en el mismo lugar, a punto de tomar caminos diferentes.

—  Quería pensar un poco  —  confesó el joven mientras cubría las teclas y se tomaba su tiempo para girarse a encontrarse con su amiga —. Quizá no vuelva a tocar un piano en mi vida, quería aprovechar mi última oportunidad.

— Tan fatalista como siempre, Gabriel —  se burló Emilie mientras se acercaba a sentarse junto a él en el mismo taburete, ya habían olvidado aquella vergüenza al compartir el espacio físico e incluso disfrutaban mucho de la cercanía del otro — . Cuando seas un diseñador famoso podrás comprar cientos de pianos mejor que este e incluso pagarle a músicos para que los toquen para tí.

 — Tan soñadora como siempre — se burló esta vez el chico notando por enésima vez lo opuesto que era de su mejor amiga —. Sabes que el mundo de la moda no es tan sencillo, la competencia es brutal, especialmente en Francia, no se diga de París.

  —  Tu revolucionaras el mundo, estoy segura de eso.

Emilie le dedicó una de sus cálidas sonrisas pero, a diferencia de otras veces, aquella sonrisa no duró mucho tiempo, ambos desviaron la mirada y miraron a la nada con expresión somnolienta, con el paso del tiempo se habían vuelto tan cercanos y el inevitable curso de la vida los empujaba a continuar, dejando aquel espacio donde podían sentirse tan cómodos en la compañía del otro.

  —  ¿Ya decidiste que quieres estudiar? —  Preguntó Gabriel de forma distraída mientras observaba el polvo caer a través de los ligeros rayos de luz que se filtraban por la ventana.

—   Aún no lo decido —  confesó la chica aunque Gabriel sabía que no era del todo cierto. Emilie quería ser actriz, pero su padre no lo consideraba una verdadera carrera por lo que ella se sentía obligada a escoger otra cosa.

Ambos chicos quedaron otra vez en silencio aparente, pues podían escuchar el latido de sus propios corazones mientras veían el reloj avanzar, llegando casi la hora de marcharse. Emilie sintió los ojos llenarse al saber que pronto tendría que despedirse de quien había sido el mejor amigo que había tenido.

  —  Tenemos que irnos —  dijo tratando de resistir las ganas de echarse a llorar. Se puso de pie pero el chico a su lado continuó sentado mirando el reloj como hipnotizado —  ¿Gabriel?

Gabriel miraba el reloj con firmeza como si esperara algo; el momento adecuado, el valor que había tratado de reunir por mucho tiempo o  la esperanza de que el reloj se detuviera si solo se quedaba observandolo.

  — Emilie, tengo que decirte algo —  dijo al fin mientras se ponía de pie para verla, el momento había llegado pero no esperaba la reacción de su amiga.

—  No, Gabriel. No quiero — dijo caminando hacía la puerta con un nudo en la garganta — . Odio las despedidas. Solo finjamos que nos veremos mañana como siempre y olvidemos lo demás. No quiero despedirme de tí. No aquí.

Gabriel tardó un momento en reaccionar, un segundo más y la chica se habría ido pero cuando vio a esta abrir la puerta del salón supo que si no se apresuraba a decirlo, nunca podría hacerlo.

— No era eso lo que te quería decir —  se apresuró a alcanzarla y jalar de ella para evitar que se fuera — . Yo quiero que vayas conmigo al baile de graduación.

Pudo ver las mejillas de la rubia encenderse como luces navideñas, aunque sabía que su rostro no debía lucir muy diferente del de ella, y sus ojos se abrieron tanto como le permitían con sorpresa.

—  Gabriel, tu odias los bailes —  dijo como si fuera un hecho que el chico hubiera estando olvidando y ahora fue Gabriel quien se sonrojo.

—  No. Bueno, sí. Pero no es eso —  tartamudeó mientras trataba de ordenar sus ideas, lo había repasado cientos de veces y aún así parecía tan dificil de decir —. Lo que quiero decir es que me gustas, Emilie. Me gustas desde hace mucho tiempo y yo... He pensado mucho. Y llegué a la conclusión de que si podría vivir sin tí pero el problema es que no quiero. No solo eres una amiga para mi, Emilie y no quiero seguir siendo un amigo para tí.

Si antes las mejillas de la chica se habían encendido ahora parecía ser todo su rostro el que brillaba con un tono carmesí mientras miraba a aquel chico sin saber que decir, quería gritar, quería llorar, quería tirarse al suelo y saltar al techo al mismo tiempo pero en lugar de ello solo se lanzó al cuello del chico como si quisiera fundirse con él en un apretujado abrazo. Gabriel tardó más que un momento en recuperar el aliento pero pronto había correspondido el abrazo. No eran necesarias las palabras porque ambos podían sentir el cariño del otro de forma palpable, incluso el chico se sintió un idiota por haber pensado en que la chica pudiera rechazarlo, sabía que Emilie había sido hecha para él, así como él para ella.

 sept huit neuf... 

  — !Señor Agreste!

Gabriel despertó con un sobresaltó mientras la luz del sol le atacaba los ojos. Se había quedado dormido en el salón de música, apoyado contra una pared y ahora su espalda parecía renuente a moverse. Mientras, su asistente lo miraba con aquel aire maternal entre el reproche y la preocupación desde la puerta de la habitación.

  — Señor, ¿esta usted bien? —  Nathalie siempre era eficiente en su trabajo pero cuando se trataba de descifrar los sentimientos de su jefe, este podía ser todo un misterio.

Gabriel se puso de pie mientras trataba de hacer cooperar a su entumido cuerpo, se acercó a su asistente para tomar la tableta donde desplegaba el horario de su hijo que, como cada mañana, tenía que aprobar.

  —  Cancela el tiempo libre y extiende las clases de piano — ordenó mientras le regresaba la tableta — . Tiene que recuperar el tiempo que ha estado perdiendo y está vez asegurate de que cumpla las indicaciones al pie de la letra.

—  Así lo haré, señor. 

Nathalie se alejó sin mencionar una palabra más al respecto de la extraña selección de su jefe como lugar para dormir mientras el hombre se encargaba de cerrar aquella habitación con llave, la mayoría del tiempo era demasiado dolorosa de ver. Estaba por cerrarla cuando su visión se centró en el espacio que antes ocupaba el piano que había seleccionado para su esposa cuando la casa se había terminado y sintió engrandecer aquel ardor en el pecho con el que vivía a diario.

  — Nathalie — llamó a su asistente con el mismo tono autoritario que usaba para dar órdenes, logrando la atención inmediata de su asistente. 

—  ¿Sí, señor?

—   Que muevan el piano de la habitación de Adrien al salón de música nuevamente.

Nathalie abrió la boca con sorpresa sin saber qué responder, sabía la importancia del instrumento para ambos Agreste y lo dolido que estaría el menor de ellos si le era quitado pero Gabriel por su parte no le despegaba la vista de encima, esperando la que era su confirmación de que lo había escuchado.

  — ¿Está seguro? —  Preguntó en lugar de responder en casi un balbuceo.

Gabriel examinó a su asistente, nunca se atrevería a decirlo en voz alta pero había mucho en ella que a Gabriel le recordaba a su esposa, tenían la misma amabilidad en sus ojos pero Nathalie, ni nadie más, lo entendería como Emilie lo hacía.

  — No —  respondió cerrando con llave la habitación y caminando a su oficina — . Olvida lo dicho.

Nathalie miró a su jefe alejarse sin comprender la situación del todo pero una cosa estaba segura. Gabriel Agreste era un misterio que nadie podía resolver.

Para ser honesta, está historia la escribí (al menos la mitad de ella) para el día dos pero como decidí ampliar a más cosas que solo el pasatiempo de Gabriel, creí que quedaría mejor para este día.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top