Capítulo 2

Olivia, 35 años

Colonia Roma, Ciudad de México

Septiembre, 2028

—Cierra los ojos.

—¿Para qué?

—No preguntes. Ciérralos.

Las risas de Olivia molestaron a las personas que compartían con ellos el ascensor. Cerró los ojos y dejó que las manos de Javier la guiaran a través del pasillo. Tuvo la impresión de haberse detenido más lejos de donde debían. Escuchó que la puerta se abrió, y sintió las manos de Javier en su espalda. Percibió la alfombra nueva. Escuchó la puerta cerrándose. Pudo sentir a Javier rodeándola, guiándose por el aroma de su colonia. Sus manos volvieron a tomarla con delicadeza. Escuchó que las persianas se abrían.

—Ya. Ábrelos.

Volvió a reír. Su rostro se iluminó cuando el departamento remodelado le dio la bienvenida. Nuevo color celeste en las paredes. Amueblado reluciente que despedía el aroma de recién salido del empaque. Una pared dedicada a las portadas enmarcadas de sus catorce libros, así como los posters de las películas, cortometrajes y telenovelas para las que había escrito los guiones.

—Espero que te guste —dijo Javier—. Quería ponerlas en tu estudio, pero no me dio tiempo. Y, cuando nuestros amigos vengan el sábado, quiero que tú seas la única estrella.

—No tenías que hacer esto... Sólo me fui por unos meses.

—A Japón.

—Sí, como si fuera la primera vez... ¿A cuántos invitaste?

—Suficientes para darte la bienvenida que mereces.

—Amor, esto no es necesario. Sólo quiero dormir. Estuve trabajando en algo nuevo cuando estaba en el avión, y quiero...

—Tienes que relajarte.

—Una fiesta no es la mejor manera.

—Ya no puedo cancelar.

—Supongo que no me darás otra opción...

Javier permaneció en silencio, mirándola y esbozando una sonrisa. Ella sabía que no estaba dispuesto a recibir negativas. Pudo haber iniciado una pelea para defender su deseo de olvidarse del mundo. Pudo hacer tantas cosas, y decidió simplemente asentir.

—Tú ganas... Pero mañana quiero estar todo el día en pijama.

—Me parece bien.

Él se había salido con la suya. Y, aunque ella sonreía embelesada, sabía que no todo estaba cerrado. Todavía necesitaba espacio para desempacar. Para descansar. Para volver a su burbuja y seguir trabajando, pues eso era lo único capaz de devolverle las energías.

Javier se acercó para acariciar su mejilla. Pasó los dedos entre su cabello teñido de rojo, consciente de que los roces en la nuca podían hacerla perder el control.

—Javier, ahora no...

—Te tengo otra sorpresa en la recámara...

—No puedo... Me quiero bañar...

—Pues nos bañamos juntos...

Un par de besos y el roce en las zonas correctas, el cuello y los hombros de Olivia, hicieron que ella esbozara la sonrisa que él supo interpretar como una segunda misión cumplida. Los brazos de su prometida lo rodearon para acercarlo más hacia su cuerpo.

Los primeros botones comenzaron a abrirse, mientras los pasos de Javier conducían a Olivia a la habitación. Sus instintos más salvajes se apoderaron de ellos, despertando de golpe la pasión que había tomado una larga siesta.

Sus piernas se doblaron al sentir el borde de la cama, cayendo ambos sobre las sábanas sin que ella pudiera notar las persianas, las velas, o los pétalos de flores que adornaban cada rincón. Mucho menos pudo detectar la tonada de Everytime we touch de Cascada, que Javier encendió mientras ella lo besaba con los ojos cerrados. Sintió que sus hombros quedaban descubiertos para recibir el roce de los labios de Javier. Su sonrisa creció cuando él volvió para susurrar a su oído.

—Te extrañé mucho, Olivia...

Y ella tiró de su corbata para dejarlo recostado y colocarse a horcajadas sobre él. Esbozó la clase de sonrisa que él esperaba, y se inclinó para besarlo de vuelta, antes de susurrar su respuesta.

—Y yo a ti, mi amor...

Afuera, el teléfono de Olivia timbró al recibir una notificación. Las redes sociales estallaron cuando despertó la polémica. Cuando la fabulosa Jaz Montemayor dejó un simple en la foto que Olivia publicó en el aeropuerto.

Qué guapa te ves, decía.

~ ٭ ~ ∞ ~ ٭ ~

Comenzaba a atardecer cuando una llamada inesperada hizo que Javier tuviera que soltar a su amada del abrazo que se prolongó durante casi una hora. Olivia cubrió su torso desnudo con una sábana y se incorporó para reír mientras observaba a Javier. Él tardó unos segundos en recordar que su teléfono se había quedado en sus pantalones. Hizo una señal con la mano para pedirle dos minutos a Olivia.

Ella se recostó de nuevo, sintiéndose exhausta y con ganas de más. Vio a Javier pasear por la habitación, hablando sobre reuniones a las que no quería ir. Terminó la llamada antes de lo planeado, suspirando con pesadez y dándole nuevamente su atención a la hermosa mujer que seguía esperando en la cama.

—Mejor lo hubiera apagado... —se quejó, recostándose de nuevo—. El director quiere que vaya mañana, a primera hora.

—Así puedo dormir más, en lo que regresas.

—¿Te cansaste? Y eso que me estaba conteniendo...

—La verdad, creo que ya no rindes tanto como antes...

Ambos rieron, e iniciaron una guerra de almohadas. En menos de tres minutos, ya estaban recostados nuevamente, besándose y sonriendo como un par de adolescentes locamente enamorados. El tiempo y la distancia eran nimiedades para ellos.

Al escuchar el rugir del estómago de Olivia, Javier volvió a reír.

—Por lo menos ya estás de buenas —dijo él—. ¿Qué se te antoja?

—¿Eso significa que no me darás de comer si estoy de malas?

—Sí... Algo así...

Ella atacó con otro golpe de la almohada. Rieron una vez más.

—Si no fuera porque me inspiras para escribir sobre patanes, no te soportaría.

—Eso significa que merezco la mitad de lo que ganas.

—Si sigues diciendo cosas así, volveremos a estar en el ojo del huracán. ¿Ya se te olvidó cuando hicieron tendencia, sólo porque un seguidor nos vio en el centro y tú estabas molestándome?

—Ya te dije un chingo de veces que tienes que ignorar cuando te dicen cosas así. Siempre te cohíbes por eso, y te hace mal.

—Sabes lo que pienso de mi imagen pública.

—Y tú sabes lo que yo pienso de todo eso. Tienes que olvidarte de lo que esas personas, que ni siquiera nos conocen, dicen de nosotros.

Olivia suspiró cansinamente.

—¿Podemos hablar de otra cosa, Javier?

—Está bien... No me dijiste qué se te antoja.

—No quiero cocinar.

El semblante serio de Olivia desapareció al recibir otro golpe de la almohada.

—Ya sé que no te gusta cocinar —sonrió él—. Voy por un pollo rostizado. Tú descansa, y ahorita regreso.

Se inclinó para besarla, haciendo que ella volviera a sentirse en las nubes. Olivia no se movió mientras él se vestía, dando tres vueltas en la habitación hasta que pudo encontrar su billetera. Pasaron cinco minutos antes de que Javier saliera del departamento, y Olivia se decidiera a levantarse. Siguió cubriéndose con la sábana mientras caminaba hacia el armario. Descubrió la siguiente sorpresa, sabiendo que la que Javier había mencionado ya había sido entregada, y pagada con creces. Un vestido rojo colgaba entre sus prendas de gala, enfundado en plástico. Intentó mirar el precio. Javier lo había cubierto, dibujando una cara sonriente y escribiendo un mensaje.

No tienes que saberlo.

Sonrió, sintiéndose afortunada. Javier la conocía como a la palma de su mano, tanto que era capaz de anticiparse a sus acciones incluso estando en distintos continentes.

Buscó entre sus cajones hasta encontrar la camiseta y los pantalones cortos con los que había terminado sus mejores best-sellers a altas horas de la madrugada. Se peinó con una coleta desaliñada. Los mechones salvajes se revelaron al cabo de un par de segundos. Arrastró los pies hasta el sofá, se dejó caer y buscó el iPad para retomar su trabajo. Su teléfono seguía recibiendo una notificación tras otra. Olivia lo tomó para tomar una selfie. El caos en las notificaciones le hizo darse cuenta de que había asuntos más importantes. Se sorprendió tanto, que su mano cubrió su boca por un instante. Más de cien mil respuestas al comentario hecho desde una cuenta verificada.

Seguían llegando, una tras otra. Usuarios desconocidos aparecían para defenderse entre sí. Los seguidores de Olivia daban guerra sin cuartel.

Observó el comentario que inició la guerra. Entró a su perfil. La última publicación pedía a sus seguidores que detuvieran la cacería de brujas. La foto lucía el majestuoso cuerpo escultural de Jaz Montemayor en alguna playa italiana. Estaba en línea, respondiendo las quejas. Su corazón se aceleró. Comenzó a morder sus uñas. Terminó enrollando un mechón de cabello entre sus dedos para darle un fuerte tirón.

Las notificaciones no dejaban de llegar.

Desactivó los comentarios. Hizo un comunicado, pidiendo a sus seguidores que no crearan polémica innecesaria. Una notificación le hizo perder el aliento.

A Jaz le gustaba el comunicado.

Jaz intentaba distraer la atención, anunciando que haría un directo para hablar de sus aventuras en Alemania. La última foto que publicó mostraba sus piernas extendidas en un diván. Olivia entró y salió del perfil un par de veces, hasta que su pulgar pulsó la opción para enviar un mensaje.

Sus manos temblaban.

La guerra entre seguidores no se detenía.

Hola.

Respondió comentarios. Intentó distraerse viendo videos de cachorros.

Entró a la burbuja del chat.

Mensaje leído.

Tuvo la intención de apagar el teléfono. De lanzarlo tan lejos, que nunca tuviera que verlo de nuevo.

El sonido de la notificación le hizo dar un salto.

¿Cómo estás?

La ola de recuerdos la aplastó.

Escribió seis respuestas diferentes, hasta que encontró la única que parecía correcta.

Estoy bien... Ha pasado un tiempo

Mensaje leído.

El mechón de cabello volvió a enroscarse entre sus dedos. Siguió tirando de él con fuerza.

Jaz estaba escribiendo.

Supe que volviste a México...

¿Vamos a tomar un café?

Olivia mordió su labio.

Cerró los ojos al enviar su respuesta.

Mañana estoy libre.

Apagó el teléfono. Se levantó y arrastró los pies hasta el balcón. Observó la Ciudad de México en todo su esplendor. Colocó ambas manos sobre la baranda. Pensó, sólo por un segundo, que estaba cometiendo un error garrafal. Tuvo que convencerse de aceptar lo evidente.

Quería verla.

Al menos, una vez más. Incluso si sólo en ese momento había pensado que era posible.

Su corazón no dejaba de latir con fuerza. No tenía idea de que Jaz le sonreía a la pantalla del teléfono, con ilusión. Ella también volvía a sentirse como en los años dorados de la adolescencia.

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