8

—Dices que ya está claro que no queremos matarnos unos a otros, pero no sueltas ese aparato.

Cartwright apareció en la puerta que daba al techo de la bodega, con una sonrisa cansada y la misma ropa táctica con la que hacía casi 36 horas había dejado el centro de investigación de Neotenia.

—No es nada personal, Laetitia —respondió Patricio pronunciando todas las letras del nombre de la mujer con su fuerte acento del norte de México y alzando aquella cosa como un control remoto de televisión, pero con un solo botón grande y rojo en su extremo más ancho —es solo mi seguro contra robos.

—Se pronuncia "Letisha" —lo corrigió Cartwright recargándose en el barandal que daba hacia el centro de Helsinki y clavando sus ojos cafés en el Majakka, el segundo edificio más alto de Finlandia —y no somos vulgares ladrones; de hecho, fueron ustedes los que nos secuestraron y nos obligaron a venir aquí.

—A ti nadie te secuestró, tú viniste por tu propia voluntad. Además, nadie los está obligando a quedarse.

—Buen punto —dijo la rubia dando media vuelta y recargando los codos en el barandal —Sí sabes que ya deberías estar empacando y largándote de aquí, ¿verdad?

—Naah, tenemos tiempo; Ngema no es tan bueno como cree que es.

—¿Y tú sí?

—Por supuesto, princesa —aseveró Patricio con una sonrisa que dejó ver sus chuecos dientes amarillentos —soy el mejor en lo que hago.

—¿Y qué es lo que haces, exactamente? —Cartwright se soltó la rubia cabellera, que había estado atada en un apretado chongo, pero sin voltearlo a ver directamente.

—Burritos en microondas, café soluble, jugar solitario cada tercer día, si tú me comprendes —respondió él guiñando un ojo y agitando su mano derecha en un gesto más que elocuente.

—¡Ewww! ¡Qué asco!

—Si no estás preparada para las respuestas, no hagas las preguntas.

—¿Por qué no les dijiste?

—¿Qué?

—El porqué el mundo se está yendo al caño.

—Claro que se los dije.

—Por supuesto que no —reviró Cartwright clavando en él una mirada sagaz —te la pasaste hablando de cómo Carl Sagan pensaba terraformar Venus antes de saber que las nubes que cubren al planeta están hechas de ácido sulfúrico y no de agua, y de todas y cada una de las teorías que existen hasta el momento para terraformar Marte. Hablaste y hablaste hasta que las chicas se quedaron dormidas, Woodbot...

—Roger.

—...Roger fue el único que te escuchó casi hasta el final, hasta que también se quedó dormido.

—Porque si lo saben van a querer ir corriendo a ver a mami y papi, sin darse cuenta de que la única forma en que podrán volver a ver a mami y papi es si primero salvan al mundo.

Un nutrido grupo de beerds pasó volando sobre ellos, tan alto, que sólo una nube de destellos rojizos, sus luces de posicionamiento, delataban su presencia.

—Sí sabes que la madre de Dolores... ya no está, ¿verdad? Los papás de Alba se mudaron de su antigua casa y los de Roger quedaron tan asustados que probablemente no quieran volver a ver a su hijo.

—Está claro que no conoces a las madres mexicanas y, ¿qué pasó con la señora Boho? —Patricio sacó una cajetilla de cigarros y le ofreció uno a Cartwright.

—¿Qué tanto sabes de nosotros? —preguntó la rubia, con tono entre molesto y suspicaz, mientras tomaba un cigarrillo.

—De ti, no mucho; de ellos, casi todo lo que hay que saber antes de que ustedes se los llevaran.

Patricio encendió ambos cigarrillos y los dos dieron un par de caladas que calentaron sus pulmones en la helada noche finlandesa.

—Nosotros los secuestramos, ustedes los secuestraron; en verdad los hemos tratado como juguetes —Laetitia arrojó una voluta de humo, mientras miraba de soslayo al hombre, quien parecía estar más cerca de los cincuenta que de los cuarenta.

—Sí, no soy mejor que Neo-Médica, ni que Neotenia, aunque tal vez soy un poquito mejor que la Junta Directiva.

—¿Qué sabes de ellos?

—¡Oye, oye! —reclamó Patricio extendiendo las manos como tratando de alejarla —con más calma, princesa, hay que dejar algo para la segunda cita, ¿no crees?

—No me digas "princesa".

—Eres igual de "insumisa" que Dalel. ¿Dónde quedaron aquellas mujeres que no se atrevían a rebatirle nada a un hombre? ¡Dónde, Dios! ¡Dónde! —exclamó Patricio, burlón, arrojando la colilla del cigarro y pisándolo con su gastada chancla, para después comenzar a alejarse hacia la puerta que daba acceso al cubo de la escalera.

Detrás de él, Cartwright seguía tratando de recordar dónde lo había visto antes, sin lograrlo del todo. Aunque una cosa era clara, había sido dentro del Proyecto Prometeo.

—Oye, Tisha —la llamó él, agitando un poco el control remoto sobre su cabeza —¿recuerdas que me preguntaste cuándo nos íbamos?

—Nunca pregunté eso.

—¿No? Bueno, pues es ahora.

Presionó el botón, una alarma se activó y las luces en dos o tres cuadras a la redonda se apagaron, mientras un zumbido como el de un gran generador se empezaba a escuchar y la mujer podía sentir una fuerza casi descomunal que tiraba de sus amalgamas.

Óscar Ngema se puso en cuclillas y levantó un puño de cenizas todavía tibias. Un enjambre de drones sobrevolaba el lugar tomando fotos, video e imágenes infrarrojas, ultravioleta y de rayos X, mientras el escuadrón táctico de Neotenia acordonaba los alrededores, impidiendo el paso tanto de curiosos, como de autoridades locales.

—Hay cientos de piezas de equipo de cómputo, señor —le informó uno de los técnicos que peinaban el chamuscado esqueleto de aquella bodega a las afueras de Helsinki —las estamos recuperando y ya empezaron a subir algunas al transporte.

—No se molesten.

—¿Perdón, señor?

—¿Ves esto? —inquirió el jefe de seguridad de Neotenia sosteniendo dos pequeñas piezas de metal que se atraían levemente entre sí —magnetismo residual; convirtió la estructura de acero del edificio en un gigantesco electro-imán antes de incendiarlo, cualquier cosa que haya estado en esos discos duros ya no existe.

—Son órdenes de la doctora Hofstadter: recuperar cualquier cosa que nos pueda dar una pista de los perpetradores.

—Sí, lo sé —suspiró Ngema soltando los escombros y adentrándose en el lugar.

En un rincón, piezas chamuscadas de plástico y metal escurrían agua del trabajo de los bomberos, mientras en otro, algunos rescoldos todavía brillaban, rojizos, en medio de la oscuridad del edificio. Rodeado de anaqueles de aluminio retorcidos por el calor, plástico del recubrimiento de cables y gotas de metal fundido que salpicaban el piso, Ngema se fue abriendo paso hacia aquel rectángulo oscuro que marcaba una puerta al fondo de la bodega.

Detrás de él, los técnicos sacaban un gran amasijo de algo chamuscado que parecía un gran oso de felpa, junto con otras cosas que parecían ser restos de ropa, aunque realmente muy poca. Un tenue olor a lejía le decía que antes del incendio, alguien había intentado borrar cualquier rastro de ADN de los objetos personales que se quedaran atrás.

Aquel cuarto apestaba a mucho más que humo, cenizas y plástico chamuscado, aunque ahí sí, por estar en los niveles inferiores y más cerca de la fuente del incendio, no quedaba prácticamente nada.

Pudo distinguir los restos de una enorme pantalla curva de micro QD-LEDs de doscientas pulgadas, no había teclado, pero sobre la mesa podía ver el desgaste en los lugares donde los dedos habían golpeado los espacios que marcaba un teclado virtual. No había "mouse", pero pudo distinguir la cámara de ultra alta velocidad y súper alta definición que seguía los movimientos de los ojos del usuario para saber dónde enfocar el puntero o el cursor. Seguramente también habría un micrófono para usar comandos de voz.

Sin embargo, no eran las piezas de alta tecnología lo que llamaba su atención, ni siquiera aquel pedestal ranurado donde, sospechaba, podía conectarse una tarjeta qubyte. Lo que realmente había capturado su mirada había sido aquella colorida pieza justo en el centro del chamuscado escritorio: un patito de hule amarillo que, de alguna forma, había sobrevivido al incendio y que era, a la vez, un reto y una tarjeta de presentación... o quizá un recordatorio.

...cientos de personas se manifestaron frente al edificio corporativo de SIMA, Sociedad Industrial Minera Antares, en Denver, Colorado, en protesta por la inminente puesta en marcha de Hammer Fist, el megaproyecto minero que desplegará cerca de quinientos mil "beetworms" que explorarán la corteza terrestre durante los próximos cinco años por debajo de los veinte mil metros, en busca de depósitos de litio y tierras raras...

—¡Ne, ne, ne, ne, ne! ¿Qué vas a ser cuando seas grande? ¡Ne, ne, ne, ne, ne! ¿Qué vas a hacer cuando alguien aprietee eeel botóóóóón?

Laetitia torció los ojos hacia arriba, no solo por la desafinada voz de Patricio, sino por el muy viejo tema que aquel reporte en la radio le había inspirado a cantar, dentro de aquella destartalada SUV que habían traído desde Helsinki hasta Alemania, en camino a... sólo él sabía a donde iban.

...los aparatos, de aproximadamente medio metro de largo, están diseñados totalmente con tecnología de la Pyrsos..., explicaba un vocero de SIMA en ese momento, ...y son cien por ciento carbono neutral, diseñados no solo para resistir las condiciones a tales profundidades, sino para causar perturbaciones mínimas en la corteza terrestre...

Habían llegado al puerto justo a tiempo para abordar el ferry y hacer el viaje de más de treinta horas desde Helsinki hasta Travemünde y ahora viajaban a casi 160 kilómetros por hora por la Bundesautobahn A1 hacia Hamburgo, pero ni así se desprendía la pesada capa de polvo que cubría el vehículo tras haber estado guardado quién sabe cuánto tiempo en las profundidades de aquella lóbrega bodega.

Tan gruesa era la capa de suciedad, que Roger no había podido resistir el impulso de escribir "lávame, puto" sobre ella, junto con el infantil dibujo de una cara de cerdo.

"¿Qué, tienes diez años?", lo había recriminado entonces Dalel, ante una mirada un tanto sorprendida y apenada del chico.

"Pasaron cinco años, casi toda su adolescencia, encerrados, sin contacto con nadie fuera de mí y el equipo médico; saliendo solo esporádicamente a misión, tenle paciencia... a los tres", le había dicho Cartwright con un tono ligeramente más impaciente de lo usual en ella.

...una coraza de Aleación Beta, continuó el reportero, ...un taladro de rayos gama, sistemas de sensores y posicionamiento de última generación y un sofisticado programa de machine inteligence, cuyo cerebro es un chip qubyte, permitirán a estos drones abrirse paso a través de las oscuras profundidades de la corteza terrestre...

—Puedes apagar eso —protestó Dalel hundiéndose todavía más en su asiento —no estoy de humor para más noticias del fin del mundo.

Eran las primeras palabras que le escuchaban a Dalel desde que habían salido de Helsinki, hacía ya casi dos días. El aura de tristeza que emanaba de la chica cada que apagaba su HeMa era casi sólida, al grado que incluso Patricio apenas la soportaba.

—De todos modos ya se acabó la parte interesante —dijo "Pato", como lo había empezado a llamar Roger, apagando el radio y concentrándose en las instrucciones del GPS del auto.

—Por enésima vez: ¿a dónde vamos? —preguntó Cartwright con cara de fastidio.

Los cuatro chicos viajaban apretujados en el asiento de atrás, Roger sosteniendo casi con amor la pequeña planta que había rescatado del "centro de mando" de Patricio, Alba viendo con ávida curiosidad el paisaje al otro lado de la ventana, Dolores enfurruñada junto a la pelinegra y Dalel un poco demasiado junto a la morena, se dio cuenta Patricio.

—A casa de mi mamá —respondió el hombre con una sonrisa burlona.

—¡Eres un cretino! —aunque había sido poco más que un susurro, la furia hizo que la voz de Cartwright llenara el estrecho espacio —La única razón por la que ellos están cooperando contigo es porque yo estoy aquí, en el momento en que yo decida irme, ¿con quién crees que ellos se van a ir?

—¿Con mami o con papi? —dijo él mirándola e imitando un puchero.

—Detente —siseó Laetitia.

—No puedo.

—Stop, dammit!! —La rubia amagó con abrir la puerta, pero Patricio aceleró hasta llegar casi a 180 y Cartwright movió la mano hacia su cintura, sólo para detenerse al recordar que no llevaba su pistola. —I need a bloody gun! —masculló volviéndo la vista hacia la ventanilla y recargando el mentón en una mano, resignada a quedarse dentro del auto.

Atrás, Alba los miraba con cara de espanto, Roger se había encogido y se había puesto a acariciar las hojas de la planta, que ya empezaba a crecer gracias a sus cuidados, Dalel ni siquiera reparaba en ellos y Dolores los miraba con suspicacia.

—Mira —dijo Patricio con voz conciliadora, tras un rato de silencio —no es que no confíe en ti, pero no confío en ti. Así que disculparás si no te revelo todos mis secretos en el momento.

Laetitia gruñó y se removió un poco en el asiento, centrando la vista en el paisaje del norte alemán, refrenando el impulso de saltarle a la garganta y hacerle tragar los malditos empaques de golosinas que tapizaban el piso del auto del lado del conductor.

—Pero sí me pides que confíe en ti —recriminó la rubia, sin voltear a verlo —además, ¿tienes que ser tan patán para decir las cosas?

—¿Y ustedes se van a casar o qué? —bromeó Dolores asomándose entre los dos asientos delanteros, aguantando las miradas de odio de los dos adultos —No me maten, de hecho solo venía a decirles que algo le pasa a Dalel.

Los ojos cafés estaban fijos al frente, el ceño fruncido y la mano aferrada al posabrazos de la puerta con tanta fuerza que parecía que iba a arrancarlo en cualquier momento.

—Hay un retén del ejército adelante. Como a unos diez o doce kilómetros —advirtió Dalel con un deprimente susurro.

—Spectral Glimmer pregunta que cómo lo sabes —tradujo Roger las señas de la jovencita.

—Uno: se llama Alba, así dile. Dos: tengo vista telescópica.

—Le niñe puede ver los detalles de una moneda de un centavo a diez kilómetros —aclaró Patricio con un cierto tono de orgullo en su voz.

—Cool! —respondió Roger con cara de admiración —¿Y por qué hay un retén del ejército? Pregunta Gli... Alba.

—Porque es el camino a París —aclaró Cartwright viendo fijamente a Patricio, quien no pudo ocultar la tensión en su mandíbula.


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