22

Miró por última vez su reflejo en el rojo cristal que formaba el rostro del neuro-dron, antes de dejar que la cabeza que recién había arrancado se resbalara lentamente de su mano. Su respiración era agitada y cada músculo de su cuerpo dolía como si hubiera recibido la tunda más grande de su vida, porque, de hecho, así había sido.

Hubo un momento en que estuvo sepultada bajo cinco de aquellas infernales máquinas, todas ellas lanzando golpes que podrían haber derribado un edificio entero cada uno, mientras ella bloqueaba, desviaba y esquivaba. Tuvo que llegar un manotazo salvador de Spectral Glimmer, que recogió a tres androides en su gigantesca mano de energía morada y los destrozó simplemente cerrando el puño.

Al cuarto lo abrió en canal con un kunai que formó en una de sus manos y al otro, el dueño de la cabeza que acababa de tirar, lo molió a golpes por el puro placer de hacerlo.

Los cuatro estaban exhaustos. "Glim", como le decía Woodbot, apagó su exo-esqueleto y cayó pesadamente sobre un montón de hojas y ramas trituradas que había sido uno de los brotes del joven mexicano; este, por su parte, acariciaba con cariño a una gran serpiente que se había formado con las guías de una enredadera decorativa. La criatura estaba muriendo; entre más grandes eran, más rápido consumían la energía que las formaba; esa era la gran tragedia del poder del chico, que, al final, terminaba por matar lo que más amaba.

Kraken se había dejado caer sobre el asfalto resquebrajado que recubría el techo del edificio y Steelworks se sentó junto a ella. La vibra entre ellas era extraña, la morena nunca había dado señas de ser les o bi, pero aceptaba todos los mimos y el cariño físico que Dalel le demostraba. Ahora, su armadura estaba desgarrada en varios lugares y sólo habían sobrevivido cinco de los minidrones que había creado. Suspiró y se dejó caer sobre las piernas de la pelirroja.

—Como calentamiento estuvo perfecto... ¿a qué hora irá a empezar la verdadera pelea?

Sólo Woodbot entendió el chiste. Las dos chicas apenas si le dedicaron una mirada extrañada a Kraken. La lluvia de aquel material rojizo y pesado continuaba sin cesar, pero un par palmeras animadas por Woodbot, se habían acercado a cubrirlos; en el resto del techo, los pequeños guijarros salpicaban en las carcasas y la gelatina morada que hasta hacia unos minutos eran las más letales máquinas que hubieran pisado la Tierra.

—¡Merde! —masculló Kraken por lo bajo —Yo y mi bocota...

—>¿Qué?< —preguntó Spectral Glimmer —>¿Qué ves? ¿Qué está pasando?<

—Deben ser unos dos mil —susurró Kraken en total desaliento.

—¿Dos mil qué, señori... Dalel? —Woodbot la miraba con la insistencia de un cachorro nervioso.

—¿Dal? —mientras Steelworks la sacudía levemente por un hombro.

—Chicos —dijo Kraken levantándose y sacudiéndose el polvo —fue un placer conocerlos, hemos estado juntos por menos de una semana, pero ya los siento como mis hermanos—. Los tres se le quedaron viendo, a medio camino entre la negación y la aceptación —Vamos a darle todo el tiempo posible a mi Pato querido y luego... —realmente no creía en Dios, pero en momentos como aquel... —que sea lo que Dios quiera.

Los otros tres chicos se levantaron y se acomodaron un poco la ropa, Alba se secó las lágrimas, Roger abrazó a una pequeña ave que había sido una dalia en un macizo floral y Dolores tomó la mano de Dalel, mientras los cuatro volteaban al cielo septentrional, donde una serie de luces y explosiones se veían cada vez más cerca.

Jerome dejó que su viejo Dassault Rafale, que habían sacado del cementerio de aviones decomisionados, siguiera su curso a toda velocidad. Delante de él había un pequeño grupo de aquellas criaturas... máquinas... artefactos endemoniados, que justo acababan de derribar el Mirage 2000D de Garnet.

Ya solo quedaba él, sin un solo misil, sin una sola bala y sin nada qué perder. Por un momento, por su mente contempló la posibilidad de huir; sin embargo, su conciencia de inmediato canceló aquella idea, no quería ser el único sobreviviente de los casi doscientos pilotos que habían enviado a aquella misión suicida y, además, había visto lo endemoniadamente rápidas que eran aquellas cosas. No habría llegado muy lejos.

Casi todos se quitaron al verlo venir. Sólo uno, que estaba de espaldas, fue incapaz de moverse. El impacto fue directo y brutal. Las diez toneladas del avión a casi 1,600 kilómetros por hora debieron haber hecho trizas a la endemoniada máquina, sin embargo, no fue así. La blanca carcasa estaba resquebrajada en varios lugares y manchas negras de combustible quemado resaltaban aquí y allá, pero el diabólico aparato se limitó a alinearse con el resto de sus compañeros, para seguir camino a lo que alguna vez fue París.

Un inmenso flujo de datos comenzó a aparecer en la primera pantalla, reduciendo el monitor digital de signos vitales a un pequeño recuadro en una esquina. Cartwright insertó la tarjeta qubit que Patricio le había dado y de inmediato, los pequeños programas llamados webcrawlers comenzaron a fragmentar la información en media docena de recuadros en los que la gran pantalla principal se había dividido.

—¡Ya empezó! —exclamó Cartwright con una sonrisa cansada —Todos atentos: Duendes del uno al diez, todo lo que tenga que ver con mecánica; del once al veinte, comunicaciones; del veintiuno al treinta, fuente de poder; del treintaiuno al cuarenta, electrónica; del cuarentaiuno al cincuenta, programación, y 51 y 52, salten libremente y sean creativos.

—"¿Qué estamos buscando exactamente?" —preguntó Neumann, a quien Patricio había etiquetado como el Duende 20.

—Cualquier cosa que sea un punto débil. Traten de ver cómo apagar un sistema o dos, cómo sobrecargar la fuente de poder o el circuito eléctrico; los que están revisando programación, vean si hay alguna forma de modificar cualquier rutina o subrutina. Verifiquen y avísenme cualquier cosa, por insignificante que parezca.

Un constante golpeteo metálico saturaba el micrófono de Duende 33, un chico de rasgos asiáticos que hablaba portugués con acento brasileño, mientras que constantes relámpagos hacían resplandecer la habitación de Duende 18, una chica con la nariz perforada y de pelo púrpura cortado al estilo mohicano que hablaba ruso.

—Recuerden que entre más rápido encontremos algo, más pronto ustedes y sus familias estarán a salvo —los apremió Cartwright con el mismo gesto sonriente pero duro que usaba en las juntas de personal de Neotenia, sin dejar de echar constantes vistazos al monitor digital de Patricio.

De repente, un recuadro se abrió justo en el centro de la pantalla de datos, mostrando el sonriente rostro moreno de Pato con su eterna barba de tres días: "Tisha, mi Tisha querida, si estás viendo este mensaje... ¡es porque necesito que les metas prisa a esta "cabra de bolones"! Y en cuanto encuentren algo, le haces "copipeish" en esta misma ventana, para que yo pueda re-programar a la Junta Directiva y salvar al mundo. Pero apúrense porque no me quiero morir convertido en un montón de quarks y cuerdas cuánticas, es más, no me quiero morir... punto. Te ama, Patricio", la pantalla se puso totalmente negra de golpe, pero de repente "Postdata: Perdón por eso último, es que todo esto del fin del mundo me pone romántico".

La blanca armadura que había sido blanca se resquebrajó un poco en los codos y en las rodillas por el esfuerzo, pero al final, el neuro-dron consiguió levantarse cargando sobre su cabeza las 58 toneladas del tanque Leclerc del Ejército Francés que había intentado arrollarlo, para luego dejarlo caer a un lado, volteado sobre un costado. El visor rojo de la máquina estaba resquebrajado por un obús del tanque y por eso no había podido usar su mortal rayo para desintegrarlo.

El ejército había logrado volver a poner en funcionamiento algunos de sus viejos modelos de vehículos armados y los había despachado de inmediato hacia las instalaciones del Proyecto Prometeo, donde, decían las noticias, se estaba desarrollando una enorme batalla entre los supuestos terroristas capturados por Neotenia y un batallón de aquellas máquinas que estaban defendiendo a las sondas que, a su vez, estaban destruyendo el planeta.

Ni siquiera las ametralladoras laterales M2 con las que estaba equipado el aparato fueron capaces de alcanzarlo y, en un parpadeo, el robot ya estaba arrancando la escotilla superior, para meterse en medio de los disparos y los gritos aterrados de los soldados en el interior.

Un disparo tronó en el aire cuando otro de los tanques que componían el batallón disparó hacia su compañero caído, en un intento por eliminar al enemigo en su interior, aunque eso implicara sacrificar a la tripulación del Leclerc. Todo fue inútil, un instante más tarde, el neuro-dron volvió al exterior con su armadura manchada de rojo brillante y enfocando la vista en el tanque que recién había disparado.

Un hilillo de sangre resbaló desde su oído derecho hasta su cuello. Su cuerpo parecía intacto, pero las sinapsis de su cerebro habían empezado a reventar una por una. Su vista se desenfocó y los sonidos le parecían opacos, apagados, lejanos.

La silueta parecía intacta e igual de oscura que siempre. Seguramente era su maltrecho cerebro jugándole una mala broma, pero le pareció ver un gesto de satisfacción en el rostro de su enemigo, aunque, de hecho, no tenía rostro, era solo la sombra ovalada de una cabeza.

La antepenúltima carta entró en un lector de tarjeta —Kame-hame-ha... —susurró Patricio, viendo cómo una línea luminosa impactaba en la sombra que era la Junta Directiva. El punto del impacto se iluminó y esa luminosidad se extendió en un instante, convirtiendo la silueta oscura en una difusa aura luminosa.

—La tenacidad de tu raza es muy irritante —reiteró la Junta Directiva por enésima ocasión —los gobiernos siguen mandando a sus ejércitos a ser destruidos, los activos siguen luchando a pesar de que ellos mismos saben que su derrota es inminente y tú, tu cuerpo está destrozado y tu cerebro está a un grado de licuarse, pero todavía pareces no entender que todo es inútil...

El aura luminosa regresó a su forma usual de silueta oscura... pero solo por un instante, ya que casi de inmediato volvió a iluminarse, volviéndose blanca por completo.

Si hubiera tenido cara, pensó Patricio, el gesto de confusión habría sido absolutamente épico... lástima que sólo podía imaginarlo.

—¿Qué pasó? —preguntó Treviño con tono de falsa preocupación —¿Algo anda mal? No te ves muy bien que digamos. Estás algo pálido.

Temblaba de pies a cabeza y apenas podía sostener la penúltima tarjeta qubit que estaba por meter al puerto de lectura.

—No... no es posible... ¿qué has hecho? —la voz electrónica de la Junta Directiva comenzaba a sonar un poquito más humana, entre desconcertada, furiosa y... asustada, si acaso aquello era posible.

—Tenías razón —dijo Patricio en un susurro triunfante —¡ah, perdón! Antes de dar mi triunfal explicación, permíteme hacer esto —aparentemente inmóvil, la Junta Directiva no pudo evitar que Pato insertara su penúltima carta —Stargate.

Detrás de la ahora blanca silueta se formó la ilusión de un gran aro de piedra, decorado con varios símbolos que parecían runas, pero que, en realidad, eran constelaciones. Una pieza móvil en el aro, señaló tres símbolos en rápida sucesión y, casi al instante, un resplandor blanco y azul cubrió el área interna del aro.

—Lazo de la... verdad —susurró Patricio insertando la última carta y, al instante, una línea se extendió entre la silueta blanca y el espejo blanquiazul en la Stargate.

—Verás —dijo Treviño —tenías razón, te estaba distrayendo, pero no de lo que pasaba afuera, sino de lo que pasaba dentro... dentro de ti, de hecho. Me subestimaste, eres bastante arrogante para ser un programa de computadora, pensaste que era un simple simio sin pelo tratando de destruirte golpeándote con un palo; pero no, de hecho, ni siquiera buscaba destruirte —mientras Pato hablaba, la silueta blanca parecía empezar a vaciarse, conforme el Lazo de Hera pulsaba con una luz dorada —cada pequeño programa que te golpeaba y tú borrabas con total desprecio, dejaba tras de sí un residuo. Aparentemente era sólo código binario inconexo, pero los primeros 197 trozos eran parte de un programa más grande; la carta 198 unió todos los trozos y una vez que estuvieron unidos, el programa comenzó a funcionar; la carta 199 es una backdoor hacia la terminal de servicio del Servidor Central de las instalaciones de París y la doscientos inició la transferencia de datos.

—De nada te servirá —la voz resonó en la cámara de los servidores entrelazados cuánticamente —aunque hayas logrado leer y tu primitiva mente haya conseguido entender mi programación, cada segmento de código dentro de la matriz de transformación está perfectamente resguardado por barreras más allá de tu pobre entendimiento.

—Seeh. A lo macho, admito que soy bastante pendejo, pero, ¿te hablé de mi equipo de duendes mágicos?

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top