21
—¡Agente, retírense. Ustedes ya hicieron su parte! —Kraken tomó a un neuro-dron y lo lanzó con una proyección de judo, haciendo que se estrellara contra otro que venía directo hacia ella a toda velocidad —¡Steelworks, ábreles paso! ¡Spectral Glimmer, cinco entrando a tus 10 en punto! ¡Woodbot, cuidado a tus seis treinta!
El chico estaba montando a lomos de una especie de gorila gigante que se había formado de las dos falsas acacias más grandes del complejo cuando un neuro-dron lanzó una descarga de energía directamente contra él. Por fortuna, un pequeño arbusto que había tomado la forma de algo como un gato/lagarto se lanzó justo a tiempo para interceptar el disparo.
Ngema y los seis hombres que le quedaban se retiraron por la escalera hacia el interior del complejo, mientras unos diez de aquellos pequeños aparatos voladores —que Steelworks había creado fusionando drones de observación y las pistolas que quedaban en la armería— destrozaban a dos robots que parecían haber detectado la retirada y habían tratado de interceptar al escuadrón de Ngema. Al final, de los siete hombres que quedaban, sólo cinco alcanzaron la relativa seguridad del edificio.
Kraken se movía como un tornado saltando, esquivando, golpeando, pateando o, de repente, lanzando rápidos shurikens, cuchillos o incluso hachas que se formaban de forma espontánea en sus manos. El QR que Cartwright, en una apuesta desesperada, había aplicado sobre la HeMa de la pelirroja, había cambiado la programación del aparato de modo que ahora sólo tenía cuatro brazos, pero, a cambio, además de poder crear todo tipo de armas arrojadizas, la chica estaba recubierta de pies a cabeza de una armadura oscura y semitransparente como la obsidiana que podía resistir incluso el disparo de uno de los neuro-drones.
Sin embargo, los androides habían vuelto a su táctica de golpear y huir, pasaban rápidamente por encima de los chicos, lanzando un rayo o un golpe y de inmediato cobraban suficiente altura como para que el exo-esqueleto de Spectral Glimmer no los alcanzara o para aislar a alguno de los mini-drones de ataque de Steelworks y destruirlo antes de que los otros pudieran llegar a auxiliarlo.
Los únicos que podían volar lo suficientemente alto eran los brotes de Woodbot, quien había logrado transformar cada hebra de pasto del complejo en un insecto alado con una afilada cabeza puntiaguda que podía atravesar sin problemas la armadura de aquellas infernales máquinas. Sin embargo, cada que el enjambre atravesaba a uno de los robots, perdía al menos diez por ciento de sus integrantes, los cuales quedaban atrapados dentro de la carcasa o en la gelatina morada que la rellenaba.
Steelworks disparó dos misiles seguidos, el primero fue un impacto directo, pero el segundo sólo destruyó el brazo de un robot. El sobreviviente se volteó en pleno vuelo y disparó contra la morena, el relámpago golpeó de lleno su objetivo y la joven gritó de dolor; había logrado transformar parte del equipo de protección de los guardias del proyecto en una armadura corporal bastante eficiente, pero al dispersar sus recursos entre los mini-drones y su propio cuerpo, la armadura resultante era menos resistente de lo usual y eso le pasaba factura cada que recibía un disparo.
No obstante, había ganado algo más: cada uno de los drones originales que había modificado estaba equipado con cámara y micrófono, de modo que ahora tenía más de diez "ojos" y "oídos" dispersos por todo el campo de batalla, de modo que era casi imposible que la sorprendieran por la espalda.
La batalla no cesaba, los neuro-drones parecían incansables, mientras que al equipo usar sus poderes les resultaba agotador, sobre todo a Spectral Glimmer, quien necesitaba de toda su fuerza física y mental para sostener el exo-esqueleto. Para colmo, la jovencita había sacrificado velocidad a cambio de tamaño y aunque el campo de fuerza era tan resistente como siempre y la protegía sin problema alguno de los golpes o los disparos de sus enemigos, contraatacar le resultaba casi imposible; en el tiempo que llevaban combatiendo, apenas había logrado destruir a un robot y había logrado medio-golpear a otro que buscaba atacar a Woodbot.
Cada metro cuadrado del techo del edificio central del Proyecto Prometeo ya estaba cubierto por carcasas blancas y gelatina morada y aun así, la batalla no parecía tener fin.
—¡Mamá, mamá, mire, mire! (*) —la pequeña señalaba con insistencia algo a la orilla de la Lagoa da Conceição.
Un par de kilómetros tierra adentro, un beetworm había comenzado a lanzar su tempestad de rocas y tierra hacia el cielo, mientras que mar adentro, un fathom había levantado su tempestad de agua hacia el beerd que la esperaba nueve kilómetros arriba, en el cielo.
Como en cientos de ciudades y pueblos costeros alrededor del mundo, en Barra da Lagoa aquellas dos tempestades se mezclaban en pleno aire y volvían a tierra como una especie de gelatina rojiza que emitía un tenue resplandor amarillento.
—¡Venga pa'cá, niña esta! ¡'ámonos pa'dentro! ¿Qué no siente feo esa cosa que se le está pegando por todos lados?
Todo era inútil, la chiquilla estaba absorta en la extraña visión de aquella sustancia que ya comenzaba a acumularse formando brillantes charcos. Sin embargo, no era aquello lo que tenía maravillada a la pequeña, lo que en verdad no le permitía dejar de ver era aquella pequeña forma que empezaba a aglutinarse dentro del rojizo charco.
Finalmente, la mujer logró arrastra a la niña hacia una de las humildes casas que, desde hacía unos años, se habían comenzado a ver rodeadas por la elegantes villas de veraneo de la alta sociedad brasileña. Sin embargo, al alejarse, no habían visto que a aquella masa alargada que había comenzado a germinar en el charco gelatinoso, poco a poco comenzaron a crecerle miembros y extremidades.
Un rato más tarde, aquella misteriosa criatura, comenzaría a arrastrarse hasta llegar la no tan lejana playa, donde a cavaría una madriguera para enterrarse mientras los artefactos alienígenas terminaban de reconfigurar este mundo.
—¡Maldito seas, Pato! —musitó Cartwright en un feroz susurro —¿Qué se supone que estás haciendo?
La línea del monitor cardíaco de Patricio había estado absolutamente plana durante casi diez segundos. Era la tercera vez que pasaba, la primera, Laetitia casi se infarta ella misma, pero ahora se sentía furiosa cada que algo así ocurría o cuando, por el contrario, la línea bailaba casi tan furiosamente como una línea de baile irlandés.
Para colmo, no había recibido básicamente nada, más que unas cuantas líneas de código que recorrían la pantalla de arriba a abajo; además, en el extraño lenguaje de computación de la Pyrsos, del cual ella entendía apenas lo mínimo como para saber que ahí todavía no había nada.
—¿Cómo van las cosas allá afuera? —incluso sin despegar los ojos de la pantalla, Cartwright pudo percibir el mal humor y el desaliento de Ngema.
—Mal.
—¿Mal como lo esperábamos o mal a punto de que todo se vaya al diablo?
—Peor —respondió Óscar, mientras en el pasillo, Luka, Dennis, Jean-Luc y Marion se derrumbaban, un par de ellos llorando y los otros dos en shock —¿Cómo van aquí?
—No estoy segura —respondió Laetitia con el ceño fruncido —los signos vitales de Pato van desde el mínimo para decir que esta vivo hasta máximos que parece que todo su sistema está a punto de reventar.
—¿Sólo eso estás haciendo? ¿Monitoreando sus signos vitales?
Cartwright dejó pasar el desdén y la clara molestia en el tono de Ngema, para poder responder con toda la calma de la que era capaz en aquellos momentos.
—Estoy esperando los datos que está tratando de robarle a la Junta Directiva o al menos creo que va tratar de robarlos, no hay otra forma en que...
—Hej, dumme mexicaner! Hvad tid...? —Un rostro moreno y anguloso, con el pelo aglomerado en apretadas rastas que le llegaban al pecho llenó la pantalla hablando en holandés, según les pareció a ambos. —"¡Oye, estúpido mexicano! ¿A que hora...?" —casi en simultáneo, una voz electrónica tradujo el nada cortés pero sonriente saludo del que un rótulo en la segunda pantalla llamaba "Duende 12".
—Lo siento, señorita —tradujo la voz electrónica —debe ser un número equivocado...
El moreno intentó cortar la videollamada, pero un destello rojo y la cara de un patito amarillo con gesto enojado lo detuvo.
—¡No, no cuelgues! —lo atajó también Cartwright —Pa... BigDickPato25 está tratando de conseguir la información, ya no debe tardar.
Muy pronto, la pantalla principal comenzó a fraccionarse en cuadros de videollamadas con hombres y mujeres, jóvenes y viejos, rubios, morenos, pelirrojos o peliverdes, todos ellos preguntando por qué estaba tardando tanto.
—Patricio, eres un maldito imbécil —musitó Cartwright con un sonrisa, mientras Ngema miraba malhumorado toda aquella conmoción.
—No me siento a gusto sin armas ni municiones, voy a la armería por todo lo que pueda cargar y regreso.
—¿No crees que te puedan necesitar más los chicos que yo?
—No hay gran cosa que yo pueda hacer allá arriba —admitió Óscar con un suspiro de resignación —y si las cosas van tan mal como creo que van a ir, tú puedes necesitar algo de ayuda aquí.
El pequeño barco cangrejero en el estrecho de Bering se mecía en medio de la tempestad creada por aquella extraña lluvia que había comenzado a caer hacía menos de una hora. La estática creada, quizá, por la sustancia, hacía muy difícil la comunicación con el puerto y el GPS era básicamente inútil. Cualquier pieza o aditamento de aluminio arrojaba una vapor maloliente al contacto con la sustancia, pero el techo de acero la había resistido sin problemas.
El capitán había ordenado asegurar la carga y poner proa en dirección al oleaje, intentando capear la tempestad, pero de ninguna forma estaba preparados para aquello: una gaviota se había estrellado en la cubierta de la nave y un par de marinos la habían llevado al puente para resgurdarla; cubierta por aquella sustancia que, ahora podían ver, tenía una consistencia aceitosa, los hombres trataron de limpiarla usando un poco de agua.
Sin embargo, eso los había ido acercando a St. Matthew Island, donde una columna de tierra había básicamente reventado Cabo Upright y conforme se aproximaban, una sustancia gelatinosa iba sustituyendo a la lluvia ácida y aceitosa de mar adentro.
La gelatina se había ido acumulando en pequeños charcos en la cubierta, pero solo en el más grande, una pequeña criatura había cobrado vida. Los tripulantes todavía batallaban para asegurar las jaulas que usaban para pescar a los valiosos cangresos de Alaska, cuando la criatura se arrastró fuera de su charco y, en un parpadeo, se lanzó sobre uno de los pescadores.
El chico, de escasos veintiún años, lanzó un desgarrador grito que por un momento opacó la cacofonía de la tempestad, mientras la criatura, programada para buscar refugio de inmediato, le rajaba un muslo y se introducía bajo su piel.
De inmediato lo llevaron a la diminuta cabina del barco, donde lo encerraron bajo estrecha vigilancia, mientras los demás dejaban lo que habían estado haciendo y se apertrecharon en el puente, con cada puerta y cada ventana cerradas a piedra y lodo.
—¡Avada-kedabra! —gritó Patricio, insertando una nueva tarjeta qubit en un lector. Al instante, un relámpago golpeó a la Junta Directiva, desintegrándola en una nube de qubits desconectados.
—¡Basta! —gritó su enemigo, reconstruyéndose lentamente —Tu tiempo se ha acabado. Tal vez los activos crean que ganaron, pero es solo un triunfo momentáneo; mis recursos superan sus cálculos y su inútil resistencia no durará mucho tiempo más.
Ya no hubo efectos dramáticos, ni imágenes de efectos especiales bollywoodenses, simplemente, la sopa cuántica se cerró sobre Patricio, comenzando a romper el entrelazamiento que lo unía con su cuerpo original allá en París, aunque con consecuencias físicas que nadie podía preveer.
—Erdtree Hill —alcanzó a recitar Pato, insertando una de sus últimas tarjetas qubit. El tiempo en aquella sopa de quarks y cuerdas cuánticas tenía propiedades tan extrañas que a veces parecía que se saltaban largos lapsos, pero luego hasta quince minutos ocurrían todos al mismo tiempo.
Para aquel instante, había utilizado casi todos los programas que había compilado trabajosamente a lo largo de cinco años de desvelos y desmañanadas casi épicas; consultando y peleando con hackers y programadores en cada rincón de la Tierra, forzando, chantajeando, amenazando, sobornando o suplicando para que cada uno revisara y aportara una pizca de conocimiento a la estructura que él había ido creando; todo aquello, además, tratando de mantener en secreto su verdadero objetivo.
El tecno-hechizo hizo su trabajo, restaurando la apariencia y reparando un poco el cuerpo entrelazado de Patricio, al tiempo que hacía rebotar el ataque hacia la propia Junta Directiva. Aunque la IA alienígena carecía de un cuerpo físico, Treviño pudo ver la oscura silueta encogerse, agrandarse y recuperar su tamaño original en un solo instante.
En aquel largo tiempo, había logrado cambiarle el color, hacerla titilar, parpadear, encogerse, estirarse, la había fragmentado en mil y un pedazos; también la había convertido en todas y cada una de sus waifus favoritas, desde la "Black Widow" de Scarlett Johansson hasta la Ryofu Hōsen de Ikkitousen; sin olvidar, por supuesto, a la Lola Bunny original y a la Gravitania del "Trío Galaxia". Ahora, sólo le quedaban tres tarjetas, una de ellas, su ataque final; si aquello no funcionaba, bueno... él estaría muerto y la humanidad le seguiría muy de cerca.
***
(*).- Traducido del portugués.
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