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Escala tensión Moscú-OTAN por nave accidentada en París
Moscú (DPA), 10 Feb.- A una semana del Evento París, las tensiones entre Rusia y la OTAN han seguido escalando; esta mañana, el presidente ruso Yaroslav Volkov emitió un comunicado exigiendo al presidente interino de Francia, Gillaume Toussaint, acceso irrestricto de la comunidad internacional a la Zona Cero.
Desde la filtración del Dossier EP-1025-2022 de la ONU, las protestas oficiales y populares por el cerco que los gobiernos de Estados Unidos y Francia establecieron alrededor del sitio del impacto han ido creciendo en frecuencia e intensidad.
Hasta hace una semana, sólo personal militar tenía acceso a la Zona Cero, sin embargo, un sinfín de protestas populares, aunadas a la presión por parte de representantes y senadores de oposición dentro de Estados Unidos lograron que el presidente Erik Robertson autorizara el acceso de científicos civiles, tanto de universidades como de agencias gubernamentales estadounidenses.
Del mismo modo, Toussaint, quien hasta hace una semana era el embajador de Francia ante la ONU, permitió la entrada de observadores designados por el Parlamento Europeo, así como de personal especializado para comenzar la labor de rescate e identificación de restos humanos.
No obstante, fuentes cercanas al Kremlin aseguran que el presidente Volkov está considerando, incluso, opciones militares para evitar que la OTAN se apropie de la tecnología que pueda ser rescatada de los restos de lo que tanto Estados Unidos como Francia han confirmado que se trata de una nave espacial.
La presión internacional sobre Toussaint y Robertson aumentó hace unas horas, cuando la presidenta china Wang Liling se unió a la exigencia de Volkov, asegurando que "los beneficios y los avances científicos y tecnológicos que se puedan obtener de la nave deben convertirse en patrimonio de la humanidad y no en botín de occidente".
La presidenta de la Organización de las Naciones Unidas, la peruana Eva María Santollo, hizo un llamado a la comunidad internacional para privilegiar la vía de la diplomacia para llegar a acuerdos que le permitan al mundo entero acceder a los conocimientos que pudieran extraerse de la nave siniestrada.
Ante la magnitud de los hechos, Toussaint y Robertson convocaron a una rueda de prensa conjunta mañana a las 16:00 horas tiempo de Londres, para hacer un anuncio en torno a las recientes tensiones con Moscú y Beijing.
Manacor, Mallorca, España, 11 de febrero
—¿Señor y señora Martín?
La mujer rubia de ojos azules, que hablaba con un marcado acento inglés, esperó por un segundo asomada a la puerta, esperando que Inés y Anselmo procesaran su presencia y su pregunta.
—Sí, dígannos —respondió el hombre sin soltar la mano de su esposa, quien estaba arrodillada junto a la cama de su hija, con un rosario en la mano.
—Buenas tardes, señor y señora Martín, soy Laetitia Cartwright, representante de Neo-Médica Cáritae Internacional.
Toda sonrisa, la mujer entró y de inmediato le extendió a Anselmo una tarjeta de presentación, para después tenderle la mano a Inés, quien la veía con una mezcla de curiosidad y fastidio. Alba se encontraba estable, le habían asegurado los doctores, pero era imposible saber, todavía, cuál era el daño exacto que sufrirían sus facultades mentales. Por lo pronto, le dijeron, era casi seguro que perdería el oído.
—¿Qué se le ofrece, señorita Cartwright?
—Laetitia está bien, señora Martín, y, como les estaba diciendo, soy representante de Neo-Médica, una organización fundada recientemente, con el fin de ayudar a todas aquellas mujeres que han sufrido daños o lesiones a causa del Evento París.
Pese a su acento, la mujer, vestida con un impecable juego de falda y saco sastre color gris perla, hablaba perfectamente el español y miraba alternadamente de uno a otro, antes de fijar su vista en Inés, cuya mirada comenzó a iluminarse con una chispa de esperanza.
—Pero todavía no nos ha dicho en qué podemos servirla, señorita.
Anselmo, en cambio, todavía estaba tardando en encontrar la relación entre el estado de su hija y la visita de aquella mujer, de quien se desprendía un aura de fría eficiencia a pesar de su encantadora sonrisa.
—¡Oh, lo siento, señor Martín! Tiene usted toda la razón, sin embargo, en algo se equivoca, soy yo quien quiere servir a ustedes.
Con rapidez y suavidad al mismo tiempo, Laetitia les entregó a cada uno un folder que al frente exhibía una chica de rasgos orientales a quien le faltaba una mano, pero cuya sonrisa iluminaba el cuadro entero.
—Como se lo imaginarán por el nombre, somos una institución médica sin fines de lucro y hasta el momento hemos contactado y empezado a ayudar al menos a 200 niñas, adolescentes y mujeres adultas en todo el mundo que han sufrido alguna clase de lesión por la caída de escombros del Bólido de París.
—¿Quiere decir la nave espacial? —preguntó Anselmo un tanto bruscamente.
—Todavía no está demostrado al cien por ciento que se tratara de una nave espacial, señor Martín, pero sí; hemos atendido desde una niña que fue golpeada por un guijarro y que perdió un diente, hasta una mujer que sufrió fractura de cráneo a causa de una pieza bastante más grande.
No bien escuchó esto último, Inés dirigió a su marido un rostro que, en ese momento, era todo esperanza.
—¿Y... y ustedes creen que puedan ayudar a nuestra Alba?
Incluso Anselmo sintió que sus rodillas se aflojaban y que su estómago daba un vuelco al entender, de golpe, lo que aquella mujer les ofrecía.
—Eso creemos, señor Martín. Nuestros especialistas todavía están estudiando a fondo su expediente y están conscientes de que hay desafíos impresionantes en el caso de la pequeña Alba, pero contamos con los mejores neurólogos, neurocirujanos y técnicos en rehabilitación de todo el mundo; si alguien puede hacer algo por su pequeña, son ellos.
—¿Y qué... qué tendríamos qué hacer? No tenemos mucho dinero pero... —Anselmo volvió bruscamente a la realidad, su abuelo siempre le había dicho que si algo parecía demasiado bueno para ser verdad, probablemente lo era.
—No debe usted preocuparse por eso, señor Martín, como les he estado diciendo, somos una organización sin fines de lucro y contamos con benefactores muy generosos; ellos han ofrecido su patrocinio desinteresado a nuestra organización, con el único fin de aliviar, aunque sea un poco, el gran sufrimiento que este incidente ha causado alrededor del mundo.
—¡Lo que sea, señorita! ¡Haremos lo que sea para salvar a nuestra niña!
—¡Oh, no se mortifique, señora Martín! Si ustedes aceptan ya todo está arreglado, no necesitan hacer otra cosa que firmar una serie de autorizaciones, una carta responsiva y todo estará arreglado.
—¿Una carta responsiva? ¿Y eso para qué?
Anselmo estaba cada vez más inquieto por aquella extraña oferta, si es que eso era, incluso sin importar la mirada suplicante que Inés le dirigía.
—Es algo de suma importancia, señor Martín, dada la delicada condición de su hija, tendrá que ser internada en un centro especializado en el que no se permiten visitas.
—¡No, de ninguna manera, señora! ¡Yo no me despego de mi hija, en ningún momento! —Ahora, incluso el gesto de Inés cambió de esperanzado a aterrado.
—No será por mucho tiempo, señora Martín, sólo el tiempo suficiente para que nuestros médicos evalúen a fondo el estado de la pequeña Alba; en un par de meses, tres como máximo, ustedes podrán visitarla y, con un poco de fe, ya tendremos buenas noticias para ustedes.
—De ninguna manera, señora mía —Anselmo endureció el tono de voz y se movió ligeramente para interponerse entre Cartwright y Alba —si no podemos ir los dos, por lo menos mi mujer, pero mi hija no se va sola a ningún lado.
—¡Señores Martín! —uno de los médicos que atendía a su hija entró de golpe a la habitación, pero se quedó un tanto pasmado ante la presencia de Laetitia.
—¿¡Qué ocurre, doctor!? ¿Salió algo malo en los estudios?
Anselmo se volvió con rapidez hacia el médico, quien llevaba en la mano varias radiografías.
—Es mejor que lo vean —explicó el doctor, encendiendo la pantalla luminosa que se usa para examinar radiografías —no sé cómo pueda ser esto posible, pero el objeto se está moviendo.
Incluso el usualmente sonriente rostro de Cartwright dibujó un gesto de asombro al escuchar las noticias del médico y todos se amontonaron frente a la pantalla.
—Como pueden ver —dijo señalando a la placa de la izquierda —esta es la imagen de ayer, el cuerpo extraño, la canica, estaba básicamente a la mitad del cerebro, pero —dijo colocando una segunda placa —ahora se encuentra justo sobre el tronco del cuerpo calloso y bajo la incisura paracentral, es decir que se ha movido al menos dos centímetros hacia adelante.
—¿Y... y eso qué significa, doctor?
El médico le dirigió una mirada de clara angustia a Inés.
—La verdad, no lo sabemos. No sabemos qué es, no sabemos de qué está, hecha, tampoco sabemos cómo es que se está moviendo. Lo único que sabemos es que es imposible sacarla sin causar un daño mayor al cerebro de su hija.
De repente, ambos padres al unísono se volvieron a ver a Cartwright.
—Buenas tardes, doctor, Laetitia Cartwright, de Neo-Médica Cáritae Internacional. A partir de ahora, nosotros nos haremos cargo de la pequeña Alba.
Milpa Alta, México, 12 de febrero
—¡Quietos, que nadie se mueva!
La orden del intruso se mezcló con el grito aterrado de Ana María, mientras Carmen dejaba caer su plato de cereal, desparramando el contenido en casi todo el piso de la sala.
—¡Todos al suelo! ¡Al suelo! ¡Obedezcan!
Un segundo intruso, vestido de negro, portando chaleco antibalas y con un rifle de asalto apuntando al frente, entró detrás del primero, quien ya estaba arrojando a Ana María al suelo, en tanto Carmen estaba apenas atinando a ponerse de rodillas, con las manos en la nuca.
—¡Qué es esto! ¿Quienes son ustedes? —el abuelo Fernando salió de la recámara del fondo, con gesto indignado y mirada furiosa —¡No tienen ningún derecho de entrar así a mi casa!
—¡Silencio, viejo! —gritó uno de los hombres, dando un artero golpe con la culata del rifle a don Fernando.
—¿¡Quiénes son ustedes!? ¿¡Qué quieren!? —gritó Carmen tirada en el piso sobre los restos de cereal, sin amedrentarse por el hombre que apuntaba su rifle directamente a su cabeza.
—Policía Federal, señorita —dijo un hombre con uniforme azul marino, pero sin equipo táctico, que iba entrando por la puerta —y estamos buscando a Roger Ernesto Ramírez Adame, sabemos que esta es su casa, ¿dónde está?
—La Policía Federal ya ni existe, ahora sólo existe la Guardia Nacional —replicó Carmen, incluso con la boca del fusil a unos centímetros de su cabeza.
—¿Ya no existe? ¡Ah, chingá! ¿Esuchaste eso pareja?
A nadie se le escapó el tonito irónico del uniformado, mientras la hueca carcajada de uno más que aguardaba en la puerta inundaba el ambiente.
—¡Jajajaja! Y entonces, ¿nosotros qué somos? ¿Fantasmas o qué madres?
—¡Bueno, ya estuvo bueno de mamadas! ¿¡Dónde está el chamaco!?
—No sabe...
La boca del rifle se clavó en la cabeza de Carmen, quien tuvo que cerrar la boca.
—No te estoy preguntando a ti, pendeja —dijo el primer hombre con voz torva —Tú eres la mamá, supongo —aseveró, levantando a Ana María del cuello de la blusa —Dos cosas: primera, dile a tu puta mocosa que se calle o le reventamos un tiro. Segunda, o me dices dónde está tu pinche chamaco o lo encuentro yo y va a ser peor.
La pobre Ana María no podía ni hablar, gruesas gotas de sudor resbalaban por sus mejillas mientras veía cómo el segundo hombre desenfundaba su pistola y la apuntaba contra don Fernando.
—Primero el ruco —dijo el tipo —si ni así nos dices, luego sigues tú y entonces nada más va a quedar tu hijita para decirnos, pero antes, nos vamos a dar una divertida con ella, que ni te imaginas.
—Se fue a trabajar, con mi esposo.
—Con que a trabajar, ¿eh? —dijo el primero, el que parecía el líder —está bien, voy a mandar a que lo busquen y mientras, nosotros nos vamos a quedar aquí; si lo encuentran donde trabaja tu marido, nos vamos y san se acabó, pero si no, tú y el ruco van a terminar en Santa Marta (*), sin ficha ni identificaciones, y a la muñequita, aquí presente, nos la llevamos y no vuelves a saber de ella.
El mundo pareció detenerse por un instante, mientras Ana María tragaba grueso y clavaba en su hija una mirada del más absoluto pánico que una madre pudiera sentir.
—¡No! ¡No, aquí estoy! Aquí estoy.
Con el rostro demacrado y todavía cubierto de arañazos y contusiones tras haber estado cuatro días perdido y vagando en los bosques al sur de la Ciudad de México, además de la mano derecha todavía con un grueso vendaje, Roger salió de su recámara, con las manos en alto y llorando de miedo y rabia.
—Me encabrona que me mientan —farfulló el primer hombre y, sin previo aviso, le dio un cachazo a Ana María, quien cayó gritando de dolor y de miedo, escupiendo sangre y, un segundo más tarde, un par de dientes.
—¿Dónde lo tienes? —quiso saber el segundo hombre, cuya oscura mirada tenía un brillo de sospecha en el fondo.
—No sé de qué habla.
—¡Mira, pinche chamaco idiota, no te lo voy a preguntar otra vez! ¡¡¿Dónde lo tienes?!! —gritó, cortando cartucho y apuntando la pistola a la cabeza de Ana María.
—¡Es que de veras no sé de qué habla!
Ahora, Roger lloraba abiertamente de rabia, sin siquiera poder abrazar a su madre, por el riesgo de que alguno de aquellos animales les disparara.
—¡Pues del aparato, del escombro ese que encontraste en el cerro, pendejo! El que el doctor te quitó de la mano.
—¡No se lo pudieron quitar! —trató de explicar Carmen, incluso cuando el tipo que le apuntaba le dio una patada en las costillas.
Fue hasta entonces que el líder se percató del vendaje en la mano del chico.
—Quítate la venda.
Roger obedeció tan rápido como pudo y cuando por fin terminó, todos vieron la gran canica de color dorado-translúcido que atravesaba de lado a lado la mano del muchacho, pero que, de forma extraña, no le impedía cerrar o abrir el puño, ni mover los dedos.
—¡Mierda! ¡Pinche doctor pendejo! Ni siquiera nos dijo esto —exclamó el segundo.
—Porque te lo echaste antes de que pudiera hablar, pendejo —lo increpó el líder.
—Él se lo buscó, el hijo de su pinche madre.
—¡Bueno, ya, ya! ¡Ustedes! —ordenó el líder a dos de los que le apuntaban a la familia —Llévense al chamaco a la patrulla.
Gritos de terror llenaron el ambiente, Carmen y Ana María suplicando por el chico e incluso don Fernando, quien ya se había recuperado del golpe, intentó suplicar por su nieto, pero todo el llanto cesó al instante, cuando el líder disparó al techo.
—¡Silencio, chingada madre! Todos calladitos o empiezan los putazos en serio, están advertidos.
—¡Tú! —dijo señalando a Roger —vete con ellos o aquí vale madres toda tu familia.
Sin siquiera poder protestar, el muchacho se limpió la nariz con el dorso de la mano y salió, escoltado por los dos uniformados.
—¡Y tú! —exclamó levantando a Carmen del cabello y clavándole la pistola en una mejilla —Tú pareces ser la listilla de la familia. Esto es lo que van a hacer: mañana, a las tres de la tarde, ni un minuto más ni un minuto menos, van a ir a la delegación que está aquí a dos cuadras y van a levantar un reporte por la desaparición de tu hermano, ¿entiendes? —Carmen se limitó a asentir, sin despegar su mirada de fiera indignación del rostro del tipo —Van a decir que salió ayer, o sea hoy, a la tienda a las once de la mañana y que no regresó. Cuando les pregunten qué ropa llevaba, les dicen exactamente lo que trae puesto ahorita, díganles del vendaje, pero ni se les ocurra mencionar la puta canica, ¿entendido? —Carmen volvió a asentir, el tipo extendió una mano y su segundo le entregó unos papeles doblados que sacó de entre su ropa —¿Quienes son estos? —le preguntó a Carmen mostrándole las fotos de varios niños impresas en hojas de papel.
En un principio, Carmen se negó a contestar, sin embargo...
—Mira, estúpida, yo ya sé quiénes son y hasta dónde viven, te lo pregunto para que tú estés consciente de lo que te estoy diciendo. Ahora, ¿quiénes son?
—Mis primos, hijos de Chabela, la hermana de mi papá.
—¿Y estos?
—Mi prima Areli, por parte de Rogelio, hermano de mi mamá, y mis otros primos, hijos de mi tía Nati.
—Vamos a estar bien pendientes de ustedes, si no hacen la denuncia, si dicen una cosa mínimamente diferente de lo que les acabo de decir o si tan siquiera nos mencionan, y creéme que me voy a enterar, vamos a venir por ti y por tus primos y se los vamos a entregar a gente que de verdad es muy muy culera y ahí sí que le van a sufrir, ¿entendiste?
Carmen se limitó a asentir, tragándose la furia y las lágrimas.
—¡Háblame, pendeja! ¡¿Me entendiste?! —gritó, jalonéandola del cabello.
—¡¡¡Sí!!! ¡Sí entendí! —gritó llena de rabia.
—Muy bien y acuérdate: a las tres en punto...
—Ni un minuto más, ni un minuto menos.
—¡Eso chingá! —exclamó, sacudiéndole la cabeza para luego volver a arrojarla al piso —¡Vámonos! Y dejen todo bien limpio...
—Oiga, mi teniente —lo interrumpió uno de sus hombres —no sería mejor no dejar testigos, digo... usted sabe...
—No seas pendejo —lo reconvino —para empezar, nos pidieron discreción y si nos los clavamos a todos, las putas redes sociales se convertirían en un avispero cuando se enteraran, y no tardarían en enterarse, y luego entrarían la televisión y los medios a sacar cuentas de que nada más hay tres cadáveres, pero había cuatro personas en la casa, y peor tantito si también le arregláramos un accidente o si suicidamos al papá... ¡no, no, no! En cambio, chamacos se pierden todos los días por montones en esta pinche ciudad. Te digo que el pinche "Feisbu" y el "tuirer" ese cada vez nos hacen más difícil el trabajo.
Ya sin siquiera voltear a ver a sus víctimas, los ocho hombres salieron de la casa sin dejar rastro alguno de su presencia, más que la puerta rota y los sollozos de una familia destrozada.
Los aliens también son creación de Dios, asegura Juan Pablo III
Ciudad del Vaticano, 13 Feb (Reuters).- "La Creación es perfecta y no debe cuestionarse", aseguró hoy el Papa Juan Pablo III en su reflexión tras el Angelus dominicial, en referencia a los múltiples cuestionamientos que ha recibido por parte de los fieles a raíz del Evento París
Durante su reflexión, el pontífice aseguró que si Dios, "en su infinita sabiduría, decidió crear una raza extraterrestre, no es labor del hombre cuestionar su decisión, sino sólo aceptarla y tratar de extender el amor y la tolerancia enseñadas por Cristo, nuestro Señor, a estos nuevos hermanos".
Desde el día del Evento París, miles de fieles se han reunido en la Plaza de San Pedro, tanto para hacer oración por los fallecidos en la "Ciudad Luz" como para buscar respuestas ante un evento que parece contradecir lo escrito en el Génesis.
No obstante, Juan Pablo III descartó que exista tal contradicción y recordó que en el cuarto día, creó Dios las estrellas "incluyendo todo lo que hay en ellas, animal, vegetal, mineral o ser pensante".
Diversos grupos católicos ultraconservadores han cuestionado esta interpretación del Papa y han proclamado su disgusto a través de redes sociales, sitios web y otros medios.
Greg Palomares, vocero del Vaticano, dijo a Reuters que el pontífice emitirá una encíclica en la que tratará el asunto con mayor profundidad en los próximos días.
Notas:
(*).- Nombre popular para el Reclusorio de Santa Marta Acatitla, al oriente de la Ciudad de México.
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