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—¿En serio, Patricio? ¡¿En serio?! —Franz Jordan, jefe del departamento de Recuperación y Análisis del Proyecto Prometeo miraba con sorna y un dejo de incredulidad el diminuto gadget, de más o menos un centímetro por lado, que recién había conectado a una ranura lectora en su equipo de cómputo —¿Una tarjeta qubit con reconocimiento de huella digital? ¿Por qué no mejor le pusiste una contraseña como 123ABC o PatricioKingOfTheWorld? Steelers1975 habría sido como mil veces más seguro que esto.

Un lente que sobresalía justo en el centro de la mesa de trabajo proyectaba en el aire una imagen 3D con varios "cubos" virtuales de diferentes tamaños y colores, rotulados con diferentes nombres, y justo en el centro una imagen en tres dimensiones del rostro de Patricio con un rótulo en grandes letras rojas que decía: "Presente su huella digital".

Señaló un par de cubos con un puntero láser y tecleó un par de comandos.

—¿En verdad no pensaste que aquí tenemos tus huellas digitales? Y con un poco de magia Jordan... —traspasó la gran imagen 3D de un enorme dedo pulgar de un recipiente a otro y abrió un pequeño programa que había creado un tiempo atrás —...más algo de fuerza bruta de una tarjeta qubyte no es nada difícil engañar a tu primitivo dispositivo para que acepte el patrón virtual de los archivos como un patrón físico... ¿Pero... qué...?

La imagen completa del sistema de archivos de Jordan se convirtió en un gran remolino de colores, que luego se transformó poco a poco en la gran imagen de un sonriente pato de hule amarillo.

"Rubber Duckie, it is a connection
It doesn't have to be a tubby session, ya..."

La infantil canción inundó no solo el laboratorio de Recuperación y Análisis, sino las instalaciones completas del Proyecto Prometeo, a la par que las luces de emergencia se encendían por toda la base y las puertas de exclusa se cerraban.

A toda prisa y con un gesto del más absoluto pánico, Franz tomó otra tarjeta qubyte y la insertó en otra ranura, sin embargo, no bien entró en el puerto de lectura, tanto la tarjeta como el lector estallaron en una lluvia de chispas eléctricas.

—Well... slap my ass and call me Sally... —masculló Jordan viendo cómo las puertas de exclusa se cerraban en el pasillo y las cerraduras eléctricas se cerraban en todo el complejo.

—Bollocks! —Las luces de emergencia se encendieron justo cuando noqueaba al último de los tres guardias que le habían cerrado el camino y Cartwright apenas tuvo tiempo para arrojarse por la última rendija que le había dejado la puerta de esclusa que bajaba lentamente frente a ella.

"Rubber Duckie, it is a connection
It doesn't have to be a tubby session, ya..."

Y aquella parodia infantil del éxito pop de unos años atrás le dijo exactamente quién era el responsable de la conmoción que comenzaba sentirse por todo el edificio.

—Patricio.

No sabía si sonreír o seguir odiando al estúpido mexicano, mientras alcanzaba a deslizarse por debajo de otra puerta, tratando de alcanzar justamente aquella rejilla de ventilación. Al final, pensó, era una suerte que las alarmas ya se hubieran activado y así no tendría que maniobrar para manipular los cables y desactivar los sensores infrarrojos de movimiento que habrían activado las alarmas contra intrusos.

Con un puñetazo, Laetitia botó la rejilla y se encontró con un conducto de ventilación que, tras arrastrarse un corto trecho, la sacó a la azotea. Bendecía a todos los dioses por aquella dieta que la había hecho perder cinco kilos y también al imbécil de Patricio por haber activado las alarmas. A diferencia de las películas, donde lo hacían parecer fácil y silencioso, arrastrarse por un conducto de ventilación era tan ruidoso como un concierto de Slipknot o como Thor el dios del trueno durante una tormenta eléctrica.

Logró salir a la azotea y echó a correr hacia el centro de monitoreo. Aquel era el mejor punto para saber qué demonios había hecho Patricio y qué estaba ocurriendo en todo el complejo.

"Rubber Duckie, it is a connection
It doesn't have to be a tubby session, ya..."

—¡Ay, Jordan, hasta para dejarte hackear eres lento! —Patricio se incorporó en su cama y se dirigió, con un bostezo y tallándose los ojos hasta la puerta de la celda —espero que no se hayan encariñado mucho con sus nuevas habitaciones, niños y niñe, porque ya nos vamos.

Con un chasquido y un zumbido, las puertas de todas las celdas se abrieron, ante la incrédula mirada de los tres chicos, quienes no estaban muy seguros de qué hacer.

—Bueno, bueno, ya; moviditos, huercos, porque la caballería no tarda en llegar y tenemos mucho que hacer —los recriminó Patricio dando un par de palmadas.

—¡Eres un imbécil! —reclamó Dalel, activando su HeMa y dándole un abrazo de seis brazos que casi le partía la espina dorsal.

—¡Me asfixias! —se quejó Treviño y Kraken lo soltó de inmediato —¡Mucho mejor! Ahora, necesitamos tres cosas: rescatar a la Lola, recuperar mi tarjeta qubit y recuperar mi maleta... todo en menos de cinco minutos...

—Tendremos que dividirnos —aseveró Kraken —Spectral Glimmer, ve por la tarjeta; Woodbot, acompaña a Patricio por la maleta y yo voy por Do... por Steelworks.

Pero no sé dónde está la tarjeta —reclamó la pelinegra.

—En el taller de Análisis y Recuperación —aclaró Patricio.

Tampoco sé dónde está eso.

—Y yo no sé dónde está la enfermería —señaló Kraken.

—Tercer nivel en el ala oeste, por allá —dijo señalando con una mano a Spectral Glimmer y con la otra la puerta del lado derecho —Primer nivel en el ala norte, junto a Física Experimental —le explicó a Kraken —hay cientos de letreros indicando direcciones, no se pueden perder. Los veo en el Servidor Central, en el sótano del ala sur... pero primero tenemos que salir de aquí.

—No —los detuvo Kraken —antes hay algo que en verdad necesito hacer.

¡SLAP!

La bofetada resonó por encima de la música y la marca de la mano humana de Dalel apareció en rojo intenso en la mejilla derecha de Patricio.

—¡Y que no se te olvide! —reclamó Kraken, para después derribar una puerta de acero reforzado con un golpe simultáneo de dos de sus seis manos.

Óscar Ngema corría a toda velocidad a través de los jardines que rodeaban la Pyrsos —"pueden ayudar a mantener alta la moral de los trabajadores", había dicho Cartwright cuando los arquitectos le habían propuesto la idea—, tenía que llegar a la bóveda del proyecto antes de que Treviño se le adelantara.

Había tratado de comunicarse con Noah Leduc, jefe de seguridad del Proyecto Prometeo, pero todas las comunicaciones estaban cortadas; tenía que advertirle que, seguramente, Treviño estaba en camino para recuperar la maleta que le habían confiscado tras detenerlo. Quizá estaba equivocado, tal vez era otra de las tantas trampas que el taimado mexicano le había puesto a lo largo del camino, pero no podía arriesgarse.

—¡Director Ngema! —por fin, un grupo de guardias corrían a su encuentro.

—¿La armería está abierta? —preguntó al ver que iban armados apenas con equipo básico.

—No lo sabemos —contestó uno de ellos —quedamos fuera de las instalaciones cuando comenzó el cierre de emergencia... y, señor, ¿que es esa canción?

—Olvida la canción —le reprochó el agente —el código de anulación de las puertas es alfa-numeral-gamma-tres-cinco-asterisco-dos-eme-seis ¿Lo tienes?

—Alfa-numeral-gamma-tres-cinco-asterisco-dos-eme-seis, lo tengo —contesto otro.

—Equipo completo, necesitamos contener a los acti... es decir a los tecno-terroristas y no será tarea fácil.

—Pero ya vienen en camino sus refuerzos —replicó el que parecía ser el líder.

—¿Refuerzos? ¿Qué refuerzos?

—La última comunicación que recibimos del Centro de Investigación era que un grupo de doscientos neuro-drones venía en camino y asumimos que usted los había solicitado.

—Equípense, reúnan a todos los elementos que puedan y divídanse en dos grupos, uno debe buscar y neutralizar a los terroristas y el otro debe coordinar la evacuación del Proyecto —ordenó Ngema, todavía preguntándose cómo o por qué el Centro había enviado una tropa tan grande y tan peligrosa.

Había entrado como un huracán, como un vendaval de patadas y puñetazos que noquearon al guardia de la puerta, para luego arrebatarle su tolete y con ese mismo noquear al otro guardia, que fue un poco más lento para reaccionar. Uno de los técnicos de monitoreo intentó hacerse el héroe, pero con tanta torpeza, que terminó siendo arrojado fuera de la sala de monitores; sus dos compañeras, en cambio, prefirieron deslizarse discretamente fuera de la habitación.

En la mayoría de los cerca de veinte monitores que llenaban dos de las paredes de la sala se podían ver escenas de los últimos empleados dejando las instalaciones; no obstante, en uno pudo ver a los guardias de Leduc abriendo la armería; en otro, Kraken estaba en camino a la enfermería; en uno más, Spectral Glimmer subía trabajosamente las escaleras hacia el tercer nivel; en otro, Patricio y Woodbot se aproximaban a la bóveda principal y...

—Oh, bloody hell!

...en uno más, Ngema, con la ira del infierno retratada en el rostro, también se aproximaba a la bóveda central.

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