12

—¡Vete a la mierda, Patricio! —el rostro de Dalel estaba casi tan rojo como su cabello. —Ya estoy cansade, muy cansade de tus evasivas, tu palabrería, tus chistes misóginos que sólo buscan hacerme enojar para que olvide lo que te estaba preguntando. Si me tienes aunque sea tantito respeto, si en algún momento he significado para ti algo más que le niñe con superpoderes para hacer tu trabajo sucio, te pido que me digas de una buena vez... que nos digas de una buena vez, qué demonios está pasando y qué es lo que crees que va a pasar.

Pato estaba sentado, con los brazos cruzados y viéndolos fijamente, sin decir palabra y balanceándose en una desvencijada silla de madera de aquel cuarto del hotel de paso —a unos pocos kilómetros de la frontera con Luxemburgo— en el que finalmente se habían detenido ante la insistencia de los cuatro chicos y de la propia Cartwright, quien se negó a tomar un nuevo turno al volante.

—Con chantajes emocionales no vas a llegar a ningún lado —le advirtió Patricio inclinando la silla y recargándose sobre la pared detrás de él—. Si a estas alturas y después de todo lo que hemos pasado juntos no sabes lo que significas para mí, no tiene ningún sentido seguir con esto; que todo se vaya a la mierda porque no pudiste tenerme un día más de confianza.

—¿Te atreves a hablarme de chantajes emocionales cuando amenazas con botar todo a la chingada sólo porque te pido un poco de respeto?

El resto no sabía exactamente qué hacer, pero tampoco dejaban la habitación: Cartwright estaba recargada en la puerta, Alba sentada en otra silla junto al baño, Roger en una de las dos camas, dándole la espalda a la pelea y echándole agua a su planta, y Dolores —con una gruesa venda en los ojos— estaba recargada sobre el pequeño tocador, con los brazos cruzados sobre el pecho, apenas un paso detrás de Dalel, en una inequívoca actitud de respaldo.

—Que no te quiera decir lo que sé no significa que no te tengo respeto y/o confianza —aseveró Pato con voz cansada.

—¿Ah, no? ¿Entonce qué significa, eh? ¡Dime! —Dalel se secaba las lágrimas con el dorso de la mano, hasta que, a tientas, Dolores le alcanzó un pañuelo desechable.

—Que te está protegiendo —sólo hasta entonces, Cartwright intervino.

—No necesito que me proteja —replicó Dalel, hipando y sollozando.

—¿Pero él sí necesita que tú lo protejas?

Los ojos color miel de Dalel se clavaron en Cartwright, dejando ver, finalmente, los enormes celos que sentía. —De ti, sí.

Los otros tres muchachos sintieron el golpe y se removieron incómodos en sus lugares, mientras Patricio sonreía al tiempo que negaba con la cabeza, en un gesto de tierna comprensión.

—OK, OK, nadie aquí necesita que lo protejan... bueno, tal vez la señorita planta de mi carnal, el Roger, pero nada más... ah, y la Lola, mientras recupera la vista... y Alba cuando va a cruzar una calle y no escucha los autos... y el Roger cuando hay que correr y no puede...
y le niñe cuando se le pasa la mano usando su HeMa... y la Tisha cuando la persiguen sus ex-patrones... y el Pato cuando la Tisha está a punto de darle un tiro... como ahorita mismo... pero no, de ahí en fuera, nadie en esta habitación necesita que lo protejan...

—¿Y tu punto es...? —recriminó Laetitia con un relámpago en los ojos verdes.

—Ninguno, no hay ningún punto ¡Nada en esta maldita situación tiene un punto! ¡Nada en el mundo tiene un punto! ¡El único puto-punto es detener a la Junta Directiva antes de que xenoformen la Tierra!

—¿"Xeno" qué? —preguntó Roger volviéndose a ver a Patricio, que casi se caía de su silla en su arrebato.

—"Xeno", del griego clásico, "extraño", "extranjero", "externo", y "formar", del latín... bueno pues... formar.

—Quiere decir que quieren convertir a la Tierra en un mundo alienígena —trató de explicar Cartwright.

—Bueno, no exactamente, es mucho más complicado que eso... —empezó a explicar Patricio, pero una mirada, entre disgustada y amenazante de la rubia, lo detuvo.

—Sí —dijo esta —algo más complicado; significa que quieren modificar la atmósfera, los océanos y la capa fértil de los continentes de tal forma que puedan albergar y hacer prosperar una biósfera alienígena.

—Eso iba yo a decir.

—A ver, a ver, a ver... más despacio —pidió Dolores, tratando de moverse lo menos posible —antes que nada, cómo demonios supieron eso.

—Helloooo!! —exclamó Patricio con un tono como si le estuviera hablando a un niño de tres años —Chief executive officer de Neo-Médica, alias Neotenia —dijo señalando a Cartwright —y nada menos que el mejor hacker-diagonal-ciberpirata-diagonal-envidiadeBradPitt del mundo mundial —replicó haciendo un gesto señalándose a sí mismo de pies a cabeza —sería verdaderamente patético que entre los dos no hubiéramos logrado descifrar un misterio digno de Scooby-doo y sus sorprendentes amigos.

—Déjate de payasadas —reclamó Dolores —en verdad no puedes ser serio al menos por un segundo.

—Así es él —explicó Dalel en un susurro, todavía sorbiendo las lágrimas —oculta su miedo detrás de esa máscara de payaso.

—¡Erria! —reclamó Pato —yo no ando por ahí revelando tus secretos, además, ¿quién tiene miedo? Y si lo tuviera, que no lo tengo, sería perfectamente normal si piensas que solo somos une niñe con un brazo, una negrita ciega, una gordita sorda, un chaparrito cojo, una güerita desabrida y el más increíblemente guapo ciberpirata de este lado del universo contra una malévola inteligencia extraterrestre que seguramente lleva siglos planeando cómo convertir esta adorable bola de agua y lodo en una adorable bola de no-sé-qué-chingados. Si lo piensas así, sería perfectamente normal tener miedo... que no lo tengo, repito.

Y, ¿cómo planean hacerlo? —quiso saber Alba.

—¡Excelente pregunta! —replicó Patricio.

—¿Sabes lenguaje de señas? —Roger miró extrañado al hombre que se balanceaba peligrosamente en las dos patas traseras de la silla.

—No, pero estoy seguro de que debe ser una excelente pregunta, ya que ella ha demostrado ser la inteligente de nuestra pequeña y disfuncional familia.

Cartwrigh torció los ojos hacia arriba, entre cansada y fastidiada de la infantil conducta de Patricio.

—Feng Popo va a transformar la atmósfera, Ran, los mares y Hammer Fist, la tierra —explicó Cartwright.

Pero, ¿cómo? —insistió Alba, un tanto exasperada por la falta de respuestas.

—Eso es algo más de lo que podemos decir por el momento —admitió Laetitia.

—Pero no podemos porque no sabemos cómo era el mundo de donde vino la Pyrsos originalmente. Tal vez los organismos que la fabricaron usan amoniaco o metano en vez de agua o quizá su bioquímica está basada en el silicón o el boro en vez del carbono o tal vez evolucionaron desde lo que aquí llamamos extremófilos y necesitan un ambiente mucho más frío, más caliente, más ácido, más alcalino...

—Bueno, bueno, ya, ya entendimos, no somos estúpidos —reclamó Dolores.

—Yo pensé que el Proyecto Prometeo iba a descubrir todas esas cosas —dijo Roger con los ojos chispeando de curiosidad.

—Eso resultó más complicado de lo que esperábamos —Laetitia se adelantó mientras respondía y detuvo a Patricio justo antes de que este perdiera por completo el equilibrio.

—Verás —dijo este sonriéndole a Cartwright —aparentemente la Pyrsos era sólo la parte... industrial de una nave mucho mayor. Hasta donde logramos reconstruir una especie de bitácora de vuelo, la mayor parte explotó... qué digo explotó, prácticamente se desintegró por causas desconocidas unos trescientos kilómetros por encima de la superficie terrestre; de ahí provienen todas las partes que los tecno-traficantes han estado recuperando por todo el mundo, incluyendo sus... "regalitos".

—¡Ya sabía que te había visto! —exclamó la rubia de pronto —Tú eras uno de los técnicos que trabajaban con el equipo de lingüística y decodificación.

—No sé de qué me hablas —aseguró Patricio tomando su tablet y digitando la clave.

—Claro que sí. Un día, el profesor Jaitovich borró la mitad de una base de datos por tratar de recuperar sin ayuda una hoja de cálculo que él mismo había eliminado y todo el mundo enloqueció; Aragón estuvo a punto de llegar a las manos con Jaitovich, pero llegaste tú y en un minuto...

—¡Puta! —exclamó Pato mirando fijamente la pantalla del artefacto y dejando petrificados a todos, mientras el rostro de Cartwright perdía la sonrisa, al tiempo que enrojecía de golpe.

—¡Oye! —reclamó Dolores —¡Vuélvela a llamar así y te arranco la cabeza!

—¡Rápido, tomen sus cosas! —exclamó Patricio agachándose para calzarse los tenis —¡Pero ya! No se me queden viendo como si estuviera poseído, tenemos que irnos ya, ya, ya...

Él mismo se levantó a toda prisa, tomó la eterna maleta de plástico negro que llevaba a todas partes y salió casi corriendo del cuarto, hurgando en su riñonera en busca de las llaves de la camioneta.

Un pequeño caos controlado estalló en las tres habitaciones contiguas, mientras los demás volaban para recoger los escasos efectos personales que tenían en aquella carrera contra el tiempo.

—¡Zack! —Birgit Hofstadter no podía despegar la vista de la caja que había encontrado sobre su escritorio al regresar de almorzar, ni siquiera mientras esperaba, con una mezcla de ira y ansiedad, a su joven asistente —¡Zack! ¿Dónde demonios te metes?

—Disculpe, doctora, me estaba sirviendo un café —dijo el muchacho, cuya camisa, impecable aquella mañana, mostraba una todavía humeante mancha oscura —¿Qué se le ofrece?

—¿Qué es esto? —dijo señalando a la caja.

—Lo envía el director Ngema —dijo el chico tragando grueso.

—¿Y para qué demonios quiero yo estas... estas... cosas? —reclamó extrayendo uno de los tres patitos de hule amarillos que contenía la caja.

—No lo sé, doctora —admitió Zack, tratando de limpiar el café de su camisa —quizá hubo algún error, es evidencia de Helsinki, de Lubeca y de Hamburgo; quizá estaba dirigida al laboratorio y se desvió para acá... de alguna forma.

—Está bien —se calmó Birgit con un suspiro —llévatelo de aquí. ¿Ya me mandaste los archivos que te pedí?

—Ya doctora —respondió el muchacho a medio camino de la puerta —los primeros accesos están en su correo electrónico, todavía estoy recopilando el resto.

—Está bien, llévate esas cosas y tráeme un té.

—Claro, doctora.

—¡Zack! —gritó Birgit, haciendo que su asistente se detuviera justo en el umbral.

—¿Sí, doctora?

—¿Qué demonios es esto? —reclamó, señalando a la pantalla.

—Este... es lo que me pidió, doctora... supongo.

—Yo no te pedí esto —reclamó la mujer, con un tono entre incrédulo y... preocupado.

—Bueno... de hecho sí, doctora —se justificó Zack, tras asomarse a la pantalla —me pidió los archivos que lady Cartwright había abierto en su última semana en el puesto y pues... es-este es el último que revisó, de acuerdo con la bitácora del servidor central.

Hofstadter guardó silencio unos segundos, viendo fijamente a la pantalla, culpando en silencio a Cartwright por todo lo que estaba ocurriendo.

—¿Sabes lo que es esto? —preguntó mirando directamente a Zack.

—Este... el último archivo que...

—¡Sí, sí! —espetó la fornida mujer —pero, ¿sabes lo que contiene? ¿Lo abriste? ¿Lo viste?

—Esteeee... no... —trató de defenderse, el chico, con el rostro, de por si blanco, ahora totalmente desprovisto de color.

—Largo.

—¿Pe-perdón?

—Estás despedido —exclamó Hofstadter —¡Recoge tus cosas y lárgate de aquí de inmediato!

—Pe-pero, doctora, no hay ningún transporte al continente y-y... yo...

—¡Toma! —dijo garabateando un "AUTORIZADO" y una rápida firma en una hoja en blanco. —Dásela al piloto de guardia y vete de una buena maldita vez, y no vuelvas, cualquier cosa que tengas aquí le encargaré a tu reemplazo que te las envíe por paquetería. ¡¿Qué esperas?! ¡¡Lárgate!!

Casi llorando, Zack tomó la hoja que le tendía su jefa y salió a toda carrera de la oficina, dejando la caja sobre una encimera junto a la puerta; mientras, Birgit se volvía a enfrascar en la revisión de aquel complicado análisis técnico. La mayoría eran matemáticas y especificaciones altamente complejas sobre el funcionamiento y la estructura de los qubits. Sin embargo, la rubia había resaltado varias partes, todas vinculadas a una sola nota al margen que decía "Pedir a Jona una explicación completa".

"Jona" no podía ser otro que Jonathan Deveareaux, ex-jefe del departamento de ingeniería cuántica, recién fallecido —un accidente de auto, según recordaba— y quien había renunciado cuando Neo-Médica se había transformado en Neotenia.

No había rastro de lo que Deveareaux le había respondido a Cartwright, pero Birgit no lo necesitaba, siguiendo el rastro de migajas que su predecesora había dejado, pudo llegar a la verdad y la verdad era que ellos no controlaban los "beerds" de Feng Popo, ni a los "fathoms" de Ran, mucho menos a los "beetworms" de Hammer Fist, que de por sí no habían pasado nunca por la aprobación del Comité de Proyectos, por ser de la iniciativa privada.

"Despegue no autorizado"

¡Una explosión sacudió los vidrios a prueba de balas de su ventanal!

—¿Qué demonios ocurre allá afuera? —gritó Hofstadter a través de su intercomunicador —¿Seguridad? ¡Seguridad!

—Detectamos una falla de seguridad —la sombra holográfica de la Junta Directiva se proyectó en la silla frente a su escritorio.

—¿Qué? ¿Cómo que una falla de seguridad? —preguntó Birgit, genuinamente sorprendida.

—Personal no autorizado tuvo acceso a los planos de los BRDs —Basic Reshaping Drones, nombre oficial de los "beerds" —y de la tecnología qubit y trató de dejar el Centro de Investigación sin autorización.

—Pero... pero, pudieron haberlo consultado antes conmigo, no había necesidad...

—La seguridad del proyecto es de prioridad máxima en este momento Birgit Hofstadter; ningún riesgo es admisible, por mínimo que parezca.

La directora no dijo nada, se limitó a asentir ante la despiadada frialdad de quienes fuera que estuvieran detrás de aquel oscuro e inquietante holograma, el cual se desvaneció sin una sola palabra más.

—Personal —pidió Hofstadter a través del intercomunicador —necesito el teléfono de la familia de Zack... el asistente de la dirección... no sé su apellido... ¿Tenía familia? Si es así, necesito comunicarles del lamentable... accidente que acaba de ocurrir.


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