Capítulo 7: Vida o muerte

Itachi Uchiha

Pain nos pidió que rebajásemos el nivel del entrenamiento ¡Bueno más bien no lo pidió, lo exigió a gritos! Pero yo estaba pensando en las palabras de Konan, en que dudaba que hubiera sido por un entrenamiento y sinceramente... yo cuando me encontré a Deidara, éste no era capaz de pelear, por muy hiperactivo y terco que fuera no era imbécil, no entraría en una pelea en la que no tenía posibilidades y desde luego tan débil como estaba, era imposible.

Aquí estaba pasando algo y acabaría descubriéndolo. Kakuzu me miraba desde el otro extremo de la fila con esa estúpida sonrisa y yo le miré a él con odio, porque si tenía que sacar algún sentimiento en esta organización, era éste, odio, enfado, frialdad. Una de las condiciones que me impuse cuando entré, fue no ser el mismo Itachi que en Konoha, no podía ser dulce ni cariñoso, no podía ser protector, tenía que ser igual que ellos si no quería ser el eslabón débil, porque ser el eslabón débil, era tener que aguantar las impertinencias de ellos, saber que podían pasarte por encima y yo no iba a permitir que me pasaran por encima, porque podía ser cariñoso y dulce con quien yo quisiera, pero también podía ser frío y temible con quien quisiera y aquí dentro entre criminales, no había lugar para gente de buen corazón, tenías que convertirte en alguien peor a tus compañeros.

Eso es lo que Deidara no entendía, había sido el discípulo del tercer Tsuchikage, con un afán insaciable de aprender nuevas habilidades y aunque se convirtió en renegado por robar la técnica secreta por la que Akatsuki le había buscado, no era un mal chico, tenía curiosidad por aprender, quería ser el mejor, como cualquier otro Ninja. Puede que hubiera estado en otros grupos insurgentes o terroristas, pero no eran ni la mitad de crueles de lo que era Akatsuki, no podía venir con su carácter amable y simpático, porque era esto lo que ocurría, acababa en una mesa debatiéndose entre la vida y la muerte.

Kakuzu se acercó hacia mí hablando con su compañero Hidan sobre lo irresponsable y terco que era Deidara y yo me enfurecí al escucharle.

- Puede que Deidara sea impetuoso – le dije – y que se enoje con facilidad o exagere sus reacciones, pero siempre ha sabido muy bien cuál es su sitio y tiene un gran respeto por los demás, no entraría en una batalla contra alguien al que él sintiera superior. – le expliqué con mi tono serio

- En realidad suele cabrear a Sasori – me comentó en tono burlón Kakuzu, pero Sasori que estaba allí al lado también decidió intervenir.

- Sí, es un bocazas – nos comentó – pero aunque siempre discuta conmigo porque no entienda mi arte eterno, sabe que soy más fuerte que él y nunca ha luchado contra mí, es más... me llama Danna, eso significa que me respeta, así que en esta ocasión... estoy con el Uchiha, no entraría en peleas en las que no tiene posibilidad. Además... si tuviera que enfrentarse a alguien, sería contra Hidan, le odia, dice que no respeta su arte y desde luego, Deidara tampoco le respeta a él.

Decidí marcharme ante de que esto se pusiera peor y Sasori me siguió por el pasillo en dirección a su dormitorio. Ambos caminamos en silencio, con nuestra mirada fría hasta llegar a su habitación, donde él se despidió y se metió a dormir. Yo seguí caminando tras despedirme para ir hacia la sala donde habían dejado a Deidara. La verdad es que pensé en las palabras de Sasori porque no sabía que Deidara y Hidan no se aguantaban.

Cuando llegué, le vi allí tumbado, sudando y temblando. Me asustó un poco verlo así y aunque no tenía los ojos abiertos, se le veía sufriendo. Debía estar doliéndole demasiado. Konan sólo observaba.

- ¿No puedes darle algo para el dolor? – le pregunté.

- No tengo nada para reducirle el dolor, tendrá que aguantar – me dijo – De todas formas, no aguantará mucho, está empeorando.

- ¿Reduciría el dolor si lo meto en una ilusión? –le pregunté

- Si es una buena ilusión que le haga olvidarse del dolor... es posible – me comentó - ¿Te quedas con él?

- Sí – le dije – puedes ir a descansar – le comenté al ver sus ojeras por haber estado todo este rato cuidándole.

- Vale, gracias. Si pasa algo, ya sabes cuál es mi cuarto, avísame y vendré enseguida.

- Sí necesito algo antes de que te marches – le dije – necesito que lo despiertes

- Pero... eso le causará el doble de daño, sentirá más dolor que si está inconsciente.

- Lo sé, pero sólo tendrá que aguantarlo un segundo.

Konan caminó hacia una estantería con botes y metió la aguja en uno de ellos sacando un líquido. Supuse que iba a despertarle. Subí a la mesa y me coloqué encima de Deidara bloqueando sus piernas con mi peso mientras agarraba sus muñecas con una mano y su rostro con la otra para que me mirase. Supuse que el dolor le haría moverse con brusquedad y necesitaba que viera mis ojos un solo segundo.

La aguja se clavó en su brazo y esperamos unos segundos hasta que empezó a abrir los ojos, lloraba del dolor y se movió con brusquedad gritando ¡Menos mal que mi cuerpo sobre el suyo bloqueó sus movimientos impidiéndole que me golpease sin querer!. Activé el Sharingan mientras bloqueaba su rostro para que me mirase y sentí como su cuerpo se relajaba de golpe. Al menos dentro de la ilusión no tendría tanto dolor. Konan se marchó de la habitación cuando vio que Deidara había dejado de temblar por el dolor y cuando iba a bajarme de encima suyo, su voz hizo que me detuviese allí mismo encima de su cuerpo.

- Mátame – escuché que me susurraba – por favor – me pidió mientras una lágrima resbalaba por su mejilla y algo dentro de mí se rompió.

- No puedo – le dije muy sincero acariciando su cabello para apartarlo de su rostro, él intentó sonreír.

- ¿Puedes matar a todo tu clan pero no puedes matarme a mí? Vamos Uchiha... mátame. Si tú no me matas, algún día podría ser yo quien acabase contigo.

- No puedes acabar conmigo si mueres en esta mesa – le dije – así que no puedes morir aquí ¿me has oído?

- ¿Por qué te importa tanto que viva? – me preguntó y no supe que contestar a eso.

- Me recuerdas a alguien – le dije ¡y no era del todo mentira! Me recordaba a mi hermano pequeño.

- El hombre sin sentimientos ni emociones... no puede matarme – me sonrió – no puedo creérmelo, que mala suerte tengo – dijo empezando a llorar.

Me enfadaba aquello del hombre sin sentimientos ni emociones, porque no era cierto, las tenía, solo que guardadas y ocultas bajo mi máscara de frialdad, pero es que aquí dentro no podía permitirme enseñar mis debilidades, porque algún día, podrían utilizarlo en mi contra, por eso parecía ser siempre tan frío, sólo era mi máscara. Tampoco quería decirle a él mi debilidad, ¡Porque quería matarme!

- No voy a dejar que mueras aquí – le dije casi amenazándole – hoy no vas a morir – Deidara empezó a reírse y me sorprendí.

- ¿También mandas sobre la muerte? – me preguntó girando la cabeza hacia la mesa y tosiendo algo de sangre ¿Qué le habían hecho para que le saliera sangre hasta de dentro de su cuerpo?

- Sí – le dije confiado – Soy capaz de matar a la misma muerte si eso impide que te vayas, porque no voy a dejarte morir aquí.

Le miré sonreír y no sé por qué estaba sonriendo. Bueno... dolor no podía tener con la ilusión que le había creado, le estaba manteniendo como podía ante el cansancio de mis ojos, pero al menos, él no sufría tanto durante un rato. ¡y luego era el hombre sin sentimientos! Destrozándome los ojos por este crío, activando mi habilidad para evitarle un rato de sufrimiento a causa del mío ¿Qué me estaba pasando? Y encima sonreí ¿Por qué diablos sonreía?

- ¿De qué te ríes? – le pregunté muy frío.

- De tus ojos – me dijo en un tono dulce que me extrañó y sinceramente... casi tenía que juntar mi cara a la suya para escucharle, porque su tono de voz cada vez era más bajito, ni siquiera era capaz ya de hablar con normalidad, se entrecortaba – tus ojos... son arte – me dijo.

Después de escucharle decir veinte veces que mis ojos no eran arte y de que se cabrease conmigo por utilizar trucos sucios y rastreros para ganarle aquella vez, ahora resulta... que sí eran arte ¡no había quien le entendiese! Recordé la conversación con Konan, aquella donde me pidió que hablara con él, que le convenciera para que quisiera luchar por vivir y es que en este momento, estaba luchando por morir.

- El día que fuimos a reclutarte – le dije – no me importó en absoluto ganarte, me habían encargado que te trajéramos a Akatsuki y yo nunca fallo en una misión.

- ¿Por qué me cuentas esto ahora? – me preguntó.

- Calla y escucha – le reñí y él sonrió como un niño pequeño – eras... insoportable, hablabas mucho, eras un crío impetuoso que pensaba que nos ganarías a todos en un golpe, no tenías miedo a nada ni a nadie y alguien tenía que darte una lección, desde luego caminando así por la vida metiéndote en problemas como hacías... era cuestión de tiempo que murieras joven – le dije enfadado al recordar aquello – no sé para que nos mandaron a reclutarte si no tardarías en morir. Pero cuando te vencí y miraste hacia la ventana para encontrarte conmigo, tus ojos no eran impetuosos, te quedaste mudo y vi a mi hermano, vi esos ojos de admiración y me gustaron – le comenté – hacía mucho tiempo que no veía esos ojos ilusionados, los ojos de un niño pequeño que acaba de descubrir al ser perfecto, al modelo en el que fijarse para enderezar su rumbo, me hiciste sentir importante.

- Sigo sin entender por qué me cuentas esto

- Te lo cuento porque ya no he vuelto a ver a aquel chico, veo uno triste que desea morir y yo quiero volver a ver a ese joven. ¿Qué te sucedió?

- Akatsuki es lo que sucedió – me dijo llorando – me mataste en vida, todos los días estoy muriendo para darme cuenta de que sigo aquí sufriendo, sólo necesito que acabes con mi dolor, por favor... déjame morir – lloraba ahora aún más y podía ver sus gestos tan cerca de mi cara, prácticamente estaba tocando mi nariz con la suya.

No sé que me pasó en aquel momento, verle llorar me dolía, que me pidiese morir, me dolía, pero que me pidiera que yo le matase, eso no podía aguantarlo ¿Por qué no podía matarle? Había matado a cientos... a miles... era una tarea sencilla, demasiado fácil y no tenía nunca remordimientos tras hacerlo... ¿por qué me costaba tanto matarle a él? No quería hacerlo, no podía hacerlo. ¡Necesitaba una razón para vivir! pues iba a darle un motivo para que viviese si era lo que necesitaba.

Terminé de recorrer el poco espacio que separaba mis labios de los suyos y me impactó su textura, la suavidad de sus labios, la calidez de su boca ¡Estaba besando a un chico! Si mi padre me pudiera ver en este momento el que estaría muerto sería yo. Ni siquiera lo había pensado cuando me lancé a devorar sus labios, creí que si le besaba y le enfadaba... querría vivir, porque él me odiaba, si encima le hacía esto, me odiaría más, querría matarme con más ganas y por tanto... no podía dejarse morir.

Lo que me sorprendió es que aun llorando, siguiera mi beso, porque me dejó hacerle lo que me dio la gana ¡o que estaba demasiado débil para resistirse a mí! Lo peor de todo... es que no me estaba disgustando besarle ¡me pasaba algo grave, tenía que estar enfermo por besar a un chico y que me gustase! Pero es que tenía unos labios suaves y delicados, su lengua aunque estaba débil, intentaba jugar con la mía, me abría la boca dándome paso a explorarla y lo hice. Quizá me excedí un poco en el beso, porque probé todo, investigué todo lo que pude y más, me deleité con su sabor e hice todo lo que me apeteció, pero total... no lo recordaría, bueno... sí se acordaría, pero creería que fue la ilusión, así que yo estaba a salvo, volvería a mi vida normal y aquí no ha pasado nada. ¡Aunque sí pasaba algo!

- Tienes que vivir – le susurré – por favor... lucha.

Ahora tenía una gran duda de por qué me gustaba su beso y no podía dejar de hacerlo, porque aunque paré un par de veces dejándole respirar, volví a unir mis labios a los suyos una y otra vez hasta que empezó a dormirse por el cansancio y las medicinas.

Me fui de la habitación cuando Deidara se quedó dormido y me eché en mi cama a descansar. ¡Me dolían los ojos! Me dolían mucho y uno de ellos estaba sangrando, pero me dio igual. Sólo necesitaba descansar un rato, sólo tenía que aclarar mis ideas de por qué había besado a ese dichoso crío.


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