Capítulo 4: Chantajes.
No había dudado ni un segundo en cerrar aquella puerta frente a las narices de las dos personas más importantes del campus universitario, los hermanos Uchiha. Todos sabían que eran propensos a romper las normas, pero también sabían... que su padre les cubría, por lo que pocos intentaban sacar rumores sobre ellos pese a que algunos circulaban.
- ¿Estás loco? ¿Son los Uchiha? – preguntó Kakashi.
- No sé quienes son los Uchiha, pero creo que sí... el hombre con el que estaba ayer les llamó así – aclaró Minato.
- Repito... ¿Estás loco? – preguntó de nuevo.
- ¿Qué ocurre?
- ¿No sabes quiénes son? ¿En serio? Hay rumores sobre ellos, pero la gente no se atreve a hablar mucho debido a que tienen miedo de su padre. Son hijos de un alto cargo político, están nadando en dinero, su padre les consiente todo al parecer y les cubre de las meteduras de pata para que no salgan a la luz y dañen su reputación.
- Mejor para mí entonces, no saldrá a la luz nada de lo que ocurra entre nosotros.
- ¿Nosotros? – preguntó aún más extrañado.
- Ellos son los que me han contratado, en exclusividad. Ya te contaré lo que ocurrió.
- ¿Ellos? ¿Los dos? ¿Estás tirándote a los dos hermanos? – preguntó asombrado Kakashi.
- Me pagan muy bien por ello, mejor que el resto de clientes que he tenido. Abre la puerta... no quiero que se enfaden por cerrarles la puerta en las narices.
- No se enfadarán contigo, he sido yo quien les ha cerrado – le comentó Kakashi aunque abrió la puerta viendo la cara de asombro de aquellos dos hermanos.
- ¿Habéis terminado de hablar? – preguntó Izuna extrañado - ¿Queréis que volvamos luego? – lo preguntó como si realmente le sentase mal que le hubieran cerrado la puerta.
- Me voy a clase – dijo Minato sin más saliendo de allí y cerrando la puerta con rapidez evitando que así pudieran ver algo en su cuarto que no deberían... cualquier cosa sobre su hija.
Todos se quedaron asombrados al ver cómo Minato cogía su mochila y salía del cuarto caminando por el pasillo. Kakashi sólo resopló al ver cómo aquellos dos hermanos se giraban y le seguían por el pasillo como si quisieran seguir hablando con él. Minato se giró de golpe hacia ellos y puso cada una de sus manos en el pecho de ambos.
- ¿Qué creéis que hacéis? – preguntó Minato deteniéndoles.
Madara e Izuna se miraron sorprendidos de ver aquella reacción. Nadie antes les había llegado a hacer algo como eso. Detenerles y enfrentarles. Madara sonrió al ver el coraje de ese chico, le sorprendía la elección de su hermano, era un chico interesante.
- Te acompañamos a clase – dijo Izuna como si fuera obvio.
- No necesito guardaespaldas y tampoco que me controléis... sois exclusivos, os lo prometí. Sólo vosotros gozaréis de mi compañía. ¿Necesitáis algo más?
Los dos se miraron de nuevo y sonrieron viendo cómo Minato se marchaba confirmándoles que estaría en esa exposición a la hora establecida.
- Me gusta – sonrió Madara – una buena elección.
- Sabía que te gustaría – le remarcó Izuna – tiene algo especial.
- Pero sigue escondiendo algo. Lo averiguaremos. Dejémosle que vaya a clase pero... no le perdamos mucho la pista.
- ¿Cómo vamos a seguirle? Nos conoce y no nos dejará acercarnos a él.
- He pagado a un par de chicos – comentó Madara – ellos nos irán pasando la información. Uno de su clase, un trabajador de la cafetería, el de la recepción de su residencia y... a uno de sus compañeros de aikido.
- ¿Practica aikido?
- Eso parece – sonrió Madara – estaremos informados de todo lo que haga. Vamos... acompáñame a un sitio, vamos a buscar unas fotografías. No tardaremos.
Minato entró a su primera clase, le tocaba anatomía y cuando vio un útero dibujado en la pizarra, deseó marcharse, sin embargo, algo le impulsó a quedarse allí, quizá por su estado tan extraño. Él... que había sido padre y madre a la vez sin que nadie allí lo supiera excepto Kakashi y Rin, que los médicos se habían sorprendido de ver su malformación genética y que ni él se explicaba todo aquello, estudiaba medicina buscando una respuesta a lo que le había ocurrido, al motivo para haberse quedado embarazado, sin éxito hasta entonces.
- El útero es un órgano musculoso que se encuentra situado entre la vejiga y el recto, de dimensiones entre los siete y los nueve centímetros – comentó el profesor – durante un embarazo, éste órgano aumenta su tamaño y su peso hasta llegar casi a un kilo. El orificio uterino – señaló el profesor en la pizarra donde se situaba – sólo se abre durante los días fértiles para recibir a los espermatozoides.
Minato levantó la mano al instante consiguiendo que el profesor dejase su explicación y se centrase en él.
- ¿Sí? – preguntó el profesor señalándole.
- He leído en un artículo de la revista científica – explicó Minato para acreditar su información – que algunos hombres han nacido con deformaciones respecto al útero. ¿Es posible que un hombre pudiese llegar a tener un útero?
- Durante el embarazo, cuando todo el cuerpo se está formando... sí, es posible que por una disfunción se pueda crear un útero, sin embargo, al completarse todo el organismo, ese útero simplemente sería un recipiente vacío, sin uso alguno.
- ¿Y si funcionase por algún "milagro de la vida"? – intentó explicar sabiendo que no habría una explicación.
- Hasta el momento... he leído sobre un par de casos, en ambos el útero no funcionaba y con una simple operación se extirpó el útero. No hay ningún caso documentado hasta la fecha de que un útero que por una malformación genética se crease en un cuerpo masculino... haya funcionado. Sí es cierto que hay un reciente estudio sobre trasplantes de útero, pero sólo va en relación para las personas que quieran cambiar de sexo.
Minato dio por finalizada su explicación, sabía que no sacaría nada más en claro del hecho de que su "malformación" sí hubiera funcionado. Prefirió no decir nada más, lo último que quería era ser el conejillo de indias de los científicos. Ya tuvo sus problemas en el hospital en el que le atendieron cuando dio a luz. El profesor volvió a su tarea, pero Minato levantó sutilmente su camiseta observando la cicatriz de la cesárea. Todo un infierno de parto... pero agradecía seguir allí para estar con su hija.
Estudiaba medicina sólo para saber qué había ocurrido aquella vez... necesitaba saber el motivo por el que se quedó embarazado, quería conocer su cuerpo y cómo funcionaba, quería y necesitaba entender lo que había pasado. Pero por mucho que estudiase libros y revistas científicas... nadie podía darle una respuesta. Quizá por eso estaba estudiando él por su cuenta. Su gran problema... ni siquiera era ése... sino que ningún médico le recetaba los anticonceptivos, se reían de él por ser un hombre, así que sólo podía recurrir sin receta a que Rin le sacase de la farmacia las pastillas del día después. Ella tenía razón. ¡No podía seguir así! Pero no tenía más opción.
Tras una clase, dio otra y otra más... sus cinco primeras horas pasaron de un profesor a otro, tomando apuntes de una y otra asignatura. Por un momento, pensó en no ir a su entrenamiento de aikido. ¡Quería dejarlo! Y no porque no le gustase el deporte, sino por su entrenador. Sonrió... él no permitiría abandonar así como así y lo sabía. Estaba atrapado, siempre se sentía atrapado. Primero con el padre de su hija, luego con su entrenador, con los ricos y ahora con los Uchiha... siempre había alguien ahí dispuesto a aprovecharse de él y nunca veía una salida.
Minato caminó por el campus hacia el pabellón de deporte de Aikido. Al pasar cerca del dojo, se quedó sorprendido al ver a los dos Uchiha vestidos con el hakama de kendo y sus shinai apoyadas en el hombro. Se detuvo un segundo, nunca antes se había percatado en ellos, pero ahora que los conocía, no paraba de verlos por la universidad.
Ambos Uchiha sonrieron y elevaron la mano para saludarle, pero él, sonrojado a más no poder, aceleró el paso y continuó hacia su dojo agachando la mirada.
¿Estaban de coña? Nunca antes les había visto y ahora los veía hasta en la sopa. Era increíble que se los tuviera que cruzar en cualquier parte, era como si le estuvieran siguiendo aunque sabía que no podía ser verdad, vestían con el atuendo de kendo así que estaba claro que pertenecían al club.
Al entrar por la puerta del dojo, se quedó estático unos segundos. ¡No había nadie! Estaba seguro que hoy había entrenamiento. ¿Se había confundido de día quizá? Se acercó hasta la planilla y miró bien qué día era hoy... ¡No se había confundido! Hoy le tocaba aikido.
- Tranquilo, Minato, todo está bien – sonrió Kabuto, su entrenador.
- Pero... ¿Dónde están todos?
- He anulado la clase.
- Oh... entonces me voy – dijo Minato algo temeroso de aquel cambio en su horario, pero cuando quiso salir, Kabuto arrastró la puerta corredera y la cerró en sus narices.
- No... creo que no me he explicado bien, la he anulado para quedarnos tú y yo solos.
- Déjalo ya – dijo Minato enfadado – ya te dije que no volveré a hacerlo.
- Claro que lo harás... porque tengo esas sugerentes fotografías tuyas dejándote follar por esos ricos, porque las sacaré a la luz si decides dejar lo nuestro – le chantajeó una vez más.
- Me prometiste borrarlas si accedía a estar contigo una vez y ya lo hice.
- He cambiado de opinión – sonrió – eres demasiado excitante para dejarte marchar así como así.
- Se acabó – le repitió Minato esta vez con tono más duro.
- Bien... pues despídete de tu carrera, al decano le gustarán mucho esas fotografías.
- Ni se te ocurra – le amenazó Minato.
- Déjame aclararte algo, encanto, aquí... soy yo el que decide cuándo acaba lo nuestro.
Kabuto se abalanzó sobre él sosteniendo sus muñecas con fuerza por encima de su cabeza. Minato se removió en el suelo y gracias a su entrenamiento consiguió darse la vuelta y tratar de gatear hacia la puerta, sin embargo, sabía que no podía ganar a su entrenador pese a que llevase desde pequeño en aquel deporte, su profesor tenía más técnica que él.
- Vamos... nos divertiremos – decía Kabuto desabrochando su pantalón y rasgando la camiseta del joven mientras Minato trataba de alcanzar la puerta y esquivar a su profesor, pero éste se colocó encima de él volviendo a retener sus muñecas.
El brazo de Minato se alargaba todo lo que podía, sus dedos intentaban alcanzar la rendija de la puerta para abrirla y gritar que le ayudasen pero no llegaba a ella, su profesor tiraba de sus piernas con fuerza tratando de alejarle de allí, arrastrándole por el tatami. Una lágrima resbaló por su mejilla y cerró los ojos al sentir el peso de Kabuto en su espalda, la lengua lasciva de él lamiendo su cuello. ¡Estaba harto! ¡Estaba harto de que le chantajeasen con esas fotografías! ¡Harto de que todos le quisieran sólo por el sexo! ¿No había nadie decente en esa universidad? Casi iba a darse por rendido en el momento en que las manos de Kabuto entraron bajo su pantalón cuando la luz entró de lleno. Alguien había abierto la puerta y él... abrió los ojos encontrándose a las personas que menos esperaba encontrarse... los Uchiha.
Madara pegó una patada sin contemplación alguna a Kabuto y lo apartó de encima de Minato mientras Izuna le tendía la mano para ayudarle a levantarse.
- Te lo dije – susurró Izuna hacia su hermano.
- Odio cuando tienes razón en todo esto – le dijo dándole un billete, como si hubieran hecho una apuesta.
- Ven aquí – susurró Izuna hacia Minato, tratando que se calmase, secándole aquella lágrima que se le había escapado - ¿Estás bien?
Quería decirle que sí, pero no era cierto. Su pantalón estaba abierto, su camiseta rasgada y movida, sus ojos mostraban miedo pero Madara, pese a ni siquiera mirarle, se puso en medio dejándole a su espalda.
- Sácalo de aquí – dijo Madara – yo me encargo del resto.
- ¿Estás seguro?
- Se le van a quitar las ganas de tocar algo nuestro. Te aseguro que no volverá a chantajearle – sonrió Madara dando unos ligeros golpes de su shinai en su hombro, dando a intuir que iba a utilizar su espada de bambú.
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